Charles Sheffield - Las crónicas de McAndrew

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Como Newton en el siglo XVII o Eintein en el XX, McAndrew es el genio indiscutido de la física del siglo XXII. Los
, minúsculos agujeros negros cargados y en rotación, no tienen secretos para quien ha descubierto la forma de usarlos como fuente de energía. Su dominio de la ciencia y un sin par sentido práctico le llevan a inventar los más sorprendentes artilugios como la primera nave interestelar sin efectos de inercia. La pilota su compañera, la capitana Jeanie Roker y juntos explorarán a fondo el sistema solar interior, el Halo de cometas que le rodea y llegarán a viajar a Alfa Centauro, en medio de las más sorprendentes situaciones.
Seguir a McAndrew en sus aventuras es adentrarse con gran amenidad en un mundo de brillante especulación y saborear las delicias de la inteligencia.

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En resumen: el trabajo de Siclaro sobre extracción de energía de los kernels proseguiría, y con más recursos aún (cosa que no debe sorprender, pues detrás estaba la presión del Departamento de Alimentos y Energía, que necesitaba fuentes más sólidas); Gowers y Macedo sufrirían una reducción presupuestaria del cuarenta por ciento. Proseguirían, pero sin nuevos trabajos experimentales. El apoyo financiero a McAndrew quedaría reducido a la mitad. Y al parecer, el pobre Wenig se llevaba la peor parte: el presupuesto para sus investigaciones sobre materia comprimida se reduciría un ochenta por ciento.

No me preocupaba mucho McAndrew. Si le reducían el presupuesto a cero, se dedicaría a la teoría pura y se las arreglaría perfectamente con un lápiz y una hoja de papel. Pero todos los demás pasarían un mal momento.

¿Y a mí? Tallboy me había dedicado un comentario final en su informe, casi como de pasada: el uso experimental del Hoatzin quedaba completamente prohibido, y la nave sería confiscada. No habría expediciones a Alpha Centauri, ni a ningún otro lugar más allá del Halo. Y lo peor era que el informe aludía al «uso previo y no autorizado de la impulsión equilibrada, con tratamiento altamente peligroso, de un bien de propiedad oficial». Eso era un puntapié directo a mí y a McAndrew. Durante la Administración anterior habíamos disfrutado libremente de la nave, pero al parecer a Woolford no se le había ocurrido dejarlo por escrito.

Conecté la impulsión interna de mi traje y me dirigí al Instituto a toda velocidad. McAndrew sabía que yo estaba fuera: me esperaba en la compuerta, agitando un largo listado impreso. El escaso cabello rubio se le metía en los ojos, y en la camisa aparecía una larga mancha de algo pegajoso y anaranjado. Supuse que había recibido el informe durante la comida.

—¿Lo has visto? —me preguntó.

—Lo he escuchado. Por radio.

—¿Y qué piensas?

—Horrible. Pero no me sorprende. Sabía que no había comprendido nada.

—No te hagas la graciosa. —Se me quedó mirando sorprendido—. Es la noticia más excitante que he recibido en los últimos años. Siempre imaginé que se las arreglaría para averiguarlo. ¡Estuvo genial!

No seré tan brillante como McAndrew, pero tampoco soy ninguna tonta. Sé reconocer un malentendido cuando estoy ante él. Cuando Mac se concentra, el mundo deja de existir. Me parecía muy probable que hubiese estado pensando en otra cosa y que no reparase en la decisión de Tallboy.

—Mac, estate quieto un momento. —Se revolvía de entusiasmo—. Escucha: ha llegado el informe de Asuntos Exteriores sobre el futuro de tus proyectos.

Gruñó con impaciencia.

—Sí, sí, ya lo sé. Lo oí cuando llegó. —Movió la mano como para dejar a un lado un asunto sin trascendencia—. Pero ahora eso no es tan importante. Lo que interesa es esto.

Agitó el listado, lo miró entusiasmado y luego comenzó a hablar como un poseído. Por fin le quité el papel de las manos y recorrí con la vista las primeras líneas.

—¡Es de Jan!

—Por supuesto. Está en la estación Tritón. ¿Sabes qué ha estado haciendo Wicklund?

Si Mac seguía por el mismo camino, no lograría que se ocupara del asunto de Tallboy.

—No. ¿Qué ha hecho?

—Lo ha resuelto. —Cogió el espaciograma de un manotazo—. ¿Lo ves? Aquí está. Jan no se ha enterado de los detalles, pero es bastante explícita. Sven Wicklund ha resuelto el Quinto Problema de Vandell.

—¿Lo ha resuelto? —Cogí suavemente el papel. Si eran noticias dejan, quería leer el texto entero—. Maravilloso. Pero falta una pregunta.

Frunció el ceño.

—Muchas preguntas. Tendremos que esperar a que nos envíe más detalles. ¿En cuál estabas pensando?

—Nada que no sepas responder. ¿Qué demonios es el Quinto Problema de Vandell?

Me contempló con disgusto.

Finalmente conseguí que me respondiera. Pero antes de ponerme al corriente, tuve que recorrer trescientos años de matemáticas y física.

—En el año 1900… —comenzó.

—¡Mac!

—No, escúchame. Es preciso comenzar por ahí.

En 1900, en el Segundo Congreso Internacional de Matemáticos celebrado en París, David Hilbert propuso una serie de veintitrés problemas que habría que resolver en el siglo que se iniciaba. Fue el matemático más grande de su época, y sus problemas abarcaron una gran diversidad de temas: topología, teoría numérica, series transfinitas, y los cimientos mismos de las matemáticas. Cada problema era importante y difícil. Algunos se resolvieron a comienzos del siglo; luego se demostró que algunos eran irresolubles, y pasaron varias décadas antes de que se llegara a la solución de otros. Pero en el año 2000, la mayoría habían quedado resueltos en forma más o menos satisfactoria para todos.

En el año 2000, el astrónomo y físico sudafricano Dirk Vandell, siguiendo el precedente de Hilbert, planteó una serie de veintiún problemas referentes a la astronomía y la cosmología. Al igual que los problemas de Hilbert, éstos abarcaban una gran diversidad de temas, teóricos y de observación, y cada uno de ellos era un quebradero de cabeza.

De joven, McAndrew había resuelto el Undécimo Problema de Vandell. De ese trabajo había surgido toda la teoría sobre la existencia y localización del anillo de kernels, esa zona toroidal de agujeros negros de Kerr-Newman que rodean el Sol a una distancia nueve veces mayor que la de Plutón. Nueve años después, la solución parcial al Decimocuarto Problema hallada por Wenig había dado a McAndrew la clave que lo condujo a la impulsión de la energía del vacío. Ahora, suponiendo que el informe de Jan fuese correcto, el Quinto Problema había sido resuelto por el análisis de Wicklund.

—Pero ¿por qué es tan importante? —pregunté a McAndrew—. Por la forma en que lo presentas, no veo que tenga aplicaciones prácticas. Es sólo una forma de amplificar una señal observada sin amplificar el sonido de fondo. Y sólo sirve cuando la señal de origen es ínfima…

Sacudió la cabeza para manifestar enfáticamente su desacuerdo.

—Tiene miles de aplicaciones. Vandell ya había propuesto una en su formulación inicial del problema. Estoy seguro de que Wicklund se ocupará de ella tan pronto como funcione su equipo experimental. Empleará la técnica para buscar planetas solitarios… errantes.

Planetas errantes.

Con esas dos palabras, McAndrew planteó el problema en una dimensión que por fin tuvo sentido para mí. Pude echar mano de mi preparación sobre mecánica celeste clásica.

La posible existencia de planetas errantes data de hace mucho tiempo, antes de 1900. Probablemente haya que remontarse a Lagrange, quien en su análisis del problema de los tres cuerpos estableció un marco de referencia matemático con el que examinar el movimiento de un planeta que se moviera en los campos gravitacionales de un sistema estelar binario. En 1880, el caso se conoció con el nombre de «estable contra la expulsión». En otras palabras, el planeta podía acercarse a cada una de las estrellas y sufrir temperaturas extremas, sin jamás ser completamente expulsado del sistema estelar.

Pero supongamos que hay un sistema con tres o más estrellas. No es del todo infrecuente. En este caso, la situación cambia por completo. El cuerpo pequeño, en su movimiento orbital sucesivo, y sometido a los campos gravitacionales de los componentes estelares, puede «robar» a las estrellas energía suficiente para verse expelido del sistema. Y si esto ocurre, el cuerpo se convierte en un planeta sin estrella, que viaja solo a través del vacío. Aunque luego se encontrara con otro cuerpo estelar, las probabilidades de ser capturado serían mínimas. El planeta sería por tanto un mundo errante, solitario.

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