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Harlan Coben: Última oportunidad

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Harlan Coben Última oportunidad

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¿Qué haríamos cualquiera de nosotros si uno de nuestros hijos fuera secuestrado? El doctor Seidman, un cirujano plástico especializado en niños, se despierta de pronto después de doce días en coma en la cama de un hospital. Ha sobrevivido a los disparos que recibió en su casa la mañana en que su hija Tara, de seis meses, fue secuestrada y su mujer asesinada. Él es el sospechoso. A partir de entonces, este hombre acorralado por los recelos de la Policía, e inmerso en un sinfín de sentimientos contradictorios y dudas, se ve empujado por el escalofriante mensaje de quienes le exigen el rescate. «Si te pones en contacto con las autoridades, desapareceremos. No habrá otra oportunidad.» No puede hablar ni con la Policía ni con el FBI. No sabe en quién confiar. Seidman no descansará.

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Y en seguida se acomodó y volvió a dormirse.

Capítulo 45

Todo volvió a liarse cuando miré el calendario.

El cerebro humano es sorprendente. Es una mezcla curiosa de electricidad y sustancias químicas. De hecho es pura ciencia y nada más. Sabemos más de cómo funciona el gran cosmos que del curioso circuito del cerebro, cerebelo, hipotálamo, médula oblongata, y todo el resto. Y como todas las combinaciones raras, no estamos seguros de cómo reaccionaremos a ciertos catalizadores.

Había varias razones que me dieron en qué pensar. Estaba la cuestión de las filtraciones. Rachel y yo pensamos que alguien del FBI o el Departamento de Policía había informado a Bacard y a su gente de lo que sucedía. Pero eso no encajaba con mi teoría de que Stacy hubiera matado a Monica. Estaba el detalle de que habían encontrado a Monica desnuda. Creo que ya entendía por qué, pero el caso es que Stacy no lo habría hecho.

Pero el principal catalizador se produjo, creo, cuando miré el calendario y me di cuenta de que aquel día era miércoles.

El tiroteo y el secuestro original habían tenido lugar un miércoles. Por supuesto, había habido montones de miércoles en los últimos dieciocho meses. El día de la semana es algo bastante inocuo. Pero esta vez, después de descubrir tantas cosas, después de que mi cerebro hubiera digerido todos aquellos datos recientes, algo hizo chispa. Todas aquellas pequeñas preguntas y dudas, todas aquellas idiosincrasias, todos aquellos momentos que había dado por hechos y no había analizado realmente… se movieron un poco. Y lo que vi fue aún peor de lo que había imaginado de entrada.

Volvía a estar en Kasselton: en mi casa, donde todo había comenzado. Llamé a Tickner para que me confirmara algo.

– A mi esposa y a mí nos dispararon con treinta y ochos -dije.

– Sí.

– ¿Y están seguros de que fueron dos armas diferentes?

– Del todo.

– ¿Y mi Smith and Wesson fue una de ellas?

– Ya lo sabe, Marc.

– ¿Ya tiene todos los informes de balística?

– La mayor parte.

Me mojé los labios y respiré hondo. Esperaba haberme equivocado.

– ¿A cuál de los dos dispararon con mi arma: a mí o a Monica?

Se volvió reservado.

– ¿Por qué me pregunta ahora estas cosas?

– Por curiosidad.

– Sí, claro. Espere un momento. -Oí que pasaba papeles. Sentí que se me cerraba la garganta. Estuve a punto de colgar-. Su esposa.

Cuando oí que un coche se paraba delante de casa, colgué el teléfono. Lenny abrió la puerta sin llamar. Al fin y al cabo, Lenny no llamaba nunca.

Yo estaba sentado en el sofá. La casa estaba silenciosa, todos los fantasmas ya dormían. Lenny tenía un Slurpee en cada mano y sonreía ampliamente. Pensé cuántas veces habría visto aquella sonrisa. La recordaba más torcida. La recordaba tapada por los hierros. La recordaba sangrando un día que Lenny chocó con un árbol cuando jugábamos con el trineo en el jardín de los Goret. Pensé de nuevo en cuando el gran Tony Merruno me desafío a una pelea en tercer grado, y Lenny le saltó sobre la espalda. Recordé que Tony Merruno había roto las gafas de Lenny… Creo que a Lenny no le importó.

Lo conocía tan bien. O quizá no lo conocía en absoluto.

Cuando Lenny vio mi cara, se le borró la sonrisa.

– Aquella mañana habíamos quedado para jugar a tenis, ¿te acuerdas, Lenny?

Dejó las tazas sobre la mesita.

– Tú nunca llamas. Siempre te limitas a abrir la puerta. Como hoy. ¿Qué pasó, Lenny? Viniste a recogerme. Abriste la puerta.

Se puso a negar con la cabeza, pero yo ya lo sabía.

– Las dos pistolas, Lenny. Esto es lo que te ha delatado.

– No sé de qué me hablas. -Pero no había convicción en su voz.

– Creímos que Stacy no le había conseguido una pistola a Monica, que Monica había usado la mía. Pero ya ves, no fue así. Lo he comprobado con el examen balístico. Es curioso. Nunca me dijiste que Monica había muerto con mi pistola. A mí me dispararon con la otra.

– ¿Y qué? -preguntó Lenny, de repente en su papel de abogado-. Esto no significa nada. A lo mejor Stacy le consiguió una pistola.

– Lo hizo -afirmé.

– Bien, estupendo, todo encaja.

– Ya me dirás cómo.

Arrastró los pies.

– A lo mejor Stacy ayudó a Monica a conseguir la pistola. Monica te disparó. Cuando Stacy llegó poco después, Monica intentó matarla. -Lenny se acercó a la escalera como si hiciera una demostración-. Stacy corrió arriba. Monica disparó, esto explicaría el agujero de bala. -Señaló la marca junto a las escaleras-. Stacy cogió tu pistola del dormitorio, bajó y le disparó a Monica.

Lo miré.

– ¿Es así cómo ocurrió, Lenny?

– No lo sé, pero puede ser.

Esperé un segundo. Él apartó la mirada.

– Salvo que… -dije.

– ¿Qué?

– Stacy no sabía dónde tenía yo escondida el arma. Tampoco conocía la combinación de la caja fuerte. -Me acerqué un paso más a él-. Pero tú sí, Lenny. Guardo allí todos mis documentos. He confiado en ti para todo. Ahora quieres la verdad. Monica me disparó. Entraste tú. Me viste tirado en el suelo. ¿Pensaste que estaba muerto?

Lenny cerró los ojos.

– Ayúdame a entender, Lenny.

Negó con la cabeza lentamente.

– Crees que quieres a tu hija -dijo-. Pero no tienes ni idea. Lo que se siente aumenta cada día. Cuanto mayor es tu hijo, más apegado a él estás. La otra noche llegué a casa después del trabajo y Marianne estaba llorando porque unas niñas le habían tomado el pelo en la escuela. Me fui a la cama fatal, y me di cuenta de algo. Sólo puedo ser tan feliz como el más desgraciado de mis hijos. ¿Entiendes lo que quiero decir?

– Cuéntame lo que pasó -pedí.

– Ya lo has adivinado más o menos. Fui a tu casa aquella mañana. Abrí la puerta. Monica estaba al teléfono. Todavía tenía el arma en la mano. Corrí a tu lado. No podía creerlo. Te busqué el pulso, pero… -Negó con la cabeza-. Monica se puso a gritarme, diciendo que no permitiría que nadie le quitara a la niña. Me apuntó con la pistola. En serio, te lo juro. Pensé que iba a morir. Rodé por el suelo y subí por la escalera. Recordé que tenías una pistola arriba. Me disparó. -Volvió a señalar-. Ése es el agujero de bala.

Calló. Respiró unas cuantas veces. Yo esperé.

– Cogí tu pistola.

– ¿Te siguió Monica arriba?

Su voz fue baja.

– No. -Se puso a parpadear-. Quizá debería haber intentado llamar por teléfono. Quizá debería haberme escondido. No lo sé. Lo he rememorado cientos de veces. Intento imaginar lo que debería haber hecho. Pero tú estabas en el suelo, mi mejor amigo, muerto. Aquella zorra loca estaba gritando que huiría con su hija, mi ahijada. Ya me había disparado un tiro. No sabía lo que haría a continuación.

Apartó la mirada.

– ¿Lenny?

– No sé lo que pasó, Marc. De verdad que no. Bajé por la escalera silenciosamente. Ella todavía tenía la pistola… -Se le quebró la voz.

– La mataste.

– No quería matarla, no creo que quisiera. Pero de repente los dos estabais en el suelo, muertos. Iba a llamar a la Policía. Pero no estaba seguro de lo que podía parecer. Había matado a Monica con un ángulo raro. Podrían pensar que le había disparado por la espalda.

– ¿Pensaste que podrían arrestarte?

– Por supuesto. La Policía me odia. Soy un buen abogado defensor. ¿Tú qué crees que habría sucedido?

No contesté.

– ¿Rompiste la ventana?

– Desde fuera -dijo-. Para que pareciera que había entrado alguien.

– ¿Y le quitaste la ropa a Monica?

– Sí.

– ¿Por lo mismo?

– Sabía que habría residuos de pólvora en su ropa. Se darían cuenta de que ella había disparado un arma. Yo quería que pareciera un ataque no premeditado. Y la desnudé. Utilicé una toallita de niño para limpiarle las manos.

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