Harlan Coben - Última oportunidad

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¿Qué haríamos cualquiera de nosotros si uno de nuestros hijos fuera secuestrado?
El doctor Seidman, un cirujano plástico especializado en niños, se despierta de pronto después de doce días en coma en la cama de un hospital. Ha sobrevivido a los disparos que recibió en su casa la mañana en que su hija Tara, de seis meses, fue secuestrada y su mujer asesinada. Él es el sospechoso. A partir de entonces, este hombre acorralado por los recelos de la Policía, e inmerso en un sinfín de sentimientos contradictorios y dudas, se ve empujado por el escalofriante mensaje de quienes le exigen el rescate. «Si te pones en contacto con las autoridades, desapareceremos. No habrá otra oportunidad.» No puede hablar ni con la Policía ni con el FBI. No sabe en quién confiar. Seidman no descansará.

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¿Bang? -pregunté.

– Un cañonazo. La salva del Cuatro de Julio. -Volvió a teclear con el lápiz-. Sólo tengo que hacer una cosa más. Mientras tanto, mira este mapa.

Lo cogí. Verne miró por encima de mi hombro. Olía a aceite de motor. En el mapa había toda clase de marcas -estrellitas, aspas-, pero la línea más gruesa seguía una ruta tortuosa. La reconocí.

– Ésta es la ruta que siguieron los secuestradores anoche -dije-. Cuando les seguimos.

– Sí.

– ¿Qué son todas esas estrellas y las demás señales?

– Mira, primero, observa la ruta que hicieron. Al norte hasta el Tappan Zee. Luego oeste. Luego sur. Luego oeste de nuevo. Luego este y norte.

– Estaban despistando -dije.

– Sí. Es lo que dijimos. Estaban preparando la trampa para nosotros en tu casa. Pero piénsalo un momento. Nuestra teoría es que alguien de la Policía les avisó del localizador que habíamos puesto ¿verdad?

– ¿Y qué?

– Por lo tanto no sabían nada de él hasta que llegaste al hospital. Eso significa que, al menos durante una parte del trayecto, no supieron que les estaba siguiendo.

No estaba muy seguro de entender, pero dije:

– Entendido.

– ¿Pagas tu factura de teléfono por Internet? -preguntó.

El cambio de tema me desconcertó un momento.

– Sí -dije.

– Y te mandan un estado de cuentas, ¿no? Clicas sobre el enlace, firmas, y puedes ver todas tus llamadas. Probablemente también tiene un directorio inverso, de modo que puedas introducir tu número y ver quién te ha llamado.

Asentí. Era verdad.

– Bueno, he conseguido la última factura de Denise Vanech. -Levantó la mano-. No te preocupes. También es bastante fácil. Seguramente Harold podría hacerlo si tuviera más tiempo, pero con un contacto o un soborno es más sencillo. Ahora con la facturación por Internet es más fácil que nunca.

– ¿Harold te ha mandado su factura?

– Sí. El caso es que la señora Vanech hace una buena cantidad de llamadas. Por eso he tardado tanto. Hemos estado revisándolas, buscando los nombres y luego las direcciones.

– ¿Y ha salido un nombre especial?

– No, una dirección. Quería ver si había llamado a alguien en la ruta de los secuestradores.

Ahora entendía a donde quería ir a parar.

– Y supongo que la respuesta es «sí».

– Mejor que sí. ¿Recuerdas cuando se pararon en el complejo de oficinas de Metro Vista?

– Claro.

– En el último mes, Denise Vanech ha hecho seis llamadas a la oficina del abogado Steven Bacard. -Rachel señaló la estrella que había dibujado en el mapa-. En Metro Vista.

– ¿Un abogado?

– Harold está buscando información sobre él, pero yo ya he utilizado el Google. El nombre de Steven Bacard sale con frecuencia.

– ¿En qué contexto?

Rachel sonrió de nuevo.

– Está especializado en adopciones.

– La madre que lo parió -dijo Verne.

Me eché atrás e intenté digerirlo. Se encendían luces de advertencia, pero no estaba seguro de lo que significaban. Katarina volvió a la mesa. Verne le dijo lo que habíamos encontrado. Nos estábamos acercando. Lo sabía. Pero me sentía a la deriva. Sonó mi móvil -o debería decir, el de Zia-. Miré el identificador de llamadas. Era Lenny. No sabía si contestar, recordando lo que había dicho Zia. Pero evidentemente, Lenny estaría al tanto de la posibilidad de que nos estuvieran escuchando. Había sido él quien había avisado a Zia.

Apreté el botón de respuesta.

– Déjame hablar primero -dijo Lenny antes de que yo pudiera saludar-. Por si acaso nos están grabando, ésta es una conversación entre abogado y cliente. Por lo tanto está protegida. Marc, no me digas dónde estás. No me digas nada que pueda obligarme a mentir. ¿Entendido?

– Sí;

– ¿Habéis obtenido algún fruto?

– No el que queríamos. Todavía no, al menos. Pero estamos muy cerca.

– ¿Puedo ayudar de alguna forma?

– No lo creo -y luego-: Espera -recordé que Lenny había llevado los arrestos de mi hermana. Había sido su principal asesor legal. Ella confiaba en él-. ¿Te dijo Stacy alguna vez algo sobre adopciones?

– No te entiendo.

– ¿Pensó alguna vez en dar en adopción un bebé, o de algún modo te mencionó la adopción?

– No. ¿Tiene esto algo que ver con el secuestro?

– Podría ser.

– No recuerdo nada parecido. Mira, podrían estarnos escuchando, o sea que te diré por qué he llamado. Encontraron un cadáver en tu casa, un hombre con dos disparos en la cabeza -Lenny sabía que yo ya estaba al corriente de esto. Supuse que lo decía para cualquiera que pudiera estar escuchando-. No le han identificado, pero han localizado el arma del crimen en el patio de los Christie.

No me sorprendió. Rachel ya había imaginado que habrían dejado el arma escondida en algún sitio.

– El caso es, Marc, que el arma del crimen es tu antigua arma, la que había desaparecido desde el tiroteo en tu casa. Han hecho una prueba de balística. A ti y a Monica os dispararon con dos treinta y ochos distintas, ¿recuerdas?

– Sí.

– Bueno, Marc, pues el caso es que tu pistola es una de las que se utilizaron aquella mañana.

Cerré los ojos. Rachel me susurró un «¿qué?».

– Tengo que colgar -dijo Lenny-. Miraré lo de Stacy y la adopción, si quieres. A ver qué encuentro.

– Gracias.

– Cuídate.

Colgó. Me volví a mirar a Rachel y le conté lo del hallazgo de la pistola y la prueba de balística. Ella se recostó hacia atrás y se mordió el labio inferior, otro hábito que me era familiar de la época en que salíamos.

– Esto quiere decir… -dijo- que Pavel y el resto de esa gente están implicados sin duda en el primer ataque.

– ¿Todavía tenías dudas?

– Hace pocas horas creíamos que todo era un montaje, ¿recuerdas? Creíamos que podía ser que esos tipos supieran lo suficiente para hacernos creer que tenían a Tara, y sacarle dinero del rescate a tu suegro…Pero ahora sabemos otra cosa. Esa gente estuvo allí aquella mañana. Formaron parte del secuestro original.

Tenía sentido, pero algo seguía pareciéndome raro.

– ¿Y ahora qué hacemos? -pregunté.

– El paso lógico sería ir a ver a ese abogado, Steven Bacard -dijo Rachel-. El problema es que ignoramos si él es el jefe o sólo un empleado. Por lo que sabemos, Denise Vanech podría ser el cerebro y él trabajar para ella. O los tres podrían trabajar para un tercero. Y si nos presentamos allí, Bacard se cerrará en banda. Es abogado. Es demasiado listo para hacerle hablar.

– Entonces ¿qué propones?

– No estoy segura -dijo-. Puede que haya llegado la hora de llamar a los federales. Ellos podrían registrar su oficina.

Negué con la cabeza.

– Eso tardaría demasiado.

– Podríamos obligarles a moverse más deprisa.

– Suponiendo que nos crean, que ya es mucho suponer, ¿cuánto tardarían?

– No lo sé, Marc.

No me gustó.

– Supongamos que Denise Vanech sospecha. Supongamos que Tatiana se ha asustado y la ha llamado de nuevo. Supongamos que existe el informador. Hay demasiadas variables, Rachel.

– Entonces ¿qué crees que debemos hacer?

– Un ataque a dos bandas -dije, hablando sin pensar demasiado. Había un problema. De repente tenía una solución-. Tú te encargas de Denise Vanech. Yo de Steven Bacard. Nos coordinamos para caer sobre ellos al mismo tiempo.

– Marc, es un abogado. No va a hablar contigo.

La miré. Ella lo vio. Verne se incorporó un poco y soltó un «Guau».

– ¿Le vas a amenazar? -preguntó Rachel.

– Se trata de la vida de mi hija.

– Y tú estás hablando de tomarte la justicia por tu mano -añadió-: Otra vez.

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