– ¿Cómo?
– Sabiéndolo. Ella miente muy mal. Le salen manchas en el cuello.
– ¿Y en mi caso? ¿Te darías cuenta?
– Sí. Así que ten cuidado.
– ¿Y cómo lo sabrías?
– Lo notaría.
– Qué boba y confiada eres.
Nos sonreímos, convencidos de nuestra felicidad.
Salí de la cama, metí los pies en las zapatillas, bajé al piso inferior, entré en la cocina, encendí las luces del techo y el resplandor repentino me hizo bizquear. En el reloj de pared vi que eran casi las tres. En la calle soplaba el viento; cuando apoyé la cara en el cristal para distinguir el contorno de los tejados y de las chimeneas, imaginé a todas las personas que había ahí fuera, acompañadas, en la cama, a salvo de todo, calientes y sumergidas en sus sueños. Todavía podía oír la voz de Greg y ver su sonrisa, y el contraste entre el intenso consuelo de ese recuerdo y la oscuridad fría y vacía fue como un golpe en el estómago: los ojos se me empañaron. Nadie nos cuenta lo física que puede ser la pena, cómo te duelen la garganta y los senos, los ganglios, los músculos y los huesos.
Me preparé una taza de chocolate caliente y me la tomé lentamente. El rostro de Greg había desaparecido. Sabía que ya no estaba ahí, que no estaba en ningún sitio. Sus cenizas se hallaban en una cajita cuadrada rodeada por una cinta elástica. Pero sí escuché su voz burlona. «Qué boba y confiada eres», me decía.
* * *
– Fergus.
– ¿Ellie? -Abrió mucho los ojos a causa de la sorpresa. Todavía llevaba la bata de andar por casa, iba sin afeitar y tenía los ojos hinchados de quien se acaba de levantar-. ¿Estás bien?
– ¿Te he despertado?
– ¿Qué ha ocurrido?
– ¿Puedo pasar?
Se hizo a un lado, se anudó la bata con más fuerza y entré a la cocina, en la que tantas veces habíamos estado los cuatro comiendo platos preparados, jugando a las cartas, bebiendo casi hasta el alba. Los restos de la cena seguían sobre la mesa: dos platos apilados, una ensaladera vacía, una botella de vino tinto medio llena. Fergus empezó a recogerlo todo, pero los tenedores se le cayeron al suelo de baldosas con gran estrépito.
– Ya sé que es un poco pronto.
– No pasa nada. ¿Café? ¿Té? ¿Algo de desayuno? ¿Riñones picantes? Es broma. Jemma va a tardar muchísimo en levantarse. Ya está de baja por maternidad.
Al decirlo, vi que la congoja se apoderaba de su rostro: Jemma estaba de baja por maternidad y yo sin hijos, yerma, humillada y sola.
– Un café, por favor. Y una tostada, si puede ser.
– ¿Mermelada, miel?
– Me da igual. Miel.
– Si es que nos queda. No. No tenemos miel. Y sólo hay mermelada de naranja.
– No pasa nada.
– El funeral salió bastante bien -comentó con cautela mientras llenaba el hervidor de agua y metía una rebanada de pan en la tostadora.
– El funeral ha sido una mierda.
Él me sonrió con lástima.
– Nadie sabía qué decirme -proseguí.
– Bueno, al menos ya ha acabado todo.
– No.
Me miró con las cejas arqueadas.
– ¿Qué quieres decir?
– He decidido creerle.
El agua del hervidor empezó a bullir y a lanzar vaharadas al aire. Con gestos metódicos, él echó unas cucharadas de café en la cafetera y después vertió el agua. No me miró a los ojos hasta que me tendió la taza caliente.
– Repite lo que has dicho -me pidió.
– Greg no tenía una amante.
– Ya. -Fergus dejó con cuidado su taza sobre la mesa, produciendo un ruido apagado, y se limpió la boca con el dorso de la mano-. Vale.
– Por un lado es lo que parece, dado que murió con esa otra mujer.
– Sí.
– Pero, por otro, yo confiaba en él.
– Ya.
– Y voy a seguir siéndole fiel. No lo voy a abandonar.
Esperaba que Fergus dijera que estaba muerto, pero no lo hizo.
– Entiendo -observó; volvió a coger la taza y me contempló por encima del borde- Eso está bien, supongo.
– Sí, lo está.
– Quiero decir que está bien si te ayuda a aceptar lo que ha sucedido.
– No.
– ¿No?
– Porque ¿qué es lo que ha sucedido?
Fergus frunció el ceño y se pasó los dedos por el cabello, que se le quedó de punta, cosa que le confirió el aspecto de un payaso triste. Metió el dedo en el café y se lo chupó.
– Ellie, ¿por qué no me cuentas lo que estás pensando? -me pidió al fin.
– Cuando trabajabas con él, en la oficina, ¿viste algún indicio de que tuviera… bueno, otra relación?
– No.
– ¿Nada?
– Nada. Eso no implica que…
Interrumpí lo que ya sabía que iba a decir.
– Oye, Fergus, Greg murió con otra mujer. Pero no era su amante. No lo era. ¿Vale? En ese caso, ¿qué hacían juntos? Ésa es la cuestión, ¿verdad? Para empezar, hay otras posibilidades. -Él me miró sin decir nada-. Lo primero que se me ocurre es que podría haber sido una autoestopista.
Fergus reflexionó durante un instante.
– No quiero ejercer de abogado del diablo, pero esa mujer…
– Milena Livingstone.
– Era empresaria o algo así, ¿no?
– Más o menos.
– ¿Los empresarios suelen hacer autoestop? ¿En pleno Londres?
– A lo mejor la conocía por asuntos de negocios.
– Eso sí.
– Y la estaba llevando a algún sitio.
– Vale.
– Entonces, ¿le crees?
– Ellie, él ya no está aquí para que le creamos o no. Tu marido, mi mejor amigo, el hombre al que los dos queríamos y al que echamos tantísimo de menos, ha muerto. Por eso estás así. Como si al convencerte de que no se estaba tirando a otra mujer pudieras conseguir que reviviese. Si sigues así te vas a volver loca.
– Eso sólo lo piensas porque crees que me equivoco, que me engaño a mí misma, y que Greg me era infiel.
– Nunca vas a descubrir qué pasó -aseveró, cansado.
Debería haber llevado la cuenta de todas las veces que me habían dicho eso.
– Yo confío en él -afirmé-. Con eso me basta. Por cierto, la tostada se está quemando.
* * *
El domingo, mientras comía con Joe, Alison y uno de sus tres vástagos, Becky, que tenía la mirada azul de su padre y la palidez y la timidez de su madre, repetí lo que le había dicho a Fergus. Me resultó más difícil delante de tres personas. Mis palabras parecieron forzadas y demasiado insistentes. Vi que Joe encogía los hombros y también que le lanzaba una mirada de desesperación a Alison antes de volverse hacia mí, con una hoja de lechuga colgándole del tenedor.
– Cielo… -empezó a decirme.
– Ya sé por qué me llamas así -le espeté-. Cielo. Eso quiere decir que me vas a contar, con mucha paciencia, por qué crees que me estoy comportando de un modo terco y autodestructivo. Me vas a decir que nunca descubriré la verdad, que debo aprender a convivir con la incertidumbre y seguir adelante. Y seguramente añadirás que todo esto es una forma de procesar la pérdida.
– En resumidas cuentas, sí. Y que te queremos y estamos dispuestos a ayudarte como sea.
– Becky, ¿puedes poner el hervidor, por favor? -pidió Alison con voz suave-. Yo saco el queso.
– No hace falta que hables con tanto tacto, Alison -le dije con una sonrisa-. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo, y demasiado bien. No pasa nada. Estoy bien. De verdad. Sólo quería que supierais que Greg no me estaba siendo infiel.
– Me alegro.
– Yo me alegraría más si alguien me creyera.
* * *
El hombre se quedó en mi puerta; apenas resultaba visible detrás de la destartalada mecedora que sostenía.
– Soy Terry Long -anunció-. Traigo la silla.
Me miró con cara de expectación.
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