Bosch dejó escapar un poco más de aire. Empezaba a pensar que la situación podía salvarse.
– Vale, quiero que se quede donde está y me diga qué movimientos ha hecho y en qué lugar se encuentra exactamente. ¿Cómo ha ido a Monterey Park?
– La UBA tiene una estrecha relación con el grupo de bandas de Monterey Park. Esta noche, al salir de trabajar, he llevado la foto de nuestro hombre para ver si alguien lo reconocía. Conseguí una identificación positiva del tercer tipo al que se la mostré.
– ¿El tercero? ¿Quién era?
– El detective Tao. Estoy con él y su compañero ahora mismo.
– Bueno, dígame el nombre del sospechoso.
– Bo-jing Chang. -Deletreó el nombre.
– ¿El apellido es Chang? -preguntó Bosch.
– Exacto. Y según la información, está en Yung Kim, Cuchillo Valeroso. Encaja con el tatuaje.
– Bien, ¿qué más?
– Nada más por el momento. Se supone que pertenece a un nivel bajo; todos estos tipos tienen empleos de verdad. Trabaja en un concesionario de coches de segunda mano en Monterey Park. Lleva aquí desde 1995 y tiene doble nacionalidad. No tiene antecedentes, al menos en Estados Unidos.
– Y tiene un veinte sobre él ahora mismo.
– Estoy vigilando cómo juega a cartas. Cuchillo Valeroso se centra sobre todo en Monterey Park y hay un club aquí donde les gusta reunirse por las tardes. Tao y Herrera me han traído.
Bosch supuso que Herrera era el compañero de Tao.
– ¿Dice que están al otro lado de la calle?
– Sí, el club está en un pequeño centro comercial y nosotros nos encontramos al otro lado de la calle, observándolos mientras juegan a cartas. Vemos a Chang con los prismáticos.
– Vale, escuche: voy para allá. Quiero que retrocedan hasta que llegue allí; aléjense al menos otra manzana.
Hubo una larga pausa antes de que Chu respondiera.
– No necesitamos retroceder, Harry. Si le perdemos la pista, podría largarse.
– Escuche, detective, necesito que retroceda. Si se escapa será culpa mía, no suya. No quiero arriesgarme a que detecte presencia policial.
– Estamos al otro lado de la calle -protestó Chu-. A cuatro carriles de distancia.
– Chu, no me está escuchando. Si pueden verlo, él también. Aléjense; quiero que retrocedan al menos una manzana y que me esperen. Estaré allí en menos de media hora.
– Esto va a ser incómodo… -dijo Chu casi en un susurro.
– No me importa. Si lo hubiera manejado bien, me habría llamado en el momento en que identificó al tipo. En cambio, está allí haciendo de vaquero con mi caso y yo voy a pararlo antes de que la cague.
– Se equivoca, Harry. Sí le he llamado.
– Sí, bueno, se lo agradezco. Ahora retroceda; le avisaré cuando esté cerca. ¿Cuál es el nombre del local?
Después de una pausa, Chu respondió con voz enfurruñada.
– Se llama Club 88. Está en Garvey, a cuatro manzanas al oeste de Garfield. Coja la Diez hasta…
– Sé cómo llegar. Ahora salgo.
Cerró el teléfono para no dar pie a ninguna discusión o debate posterior. Chu estaba avisado. Si no retrocedía o controlaba a los dos agentes de Monterey Park, estaría en manos de Bosch en un proceso de investigación interna.
Harry salió al cabo de dos minutos. Bajó por las colinas y luego tomó la 101 por Hollywood hasta el centro; después la 10 y se dirigió al este. Monterey Park estaba a diez minutos con tráfico escaso. Por el camino, Bosch llamó a Ignacio Ferras a casa, le informó de lo que estaba ocurriendo y le ofreció la oportunidad de reunirse en con él en Monterey Park. Su compañero declinó el ofrecimiento y argumentó que sería mejor que estuviera fresco por la mañana. Además, estaba hasta el cuello con los análisis criminalísticos y los aspectos económicos del caso, tratando de determinar hasta qué punto le iba mal el negocio a John Li y la implicación que podía tener con la tríada.
Bosch se mostró de acuerdo y cerró el teléfono. Ya esperaba esa respuesta de Ferras: su temor a las calles era cada vez más evidente y Bosch se estaba cansando de darle tiempo. Sin embargo, Ferras parecía desvivirse por encontrar tareas que pudieran llevarse a cabo en la sala de la brigada: papeleo, comprobaciones informáticas e historiales económicos se habían convertido en su especialidad. En ocasiones, Bosch tenía que reclutar a otros detectives para que salieran del edificio con él, incluso para asignaciones sencillas como interrogar testigos. Había hecho cuanto estaba en su mano para darle a Ferras tiempo para recuperarse, pero la situación había alcanzado un punto en el que tenía que pensar en las víctimas, que no lograban la atención que merecían. Era difícil llevar a cabo una investigación implacable cuando tu compañero estaba pegado a la silla.
Garfield era una avenida principal que ofrecía una panorámica completa del distrito comercial de la ciudad al dirigirse hacia el sur. Monterey Park podía pasar fácilmente por un barrio de Hong Kong. El neón, los colores, las tiendas y el lenguaje de los carteles estaban pensados para una población de habla china. La única cosa que faltaba eran los rascacielos: Hong Kong era una ciudad vertical; Monterey Park, no.
Dobló a la izquierda en Garvey y sacó el teléfono para llamar a Chu.
– He llegado a Garvey. ¿Dónde está?
– Siga y verá un gran supermercado en el lado sur; estamos en el aparcamiento. Pasará el club en el lado norte antes de llegar ahí.
– Entendido.
Cerró el teléfono y siguió conduciendo, buscando con la mirada el neón del lado izquierdo. Enseguida vio el 88, que brillaba por encima de la puerta de un pequeño club sin ninguna otra denominación. Al ver el número en lugar de oírlo en la voz de Chu se dio cuenta de algo. No era la dirección del local, sino una bendición. Bosch sabía por su hija y por sus numerosas visitas a Hong Kong que el 8 era un número de la suerte en la cultura china. El numeral simbolizaba el infinito en la suerte, el amor, el dinero o en lo que se quisiera en la vida. Aparentemente, los miembros de Cuchillo Valeroso estaban deseando un doble infinito al poner el 88 en su puerta.
Al pasar al lado vio luz detrás de la ventana delantera de cristal. Las persianas estaban ligeramente abiertas y Bosch contó una decena de hombres sentados o de pie en torno a una mesa. Harry continuó y tres manzanas después metió el coche en el aparcamiento del supermercado Big Lau. En un extremo del aparcamiento vio un Crown Victoria que parecía demasiado nuevo para ser del Departamento de Policía de Los Ángeles y supuso que Chu iba con los de Monterey Park. Se colocó en el espacio libre de al lado.
Todo el mundo bajó las ventanas y Chu hizo las presentaciones desde el asiento de atrás. Herrera se hallaba detrás del volante y Tao iba a su lado. Ninguno de los agentes de Monterey Park se acercaba a los treinta años, lo cual era de esperar: los pequeños departamentos de policía de las ciudades que rodeaban Los Ángeles funcionaban como semilleros del de la capital. Los policías empezaban jóvenes, conseguían unos años de experiencia y luego se presentaban al Departamento de Policía de Los Ángeles o al del Condado del Sheriff, donde la placa se veía como algo más atractivo y divertido, y la experiencia adicional proporcionaba cierta ventaja.
– ¿Usted identificó a Chang? -preguntó Bosch a Tao.
– Correcto. Lo detuve en un control hace seis meses. Cuando Davy vino con la foto, lo recordé.
– ¿Cuándo fue eso?
Mientras Tao hablaba, su compañero mantenía los ojos en el Club 88, calle abajo. Ocasionalmente, levantaba unos prismáticos para ver más de cerca a la gente que iba y venía.
– Me lo encontré en la zona de almacenes, al final de Garvey. Era tarde, conducía una furgoneta y parecía perdido. Miré y el vehículo estaba vacío, pero supuse que iba a hacer una recogida. Por allí pasan muchos artículos falsos; es fácil perderse, porque hay muchos almacenes y todos parecen iguales. La cuestión es que la furgoneta no era suya: estaba registrada a nombre de Vincent Tsing, quien vive en South Pasadena pero es bien conocido como miembro de Cuchillo Valeroso. Es una cara popular. Tiene un concesionario de coches usados aquí en Monterey Park y Chang trabaja para él.
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