Durante las casi tres horas que llevaban observando al sospechoso, éste se había ocupado de sus quehaceres cotidianos en el concesionario. Había lavado coches, abrillantado llantas para que parecieran nuevas e incluso había llevado al único cliente potencial a probar un Mustang de 1989. Y durante la última media hora había movido sistemáticamente cada una de las tres docenas de coches del aparcamiento a nuevas posiciones a fin de que pareciera que iban cambiando los vehículos disponibles, que había actividad comercial y que el negocio funcionaba.
A las cuatro de la tarde sonó Soul of Things en el reproductor de cedés y Bosch no pudo evitar pensar que incluso Miles daría su reconocimiento a Stan´ko, aunque fuera a regañadientes. Harry estaba siguiendo el ritmo con los dedos en el volante cuando vio que Chang se dirigía a una pequeña oficina y se cambiaba la camisa. Cuando salió había terminado la jornada. Entró en el Mustang y se marchó solo.
El teléfono de Bosch sonó inmediatamente con una llamada de Chu. Harry detuvo la música.
– ¿Lo tiene? -preguntó Chu-. Se está moviendo.
– Sí, ya lo veo.
– Va hacia la 10. ¿Cree que ha terminado la jornada?
– Se ha cambiado de camisa; creo que ha terminado. Yo iré delante, prepárese.
Bosch lo siguió a cinco coches de distancia y se acercó cuando Chang tomó la 10 en dirección oeste, hacia el centro. No iba a casa. Bosch y Chu lo habían seguido la noche anterior a un apartamento en Monterey Park -también propiedad de Vincent Tsing- y lo habían vigilado durante una hora después de que se apagaran las luces y se convencieran de que no iba a volver a salir esa noche.
En ese momento se estaba dirigiendo a Los Ángeles y el instinto de Bosch le decía que iba a llevar a cabo negocios de la tríada. Aceleró y adelantó al Mustang, sosteniendo el móvil junto a la oreja para que Chang no pudiera verle la cara. Llamó a Chu y le dijo que iba delante.
Bosch y Chu continuaron intercambiando posiciones mientras Chang tomaba la autovía 101 en sentido norte y atravesaba Hollywood para dirigirse al valle. El atasco de la hora punta facilitaba el seguimiento del sospechoso. Chang tardó casi una hora en llegar a Sherman Oaks, donde finalmente salió en la rampa de Sepulveda Boulevard. Bosch llamó a Chu.
– Creo que se dirige a la otra tienda -le dijo a su compañero de vigilancia.
– Me parece que tiene razón. ¿Deberíamos llamar a Robert Li y avisarlo?
Bosch se lo pensó. Era una buena pregunta: tenía que decidir si Robert Li corría peligro. En ese caso, debería avisarlo; en cambio, si no estaba en peligro, una advertencia podía estropear toda la operación.
– No, todavía no. Veamos qué ocurre. Si Chang va a la tienda, entramos con él e intervenimos si las cosas se tuercen.
– ¿Está seguro, Harry?
– No, pero es lo que haremos. No se quede en el semáforo.
Mantuvieron la conexión. El semáforo acababa de ponerse verde al final de la rampa. Bosch iba cuatro coches detrás de Chang, pero Chu estaba a al menos ocho.
El tráfico se movía despacio y Bosch continuó mirando el semáforo. Se puso ámbar justo cuando él llegaba al cruce. Logró pasar, pero Chu no.
– Vale, lo tengo -dijo al teléfono-. No hay problema.
– Bueno. Llegaré en tres minutos.
Bosch cerró el aparato. En ese momento oyó una sirena justo detrás y vio unas luces azules que destellaban en el retrovisor.
– ¡Mierda!
Miró adelante y vio que Chang avanzaba hacia el sur por Sepulveda. Estaba a cuatro manzanas de Fortune Fine Foods & Liquor. Bosch se detuvo rápidamente y echó el freno; abrió la puerta y salió. Llevaba la placa en la mano al acercarse al agente en motocicleta que lo había hecho parar.
– ¡Estoy en vigilancia! ¡No puedo parar!
– Hablar por el móvil es ilegal.
– Entonces apúntelo y mándeselo al jefe. No voy a estropear una vigilancia por eso.
Se dio la vuelta y volvió a su coche. Se incorporó de nuevo al tráfico y miró adelante en busca del Mustang de Chang: no estaba. El siguiente semáforo se puso rojo y volvió a detenerse. Dio un manotazo al volante y empezó a preguntarse si debía llamar a Robert Li.
Sonó el teléfono: era Chu.
– Estoy girando. ¿Dónde está?
– Sólo una manzana por delante. Me ha parado un poli de tráfico por hablar por el móvil.
– ¡Genial! ¿Dónde está Chang?
– Delante. Ahora me estoy moviendo.
El tráfico avanzaba con lentitud en el cruce. Bosch no tenía pánico, porque la calle estaba tan bloqueada de vehículos que sabía que Chang no podía estar mucho más adelante. Se quedó en su carril, sabiendo que podría atraer la atención de Chang en los retrovisores si empezaba a cambiar de carril.
Al cabo de otros dos minutos llegó al cruce de Sepulveda y Ventura Boulevard. Divisó las luces de Fortune Fine Foods & Liquor a una manzana, en el siguiente cruce de Sepulveda. No vio por ninguna parte el Mustang de Chang delante del establecimiento. Llamó a Chu.
– Estoy en el semáforo de Ventura y no lo veo. Puede que ya esté allí.
– Estoy a un semáforo de distancia. ¿Qué hacemos?
– Voy a aparcar y entrar. Quédese fuera y busque su coche; llámeme cuando lo vea.
– ¿Va a ir directo a Li?
– Ya veremos.
En cuanto el semáforo se puso verde, Bosch pisó el acelerador y estuvo a punto de atropellar a un peatón que cruzaba en rojo. Circuló despacio en la siguiente travesía y giró a la derecha en el aparcamiento de la tienda. No vio el coche de Chang ni ningún sitio libre salvo el marcado claramente para minusválidos. Bosch cruzó el aparcamiento hasta el callejón y dejó el coche al lado de un cubo de basura que tenía un adhesivo de PROHIBIDO APARCAR. Salió y trotó por el aparcamiento hasta la puerta de la tienda.
Justo cuando Bosch estaba cruzando la puerta automática que decía ENTRADA vio que Chang atravesaba la DE SALIDA. Bosch levantó la mano y se la pasó por el cabello, tapándose la cara con el brazo. Continuó caminando y sacó el teléfono del bolsillo.
Pasó entre las dos cajas, donde había dos mujeres, diferentes de las del día anterior, que esperaban clientes.
– ¿Dónde está el señor Li? -preguntó Bosch sin detenerse.
– En la parte de atrás -dijo una.
– En su oficina -añadió la otra.
Bosch llamó a Chu mientras caminaba rápidamente por el pasillo central hasta la trastienda.
– Acaba de salir. Quédese con él, yo hablaré con Li.
– Entendido.
Bosch colgó y se guardó el teléfono en el bolsillo. Siguió la misma ruta que el día anterior hasta la oficina de Li. Cuando llegó allí, la puerta de la oficina estaba cerrada. Sintió que le quemaba la adrenalina al poner la mano en el pomo.
Bosch abrió la puerta sin llamar y encontró a Li y otro hombre asiático sentados ante dos escritorios, manteniendo una conversación que se detuvo abruptamente. Li se levantó de un salto y Bosch vio de inmediato que estaba ileso.
– ¡Detective! -exclamó Li-. ¡Ahora mismo iba a llamarle! ¡Ha estado aquí! ¡El hombre que me mostró ha estado aquí!
– Lo sé, estaba siguiéndolo. ¿Está bien?
– Asustado, pero nada más.
– ¿Qué ha ocurrido?
Li vaciló un momento para buscar las palabras.
– Siéntese y cálmese -dijo Bosch-. Ahora me lo cuenta. ¿Quién es usted? -Bosch señaló al hombre sentado detrás del otro escritorio.
– Es Eugene, mi ayudante.
El hombre se levantó y le ofreció su mano a Bosch.
– Eugene Lam, detective.
Bosch le estrechó la mano.
– ¿Estaba aquí cuando entró Chang? -preguntó.
– ¿Chang? -repitió Li.
– Así se llama el hombre de la fotografía.
– Sí, estábamos los dos aquí. Acaba de entrar en la oficina.
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