– Unidad de Bandas Asiáticas. Y, sí, hay gente que puede hacerlo, pero no están aquí ahora mismo. En cuanto lo tenga, le llamaré.
– Genial. Llámeme.
Bosch colgó. Se sentía frustrado por el retraso. Un caso tenía que moverse como un tiburón: detener su impulso podía resultar fatal. Miró el reloj para ver qué hora era en Hong Kong, aparcó junto al bordillo y envió la foto de los tatuajes del tobillo de Li a su hija por correo electrónico. Ella lo recibiría en su teléfono, justo después de ver las fotos de los pulmones que le había mandado.
Complacido consigo mismo, Bosch volvió a incorporarse al tráfico. Cada vez era más adepto a la comunicación digital gracias a su hija. Ella había insistido en que se comunicaran por medios modernos: correo electrónico, mensajes de texto, vídeo; incluso había intentado, sin éxito, introducirlo en algo llamado Twitter. Bosch, por su parte, insistió en que se comunicaran también a la vieja usanza: la conversación oral. Se aseguró de que sus contratos telefónicos contaban con planes de llamadas internacionales.
Volvió al EAP al cabo de unos minutos y fue derecho a la unidad de Balística del cuarto piso. Llevó sus cuatro bolsas de plástico a un técnico llamado Ross Malone, cuyo trabajo consistía en coger las balas y los casquillos y usarlos para intentar identificar la marca y modelo del arma de fuego de la que procedían. Después, en el caso de que se recuperara una pistola, podría relacionar las balas con el arma por medio de pruebas balísticas y análisis.
Malone empezó con el casquillo: usó unas pinzas para sacarlo del envoltorio y lo sostuvo bajo una lupa de gran potencia con el borde iluminado. Lo estudió un buen rato antes de hablar.
– Cor Bon nueve milímetros -dijo-. Y probablemente está buscando una Glock.
Bosch confiaba en que le confirmara el tamaño de la bala e identificara la marca de ésta, pero no que mencionara el tipo de arma que la había disparado.
– ¿Cómo lo sabe?
– Eche un vistazo.
Malone estaba sentado en un taburete, delante de una lupa fijada a la mesa de trabajo mediante un brazo ajustable. La movió lentamente para que Bosch pudiera ver por encima de su hombro la parte de atrás del casquillo. Bosch leyó las palabras «Cor Bon» estampadas en el exterior del casquillo; en el centro se apreciaba una depresión causada cuando el percutor de la pistola golpeó la base y disparó la bala.
– ¿Ve que la impresión es alargada, casi rectangular? -preguntó Malone.
– Sí.
– Es una Glock; sólo éstas dejan un rectángulo, porque el percutor es rectangular. Debe buscar una Glock de nueve milímetros: hay diversos modelos posibles.
– Gracias, eso ayuda. ¿Algo más?
Malone volvió a colocar la lupa y giró el casquillo de bala por debajo del cristal de aumento.
– Hay marcas claras de la uña extractora y el botador. Si me trae la pistola creo que podré relacionarlas.
– En cuanto la encuentre. ¿Qué hay de las balas?
Malone volvió a meter el casquillo en la bolsa de plástico. Sacó los proyectiles uno a uno y los estudió bajo el cristal; los examinó rápidamente antes de dejarlos. A continuación volvió al segundo y echó otro vistazo, antes de negar con la cabeza.
– No son muy útiles, no están en buen estado. El casquillo será nuestra mejor baza en la comparación. Como le he dicho, tráigame el arma y la relacionaré.
Bosch se dio cuenta de que el último acto de John Li estaba creciendo en importancia. Se preguntó si el viejo podía haber sabido lo decisivo que podría resultar su gesto.
El silencio de Bosch incitó a Malone a hablar.
– ¿Ha tocado este casquillo, Harry?
– No, pero la doctora Laksmi, de la oficina del forense, quitó la sangre con agua. Lo encontraron dentro de la víctima.
– ¿Dentro? Eso es imposible. No hay manera de que un casquillo pueda…
– No me refiero a que le dispararan con él. Trató de tragárselo: estaba en su garganta.
– Ah, eso es diferente.
– Sí.
– Y Laksmi llevaría guantes cuando lo encontró.
– Sí. ¿Qué pasa, Ross?
– Bueno, estaba pensando en algo. Recibimos un aviso de Dactiloscopia hace un mes donde decía que iban a empezar a usar un método supermoderno electronosecuántos para sacar huellas de casquillos de latón, y estaban buscando casos de prueba para usarlo en juicios.
Bosch miró a Malone. En todos sus años de trabajo como detective nunca había oído hablar de que sacaran huellas dactilares de un casquillo disparado por un arma de fuego. Las huellas estaban formadas por aceites de la piel y se quemaban en la fracción de segundo en que se producía la explosión en la recámara.
– Ross, ¿estás seguro de que hablamos de casquillos usados?
– Sí, eso es lo que digo. Teri Sopp es la técnica que se ocupa de ello. ¿Por qué no vas a verla?
– Iré si me devuelves el casquillo.
Al cabo de quince minutos Bosch estaba con Teri Sopp en el laboratorio de Huellas Dactilares del Departamento de Investigaciones Científicas. Sopp era técnica superior y llevaba en el departamento casi tanto tiempo como Harry. Mantenían una buena relación, pero Bosch aún sentía que tenía que afinar la reunión y camelar a Sopp.
– Harry, ¿qué te cuentas? -Era la forma en que siempre saludaba a Bosch.
– Me cuento que me tocó un caso ayer y hoy hemos recuperado un casquillo de la pistola del asesino.
Bosch levantó la mano para mostrar la bolsa de pruebas con el objeto dentro. Sopp la cogió, la levantó y entrecerró los ojos mientras lo examinaba a través del plástico.
– ¿Disparado?
– Sí. Sé que es muy complicado, pero confío en que quizás haya una huella en él. Ahora mismo no tengo mucho más en el caso.
– Vamos a ver. Normalmente, deberías esperar tu turno, pero teniendo en cuenta que llevamos cuatro jefes de policía de retraso…
– Por eso he acudido a ti, Teri.
Sopp se sentó en una mesa de examen y, como Malone, usó unas pinzas para sacar el casquillo de la bolsa de pruebas. Primero le echó vapor de cianocrilato y luego la sostuvo bajo una luz ultravioleta. Bosch estaba mirando por encima del hombro y tuvo la respuesta antes de que Sopp la expresara.
– Hay una mancha aquí. Parece que alguien la manejó después de que la dispararan, pero nada más.
– Mierda.
Bosch supuso que la mancha la dejó casi con toda seguridad Li cuando cogió el casquillo y se lo puso en la boca.
– Lo siento, Harry.
Bosch bajó los hombros. Sabía que era una posibilidad remota, o quizá ni eso, pero quería expresarle a Sopp lo mucho que había contado con conseguir una huella.
Sopp empezó a poner el casquillo de nuevo en el sobre.
– ¿Balística ya lo ha mirado?
– Sí, vengo de allí.
Ella asintió con un gesto. Bosch se dio cuenta de que estaba pensando en algo.
– Harry, háblame del caso. Dime los parámetros.
Bosch hizo un resumen, pero omitió el detalle del sospechoso captado por el vídeo de vigilancia. Lo explicó como si la investigación fuera casi desesperada: ni pruebas, ni sospechosos, ni otro motivo que el robo común; nada de nada.
– Bueno, hay una cosa que podríamos hacer -dijo Sopp.
– ¿El qué?
– A final de mes publicaremos un boletín sobre esto. Estamos trabajando en la mejora electrostática. Éste podría ser un buen primer caso para nosotros.
– ¿Qué demonios es una mejora electrostática?
Sopp sonrió como un chico al que todavía le quedan caramelos cuando a ti se te acaban.
– Es un proceso que desarrolló en Inglaterra la policía de Northamptonshire, mediante el cual pueden obtenerse huellas dactilares de superficies de latón como casquillos de bala gracias a la electricidad.
Читать дальше