– El primer disparo fue a la parte superior izquierda del pecho. El proyectil rasgó el ventrículo derecho del corazón, impactó en las vértebras torácicas y seccionó la médula. La víctima caería al suelo de inmediato. Los otros dos disparos fueron a los lados derecho e izquierdo del esternón inferior; es imposible ordenarlos. Las balas atravesaron los lóbulos derecho e izquierdo de los pulmones y se alojaron en la musculatura de la espalda. El resultado de los tres disparos fue una pérdida instantánea de la función cardiopulmonar y la consecuente muerte. Diría que no duró más de treinta segundos.
El informe sobre la lesión medular aparentemente ponía en duda la hipótesis de Bosch según la cual la víctima se había tragado voluntariamente el casquillo.
– Con la médula dañada, ¿podría haber efectuado un movimiento con la mano y el brazo?
– No por mucho tiempo. La muerte fue casi instantánea.
– Pero no estaba paralizado, ¿no? En esos últimos treinta segundos, ¿podría haber cogido el casquillo y ponérselo en la boca?
Laksmi consideró la nueva hipótesis durante unos segundos antes de responder.
– Creo que de hecho estuvo paralizado, pero el proyectil se alojó en la cuarta vértebra torácica y seccionaría la médula en ese punto. Sin duda causaría parálisis, pero ésta habría empezado en ese punto. Los brazos podían seguir moviéndose: sería cuestión de tiempo. Como he dicho, su organismo habría dejado de funcionar enseguida.
Bosch asintió: su teoría aún se sostenía. Li podría haber cogido rápidamente el casquillo con sus últimas fuerzas y ponérselo en la boca.
Bosch se preguntó si el asesino lo sabía. Lo más probable era que hubiera tenido que rodear el mostrador para buscar los casquillos, y en ese momento Li podría haber cogido uno de ellos. La sangre hallada bajo el cuerpo de la víctima indicaba que lo habían movido, y Bosch se dio cuenta de que lo más probable era que eso hubiera ocurrido durante la búsqueda del casquillo que faltaba.
Sintió una creciente excitación. El casquillo era un hallazgo significativo, pero la idea de que el asesino había cometido un error era aún mayor. Quería llevar la prueba a Balística lo antes posible.
– Vale, doctora, ¿qué más tenemos?
– Hay algo que tal vez quiera ver ahora mejor que esperar a las fotos. Ayúdeme a darle la vuelta.
Se acercaron a la mesa de autopsias y hicieron rodar con cuidado el cuerpo. El rígor mortis ya había desaparecido y la operación resultó sencilla. Laksmi señaló los tobillos; Bosch se acercó y vio que había pequeños símbolos chinos tatuados en la parte de atrás de los pies de Li. Había dos o tres en cada pie, situados a ambos lados del tendón de Aquiles.
– ¿Los ha fotografiado?
– Sí, estarán en el informe.
– ¿Hay alguien aquí que pueda traducirlo?
– No creo. Tal vez el doctor Ming, pero esta semana está de vacaciones.
– Vale. ¿Podemos arrastrarlo un poco hacia abajo para que le cuelguen los pies y pueda hacerle una foto?
Laksmi le ayudó a mover el cadáver en la mesa. Los pies salieron por el borde y Bosch situó los tobillos uno junto al otro de manera que los símbolos chinos quedaran alineados. Buscó bajo su bata y sacó el teléfono móvil; lo puso en modo cámara e hizo dos fotos de los tatuajes.
– Listo.
Bosch dejó el teléfono y volvieron a dar la vuelta al cadáver para colocarlo en su lugar en la mesa.
Bosch se quitó los guantes y los arrojó al receptáculo de residuos médicos. Cogió el teléfono y llamó a Chu.
– ¿Cuál es su correo electrónico? Quiero enviarle una foto.
– ¿De qué?
– Símbolos chinos tatuados en los tobillos del señor Li. Quiero saber qué significan.
– Vale.
Chu le dio el correo de su departamento. Bosch comprobó su cámara y le envió la foto más nítida; luego guardó el teléfono.
– Doctora Laksmi, ¿hay algo más que necesite saber?
– Creo que es todo, detective, aunque hay una cosa que tal vez la familia quiera saber.
– ¿Qué?
La doctora hizo un gesto hacia uno de los órganos que había colocado sobre la mesa de trabajo.
– Las balas sólo aceleraron lo inevitable. El señor Li se estaba muriendo de cáncer.
Bosch se acercó y miró la bandeja. Laksmi había extraído del cuerpo los pulmones de la víctima para pesarlos y examinarlos. Los había abierto para extraer las balas y ambos lóbulos se veían de color gris oscuro por las células cancerosas.
– Era fumador -dijo Laksmi.
– Lo sé -dijo Bosch-. ¿Cuánto tiempo cree que le quedaba?
– Quizás un año, tal vez algo más.
– ¿Sabe si lo habían tratado?
– No lo parece. Desde luego no hubo cirugía, y no veo signos de quimioterapia ni radiación. Puede que no lo hubieran diagnosticado, pero lo habría sabido muy pronto.
Bosch pensó en sus propios pulmones: llevaba años sin fumar, pero decían que el daño se causa pronto. En ocasiones, por las mañanas, sentía los pulmones cargados y pesados. Años atrás tuvo un caso en el cual estuvo expuesto a altos niveles de radiación. Salió bien librado médicamente, pero siempre pensó o deseó que la exposición hubiera terminado con cualquier cosa que creciera en su pecho.
Bosch sacó de nuevo el teléfono móvil y una vez más lo puso en función cámara.
– ¿Qué está haciendo? -preguntó Laksmi.
– Quiero enviárselo a alguien.
Comprobó la foto y vio que era bastante clara. Entonces la envió por correo electrónico.
– ¿A quién? Espero que no sea a la familia.
– No, a mi hija.
– ¿A su hija? -Había un tono de indignación en la voz.
– Ha de saber lo que puede causar el tabaco.
– Muy bonito.
Laksmi no dijo nada más. Bosch apartó el teléfono y miró el reloj: tenía una doble visualización que mostraba la hora de Los Ángeles y la de Hong Kong; un regalo de su hija después de demasiadas llamadas en plena noche por calcular mal el cambio horario. Eran poco más de las tres en Los Ángeles. Su hija le llevaba quince horas de ventaja y estaba durmiendo. Se levantaría para ir a la escuela al cabo de una hora y recibiría la foto entonces. Sabía que suscitaría una llamada de protesta, pero incluso una llamada así era mejor que nada.
Sonrió al pensar en ello y volvió a concentrarse en el trabajo. Estaba listo para seguir en marcha.
– Gracias, doctora -dijo-. Para que conste, me llevo las pruebas balísticas a Criminalística.
– ¿Ha firmado?
Laksmi señaló una tablilla con portapapeles que había sobre la mesa y Bosch vio que ella ya había rellenado el informe de cadena de pruebas. Harry firmó en el lugar correspondiente para atestiguar que tomaba posesión de las pruebas mencionadas. Se dirigió hacia la puerta de la sala de autopsias.
– Deme un par de días para el informe escrito -dijo Laksmi.
Se refería al informe formal de la autopsia.
– Concedido -dijo Bosch al tiempo que salía.
De camino a Criminalística, Bosch llamó a Chu y le preguntó por los tatuajes.
– Todavía no los he traducido -respondió éste.
– ¿Qué quiere decir, no los ha mirado?
– Sí, los he mirado, pero no sé traducirlos. Estoy tratando de encontrar a alguien que pueda hacerlo.
– Chu, le vi hablando con la señora Li. Usted la tradujo.
– Bosch, que hable chino no significa que sepa leerlo. Hay ocho mil caracteres como éstos. Toda mi educación fue en inglés; hablaba chino en casa, pero nunca lo leí.
– Muy bien, ¿hay alguien ahí que pueda traducirlo? Es la Unidad de Delitos Asiáticos, ¿no?
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