– Hábleme de este hombre -dijo.
Li sostuvo la imagen con ambas manos y juntó las cejas al examinarla. Bosch sabía que la gente hacía eso para simular una profunda concentración, pero en general trataba de ocultar otra cosa. Era muy probable que durante la última hora Robert hubiera recibido una llamada de su madre y supiera que iban a enseñarle la foto. Respondiera como lo hiciese, Bosch sabía que no iba a contar la verdad.
– No puedo decirle nada -dijo Li al cabo de unos segundos-. No lo reconozco, nunca lo he visto.
Le devolvió la hoja a Bosch, pero éste no la cogió.
– Pero sabe quién es.
En realidad no era una pregunta.
– No, lo cierto es que no -dijo Li con una ligera incomodidad en la voz.
Bosch le sonrió, pero era una de esas sonrisas sin la menor calidez de humor.
– Señor Li, ¿le ha llamado su madre y le ha avisado de que iba a enseñarle esta foto?
– No.
– Podemos mirar los teléfonos, ¿sabe?
– ¿Y qué si lo hizo? Ella no sabía quién era y yo tampoco.
– Quiere que encontremos a la persona que mató a su padre, ¿no?
– ¡Por supuesto! ¿Qué clase de pregunta es ésa?
– Es la clase de pregunta que hago cuando sé que alguien me oculta algo y que eso…
– ¿Qué? ¡Cómo se atreve!
– … podría ser muy útil para mi investigación.
– ¡No le oculto nada! Le aseguro que no conozco a ese hombre. ¡No sé cómo se llama y nunca lo había visto antes! ¡Es la pura verdad!
Li se ruborizó. Bosch esperó un momento y luego habló con calma.
– Puede que esté diciendo la verdad. Puede que no conozca su nombre y que nunca lo haya visto antes. Pero sabe quién es, Robert. Sabe que su padre estaba pagando una extorsión; quizás usted también lo hace. Si cree que hablar con nosotros entraña un riesgo, entonces podemos ayudarle.
– Desde luego -intervino Chu.
Li negó con la cabeza y sonrió como si no pudiera creer la situación en la que se hallaba. Empezó a respirar con dificultad.
– Mi padre acaba de morir, lo han matado. ¿No puede dejarme en paz? ¿Por qué me están acosando? Yo también soy una víctima.
– Ojalá pudiéramos dejarlo en paz, Robert -dijo Bosch-. Pero si no encontramos al responsable, nadie lo hará. Supongo que no es eso lo que quiere.
Li pareció calmarse y negó con la cabeza.
– Mire -continuó Bosch-. Tenemos una declaración firmada. Nada de lo que nos diga ahora ha de salir de este despacho. Nadie sabrá nunca lo que nos ha dicho. -Bosch se inclinó hacia delante y tocó la imagen con un dedo. Li todavía la sujetaba-. Quien mató a su padre se llevó el disco de la grabadora que había en la parte de atrás, pero dejó discos viejos. Este tipo estaba en uno de ellos cobrando dinero de su padre una semana antes del crimen, el mismo día y a la misma hora. Su padre le dio doscientos dieciséis dólares. Este tipo es de la tríada y creo que usted lo sabe. Ha de ayudarnos con eso, Robert; nadie más puede hacerlo.
Bosch esperó. Li puso la imagen sobre la mesa y se frotó las palmas sudorosas de las manos en los vaqueros.
– De acuerdo, sí, mi padre pagaba a la tríada -dijo.
Bosch respiró pausadamente. Acababan de dar un gran paso y quería que Li continuara hablando.
– ¿Durante cuánto tiempo? -preguntó.
– No lo sé, toda su vida; toda mi vida, supongo. Siempre lo hizo; para él formaba parte de ser chino: había que pagar.
Bosch asintió.
– Gracias por decírnoslo, Robert. Veamos, ayer nos comentó que con la situación económica y demás las cosas no marchaban bien en la tienda. ¿Sabe si su padre iba atrasado en los pagos?
– No lo sé, es posible, pero no me lo dijo. Estábamos de acuerdo en eso.
– ¿Qué quiere decir?
– Yo creía que no debía pagar y se lo dije un millón de veces. «Esto es América, padre, no ha de pagarles.»
– Pero seguía haciéndolo.
– Sí, cada semana; era de la vieja escuela.
– Entonces, ¿usted no paga aquí?
Li negó con la cabeza, pero sus ojos se apartaron un momento. Una delación clara.
– Paga, ¿verdad?
– No.
– Robert, hemos de…
– No pago porque él lo hacía por mí. Ahora no sé lo que ocurrirá.
Bosch se acercó a él.
– Quiere decir que su padre pagaba por las dos tiendas.
– Sí.
Li tenía la mirada baja. Volvió a frotarse las palmas en los pantalones.
– El doble pago, ciento ocho por dos, cubría las dos tiendas.
– Sí, la semana pasada.
Li asintió y Bosch pensó que veía lágrimas agolpándose en sus ojos. Harry sabía que la siguiente pregunta era la más importante de todas.
– ¿Qué pasó esta semana?
– No lo sé.
– Pero tiene una idea, ¿verdad, Robert?
Volvió a asentir.
– Las dos tiendas están perdiendo dinero. Nos expandimos en el momento equivocado, justo antes de la crisis. Los bancos tienen ayuda del gobierno, pero nosotros no. Podíamos perderlo todo, y le dije… Le dije a mi padre que no podíamos seguir pagando. Le dije que estábamos pagando por nada y que íbamos a perder las tiendas si no parábamos.
– ¿Dijo que dejaría de pagar?
– No, no nada de eso. Pensé que iba a seguir pagando hasta que tuviéramos que cerrar. Iba sumando y ochocientos dólares al mes es mucho en un negocio como éste. Mi padre pensaba que si encontraba otras formas… -Su voz se apagó.
– ¿Otras formas de qué, Robert?
– Otras formas de ahorrar dinero. Estaba obsesionado con pillar a los rateros, y pensaba que si contenía las pérdidas cambiaría las cosas. Era de otra época, no lo entendía.
Bosch se recostó en la silla y miró a Chu. Habían logrado que Li se sincerara. Ahora era el turno de que Chu se ocupara de las preguntas concretas en relación con la tríada.
– Robert, ha sido de gran ayuda -dijo Chu-. Quiero hacerle unas preguntas sobre el hombre de la foto.
– He dicho la verdad. No sé quién es, nunca en mi vida lo he visto.
– Vale, pero ¿alguna vez habló de él su padre cuando estaban discutiendo sobre los pagos?
– Nunca mencionó su nombre. Sólo dijo que se enfadaría si dejábamos de pagar.
– ¿Alguna vez mencionó el nombre del grupo al que pagaba? ¿La tríada?
Li negó con la cabeza.
– No, nunca… Espere, sí, una vez. Era algo sobre un cuchillo, como si el nombre procediera de una clase de cuchillo o algo así. Pero no lo recuerdo.
– ¿Está seguro? Eso podría ayudarnos a reducir el círculo.
Li negó con la cabeza otra vez.
– Trataré de recordarlo; ahora mismo no puedo.
– Vale, Robert.
Chu continuó con el interrogatorio, pero las preguntas eran demasiado específicas y Li continuamente respondía que no sabía las respuestas. Para Bosch estaba bien, habían conseguido un gran avance y ahora veía que el caso estaba mucho mejor enfocado.
Al cabo de un rato, Chu terminó y volvió a cederle la batuta a Bosch.
– Bien, Robert -dijo Harry-. ¿Cree que el hombre o los hombres a los que su padre pagaba vendrán a pedirle el dinero a usted ahora?
La pregunta suscitó un arqueo de cejas de Li.
– No lo sé -dijo.
– ¿Quiere protección del Departamento de Policía de Los Ángeles?
– Eso tampoco lo sé.
– Bueno, tiene nuestros teléfonos. Si aparece alguien, coopere y prométale el dinero si se ve en la necesidad de hacerlo.
– ¡No tengo el dinero!
– Ésa es la cuestión. Prométale el dinero, pero dígale que tardará un día en conseguirlo. Entonces llámenos y nosotros nos ocuparemos.
– ¿Y si simplemente lo coge de las cajas registradoras? Ayer me dijo que la de la tienda de mi padre estaba vacía.
– Si hace eso, usted no se oponga y luego llámenos. Lo cogeremos cuando vuelva la próxima vez.
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