En la pared izquierda, un armario y una mesilla con dos pequeñas butacas y una máquina de café sobre un estante de madera. Paredes de color impreciso. Un par de cuadros de gusto discutible y varias plantas metidas en los anillos de un portatiestos de hierro fundido. Detrás del escritorio, frente a la puerta, había un hombre. Russell no lograba enfocarlo bien por el contraluz apenas mitigado por las láminas de las cortinas americanas.
El hombre le señaló una silla delante del escritorio.
– Soy el capitán Bellew. Siéntese, señor Wade.
Russell lo hizo y la mujer se puso a su lado, no muy cerca, y siguió de pie. Lo miraba con una curiosidad que no advertía en el capitán.
A Russell le pareció un hombre solvente. No era un político sino un policía. Alguien que se había ganado los grados y los cargos con resultados concretos, no con relaciones públicas o privadas.
Russell se apoyó en el respaldo.
– Me ha dicho la detective Light que usted pretende tener informaciones importantes para nosotros.
– No lo pretendo, las tengo.
– Eso lo veremos. Por el momento partamos desde el principio. Hábleme de su relación con Ziggy Stardust.
– Antes quiero hablar de mi relación con usted.
– ¿Cómo dice?
– Sé que en casos de esta envergadura tienen ustedes un amplio poder discrecional sobre las concesiones a hacer… a quienes proporcionan elementos útiles para las investigaciones. Tienen dinero a su disposición y una serie de otros privilegios. Incluso la inmunidad, si fuera necesario.
La expresión del capitán se oscureció.
– ¿Quiere dinero?
Russell Wade sacudió la cabeza y esbozó una media sonrisa.
– Hasta hace dos días una oferta así me habría alegrado. Quizás incluso convencido…
Bajó la cabeza para hacer una pausa, dejando la frase inconclusa, como si de golpe un pensamiento o un recuerdo lo hubieran interrumpido. Después levantó la cabeza.
– Hoy es diferente. Sólo quiero una cosa.
– ¿Le parece bien que le pregunte qué?
– Quiero exclusividad. Quiero seguir de cerca la investigación… a cambio de lo que les daré.
El capitán se quedó pensativo. Cuando habló, eligió bien las palabras, como si lo que expresaba fuese un concepto que requiriera una precisión absoluta.
– Señor Wade, yo diría que usted no se presenta aquí provisto de las mejores referencias.
Russell hizo un gesto impreciso con las manos. Y se adecuó al tono de su interlocutor.
– Capitán Bellew, mi historia es de dominio público. Todo el mundo sabe que en el pasado recibí un Premio Pulitzer que no merecía y me quitaron con razón. No niego aquellas circunstancias, sólo que las conozco mejor que nadie. Mis responsabilidades por lo que he hecho en el pasado no tienen justificación, aunque quizá merezcan algunas explicaciones. Pero éste no es el momento de darlas. Le ruego que me crea que tengo cosas muy importantes para revelar, aun cuando, como usted dice, no me presento con las mejores referencias.
– ¿Por qué quiere hacerlo?
Russell se dio cuenta de que esa pregunta implicaba una respuesta crucial. Para el resto de la conversación… y para el resto de su vida. Se la daría a aquel hombre, pero al mismo tiempo a sí mismo.
– Podría enumerarle una larga serie de motivos. Pero en realidad lo que quiero de verdad es dejar de ser un cobarde.
En el despacho se hizo el silencio.
El capitán lo miró a los ojos y Russell le sostuvo la mirada sin esfuerzo.
– Podría detenerlo como sospechoso del homicidio de Ziggy Stardust.
– Está en sus manos, desde luego, pero no creo que lo haga. -Consideró oportuno precisar algo, para que no creyeran que su afirmación era producto de una pura especulación-. Capitán, no soy un chacal. Si hubiese querido un scoop hubiera ido al New York Times , aun con las dificultades que puede imaginar. Pero créalo: eso habría provocado el pánico en toda la ciudad. Pánico total. Y no tengo la menor intención de jugar con la vida de miles de personas. Porque eso es lo que está en juego…
Hizo una breve pausa, mirando alternativamente a uno y a otra.
– La vida de miles de personas -repitió, para que el concepto les resultara tan claro como a él. Después lo reforzó con un mensaje que no sabía si era más difícil de transmitir o de aceptar-. La explosión del sábado, si es lo que pienso, será sólo la primera de una larga sucesión…
Se levantó y dio unos pasos.
– Por una serie de motivos, uno de los cuales es el caso Ziggy, he escogido hablar de esto con la detective Light y con usted. No es mi intención retener informaciones que podrían salvar tantas vidas. Podría haber ido al FBI, pero creo que la mejor idea es que todo comience aquí, en este despacho.
Volvió a la silla pero no se sentó. Apoyó las manos sobre el escritorio e inclinó levemente el cuerpo hacia el hombre que lo escuchaba.
Ahora era él quien buscaba la mirada del capitán.
– Sólo necesito su palabra de honor sobre que me dejará seguir de cerca la pesquisa.
Russell sabía que entre los cuerpos policiales siempre existía algún tipo de rivalidad. Y sabía que tenía su punto álgido entre la policía de Nueva York y el FBI. El capitán Bellew tenía todo el aire de ser un profesional competente y una buena persona, pero también era un ser humano. La idea de que su distrito pudiera estar en primer plano y que le reconocieran méritos podía ser un elemento de peso.
El capitán indicó la silla.
– Siéntese, -Bellew esperó a que Russell Wade se sentara antes de proseguir-. Está bien. Tiene mi palabra. Si lo que tiene que decirme es interesante le concederé seguir de cerca las investigaciones. Pero si nos ha hecho perder el tiempo, yo mismo me encargaré de echarlo escaleras abajo con una patada en el trasero.
Una pausa y una mirada para sellar el pacto y sus posibles consecuencias.
– Y ahora, hable.
El capitán le hizo un gesto a Vivien, que hasta ese momento había permanecido en silencio, junto al escritorio, quieta y escuchando la conversación. Russell entendió que a partir de ese momento sería ella quien tomara el mando.
Y lo hizo.
– ¿Qué tiene que ver Ziggy Stardust?
– Por motivos personales, estuve en su casa el sábado por la tarde.
– ¿Qué motivos?
– Ustedes me conocen. Y creo que conocían a Ziggy y estaban al tanto de sus muchas actividades. ¿Pueden aceptar que por el momento los motivos carecen de importancia?
– Siga.
– Ziggy vivía en un semisótano. Cuando llegué a su casa y doblé la esquina del pasillo, al fondo de las escaleras, vi a una persona con chaqueta militar que se dirigía a la escalera de la otra parte del corredor. Tenía prisa. Pensé que se trataba de uno de los tantos clientes de Ziggy y que no veía la hora de alejarse de ese lugar.
– ¿Podría reconocerlo?
Russell advirtió la transformación de la mujer y su impresión fue muy favorable. De simple espectadora había tomado las riendas del asunto con la actitud de alguien que conoce su oficio.
– No creo. No le he visto la cara. Era de complexión común, podría parecerse a cualquiera.
– ¿Y después qué hizo?
– La puerta de Ziggy estaba abierta. Cuando entré todavía estaba vivo, pero en medio de un charco de sangre. Había sangre por todas partes, en los pantalones y la camisa. También le salía por la boca. Trataba de levantarse para llegar a la impresora.
– ¿La impresora?
Russell asintió con la cabeza.
– Y es lo que hizo. Me pregunté por qué lo hacía. Se agarró a mí y apretó un botón donde había un piloto anaranjado que se encendía y apagaba, como cuando se termina el papel y la máquina se pone en stand by.
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