Giorgio Faletti - Yo soy Dios

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Un asesino en serie tiene en vilo a la ciudad de Nueva York. Sus acciones no entran en los esquemas conocidos por los criminalistas. No elige a sus víctimas. No las mira a los ojos mientras mueren… No elimina a una persona en cada asesinato. Golpea masivamente. La explosión de un edificio de veinte plantas, seguida del descubrimiento casual de una vieja carta, conduce a la policía a enfrentar una realidad espantosa… Y las pocas pistas sobre las que los detectives trabajan terminan en callejones sin salida: el criminal desaparece como un fantasma.
Vivien Light, una joven detective que esconde sus dramas personales detrás de una apariencia dura, y un antiguo reportero gráfico, con un pasado que prefiere olvidar, son la única esperanza para detener a este homicida. Un viejo veterano de guerra llevado por el odio. Un hombre que se cree Dios.

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Vivien llegó a la sala donde estaban los escritorios de los detectives. Sólo unos pocos de sus colegas estaban en sus sitios. El Plaza estaba vacío.

Hizo un saludo dirigido a todos y a nadie. En ese momento, la acostumbrada camaradería había desaparecido. Todos estaban en silencio y cada uno parecía concentrado en un pensamiento personal.

Se sentó en su mesa, encendió el ordenador y clicó el ratón. Cuando el monitor le dio vía libre, entró en el link de la Police Database, introdujo su identificador y contraseña y apenas entró en el programa tecleó el nombre de Ziggy Stardust. Al instante apareció la foto de un hombre con el número de la ficha policial. La sorprendió encontrarse con una cara anónima, de apariencia inofensiva, una persona de las que ves y te olvidas. Un perfecto producto de la nada.

– Aquí estás, maldito hijo de puta.

Rápidamente leyó todas las andanzas que Zbigniew Malone, alias Ziggy Stardust, había protagonizado. Vivien conocía personas con ese perfil. Un pequeño delincuente, uno de esos que durante toda la vida oscilan en los bordes de la legalidad, sin tener la valentía o capacidad de ir más allá. Un tipo que ni entre la gente de su clase disfrutaba de estima alguna. Había sido arrestado muchas veces por diferentes fechorías. Hurto, venta de drogas, explotación de prostitutas y otros hechos. También había estado un tiempo en la cárcel, pero menos de lo que Vivien habría esperado, dado el curriculum.

Leyó la dirección del sujeto y comprobó que estaba en Brooklyn. Conocía a un detective que trabajaba en el Distrito 67, un tipo discreto y disponible con el cual había colaborado en una investigación en el pasado. Cogió el teléfono y pidió comunicación con el 67 de Brooklyn. Se dio a conocer al telefonista y preguntó por el detective Star. Poco después oyó la voz de su colega.

– Star.

– Hola, Robert. Soy Vivien Light, del Trece.

– Hola, encanto de la humanidad. ¿A qué debo el honor?

– Honrada por tus palabras. Aunque creo que la humanidad piensa otra cosa. A lo mejor tú no formas parte…

Oyó la risotada de Star.

– Veo que no has cambiado. ¿Qué necesitas?

– Información.

– Dispara.

– ¿Qué me dices de un tipo que se hace llamar Ziggy Stardust?

– Mira, podría decirte muchas cosas, pero la primera que se me ocurre es que ha muerto.

– ¿Muerto?

– Exacto. Asesinado. Para más datos, acuchillado. Lo encontraron ayer en su apartamento, tirado en el suelo en medio de un charco de sangre. La autopsia revela que la muerte se produjo el sábado. Era un don nadie, pero alguien ha decidido que no merecía vivir. A veces lo usábamos como informador.

Vivien añadió la calificación de soplón a las otras de Stardust que ya tenía a disposición en la ficha. Eso explicaba la ligereza de la policía para con él. Cuando las informaciones tenían alguna consistencia, cerraban un ojo a las actividades ilícitas de poca monta.

– ¿Habéis cogido al asesino? -Quiso agregar que, en tal caso, ella iría con mucho gusto a la cárcel para colgarle una medalla, pero se contuvo.

– Con las amistades que frecuentaba ese rufián, no creo que sea fácil. Y mira, te seré franco: no hay nadie que lamente su ausencia. Nos estamos ocupando, pero con lo que está sucediendo la caza de su verdugo no es una prioridad, ¿no crees?

– Sí, claro. Tenme informada. Si fuera necesario te explicaré el motivo, ¿vale?

– Bien, bien. Adiós.

Vivien colgó y se quedó unos segundos digiriendo la noticia. Después mandó imprimir la ficha que tenía en el monitor. Se levantó y cogió la hoja cuando salía de la impresora y la llevó a su escritorio. Tenía la intención de que Sundance viera la foto para confirmar si ése era el hombre. No lograba avergonzarse de la pequeña y mezquina euforia que sentía. El feo final de Ziggy Stardust era la demostración de que la venganza y la justicia algunas veces coincidían. La promesa hecha a su sobrina se había cumplido antes de lo previsto. El único remordimiento de Vivien consistía en no haber tenido méritos en ello.

Su colega Brett Tyler salió en ese momento por la puerta de los servicios que había junto al Plaza. Era un tipo oscuro y de buena planta, con un carácter más obstinado que brillante. Tenía maneras más bien rudas cuando su interlocutor no merecía otros modales.

Vivien lo había visto en acción y debía reconocer que, cuando quería, sabía ser muy eficaz.

Tyler se acercó a su mesa.

– Hola, Vivien, ¿todo bien?

– Más o menos, ¿y tú?

El detective separó los brazos en gesto de resignación.

– Estoy en la trepidante espera de Russell Wade para su testimonio sobre la red de timbas ilegales. Una mañana de auténtica emoción.

Vivien recordó la figura derrengada de Wade cuando salía de comisaría en compañía de su abogado. Recordó el comentario del capitán cuando los dos hombres pasaban ante ellos. Bellew había dicho que la vida desordenada del tipo era un verdadero intento de autodestrucción.

– ¿Fuiste tú el que le partió el labio?

– Sí, sí. Y para serte sincero, lo hice con cierto gusto, ¿sabes? Ese tipo no me gusta nada.

Vivien no tuvo tiempo de contestar porque en ese momento el tipo en cuestión apareció por la puerta, acompañado por un agente uniformado. Vivien vio que se había restaurado el estropicio, pero en el labio todavía era evidente el tratamiento de Brett Tyler.

– Lupus in fabula -dijo en voz baja Tyler-. Es como el lobo de la fábula.

Wade se dirigió hacia ellos mientras el uniformado desaparecía. Se quedó de pie frente a Tyler, que no hizo nada por mostrarse cordial. Le dirigió un saludo tan formal que podía interpretarse como burlón.

– Buenos días, señor Wade.

– ¿Hay motivos para que lo sea?

– No, efectivamente. Para ninguno de los dos.

El hombre se volvió hacia Vivien, sentada a un lado de los dos. No dijo nada, sólo se quedó mirándola un instante. Después sus ojos se posaron en la foto que había en la escribanía. De inmediato volvieron a los de Tyler y dijo:

– Entonces… ¿resolveremos rápido este asunto?

El tono de la pregunta fue vagamente provocador. Tyler aceptó el desafío.

– No se ha traído al abogado…

– ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Tiene intenciones de darme otro puñetazo?

Vivien creyó ver una luz divertida en la mirada de Russell Wade. Tal vez también la viera Tyler, porque de golpe se ensombreció. Se apartó e indicó un lugar a su derecha.

– Por aquí, por favor.

Cuando se dirigían a la mesa de Tyler, por un instante se dibujó en la boca de Vivien la insinuación de una sonrisa, provocada por la escaramuza verbal entre los dos. Luego dedicó su atención al expediente relativo al cadáver emparedado de la calle Veintitrés, trabajo pendiente. Lo abrió y encontró el informe de la autopsia y una copia de las fotos que había en el portadocumentos a los pies del cuerpo. No obstante los deseos del capitán de ocuparse de los delitos cometidos en el territorio asignado a su Distrito, era una certeza razonable suponer que la investigación la pasarían a la Cold Case, por lo cual Vivien repasó sin mucho interés el informe del forense. Con términos técnicos confirmaba las causas ya anticipadas por el juez de instrucción en el lugar de los hechos, y lo hacía con palabras más asequibles. La fecha de la muerte se remontaba a unos quince años atrás, no con demasiada precisión debido a las condiciones tanto del cadáver como del lugar donde se hallaba. El resultado del análisis de los restos de ropa todavía no había llegado, y el de la dentadura lo estaban realizando. El cadáver no tenía ninguna señal especial, aparte de unas líneas de fracturas soldadas en el húmero y la tibia derecha, y de un tatuaje en el hombro, aún visible no obstante el tiempo transcurrido. Había una reproducción fotográfica específica: una Jolly Roger, la bandera de los piratas, la de la calavera y las tibias cruzadas. Abajo había una leyenda.

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