Ahora Roscoe sonreía. Tal vez estaba reviviendo el emocionante momento que forma parte de la vida de todo investigador, el del descubrimiento después de años de vanos intentos. Solo que esta vez el fin no era derrotar a la muerte, sino infligirla.
– Cuando me enteré de que Julius Whong era Pig Pen, sentí el deseo de ir directamente a por él, golpear a su puerta y meterle un balazo en su cara de depravado. Pero después conseguí calmarme; reflexioné y tomé una decisión. Decidí matarlos a todos, uno por uno, y hacerlo de manera que la culpa recayera en Julius Whong. A Chandelle Stuart, Gerald Marsalis y Alistair Campbell les concedí morir; a él no. Él debía pagar más que todos los otros, debía pasar el resto de su vida en el corredor de la muerte, sabiendo que cada día que transcurría le acercaba al momento en que alguien le metería una aguja en la vena y empujaría el émbolo de una jeringa llena de veneno.
Maureen decidió actuar, al menos en lo que podía. Aprovechando la distracción de Roscoe, que estaba concentrado en su relato, apoyó los pies en el suelo y cautelosamente empezó a desplazar el sillón con ruedas al que estaba atada, de modo que si quería mirarla a la cara debería volverse y dar la espalda a la puerta detrás de la cual estaba oculto Jordan.
– Empecé a organizarme. La suerte que durante tanto tiempo me había vuelto la espalda ahora me favorecía. A Julius Whong lo habían operado hacía poco del menisco y de los ligamentos, y durante un tiempo anduvo con muletas. Cuando las dejó, le quedó una ligera cojera. Duraría poco, pero a mí me bastaba.
Un centímetro.
Otro.
Otro más.
– Me di cuenta de que Julius y yo teníamos la misma complexión y, salvo los rasgos asiáticos, un físico parecido. Maté primero a Linus, es decir, a Gerald Marsalis. Cuando llegué me reconoció enseguida. Lo obligué a sentarse en una silla, le até las muñecas y los tobillos con cinta adhesiva y lo estrangulé, de manera que sufriera lo más posible. Mientras moría le preguntaba si ahora entendía qué había sentido mi hijo cuando el aire ya no llegaba a sus pulmones. Después lo puse contra la pared con una manta pegada a la oreja, como Schulz dibujaba a Linus en las tiras, y escribí ese estúpido mensaje. Sabía que lo descifrarían enseguida, pero necesitaba que creyeran que el asesinato era obra de un psicópata. Tenía intención de hacerme notar de algún modo cuando me marchara renqueando, pero mientras estaba escondido en la escalera, del piso de Gerald salió una mujer que dejó la puerta entreabierta. Desde el rellano oí que telefoneaba a alguien y lo citaba en su casa. Eso significaba que tenía menos tiempo del previsto, pero también era una buena ocasión para dejar un indicio. Cuando la persona llegó y llamó al timbre, cogí el ascensor y me lo crucé en la entrada. Me coloqué detrás, para hacerme notar pero con cuidado de que no se me viera la cara.
– Pero ¿no pensaste que los otros, sabiendo cómo habían matado a Gerald, podían sospechar?
Roscoe respondió a la pregunta de Maureen con un encogimiento de hombros.
– Gerald era el hijo del alcalde. Pensé que al tratarse de una investigación tan particular los detalles se mantendrían en la más rigurosa reserva, como en efecto sucedió. Decidí usar los personajes de Snoopy porque sabía que tarde o temprano se remontarían a muchos años atrás. Eso podía ofrecer un móvil. Julius quería vengarse de un abandono o algo así.
Un centímetro más.
Aprovechando la mirada ausente de Roscoe, que por un instante se dirigió hacia abajo, hizo otro pequeño desplazamiento.
Cuando volvió a mirarla a los ojos, Maureen vio una expresión dura y complacida.
– Después le tocó a Chandelle. Y no me avergüenza decir que matar a ese ser inútil fue un verdadero placer e incluso un pequeño lujo. Llegué a su casa después de haber atravesado el vestíbulo del Stuart Building con el mismo chándal y con la cojera con que me había hecho notar en casa de Gerald. Intenté andar, en lo posible, de forma furtiva, escondiéndome detrás de alguna persona, pero en realidad traté de que me captaran las cámaras, porque sabía que sería lo primero que iban a comprobar. Le dije a Chandelle que quería hablarle de una novedad referente a su operación, y me hizo subir a su casa. ¡Cómo se sorprendió esa furcia cuando me vio frente a ella con la pistola en la mano! Con Linus tuve que darme prisa, pero con Chandelle tenía mucho más tiempo a mi disposición. La hice hablar; le dejé creer que le perdonaría la vida. Descubrí muchas cosas. Me confesó que había tenido una relación con ese maníaco sexual de Julius y que habían involucrado a los otros dos en el proyecto del robo. A Gerald por su locura, a Alistair Campbell por su debilidad y su dependencia psicológica de Julius. Al final me reveló el absurdo motivo por el que ocurrió todo. Esos condenados cometieron el robo solo como un juego, para sentir emociones fuertes. ¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo? Mi hijo murió porque ellos, por aburrimiento, habían decidido sentir algo diferente. Además, esa puta me reconoció en cuanto entró en mi consulta, y estuvo a mi lado disfrutando con la enferma sensación de saber lo que yo ignoraba, quizá hasta se excitó al pensar en lo que me había hecho. Cuando me acerqué a ella y le apreté el cuello con las manos, mientras me rogaba que no la matara, le susurré al oído las mismas palabras que me dijo Julius: «Soy médico; sé lo que hago». Después la pegué al piano como un dibujo de Lucy, dejé la nota que daba la pista de la víctima siguiente y me fui.
Al fin Roscoe se desplazó. Con un movimiento casi distraído, giró y apoyó la pelvis en el largo mostrador de trabajo, como si estuviera cansado de permanecer de pie y necesitara reclinarse en algo. La pistola, sin embargo, parecía un bloque inmóvil y el cañón seguía apuntando a la cabeza de Maureen.
– Pero antes dejé un nuevo indicio, el decisivo. Hice creer que el asesino había violado a Chandelle después de haberla matado. Y para eso utilicé un pene de caucho que encontré en un cajón de ella. Le puse un preservativo lleno de líquido seminal de Julius Whong. Elegí uno de esos que retrasan el placer del hombre y estimulan el de la mujer, en primer lugar porque deja un residuo químico muy evidente y en segundo lugar porque el uso de un profiláctico así en un cadáver se adecuaba a la perfección con el perfil psicológico de un psicópata. Lo agujereé para que dejara un pequeño residuo de esperma y pareciera que había utilizado un preservativo defectuoso.
– ¿Y cómo lo conseguiste?
– Esa fue la parte más difícil. Julius Whong, después de un inicio juvenil de sexo y violencia, se volvió muy particular. Las mujeres ya no le interesaban; necesitaba situaciones extrañas, emociones fuertes. El alcohol, las drogas y su cerebro enfermo lo llevaron a convertirse… cómo expresarlo… en un refinado. Y recordé a una persona a la que había conocido tiempo atrás.
Jordan salió de su escondite y comenzó con cuidado a bajar la corta escalera. Maureen vio que no movía el brazo derecho y que le colgaba flojo al costado, de una manera extraña, como si estuviera roto.
Un escalón.
Dos escalones.
Tres escalones.
Conteniendo el aliento, Maureen seguía el descenso de Jordan y la narración de Roscoe.
– De vez en cuando solía salir de gira por el país a dar seminarios. En un hospital de Siracusa conocí a una enfermera. Era una mujer de una belleza increíble, tal vez una de las más hermosas que he visto nunca, que ejercía una fascinación sutil, distinta. Tenía una carga de sensualidad que casi se podía tocar. Se llamaba Lysa y poseía una característica bastante singular: en realidad era un hombre. Nos hicimos amigos, y ella empezó a confiar en mí. Era una persona dulce, melancólica, reservada. Y sobre todo honesta, nada que ver con esos transexuales mercenarios que se encuentran en internet. Nos mantuvimos en contacto, incluso cuando ella dejó de trabajar en el hospital. Luego, cuando se me presentó aquella necesidad, pensé que un pervertido como Julius Whong no resistiría la tentación de acostarse con una rareza sexual así. Aproveché la debilidad de Lysa; estaba cansada de luchar en una batalla que ya tenía perdida de antemano. La contraté anónimamente y le ofrecí cien mil dólares para que tuviera una relación con Julius Whong y me consiguiera un preservativo lleno de su líquido seminal.
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