Al no encontrarlo, había decidido ir por su cuenta.
De algún modo Jordan la entendía, pero no por ello dejaba de estar preocupado. Subió a la moto y recorrió el trayecto hasta la dirección que Maureen le había dejado en el mensaje a la máxima velocidad que la Ducati y las leyes de tráfico le permitían, rogando, en los momentos en que las violaba, no cruzarse con ningún coche patrulla de servicio.
Detuvo la moto, se apeó y fue al lado opuesto de la calle para observar la maciza construcción de dos plantas que hacía esquina con Pierrepoint. Ese tramo de la calle Henry se hallaba completamente a oscuras y, en las sombras proyectadas por las luces lejanas de la calle que la cruzaba, Jordan pensó que aquella casa era inquietante, malvada y venenosa.
Por afuera, parecía desierta.
Las ventanas eran recuadros oscuros suspendidos en los muros y, salvo la claridad anaranjada de un cristal que se recortaba en la puerta de entrada, del interior no se filtraba ninguna otra luz que indicara alguna presencia.
Eso podía ser buena señal o significar la peor de las hipótesis posibles.
Se apartó de la fachada y fue a echar un vistazo a la parte posterior de la casa. Estaba totalmente rodeada por un alto muro, hecho con los mismos ladrillos rojos que la construcción principal. Por las copas de los árboles de diferentes especies que sobrepasaban el borde superior, Jordan supuso que un jardín ocupaba toda aquella zona. Tras un rápido cálculo de la altura, se dio cuenta de que no podría llegar a lo alto del muro ni siquiera utilizando la moto como punto de apoyo.
Al final de la pared de ladrillos, lindando con la casa de Roscoe, había un edificio de tres plantas que estaban remodelando, rodeado por una empalizada que delimitaba la zona de la obra. Jordan alzó la mirada para examinar la disposición de los andamios y las protecciones que suelen usarse en esos casos. Luego tomó una decisión, que le pareció la única posible. Sin demasiadas dificultades consiguió penetrar por una abertura de la valla. Las obras estaban en un momento en el que no temían posibles intrusiones. Se introdujo en la planta baja de la construcción, casi sin paredes e iluminada por la luz amarillenta de las farolas.
Había en el aire un olor a ladrillos y a cal, y esa sensación de provisionalidad que tienen todas las obras de construcción. Jordan vio la escalera y subió a la primera planta por unos escalones de cemento y sin barandilla. Cuando llegó al rellano, tropezó con un recipiente de plástico oscuro, casi invisible en la penumbra, que alguien había abandonado en el suelo. Estaba lleno de herramientas de trabajo, y se volcó con un ruido metálico que, en el silencio, a Jordan le pareció más fuerte que un choque frontal entre dos camiones.
Permaneció un instante conteniendo el aliento, con las mandíbulas apretadas, asimilando la sorpresa, el temor de haber llamado la atención de alguien y un dolor en la tibia, donde le había pegado el recipiente.
Ninguna señal de vida.
Se relajó. Desde la galería donde se encontraba echó una mirada hacia el jardín de la casa de enfrente, hasta donde se lo permitían el muro y las ramas de los árboles. En la oscuridad protegida por el follaje, le pareció ver el reflejo de una puerta de cristal, pero desde donde estaba no podía distinguir nada más.
Se volvió, para observar lo que lo rodeaba. A su izquierda había una pila de largos tablones de madera, que probablemente servirían para prolongar el andamio de la planta superior.
Fue a coger uno y, valiéndose de la barandilla tubular de la plataforma para balancear el peso, lo apoyó y lo deslizó hasta alcanzar el borde del muro. Se aseguró de que quedara firme. Cogió otro e hizo lo mismo; lo superpuso al primero, rogando haber calculado bien y que fuera del largo necesario para lo que se proponía hacer.
Fue a buscar entre las herramientas que había volcado y encontró lo que buscaba. Cogió una piqueta, de las que se usan para desclavar los tablones del cemento armado, y se la puso en la cintura de los pantalones.
Avanzó por el precario puente suspendido en la penumbra, que iba desde el suelo de madera del andamio hasta el muro de la casa del doctor Roscoe. Adelantó un pie y lo apoyó en el tablón, al tiempo que se agarraba a un pilar de los andamios. Luego abandonó el punto de apoyo del tubo de metal y dio el primer paso sobre el inestable tablón.
Jordan nunca había tenido vértigo, y rogó no empezar en ese momento.
Con la mirada fija al frente y colocando un pie detrás del otro, como un equilibrista que tuviera arena y sacos de cemento como red de seguridad, llegó a la otra parte de su improvisado puente. Se dio cuenta de que había hecho todo el recorrido conteniendo el aliento y dejó salir de los pulmones un largo suspiro de alivio. Se sentó a horcajadas sobre el muro como en el asiento de la moto, y, sujetándose con las piernas, deslizó hacia delante el segundo tablón, hasta que tocó tierra. El esfuerzo para apoyarlo en el suelo sin hacer ruido y al mismo tiempo impedir que se le resbalara de las manos hizo que la sangre latiera violentamente en sus sienes; tuvo que detenerse un segundo para recobrar el aliento y reponerse de un ligero mareo.
Verificó, hasta donde podía, la solidez del apoyo del tablón contra el muro sobre el que estaba sentado. Se proponía usarlo como un plano inclinado, tenderse encima y deslizarse, valiéndose de la fuerza de los brazos, hasta tocar tierra.
Sin embargo, cuando trató de poner en práctica su plan, el apoyo resultó menos fiable de lo previsto. En cuanto apoyó en el tablón todo el peso del cuerpo, la parte apoyada en el suelo resbaló de golpe hacia delante. Instintivamente, Jordan trató de aferrarse al borde del muro, pero la mano izquierda se escurrió sobre los ladrillos cubiertos de musgo, y quedó colgado solo de una mano. Su cuerpo se torció de golpe hacia el otro lado y Jordan oyó con claridad el crac de la articulación que cedía y vio cómo el hombro se dislocaba. La violenta punzada hizo que se soltara. Su caída la amortiguó una mata de pittosporum pero lo empujó rodando hacia delante, mientras sentía lo que parecían puñaladas en el hombro dislocado.
Se quedó tendido en el suelo, jadeando, sobre un costado del cuerpo. Esperó hasta que el dolor se hizo más soportable, y luego trató de sentarse.
Notó un cambio perceptible en la luz. Las copas de los árboles y el muro atenuaban bastante la claridad de las farolas, de modo que tuvo que esperar a que sus ojos se adaptaran a la luz. Cuando pudo ver lo que lo rodeaba, se levantó y se acercó al tronco de un árbol, en busca de un punto de apoyo que le permitiera poner en su sitio el hombro. Se apoyó en la corteza áspera de un arce y dio un golpe seco. El dolor casi hizo que se desvaneciera. Se examinó el hombro con la mano sana. Probablemente el precedente de la noche de la agresión de Lord había debilitado los ligamentos, por lo que la maniobra no dio los resultados esperados. Seguía sintiendo un fuerte dolor y el hombro no había vuelto a su lugar, lo que le inmovilizaba casi por completo el brazo.
Soltó un profundo suspiro y trató de no pensar en ello. Se dijo que tal vez Maureen se hallaba en peligro, de modo que él no tenía tiempo para sentir dolor. Volvió a prestar atención al lugar donde se encontraba.
Al otro lado del jardín, como ya había entrevisto, se veía el reflejo de un ventanal. Avanzó hacia allí con cautela sobre el terreno blando y, cuando se aproximó lo suficiente, vio que la superficie posterior de la casa, a todo lo largo del jardín y en un tercio de su ancho, estaba ocupada por una galería con grandes ventanales, que continuaba las paredes formando una especie de jardín de invierno. A la luz tenue, los cristales dejaban entrever en el interior siluetas de plantas y una decoración compuesta por muebles y sillones. La galería comunicaba con el interior por medio de tres puertas correderas, una de las cuales estaba parcialmente iluminada. Jordan se puso de frente y trató de ver más allá del umbral. Había un pasillo alumbrado por un recuadro de luz que llegaba de la pared de la derecha, y al fondo otra zona luminosa, enmarcada por algo que parecían unas cortinas abiertas.
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