Giorgio Faletti - Fuera de un evidente destino

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Cuando el mestizo Jim Mackenzie regresa a su pueblo natal, en Arizona, para asistir al funeral de su abuelo, jefe de los indios Navajos, todos sus recuerdos de infancia se ven sacudidos por una escalofriante realidad: una oleada de atroces asesinatos rituales asola la comunidad. Su llegada parece haber despertado misterios hasta el momento ocultos en la sombra; misterios relacionados con la tierra, las raíces y la tradición chamánica que Mackencie tiene que desvelar si quiere poner fin a la mortífera cadena.

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«Los héroes están todos muertos. Incluso los que han conseguido regresar…»

– No, no lo soy.

– Sí que lo eres. Lo has sido siempre, aunque no lo supieras.

– No ha servido de mucho.

– Te equivocas, sí ha servido. Ha servido a esos chávales a los que salvaste. Ha servido para convertirte en el hombre que eres. Ha servido.

Swan calló un momento y a Alan le bastó ese instante para evocar crueles pensamientos.

«El hombre que soy…»

Lo había pensado largamente, echado de noche en una cama de hospital, con desgarradores dolores en las piernas, mientras entre las lágrimas que se deslizaban de sus ojos miraba el cielo raso sin verlo. Se lo había preguntado muchas veces, para su vergüenza de soldado. Se había preguntado si, a la luz de todo lo que experimentaba ahora, habría tomado la misma decisión. Se había preguntado si aún mostraría la misma determinación en elegir la opción más peligrosa o si habría permanecido en su puesto, a salvo, obligado después a rendir cuentas a su conciencia pero íntegro, intacto.

Vivo.

Se había preguntado mil veces si tendría todavía la fuerza de arriesgar la vida por aquellos muchachos. Y no había podido encontrar ni una sola vez una respuesta.

Swan concluyó su difícil monólogo con apenas un hilo de voz.

– Me ha servido a mí para reunir el valor para venir aquí.

Alan permaneció en silencio. Esperaba con ansia que ella continuara, aunque al mismo tiempo no era capaz de contener su temor.

– En todos estos años me he dado cuenta de que he vivido las cosas agradables que rae han pasado con la sensación de no tener pleno derecho a ellas, como si lo hubiera usurpado todo y de un momento a otro fuera a llegar alguien a exigirme explicaciones y arrebatármelo. Vivía como siempre había deseado, y sin embargo…

Dejó en suspenso la frase, pero esa pausa era mucho más explícita que las palabras no dichas.

– Después comprendí por qué.

Otra pausa, el tiempo justo para un suspiro. Y una última, deshilachada bandera blanca.

– Cuando se actúa mal, hace falta tener la fuerza para olvidarlo. Y yo nunca he encontrado esa fuerza, aunque me creía capaz. Es por eso por lo que hoy estoy aquí.

Lo miró a los ojos y Alan leyó la verdad y una espera de años.

– ¿Puedo soñar con que algún día logres perdonarme?

Alan la miró en silencio durante un rato que a Swan le pareció interminable. Aquel era un momento que cualquier hombre habría aceptado como una prueba de la justicia divina.

Ella estaba allí, frente a él, sin defensas. Podía aprovecharse de esa posibilidad y gozar de su revancha. Podía destruirla con las palabras. Pero al mismo tiempo podía obtener una respuesta a sus preguntas. En unos segundos resolvió todas las dudas y entendió que la respuesta era sí. De haberse hallado en la misma situación, se habría comportado de la misma manera y de nuevo habría arriesgado la vida para salvar a aquellos muchachos.

Pero no dijo esas palabras.

– Por supuesto. Ya te he perdonado hace mucho, Swan.

El tiempo volvió a fluir entre aquellas paredes, y la pequeña sonrisa en los labios de Swan equivalía a un incendio.

– Entonces ¿puedo regresar alguna vez?

Alan se dio cuenta de que durante toda la conversación los ojos de Swan no se habían posado ni por un instante en sus piernas.

– Swan, está todo bien. Éramos jóvenes y cometimos errores. Tú, Jim, yo. El único perdón que debes buscar es el que viene de ti misma. No hay nada por lo que debas pagar. No hay nada que te obligue a volver.

– ¿Y si lo hiciera porque me complace?

Alan dirigió la mirada a las prótesis ocultas por los pantalones, para poder hablar sin mirarla a la cara.

– Swan, debemos enfrentarnos a la realidad. Tú eres una mujer que tiene el mundo a sus pies. Yo soy un hombre que en lugar de pies tiene piezas de plástico y metal. ¿Qué placer puede darte frecuentar a una persona así?

Levantó la cara y le sonrió sin darse cuenta de que las palabras, sumadas a esa expresión, adquirían un significado cruel.

– Tal vez la palabra «placer» podría reemplazarse con la palabra «piedad». Y eso es lo último que necesito en este momento.

Swan tenía los ojos húmedos. Hizo un leve gesto afirmativo con la cabeza.

– Lo comprendo. Es justo.

Se levantó del sofá. Alan tuvo una rápida vislumbre de sus ojos llenos de lágrimas, antes de verlos desaparecer detrás de las gafas oscuras.

– Creo que a estas alturas no me queda más que irme.

Se acercó y le dio un rápido beso en la mejilla.

– Adiós, Alan.

Ese beso tenía un perfume que no se olvida y una promesa de ternura que no le estaba permitido sentir.

– Adiós, Swan. Buena suerte.

Swan le dio la espalda y poco después desapareció del otro lado de la puerta. Todo lo que significaba su presencia se disolvió en la nada, como sucedía cada vez que se marchaba. Alan quedó solo a la luz del ocaso, en aquella habitación que un instante después de la partida de Swan le pareció inmersa en la oscuridad.

23

– ¿Por qué no me lo dijiste?

April dejó solo por unos segundos el refugio de su hombro, sin alejarse demasiado del calor de su cuerpo. Jim sentía la presión de la redondez de uno de sus senos, y la piel lisa de las piernas que rozaban las suyas. Ella se quedó mirándolo en silencio, tendida en la cama a su lado pero de nuevo presente en el mundo.

Cuando se habían besado en la sala, la ternura de ese beso se transformó de inmediato en pasión. Las lágrimas se convirtieron en uñas afiladas. Las heridas de ambos se convirtieron en bocas y labios. Se abrazaron, y sus ropas cayeron como si las hubieran hecho para ese único fin. Jim reencontró intacta en el recuerdo esa piel conocida, al mismo tiempo que jamás había experimentado nada similar.

Sin embargo, ella era solo una mujer, y él, únicamente un hombre. La historia de siempre.

Esa lucha de lenguas, de senos, de manos y de roces de pieles que llamaban sexo era algo que ya había experimentado mil veces por sí mismo y por no sabía quién en aquel momento. Sin conseguir nunca darle un nombre diferente. Sin ni siquiera el deseo de vencer el hastío. Ahora algo lo había transformado, pero Jim no tenía ganas de saber en qué. Solo deseaba vivir aquello que estaba sintiendo.

Y para poder hacerlo plenamente debía saber. Aun a riesgo de sufrir.

Repitió la pregunta, por si April no la había oído.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– ¿Qué?

– Lo de Seymour.

La superficie lisa de aquella piel se alejó, reemplazada por el caparazón áspero de la realidad. April se volvió y se inclinó a recoger la camisa del lugar donde la había hecho caer la prisa por desnudarse. Jim adivinó el movimiento de los músculos de la espalda bronceada. Tendió una mano para acariciarla, pero no llegó a tiempo. La cabeza de April volvió a emerger en un rápido movimiento de cabellos, y ella comenzó a ponerse la camisa. Jim vio desaparecer sus senos, botón tras botón.

– ¿Decírtelo habría servido de algo?

Jim guardó silencio. Habría necesitado años para dar esa respuesta. Y no disponía de tanto tiempo.

– Tú solo querías huir. Esa estúpida historia con Swan no tenía nada que ver. El problema no era ella, sino tú. No habría sido más que un medio para retrasar tu fuga, y mientras tanto habríamos sido dos infelices, tanto tú como yo. Con serias probabilidades de crear a un tercero.

– ¿Y qué hiciste?

April se sentó en el borde de la cama y comenzó a ponerse los pantalones.

– Cuando supe que estaba embarazada fui a Phoenix, a casa de mi hermana. Tenía el diploma de la Northern Arizona University, así que asistí a una escuela de periodismo hasta que nació el niño. Después conseguí empleo en el Arizona Daily Sun durante un par de años. Me creé un pequeño nombre. Cuando se me presentó la ocasión, acepté la oferta del Chronicles y volví a Flagstaff.

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