Michael Connelly - Deuda De Sangre

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Tras dos años a la espera de un donante compatible, Terry McCaleb se recupera de un trasplante de corazón que le ha obligado a cambiar por completo de estilo de vida. Su única meta es reparar el velero en el que se ha retirado y dejar definitivamente atrás sus días como agente del FBI especializado en casos de asesinos en serie. Sin embargo, antes de empezar una nueva vida deberá zanjar un asunto pendiente: resolver el asesinato de Gloria Rivers, la mujer cuyo corazón late en su pecho.

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Estos pensamientos le llevaron a la siguiente pregunta: si no era culpable, ¿por qué había huido? McCaleb consideró la explicación de Winston del día anterior. Bolotov no era el asesino, pero probablemente era culpable de algo y por eso huyó.

McCaleb aparcó la cuestión, y se levantó de la cama.

Después de tomarse una taza de café, McCaleb bajó a la oficina a buscar todos los informes y las cintas y regresó al salón. Entonces abrió la puerta corredera para ventilar el barco, se volvió a sentar y empezó a ver de nuevo, metódicamente, todos los vídeos relacionados con el caso.

Veinte minutos más tarde estaba mirando el asesinato de Gloria Torres por tercera vez consecutiva cuando oyó detrás de él la voz de Lockridge.

– ¿Qué demonios es eso?

McCaleb se volvió y vio a Lockridge de pie en la puerta abierta del salón. No había notado que subía a bordo. Cogió el mando a distancia y apagó la televisión.

– Es un vídeo. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Presentarme al trabajo.

McCaleb lo miró sin comprender.

– Ayer me dijiste que me necesitarías esta mañana.

– Ah, sí. Bueno, no creo que… Voy a trabajar aquí hoy. ¿Estarás por aquí más tarde por si me sale algo?

– Probablemente.

– Vale, gracias.

McCaleb esperó a que se fuera, pero Lockridge se quedó allí plantado.

– ¿Qué?

– ¿Es en eso en lo que estás trabajando? -preguntó Lockridge señalando la pantalla.

– Sí, Buddy. Pero no puedo hablarlo contigo. Es un asunto privado.

– Muy bien.

– Entonces, ¿qué más?

– Ah, bueno, ¿cuándo es el día de cobro?

– ¿El día de cobro? ¿De qué estás hablando…? Ah, te refieres a ti. Cuando quieras. ¿Necesitas dinero?

– No me vendría mal disponer de algo hoy.

McCaleb fue a la cocina, porque había dejado su billetera y las llaves en la encimera. Mientras abría la billetera calculó que sólo había usado a Buddy durante ocho horas como máximo. Sacó seis billetes de veinte y se los entregó. Buddy formó un abanico con los billetes y dijo que era demasiado.

– Una parte es para gasolina -explicó McCaleb-. Y lo que sobra es por estar por aquí disponible. ¿Está bien?

– Muy bien, gracias Terror.

McCaleb sonrió. Lockridge lo había llamado así desde la noche en que se conocieron y McCaleb se puso hecho un basilisco por el asunto de la armónica.

Lockridge finalmente se fue y McCaleb volvió a poner manos a la obra. Nada le llamó la atención mientras miraba los vídeos, de manera que regresó a los papeles. En esta segunda lectura el tiempo no constituía un factor determinante y trató de absorber hasta el último pequeño detalle de cada página.

Empezó hacia atrás, por el caso Kang-Torres. En su repaso de los informes y los resúmenes de la investigación, no encontró nada -al margen del conflicto en la cronología que había elaborado previamente- que le pareciera fuera de lugar o que requiriera una investigación ulterior. A pesar de su desdén por la personalidad de Arrango y la autocomplacencia de Walters, no encontró nada equivocado o que se les hubiera escapado.

Al final, llegó a la autopsia y a las fotocopias de las fotos granuladas del cadáver de Gloria Torres. No lo había visto antes por una buena razón: siempre recordaba a las víctimas por las fotos de la autopsia. Las veía muertas, no vivas. Veía lo que les habían hecho. Durante la primera revisión del expediente, había decidido que podía saltarse las fotos de Gloria. No era lo que quería o necesitaba conocer de ella.

Pero en ese momento, en busca de cualquier cosa, examinó las instantáneas. La mala calidad de las fotocopias desdibujaba los detalles y amortiguaba el impacto. Las pasó deprisa y luego volvió a la primera. Era del cadáver desnudo de Gloria en la mesa de autopsias, antes de que se realizara ésta. Una larga incisión hecha por el cirujano que le extrajo los órganos, corría entre los pechos hasta más abajo del esternón. McCaleb sostuvo la foto con las dos manos y miró su cuerpo violado durante un largo rato, sintiendo una mezcla de tristeza y culpa.

El timbrazo del teléfono le sobresaltó. Levantó el auricular antes de que sonara de nuevo.

– ¿Sí?

– Terry, soy la doctora Fox.

McCaleb, inexplicablemente, puso la foto boca abajo sobre la mesa.

– ¿Estás ahí?

– Sí, hola, ¿cómo estás?

– Yo bien, ¿y tú?

– Yo también, doctora.

– ¿Qué estás haciendo?

– ¿Hacer? Sólo estoy sentado aquí.

– Terry, ya sabes a qué me refiero. ¿Qué has decidido respecto a la petición de esa mujer? La hermana.

– Yo, eh… -Volvió a poner la foto boca arriba y la miró-. He decidido que tengo que hacerlo.

Ella no dijo nada, pero McCaleb se la imaginó en su despacho, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza.

– Lo siento -agregó él.

– Yo también lo siento -dijo ella-. Terry, creo que no entiendes los riesgos que corres.

– Yo creo que sí, doctora. De todos modos, me temo que no tengo elección.

– Me parece que yo tampoco.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que no creo que pueda continuar siendo tu médico si es eso lo que vas a hacer. Obviamente no valoras mi consejo ni sientes que tengas que seguir mis instrucciones. Estás eligiendo esta persecución antes que tu salud. Yo no voy a dar mi aprobación.

– ¿Me estás echando, doctora? -Se rió con inquietud.

– No es un chiste. Quizás ése es tu problema, te crees invencible.

– No, no me siento invencible.

– Bueno, entonces tus palabras no se corresponden con tus acciones. El lunes pediré a uno de mis ayudantes que reúna tu historial clínico y te dé los nombres de dos o tres cardiólogos a los que puedo derivarte.

McCaleb cerró los ojos.

– Mira, doctora, yo… yo no sé qué decir. Hemos estado mucho tiempo juntos. ¿No sientes la obligación de seguir?

– Esa obligación es de doble sentido. Si no tengo noticias tuyas el lunes, tendré que asumir que vas a continuar con esa investigación. Tendré tu historial aquí preparado. -Colgó.

McCaleb se quedó sentado. Con el teléfono todavía en la oreja empezó a oír el tono intermitente.

McCaleb se levantó y fue a dar un paseo. Desde el puente de mando observó el puerto y el aparcamiento. No vio señal alguna de Buddy Lockridge ni de nadie más. El aire estaba calmo. Se inclinó sobre la popa y miró el agua, demasiado oscura para distinguir el fondo. Escupió en el agua y de este modo alejó los recelos sobre la sentencia de Fox. Decidió que no se dejaría influir.

La foto seguía esperándole en la mesa. La levantó una vez más y la examinó. Esta vez su mirada recorrió el cuerpo hasta el rostro.

Había algún tipo de oscuro bálsamo en los ojos y entonces recordó que probablemente éstos también habían sido extraídos junto con los órganos internos.

Se fijó en las tres pequeñas perforaciones del lóbulo izquierdo. En el derecho sólo había una.

Estaba a punto de apartar la foto cuando se dio cuenta de que antes había leído la lista de pertenencias de la víctima que el hospital había entregado a la policía.

Curioso por asegurarse de que todos los detalles coincidían, volvió a la pila de papeles y extrajo el informe de pertenencias. Su dedo bajó por la lista de prendas de ropa hasta que llegó al apartado de joyería.

JOYERÍA

1. Reloj Timex

2. Tres pendientes (2 lunas crecientes, un aro de plata)

3. Dos anillos (gema, plata)

Pensó en esto durante un buen rato, recordando que en el vídeo del asesinato quedaba claro que Gloria Torres llevaba un total de cuatro pendientes. El aro, la luna creciente y la cruz que colgaba de su oreja izquierda. En la oreja derecha sólo llevaba una luna creciente. En el listado sólo se mencionaban tres pendientes. Tampoco concordaba con los agujeros claramente visibles en las orejas de Gloria en la foto de la prueba.

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