– Entonces, preocúpese, Arrango.
– Sí, ¿porque va a resolver el caso? -Se rió de un modo artificial, que tenía más veneno que humor.
– Voy a contarle un pequeño secreto -dijo McCaleb-. ¿Sabe quién era Gloria Torres? ¿La víctima que le importa una mierda? Yo llevo su corazón. -McCaleb se dio unos golpecitos en el pecho y volvió a mirarle-. Yo llevo su corazón. Estoy vivo porque ella está muerta. Y eso me mete en esto de un modo que no puede entender. Así que me importan un carajo sus sentimientos. Me da igual si se ofende. Es un capullo, y está bien, sea un capullo. Puedo soportarlo. Pero no voy a dejar esto hasta que detengamos a ese tipo. Me da igual si lo hace usted, yo o quien sea. Pero yo voy a seguir hasta el final.
Se limitaron a mirarse el uno al otro durante un buen rato. Luego McCaleb levantó la mano derecha y con calma apartó a Arrango de su camino.
– Tengo que irme Arrango, ya nos veremos.
Tuvo sueños oscuros. La oscuridad fluía como la sangre en el agua; imágenes periféricas pasaban como flechas y no alcanzaba a captarlas hasta que ya habían desaparecido.
Algún tipo de alarma interior lo despertó tres veces durante la noche. Al incorporarse tan deprisa tuvo una sensación de vértigo. Esperó y aguzó el oído, pero no había nada salvo el sonido del viento que soplaba contra las decenas de mástiles del puerto deportivo. Se levantaba y miraba por el barco y hacia el puerto en busca de Bolotov, aunque no creía probable que el ruso se presentara. Entonces iba al baño y revisaba las constantes vitales. Estaba todo en orden y volvía a las aguas oscuras del mismo sueño indescifrable.
A las nueve en punto del viernes por la mañana el teléfono lo despertó. Era Jaye Winston.
– ¿Estás levantado?
– Sí, es que me cuesta ponerme en marcha hoy. ¿Qué pasa?
– Acabo de hablar con Arrango y me ha contado algo que realmente me preocupa.
– ¿Ah sí? ¿De qué se trata?
– Me dijo de quién era tu corazón.
McCaleb se frotó la cara: había olvidado que se lo había dicho a Arrango.
– ¿Por qué te preocupa, Jaye?
– Porque creía que me lo habías contado todo. No me gustan los secretos, Terry. Ese gilipollas me llama y me hace sentir a mí como una gilipollas porque soy la última en enterarse.
– ¿Cuál es la diferencia entre que lo sepas o no?
– Es algo así como un conflicto de intereses, ¿no?
– No, no es un conflicto. Si me lo preguntas, es una ventaja. Hace que quiera detener a ese tipo más incluso que vosotros. ¿Hay algo más que te preocupe? ¿Se trata de Noone?
– No, no es eso. Ya te dije ayer, que yo quería hacerlo. El capitán me lo ha echado en cara hoy, pero sigo creyendo que había que hacerlo.
– Bueno, yo también.
Se produjo un tenso silencio a continuación. McCaleb aún pensaba que ella quería decirle algo más y la esperó.
– Mira, no vayas por libre en esto, ¿de acuerdo? -dijo Winston.
– ¿Qué quieres decir?
– No estoy segura. Es sólo que no conozco tus planes, y no quiero tener que preocuparme por lo que vas a hacer a causa de tu «ventaja», como tú la llamas.
– Entiendo. Ni siquiera hay que discutirlo, Jaye. Como he dicho siempre, si tengo algo os lo diré a vosotros. Ése sigue siendo el plan.
– Muy bien.
– De acuerdo.
Ya estaba colgando el teléfono cuando oyó de nuevo la voz de Winston.
– Por cierto, hemos mandado la bala a tu amigo hoy. La recibirá mañana si trabaja el sábado, sino el lunes.
– Bien.
– Me lo harás saber si consigues algo, ¿no?
– Primero te lo dirá a ti. Tú mandas el paquete.
– ¿A quién quieres engañar, Terry? Es tu hombre, va a llamarte a ti. Espero que luego no tarde en llamarme a mí.
– Me aseguraré de que lo haga.
Otra vez estaba colgando cuando la oyó.
– ¿Qué vas a hacer hoy?
McCaleb no había pensado en ello seriamente.
– Bueno…, no lo sé. No sé muy bien por dónde seguir. Me gustaría volver a interrogar a los testigos del caso Gloria Torres, pero Arrango casi me amenazó para que no me acercara.
– Entonces, ¿qué?
– No lo sé. Estaba pensando en quedarme en el barco hoy, quizá volver a mirar las cintas y los expedientes, para ver si surge algo. Fui demasiado deprisa la primera vez.
– Bueno, parece un día aburrido. Casi tan malo como el mío.
– ¿Juicio otra vez?
– Ojalá. Los viernes hay receso. Eso quiere decir que voy a pasarme el día con el papeleo. Poniéndome al día. Y será mejor que empiece. Ya nos veremos, Terry. Recuerda lo que dijiste. Me llamas a mí primero con las noticias.
– Claro.
Ella colgó por fin y McCaleb se volvió a acostar, sosteniendo el teléfono sobre el estómago. Al cabo de unos minutos tratando de recordar los sueños de la noche, levantó el teléfono y llamó a información para pedir el número de urgencias del Holy Cross.
Llamó y aguardó un minuto hasta que ella atendió. Su voz era entrecortada y urgente. Obviamente, la había llamado en un mal momento. Estuvo a punto de colgar, pero supuso que ella se habría imaginado que era él.
– ¿Hola?
– Lo siento. Debo de haberla pillado en medio de algo.
– ¿Quién es?
– Soy Terry.
– Ah, Terry, hola. No, no es un mal momento. Es sólo que pensaba que podía tratarse de algo de Raymond. Nadie me llama aquí.
– Entonces, siento haberla alarmado.
– No pasa nada. ¿Está enfermo? No suena como siempre. Ni siquiera le he reconocido la voz. -Soltó una risa forzada.
Él pensó que se sentía avergonzada por no haberle conocido.
– Estoy tumbado boca arriba -dijo-. ¿No lo ha hecho nunca cuando llama para decir que está enferma? ¿Sabe? Hace parecer que está enferma de verdad.
Esta vez la risa de ella era franca.
– No, nunca lo he probado. Lo recordaré.
– Claro, es un buen truco. Puede usarlo.
– Y entonces, ¿qué sucede? ¿Cómo van las cosas?
– Bueno, el caso no va muy bien. Creía que teníamos algo ayer, pero llegamos a un callejón sin salida. Voy a volver a repensarlo todo hoy.
– Bueno.
– Llamaba porque estaba preguntándome por mañana. Ya sabe, si había pensado lo de traer a Raymond para ir a las rocas.
– ¿A las rocas?
– Al espigón. Es un buen sitio para pescar. Voy casi todas las mañanas y siempre hay gente con cañas.
– Bueno, Raymond no ha parado de hablar de eso desde que nos fuimos la otra noche. Así que contaba con ir. Siempre que siga yéndole bien a usted.
McCaleb dudó; pensaba en Bolotov y se preguntaba si constituía una amenaza real. Pero quería ver a Graciela y al niño. Sentía la necesidad de verlos.
– Creo que será mejor que lo dejemos para otro día -propuso ella entonces.
– No -dijo él, el espectro de Bolotov desapareció de su mente-. Sólo estaba pensando. Quiero que vengan. Será divertido. Y puedo preparar la cena que tenía que haber cocinado la otra noche.
– Entonces, muy bien.
– Y pueden quedarse a dormir. Hay mucho sitio. Dos camarotes, y la mesa del salón se transforma en una tercera cama.
– Bueno, ya veremos. Quiero mantener algunas constantes en la vida de Raymond, como su cama.
– Entiendo.
Siguieron hablando de los preparativos un poco más y ella aceptó ir al puerto la mañana siguiente. Después de colgar, McCaleb continuó en la cama con el teléfono sobre el abdomen. Pensaba en Graciela. Le gustaba estar con ella y la perspectiva de pasar el sábado juntos le arrancó una sonrisa. Entonces el pensamiento de Bolotov se coló de nuevo. McCaleb consideró cuidadosamente la situación y decidió que Bolotov no constituía un peligro. Las amenazas rara vez se cumplen. Y aunque Bolotov quisiera cumplirla, no le resultaría fácil encontrar el Following Sea. Además, el ruso ya no era sospechoso.
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