Michael Connelly - Deuda De Sangre

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Tras dos años a la espera de un donante compatible, Terry McCaleb se recupera de un trasplante de corazón que le ha obligado a cambiar por completo de estilo de vida. Su única meta es reparar el velero en el que se ha retirado y dejar definitivamente atrás sus días como agente del FBI especializado en casos de asesinos en serie. Sin embargo, antes de empezar una nueva vida deberá zanjar un asunto pendiente: resolver el asesinato de Gloria Rivers, la mujer cuyo corazón late en su pecho.

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– Muy bien, James, muy bien -dijo McCaleb interrumpiéndole por primera vez-. Esto está muy bien. Ahora lo que quiero que haga es que con su mando a distancia especial retroceda la imagen de la tele hasta el momento en que usted ve por primera vez el coche que sale del aparcamiento del banco. ¿Puede hacerlo?

– Sí.

– Muy bien, ¿ya está allí?

– Sí.

– Muy bien, ahora empecemos de nuevo, pero esta vez páselo a cámara lenta. Muy despacio, para que pueda verlo todo. ¿Está?

– Sí.

– Muy bien, quiero que congele la imagen cuando tenga la mejor vista del coche que se le viene encima. -McCaleb esperó.

– Vale, ya la tengo.

– Muy bien. ¿Puede decirnos qué clase de coche es?

– Sí, un Cherokee negro. Está lleno de polvo.

– ¿Puede decir de qué año es?

– No, es el modelo más nuevo. Un Grand Cherokee.

– ¿Puede ver el lateral del Cherokee?

– Sí.

– ¿Cuántas puertas hay?

McCaleb estaba haciendo una pequeña prueba para asegurarse de que Noone decía lo que estaba viendo, no lo que le habían dicho. McCaleb tenía que confirmar la identificación del vehículo y sabía que sólo se fabricaban Grand Cherokee de cuatro puertas.

– Um, dos en el lado -dijo Noone-. Es de cuatro puertas.

– Bien. Ahora vamos al frente. ¿Ve algún daño en el coche? ¿Alguna abolladura o rallada perceptible?

– No.

– ¿Hay alguna línea en el coche?

– Humm, no.

– ¿Qué hay del parachoques? ¿Ve el parachoques delantero?

– Sí.

– Muy bien, quiero que coja el mando y haga un zoom en el parachoques. ¿Ve la matrícula?

– No.

– ¿Por qué no, James?

– Está tapada.

– ¿Con qué está tapada?

– Uh, hay una camiseta encima. Está enrollada en el parachoques y cubre la matrícula. Parece una camiseta.

McCaleb miró a Winston y vio la decepción en el rostro de la detective. Siguió con el interrogatorio.

– Muy bien, James, coja el mando y haga un zoom en el coche, ¿puede hacerlo?

– Sí.

– Cuántas personas van en el Cherokee.

– Una, el conductor.

– Muy bien haga zoom en él. Dígame lo que ve.

– No puedo.

– ¿Por qué no, qué pasa?

– Las luces. Ha puesto las altas. Brilla demasiado, yo no…

– Muy bien, James, lo que quiero que haga es que coja el mando y mueva la imagen. Vaya hacia delante y hacia atrás hasta que obtenga la mejor imagen del conductor. Avíseme cuando la tenga.

McCaleb se volvió hacia Winston y ella le devolvió la mirada con las cejas arqueadas. Ambos sabían que pronto averiguarían si todo había merecido la pena o no.

– Ya está -dijo James.

– Muy bien, ¿está viendo al conductor?

– Sí.

– Díganos qué aspecto tiene. ¿Cuál es el color de la piel?

– Es blanco, pero lleva una gorra y la visera está baja. Está mirando hacia abajo y la visera le cubre la cara.

– ¿Toda la cara?

– No, le veo la boca.

– ¿Lleva barba o bigote?

– No.

– ¿Le ve la dentadura?

– No, la boca está cerrada.

– ¿Puede verle los ojos?

– No, la gorra se los tapa.

McCaleb se reclinó en la silla y dejó escapar el aire, frustrado. No podía creerlo. Noone era perfecto. Estaba en un trance profundo y aun así no podían obtener de él lo que precisaban, una descripción fiable del asesino.

– Muy bien, ¿está seguro de que es la mejor vista de él?

– Estoy seguro.

– ¿Ve algo del pelo?

– Sí.

– ¿De qué color es?

– Oscuro. Castaño oscuro, quizá negro.

– ¿Qué longitud, puede decirlo?

– Parece corto.

– ¿Qué hay de la gorra? Descríbala.

– Es una gorra de béisbol y es gris. Gris gastado.

– Muy bien. ¿Hay algo escrito en la gorra o el escudo de algún equipo?

– Hay un dibujo, como un símbolo.

– ¿Puede describirlo?

– Hay varias letras que se superponen.

– ¿Qué letras?

– Parece una ce con una línea que la corta, un uno o una i mayúscula o una ele minúscula. Y luego hay un círculo (no, un óvalo) que lo engloba todo.

McCaleb permaneció un momento en silencio pensando en la descripción.

– James -dijo entonces-, si le doy algo para dibujar, cree que podría abrir los ojos y dibujarlo.

– Sí.

– Muy bien, quiero que abra los ojos.

McCaleb se levantó. Winston ya había pasado la hoja de su bloc para dejar una hoja blanca. McCaleb cogió el bloc y el bolígrafo y se los pasó a Noone.

Los ojos de Noone estaban abiertos y miraban fijamente el papel. Luego devolvió el bloc. El dibujo coincidía con la descripción: una línea vertical que cortaba una gran ce, todo englobado en un óvalo.

McCaleb le devolvió el bloc a Winston y ella lo levantó un momento orientado hacia la ventana de espejo para que los demás lo vieran en la pantalla.

– Eso ha estado muy bien, James. Ahora cierre los ojos y mire otra vez la imagen del conductor. ¿Ya está?

– Sí.

– ¿Puede verle las dos orejas?

– Una, la derecha.

– ¿Hay algo inusual?

– No.

– ¿Ningún pendiente?

– No.

– ¿Qué me dice de debajo de la oreja? ¿Puede verle el cuello?

– Sí.

– ¿Algo extraño en él? ¿Qué ve?

– Oh, nada, el cuello, sólo el cuello.

– ¿Es su lado derecho?

– Sí, el derecho.

– ¿No hay ningún tatuaje en el cuello?

– No, ningún tatuaje.

McCaleb suspiró de nuevo. Acababa de eliminar a Bolotov como sospechoso, después de pasarse el día construyéndolo como tal.

– Muy bien -dijo con voz resignada-, ¿qué hay de las manos? ¿Le ve las manos?

– En el volante. Están sosteniendo el volante.

– ¿Ve algo extraño? ¿Hay algo en los dedos?

– No.

– ¿No hay anillos?

– No.

– ¿Lleva reloj?

– Un reloj, sí.

– ¿De qué tipo?

– No lo veo, veo la correa.

– ¿Qué tipo de correa? ¿De qué color?

– Es negra.

– ¿En qué muñeca lo lleva, en la derecha o en la izquierda?

– En la… derecha, en la derecha. -Muy bien, ¿puede ver y describir su ropa?

– Sólo una camisa. Es oscura. Una camisa azul marino.

McCaleb trató de pensar en qué más preguntar. Su decepción al no haber encontrado ninguna pista consistente en el tiempo que llevaban le desorientaba. Por fin, pensó en algo que había pasado por alto.

– El parabrisas, James. ¿Hay algún adhesivo o algo parecido en el cristal?

– Humm, no. No veo ninguno.

– Bueno, fíjese en el retrovisor. ¿Hay algo allí? ¿Algo colgado o enganchado al espejo?

– No, no veo nada.

McCaleb saltó de la silla. Era un desastre. Habían perdido al hombre como potencial testigo en un juicio, descartado a un potencial sospechoso y lo único que habían conseguido era una detallada descripción de una gorra de béisbol y un Cherokee intacto. Sabía que el último paso era llevar a Noone a su última visión del Cherokee dándose a la fuga, pero lo más probable era que si la matrícula delantera estaba cubierta también lo estuviera la trasera.

– Muy bien, James, vamos a ir hacia delante hasta el punto en que el Cherokee ha pasado y le está haciendo ese gesto con el dedo al tipo.

– De acuerdo.

– Haga zoom sobre la matrícula, ¿la ve?

– Está tapada.

– ¿Con qué?

– Con una toalla o una camiseta. No puedo asegurarlo. Como la de delante.

– Haga otro zoom. Ve algo inusual en la parte trasera del coche.

– Humm, no.

– ¿Adhesivos? ¿O el nombre del concesionario en la parte de atrás?

– No, nada de eso.

– ¿Hay algo en la ventana, algún adhesivo? -McCaleb registró la desesperación en su propia voz.

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