Michael Connelly - Deuda De Sangre

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Tras dos años a la espera de un donante compatible, Terry McCaleb se recupera de un trasplante de corazón que le ha obligado a cambiar por completo de estilo de vida. Su única meta es reparar el velero en el que se ha retirado y dejar definitivamente atrás sus días como agente del FBI especializado en casos de asesinos en serie. Sin embargo, antes de empezar una nueva vida deberá zanjar un asunto pendiente: resolver el asesinato de Gloria Rivers, la mujer cuyo corazón late en su pecho.

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– Um, no lo sé. Supongo que me gusta estar con el ordenador.

– Pero eso no es relajado mentalmente, James, ¿no? Yo no estoy hablando de algo en lo que tenga que pensar mucho. Quiero decir, ¿qué es lo que hace cuando quiere olvidarse de todo? ¿Cuándo está cansado de pensar y quiere poner la mente en blanco durante un rato?

– Bueno…, no sé. Me gusta ir a la playa. Hay un lugar que conozco. Voy a allí.

– ¿Cómo es ese sitio?

– La arena es muy blanca y es amplio. Alquilan caballos y se puede cabalgar al borde del agua, bajo los acantilados. El agua golpea la parte de abajo y es como un saliente. La gente se sienta allí, a la sombra.

– Bueno, eso está muy bien, James. Ahora quiero que cierre los ojos, que descanse los brazos en el regazo y que piense en ese lugar. Imagine que está caminando por esa playa. Relájese y camine por la orilla.

McCaleb permaneció en silencio durante medio minuto y se limitó a mirar la cara de Noone. La piel en torno a las comisuras de sus ojos cerrados empezó a relajarse. Entonces McCaleb lo guió a través de una serie de ejercicios en los que le pedía que se concentrase en percibir la sensación de sus calcetines en los pies, las manos en la tela de los pantalones, las gafas en el puente de la nariz, incluso el pelo -lo que le quedaba- en su cabeza.

Después de cinco minutos de esto, McCaleb empezó con ejercicios musculares, pidiéndole a Noone que tensara los pies con la mayor fuerza posible, que los mantuviera así y luego se relajara.

Poco a poco, de los pies a la cabeza, fue trabajando cada grupo muscular. Entonces McCaleb volvió a las puntas de los pies y comenzó a subir de nuevo. Era un método para dejar exhausta la musculatura e incrementar la disposición mental a la sugestión de la relajación y el descanso. McCaleb percibió que la respiración de Noone era más profunda y prolongada. La sesión estaba yendo bien. Miró el reloj y vio que eran las seis y media.

– De acuerdo, James, ahora, sin abrir los ojos, quiero que ponga la mano derecha delante de su cara. Manténgala a un palmo de la nariz.

Noone obedeció y McCaleb le dejó con el brazo levantado durante al menos un minuto, sin cesar de aconsejarle que se relajara y mantuviera su pensamiento en el paseo por la playa.

– Muy bien, ahora quiero que muy lentamente lleve la mano hacia la cara. Muy despacio.

La mano de Noone empezó a moverse hacia su nariz.

– Muy bien, ahora más despacio -dijo McCaleb con voz más pausada y suave que la vez anterior-. Eso es, James. Despacio. Cuando su mano toque la cara estará totalmente relajado y en ese momento caerá en un profundo estado hipnótico.

Se mantuvo en silencio mientras observaba la mano de James, que se movió lentamente hasta que la palma tocó la nariz. En el momento del contacto, su cabeza cayó hacia delante y relajó los hombros. La mano se desplomó en el regazo. McCaleb miró a Winston. Ella enarcó las cejas y le hizo una señal con la cabeza. McCaleb sabía que sólo habían recorrido la mitad del camino, pero las cosas pintaban bien. Decidió realizar una pequeña prueba.

– James, ahora está totalmente relajado, totalmente descansado. Está tan relajado que siente los brazos ligeros como plumas. No pesan nada en absoluto.

Noone lo miró, pero no se movió, lo cual era otra buena señal.

– Muy bien, ahora voy a sacar un globo que está lleno de helio y ataré la cuerda a su mano izquierda. La estoy atando. El globo está atado a su muñeca, James, y voy a soltarlo.

De inmediato, el brazo izquierdo de Noone empezó a subir hasta que lo tuvo completamente estirado, con la mano por encima de la cabeza. McCaleb se limitó a mirar. Transcurrido medio minuto el brazo de Noone no mostraba señal alguna de cansancio.

– Muy bien, James, tengo aquí unas tijeras y voy a cortar la cuerda.

McCaleb se volvió hacia la mesa y tomó las tijeras. Las abrió y cerró con rapidez en el lugar donde estaba la cuerda imaginaria. El brazo de Noone cayó de nuevo al regazo. McCaleb se volvió hacia Winston y asintió.

– Muy bien, James, está muy relajado y no hay nada que le moleste. Quiero que imagine que está caminando por esa playa y llega a un jardín. El jardín es verde y exuberante y hermoso y hay flores y pájaros que cantan. Es muy hermoso y tranquilo. Nunca había estado en un sitio tan tranquilo como éste. Ahora… camina por el jardín y llega a un pequeño edificio con puertas. Son puertas de ascensor, James. Están hechas de madera, con oro en los bordes, y son hermosas. Todo es hermoso aquí.

»Las puertas se abren, James, y usted sube al ascensor porque sabe que lo lleva hacia abajo, a su habitación especial. Una habitación donde nadie más puede entrar. Sólo usted puede bajar y se siente completamente tranquilo cuando está allí.

McCaleb se levantó y se puso de pie frente a Noone, a sólo unos centímetros. Noone no mostró ninguna señal externa de reparar en la presencia cercana de otra persona.

– Los botones del ascensor dicen que está en el número diez, y tiene que bajar a la planta uno. Usted pulsa el botón, James, y el ascensor empieza a bajar. Cada vez que baja un piso se siente más relajado.

McCaleb levantó el brazo y lo mantuvo paralelo al suelo y a un palmo de distancia del rostro de Noone. Entonces empezó a levantarle la cabeza, a hacerla girar y a levantarla de nuevo. Sabía que la molestia que la luz causaría en los párpados de Noone durante el movimiento incrementaría la sensación de caída.

– Está bajando, James, cada vez más. Ésta es la novena planta… ahora la octava, y la séptima… Baja más y más y está más y más relajado. Acaba de pasar la sexta planta… ahora la quinta… la cuarta… la tercera… la segunda… y la primera… Las puertas se abren ahora y entra en su habitación especial. Ya está dentro, James, completamente tranquilo.

McCaleb volvió a su silla. Entonces le dijo a Noone que entrara en su habitación y que el sillón más cómodo del mundo le estaba esperando. Le dijo que se sentara y que se fundiera en el sillón. Le pidió que imaginara un trozo de mantequilla derritiéndose en una sartén a fuego lento.

– No hay ningún chisporroteo, se derrite lentamente, muy lentamente. Ése es usted, James, fundiéndose en el sillón.

McCaleb esperó unos instantes y le habló a Noone de la televisión que tenía justo delante.

– Tiene el mando a distancia en la mano. Y es una televisión especial con un mando especial. Puede ver lo que quiera en esa pantalla. Puede retroceder, ir hacia delante, acercar la imagen o alejarla. Lo que quiera hacer con ella, puede hacerlo. Enciéndala, James. Y lo que vamos a ver en esa tele especial ahora mismo es lo que vio la noche del 22 de enero, cuando iba al banco de Lancaster a sacar dinero. -Esperó un momento-. Encienda la televisión, James. ¿Está encendida?

– Sí -dijo Noone, la primera palabra que pronunciaba en la última media hora.

– Muy bien. Vamos a volver a esa noche, James. Ahora, cuéntenos lo que vio.

17

James Noone contó su historia como si McCaleb y Winston estuvieran con él en el coche, por no decir en su cerebro.

– He puesto el intermitente y estoy girando. ¡Aquí viene! ¡Freno! Va a… casi choca conmigo, el cabrón. Podría haberme…

Noone levantó la mano izquierda, cerró el puño y levantó el dedo corazón: un gesto de impotencia ante el conductor del coche que le había deslumbrado. Al hacer esto McCaleb le miró a la cara de cerca y notó el rápido movimiento del ojo tras los párpados cerrados. Era uno de los indicadores que siempre comprobaba, una señal de que el hipnotizado se hallaba en un trance profundo.

– Se ha ido y estoy aparcando. Lo veo, veo al hombre. Hay un hombre en el suelo bajo la luz. Junto al cajero. Está boca abajo; yo estoy saliendo y miro si… Hay sangre. Le han disparado, alguien le ha disparado. Ah, ah, tengo que avisar a alguien, vuelvo al coche a buscar el teléfono. Puedo llamar y pedir ayuda. Le han disparado. Hay sangre en… ¡está por todas partes!

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