Carlos Sisí - Necrópolis

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El campamento de Carranque vive momentos dulces. Tras haber sobrevivido el ataque del Padre Isidro y sus enloquecedoras huestes de caminantes, los supervivientes se entregan a ensoñaciones y esperanzas de futuro propiciadas por los descubrimientos del doctor Rodríguez. Juan Aranda, su líder, decide utilizar su nueva condición para explorar la ciudad en busca de otras personas que continúen todavía con vida. Sin embargo, han pasado ya tres meses desde que se iniciara la pandemia zombi que asoló el planeta y sobrevivir es cada día más duro. Su periplo personal, no exento de vicisitudes, le aleja de Carranque, donde mientras tanto inciden nefastos designios que amenazan con convertirlo en una ciudad de muertos: una necrópolis.

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Para conseguir embarcación no pensaron en ningún momento en acudir a cualquiera de los puertos deportivos de la ciudad, sabían a la perfección que estaban vacíos, que las embarcaciones desaparecieron cuando las carreteras se colapsaron y todo el mundo quería estar en otra parte. No, los garajes privados eran proveedores mucho mejores.

No les costó sacar una de ellas y llevarla al agua empujándola a través de las olas mansas que llegaban a la orilla como si no quisieran ser vistas. Se subieron encima y permanecieron a horcajadas sin arrancar la moto, en silencio, respirando el olor salubre a mar y a pescado, a playa. Reza no esperaba a nadie, ni disfrutaba el precioso atardecer como lo haría cualquiera con un alma dentro del cuerpo no, él esperaba a que terminara de anochecer. Si iba a ir hasta Málaga sentado como un pato en su peana quería que fuera por la noche cuando nadie pudiese verlo, porque el monstruo sabe que los monstruos existen. Así que cuando el Sol se hubo ocultado ya y el cielo era un hermoso gradiente de negro a azul marino arrancó la moto y se pusieron en marcha a una prudente velocidad, no quería hacer ruido.

El viaje fue largo y monótono, porque la Costa otrora resplandeciente de luces y vida, estaba irremediablemente apagada y muerta. No había ni una sola luz en las ventanas, nadie que encendiera una sola vela, y si había supervivientes allí se ocultaban o se acostaban con el Sol.

Fue cuando llegaban ya a Málaga que lo vieron a lo lejos, apenas un resplandor frío en la distancia, pero suficiente para saber que allí había luces, probablemente neones y de gran tamaño. Reza no conocía mucho la capital porque como muchos extranjeros apenas salía de la zona de Marbella y alrededores, pero si su memoria no se equivocaba, aquello debía de estar por la zona del Hospital Carlos Haya.

– Mira -dijo Reza señalando el difuso resplandor en la distancia.

– ¿Sabes qué es?

– No -fue la respuesta.

– Pero vamos para allá, ¿eh? -preguntó Dustin.

– Ahora mismo -contestó Reza.

Lentamente, se dirigieron hacia la playa.

* * *

Curiosamente, no utilizaron las alcantarillas para moverse como lo hizo Juan Aranda cuando llegó a la ciudad de Málaga, para bien o para mal ni siquiera pensaron en ellas. Así, tardaron alrededor de cuatro horas en llegar hasta la Avenida donde al amanecer el mismo Aranda arrancaría su moto para acometer su periplo personal. Se movieron aprovechando las penumbras de las calles provistos de las gafas de visión nocturna. A veces eran obligados a deslizarse al interior de un edificio temporalmente, o desviarse por una calle cuando el sentido común les decía que continuaran hacia el norte, porque ciertas avenidas estaban abarrotadas de aquellas cosas. Muchas veces, sobre todo al doblar una esquina inesperadamente, se veían obligados a usar sus rifles con silenciador, y el sonido frío y mortal susurraba en la noche.

Fwwwwwp.

Pero llegaron.

Se decidieron entonces a entrar en uno de los altos edificios que había a la entrada de la avenida, porque ésta estaba inusualmente llena de muertos vivientes. Una vez dentro ocuparon una de las casas para dormir unas horas. Estaba llena de garrafas de agua, latas y recortes de prensa sobre los primeros casos de resurrecciones zombi que se descubrieron. La portada del periódico Málaga Hoy que estaba sobre la mesa tenía un titular que rezaba: ¿EL FIN DEL MUNDO? En el cuarto de baño trabado con un gigantesco armario escucharon ruidos, un muerto viviente con bastante probabilidad. Ni se molestaron en acabar con él, lo dejaron allí mismo.

Durmieron en el salón principal, con la puerta de la calle bloqueada por una mesa de madera. Encima habían dispuesto varias latas en precario equilibrio, una precaución básica por si entraba alguien ya que el ruido de las latas al caer los pondría en pie y con el rifle preparado en segundos. Horas más tarde cuando todavía era de noche, Reza abrió súbitamente los ojos sobresaltado por una especie de petardeo en la calle.

Se puso en pie de un salto y se asomó al gran ventanal que era la pared que daba a la calle descorriendo las cortinas lo suficiente para asomarse. Era lo que había imaginado, una moto que se alejaba entre los zombis. Tuvo que mirar un rato para asimilar la escena, un tipo subido a una moto que maniobraba con cuidado por entre los muertos, pero éstos apenas parecían reaccionar ante su presencia.

– ¿Qué coño…? -preguntó Dustin a su lado con la voz pastosa y grave de quien ha dormido poco.

Pero Reza no contestó. Miraron cómo la moto se perdía calle abajo hasta que el ruido se hizo cada vez más apagado, desapareciendo en la noche.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Dustin.

Reza no lo sabía. Miraba ahora al otro lado de la calle, donde unas torres con luces de neón iluminaban una especie de complejo deportivo, una basta pista de atletismo y más allá varios campos de fútbol y algunos edificios. Una extensión enorme convenientemente rodeada por una verja de hierro, las puertas estaban cerradas y los muertos las guardaban, engarzados en las barras en una pugna tan eterna como inútil. Era, a su parecer, una elección magnífica como refugio definitivo.

– Mira eso -dijo Dustin con los ojos fijos en la ciudad de Carranque ya más para sí que para su compañero.

– Interesante, observemos primero -comentó Reza. Había recorrido la distancia que le separaba de su mochila y estaba sacando ya los prismáticos. Dustin hizo lo mismo y escudriñaron desde las ventanas, ocultos por las cortinas.

– Hay un huerto en la esquina noreste -dijo Dustin al cabo de un rato- realmente hay gente ahí dentro.

– Naturalmente -dijo Reza. Empezaba a sentir el hormigueo del cazador. Mientras Dustin descubría la existencia de un huerto que era visible incluso sin prismáticos, él ya había examinado cada ventana, cada puerta de acceso, la solidez de los barrotes, si el tejado era practicable, los enseres de limpieza pulcramente apilados que descansaban junto a una de las puertas, los restos de casquillos de bala en la pista de atletismo, las sillas oxidadas junto a éstos, la piscina exterior todavía en buen estado, las torretas de vigilancia donde se apostaban los vigilantes, y hasta las manchas de ceniza que habían quedado impregnadas en el suelo cuando los zombis se colaron en el recinto la otra vez. Pocos detalles se le escaparon, y supo, naturalmente, que allí había una gran comunidad, y eso significaba mujeres.

Reza vio todos los fallos en el perímetro de su defensa. No era una ciudadela fortificada contra todo tipo de eventualidades, solo parecían estar interesados en mantener a los muertos apartados, y eso los hacía extremadamente vulnerables para alguien como él. Pero no iba a hacer nada sin saber con quién se enfrentaba.

– Esperaremos. A ver qué pasa cuando la jornada comience -anunció entonces. Sus ojos eran dos líneas finísimas en el mapa de su cara.

* * *

Y el nuevo día llegó dispersando las tinieblas que se habían apoderado de toda la ciudad. Abajo en la calle, la cantidad de muertos vivientes seguía siendo importante, ni Reza ni Dustin recordaban haber visto tantos juntos, pero sin duda habían sido atraídos por la brillante luz que mantenían encendida de noche.

– ¿Por qué dejan esa parte iluminada por la noche? -preguntó Dustin.

Pero por toda respuesta, Reza le dedicó una enigmática mirada. Ya por fin, con la luz descubriendo y perfilando los volúmenes que sólo se adivinaban en las horas oscuras previas al amanecer, las primeras figuras comenzaron a aparecer. Y lo hicieron desde el edificio que estaba más al norte, el que permanecía a oscuras. Reza sonrió con autosuficiencia, bien pagado de sí mismo como de costumbre porque había adivinado el motivo por el que iluminaban una parte.

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