Harlan Coben - Alta tensión

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Myron Bolitar siempre ha soñado con la voluptuosa mujer fatal que acaba de entrar en su despacho para pedirle ayuda. Tiene unas curvas de locura, pero está embarazada de ocho meses, y eso pone fin a todas las posibles fantasías de Bolitar. La antigua estrella del tenis Suzze T y su marido, Lex, una estrella del rock, son clientes, y a lo largo de los años Myron ha negociado multitud de contratos para la preciosa pareja. Pero ahora Lex ha desaparecido y la muy embarazada Suzze llora, convencida de que los rumores colgados en la red poniendo en duda la paternidad del bebé hayan alejado al hombre que ella jura es el padre de su hijo.
“Harlan Coben es el maestro moderno del “agárrate y no te menees” desde la primera página, para dejarte completamente noqueado en la última.” Dan Brown

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Las barras del hoyo siete las habían colocado hoy más cerca, así que Win dejó el driver para usar la madera tres.

– ¿Puedo hacerte una pregunta sobre uno de tus intereses comerciales?

Herman Ache miró a Win y, ahora sí, la serpiente no estaba tan escondida.

– Háblame de tu relación con Gabriel Wire.

Incluso un psicópata puede parecer sorprendido.

– ¿Por qué demonios quieres saber eso?

– Myron representa a su socio.

– ¿Y?

– Sé que en el pasado tú te ocupabas de sus deudas de juego.

– ¿Crees que eso es ilegal? Está bien que el gobierno venda lotería. Está bien que Las Vegas y Atlantic City acepten apuestas, pero si lo hace un empresario honrado es un crimen.

Win se esforzó en evitar bostezar.

– ¿Así que todavía te ocupas del juego de Gabriel Wire?

– No entiendo cómo puede ser asunto tuyo. Wire y yo tenemos unos acuerdos comerciales legítimos. Es todo lo que necesitas saber.

– ¿Acuerdos comerciales legítimos?

– Así es.

– Pero estoy confuso -añadió Win.

– ¿Por?

– ¿Qué tipo de arreglo comercial legítimo puede hacer que Evan Crisp vigile la casa de Wire en Biddle Island?

Sin soltar el palo, Ache se quedó inmóvil. Se lo devolvió al caddie y se quitó el guante blanco de la mano izquierda. Se acercó a Win.

– Escúchame -dijo en voz baja-. No es una cuestión en la que tú y Myron debáis inmiscuiros. Confía en mí. ¿Conoces a Crisp?

– Sólo por su reputación.

Ache asintió.

– Entonces ya sabes que no vale la pena.

Herman dirigió a Win otra mirada dura y se volvió a su caddie. Se puso el guante y pidió el driver. El caddie se lo dio y luego se dirigió hacia el bosque de la izquierda, porque parecía el terreno que preferían las bolas de Herman Ache.

– No tengo el menor interés en perjudicar tus negocios -dijo Win-. Es más, no tengo ningún interés en Gabriel Wire.

– ¿Entonces qué quieres?

– Quiero saber qué pasó con Suzze T, con Alista Snow y con Kitty Bolitar.

– No sé de qué me hablas.

– ¿Quieres oír mi teoría?

– ¿Sobre qué?

– Volvamos dieciséis años atrás -dijo Win-. Gabriel Wire te debe una gran cantidad de dinero por las deudas de juego. Es un drogadicto, un perseguidor de faldas plisadas…

– ¿Plisadas?

– Le gustan jóvenes -explicó Win.

– Oh, ahora lo entiendo. Plisadas.

– Me alegro. Gabriel Wire también es algo importante para ti, un jugador compulsivo. En resumen, es un desastre, aunque muy rentable. Tiene dinero y un enorme potencial para ganarlo, y los intereses de sus deudas continúan siendo interés compuesto. ¿Hasta aquí me sigues?

Herman Ache no dijo nada.

– Entonces Wire va demasiado lejos. Después de un concierto en el Madison Square Garden invita a Alista Snow, una ingenua niña de dieciséis años, a su habitación. Wire le da Rohypnol, cocaína y cualquiera otra droga que tiene por allí, y la chica acaba saltando por el balcón. Le entra el pánico. O quizá, como es un bien tan importante, tú ya tienes a un hombre en la escena. Quizá Crisp. Arreglas el follón, intimidas a los testigos e incluso compras a la familia Snow; lo que sea para proteger a tu chico. Ahora te debe más pasta. No sé cuáles son los arreglos comerciales legítimos que hicisteis, pero imagino que Wire te tiene que pagar… ¿la mitad de sus ganancias? Tienen que ser varios millones de dólares al año como mínimo.

Herman Ache se limitó a mirarle, esforzándose por no empezar a echar espuma por la boca.

– ¿Win?

– ¿Sí?

– Sé que a ti y a Myron os gusta pensar que sois unos tipos duros -dijo Ache-, pero ninguno de los dos está hecho a prueba de balas.

– Vaya, vaya. -Win separó los brazos-. ¿Qué ha pasado con el señor Legal? ¿El señor Empresario Legítimo?

– Quedas advertido.

– Por cierto, visité a tu hermano en la cárcel.

El rostro de Herman se descompuso.

– Te envía saludos.

22

Cuando Myron regresó de nuevo a la oficina, Big Cyndi estaba preparada.

– Tengo información sobre el tatuaje de Gabriel Wire, señor Bolitar.

– Oigamos lo que tienes.

Ese día Big Cyndi vestía toda de rosa. Llevaba suficiente colorete en las mejillas para pintar una furgoneta.

– Según las extensas investigaciones de Ma Gellan, Gabriel Wire tenía un tatuaje. En el muslo izquierdo, no en el derecho. Esto puede parecer un tanto extraño, pero, por favor, tenga paciencia.

– Te escucho.

– El tatuaje era un corazón, y era un tatuaje permanente. Pero Gabriel Wire lo rellenaba con nombres temporales.

– No estoy muy seguro de seguirte.

– Usted ha visto el aspecto de Gabriel Wire, ¿correcto?

– Sí.

– Era una estrella del rock y un guaperas del copón, pero tenía cierta debilidad.

– ¿Cuál?

– Le gustaban las menores.

– ¿Era un pedófilo?

– No, no lo creo. Sus ligues estaban ya bien desarrolladas. Pero eran jóvenes. Dieciséis, diecisiete.

Por ejemplo, Alista Snow. Y ahora que lo pensaba, Suzze T en aquellos tiempos.

– Por lo tanto, pese a que Gabriel Wire era una estrella del rock muy deseada, en muchas ocasiones necesitaba convencer a una chica de que significaba algo para él.

– No tengo muy claro qué tiene que ver eso con el tatuaje.

– Era un corazón rojo.

– ¿Y?

– El corazón estaba vacío, sólo rojo. Entonces Gabriel Wire cogía un rotulador y escribía el nombre de la chica a la que perseguía. Fingía que se había hecho el tatuaje sólo para aquella chica en particular.

– ¡Caray!

– Sí.

– Para que luego hablemos de personajes diabólicos.

Big Cyndi exhaló un suspiro.

– No se creería las cosas que son capaces de hacer los hombres para ligarse a algunas de nosotras, las más guapas.

Myron intentó procesar esta afirmación.

– ¿Cómo funcionaba exactamente?

– Depende. Si Gabriel quería cerrar la venta de inmediato, llevaba a la chica a una sala de tatuajes aquella misma noche. Le decía que iba un momento a la parte de atrás y que le esperase. Entonces se escribía el nombre. Algunas veces lo hacía antes de la segunda cita.

– ¿Era algo así como «te quiero tanto que, mira, me he hecho un tatuaje con tu nombre»?

– Así es.

Myron sacudió la cabeza.

– Tiene que admitirlo -dijo Big Cyndi-. Era genial.

– A mí me parece bastante morboso.

– Oh, yo creo que eso formaba parte del juego -afirmó Big Cyndi-. Gabriel Wire podía tener cualquier chica que desease, incluso menores. Así que me pregunté a mí misma, ¿por qué tomarse todo ese trabajo? ¿Por qué no pasar a otra chica?

– ¿Y?

– Creo, que como muchos hombres, necesitaba que la chica se enamorase de verdad de él. Le gustaban jóvenes. Yo diría que estaba atascado en su desarrollo emocional, se quedó en la etapa de cuando un chico quiere partirle el corazón a una chica. Como en el instituto.

– Podría ser.

– Sólo es una teoría -dijo Big Cyndi.

– Vale, todo esto es muy interesante, pero ¿qué tiene que ver con el otro tatuaje, el que también tenía Suzze?

– El diseño parece que era una obra de arte original de algún tipo -explicó Big Cyndi-. Por lo tanto, Ma Gellan tiene la teoría de que Suzze y Gabriel fueron amantes. Suzze tenía ese tatuaje, y para impresionarla o engañarla, Gabriel también lo llevaba.

– ¿Era temporal?

– No hay manera de saberlo con certeza -dijo Big Cyndi-, pero, teniendo en cuenta su pasado, es una posibilidad.

Esperanza apareció en el umbral. Myron la observó.

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