Harlan Coben - Alta tensión

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Myron Bolitar siempre ha soñado con la voluptuosa mujer fatal que acaba de entrar en su despacho para pedirle ayuda. Tiene unas curvas de locura, pero está embarazada de ocho meses, y eso pone fin a todas las posibles fantasías de Bolitar. La antigua estrella del tenis Suzze T y su marido, Lex, una estrella del rock, son clientes, y a lo largo de los años Myron ha negociado multitud de contratos para la preciosa pareja. Pero ahora Lex ha desaparecido y la muy embarazada Suzze llora, convencida de que los rumores colgados en la red poniendo en duda la paternidad del bebé hayan alejado al hombre que ella jura es el padre de su hijo.
“Harlan Coben es el maestro moderno del “agárrate y no te menees” desde la primera página, para dejarte completamente noqueado en la última.” Dan Brown

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– No puedo creer que esté muerta.

Myron no sabía si se refería a Suzze o a Alista. Karl Snow parpadeó y miró a Kimberly. La visión pareció darle fuerza.

– ¿Alguna vez ha perdido a un hijo?

– No.

– Le evitaré los clichés. Se lo evitaré todo. Sé cómo me ve la gente: el padre insensible que aceptó una buena cantidad de dinero a cambio de dejar que el asesino de su hija quedase en libertad.

– ¿No fue eso lo que sucedió?

– Algunas veces tienes que amar a un hijo en privado. Y algunas veces tienes que llorarlo en privado.

Myron no tenía muy claro a qué se refería, así que esperó.

– Cómase el helado -le pidió Karl-, o Kimberly se dará cuenta. Esa chica tiene ojos en la nuca.

Myron cogió la cuchara y probó la crema batida con la primera capa de lo que parecía ser crema con cookies. Un manjar.

– ¿Es bueno?

– Un manjar -exclamó Myron.

Snow sonrió de nuevo, pero sin mostrar ninguna alegría al hacerlo.

– Kimberly inventó el Melter.

– Es un genio.

– Es una buena hija. Adora este lugar. Me equivoqué con Alista. No cometeré el mismo error de nuevo.

– ¿Es lo que le dijo a Suzze?

– En parte. Intenté que comprendiera mi posición en aquel momento.

– ¿Y cuál era su posición?

– A Alista le encantaba HorsePower, y como todas las adolescentes, estaba colgada por Gabriel Wire. -Algo ensombreció su rostro. Parecía distante, perdido-. Se acercaba el cumpleaños de Alista. Los dulces dieciséis. No tenía dinero para ofrecerle una gran fiesta, pero sabía que HorsePower iban a actuar en el Madison Square Garden. Supongo que no daban muchos conciertos, en realidad nunca les seguí, pero sabía que vendían entradas en el sótano de la tienda de Marshall's, en la ruta cuatro. Así que me levanté a las cinco de la mañana y me fui a hacer cola. Tendría que haberlo visto. Nadie superaba los treinta, y allí estaba yo, esperando dos horas, para comprar las entradas del concierto. Cuando llegué a la ventanilla, la mujer comenzó a escribir en su ordenador y primero me dijo que estaba todo vendido, y después, bueno, después dijo: «No, espere, todavía me quedan dos», y nunca me sentí más feliz de haber comprado algo en mi vida. Era como el destino, ¿sabe? Como si ya estuviese decidido lo que iba a pasar.

Myron asintió de la forma menos comprometida que pudo.

– Así que volví a casa. Todavía faltaba una semana para el cumpleaños de Alista, y me dije que debía esperar. Le dije a Kimberly que había comprado las entradas. Ambos estábamos que nos moríamos de ganas, me refiero a que aquellas entradas me quemaban en el bolsillo. ¿Le ha pasado eso alguna vez? ¿Que ha comprado algo tan especial para alguien que está impaciente por dárselo?

– Claro -dijo Myron en voz baja.

– Es lo que nos pasaba a Kimberly y a mí. Acabamos yendo en coche hasta el instituto de Kimberly. Aparcamos allí, bajé a Kimberly y la acomodé en su silla, y cuando Alista salió, los dos sonreíamos como dos gatos que acaban de comerse al canario. Alista nos hizo una mueca, como hacen las adolescentes y dijo: «¿Qué pasa?», y entonces le enseñé las dos entradas. Alista gritó, me echó los brazos al cuello y me abrazó tan fuerte…

Su voz se apagó. Cogió una servilleta, comenzó a llevársela a los ojos, pero al final se detuvo. Miró la mesa.

– El caso es que Alista se llevó a su mejor amiga al concierto. Se suponía que después irían a casa de su amiga. Dormirían allí. Pero no lo hicieron. Ya conoce el resto.

– Lo siento.

Karl Snow sacudió la cabeza.

– Ha pasado mucho tiempo.

– ¿No culpa a Gabriel Wire?

– ¿Culpar? -Se quedó pensativo-. La verdad es que no cuidé mucho a Alista después de la muerte de su madre. Así que, cuando comencé a considerar esta cuestión a fondo, pensé: ¿Quién tuvo la culpa? ¿El tipo que vio a Alista entre la multitud? Era un extraño. ¿El guardia de seguridad que la dejó pasar a los camerinos? Era un extraño. Gabriel Wire también era un extraño. Yo era su padre, y no supe cuidarla. ¿Por qué debía esperar que ellos lo hicieran?

Karl Snow parpadeó y miró por un segundo a la derecha.

– ¿Es lo que le dijo a Suzze?

– Le dije que no había ninguna prueba de que Gabriel Wire hiciese nada malo aquella noche; al menos nada que la policía pudiese probar. Ellos me lo dejaron muy claro. Sí, Alista había estado en la habitación de Wire en el hotel. Sí, se había caído desde su balcón; había caído treinta y dos pisos desde el balcón. Pero para ir de A a B, para pasar de aquellos hechos a acusar a un personaje famoso y poderoso, por no hablar de conseguir una condena… -Se encogió de hombros-. Tenía otra hija de la que preocuparme. No tenía dinero. ¿Sabe lo duro que es criar a una hija minusválida? ¿Lo caro que es? Y ahora SnowCap es una pequeña cadena. ¿De dónde cree que conseguí el dinero inicial?

Myron se esforzaba por comprenderlo, pero su voz sonó más dura de lo que deseaba.

– ¿Del asesino de su hija?

– No lo entiende. Alista estaba muerta. Muerta significa muerta. No podía hacer nada por ella.

– Pero podía hacer algo por Kimberly.

– Sí. En realidad no es tan frío como parece. Supongamos que no hubiese aceptado el dinero. Wire se hubiera salido con la suya, y Kimberly seguiría estando mal. De esta manera, por lo menos, Kimberly estará siempre bien cuidada.

– No quiero que lo interprete mal, pero suena terriblemente frío.

– Supongo que para un extraño sí. Pero yo soy su padre, y un padre sólo tiene un trabajo: proteger a su hijo. Eso es todo. Y una vez que fracasé, una vez que dejé a mi hija ir a un concierto y no la vigilé… fracasé. No hay nada que lo pueda compensar. -Se detuvo, se enjugó una lágrima-. En cualquier caso, usted quería saber qué quería Suzze. Quería saber si yo creía que Gabriel Wire había matado a Alista.

– ¿Le dijo por qué quería saberlo? ¿Después de todos estos años?

– No.

Parpadeó y desvió la mirada.

– ¿Qué?

– Nada. Tendría que haberle dicho que lo dejase correr. Alista se vio con Gabriel Wire y mire lo que pasó.

– ¿Está diciendo…?

– No estoy diciendo nada. En las noticias dijeron que murió de una sobredosis de heroína. Parecía muy alterada cuando se marchó, así que supongo que tampoco me sorprendió mucho.

Detrás de él una de las amigas de Lauren comenzó a llorar; al parecer, alguien había recibido la bolsa de regalos que no era. Karl Snow oyó el alboroto y se acercó a donde estaban las niñas, hijas de otras personas, criaturas que pronto crecerían y se enamorarían de estrellas del rock. Pero por ahora estaban allí, en la fiesta de cumpleaños de otra niña, pidiendo helados y la bolsa de regalos correcta.

21

Win sabía cómo conseguir una cita inmediata con Herman Ache. Windsor Horne Lockwood III, al igual que Windsor Horne Lockwood II y Windsor Horne Lockwood, había nacido con un tee de golf de plata en la boca. Sus antepasados habían sido los primeros socios del Merion Golf Club de Ardmore, en las afueras de Filadelfia. Win también era socio de Pine Valley, considerado el campo de golf número uno del mundo, a pesar de estar cerca de un parque acuático en la parte sur de Nueva Jersey, y, para poder jugar en un gran campo cerca de la ciudad de Nueva York, Win se había hecho socio del Ridgewood Golf Club, un diseño de A. W. Tillinghast con veintisiete hoyos que rivalizaba con los mejores campos del mundo.

Herman Ache, el antiguo mafioso, quería más al golf que a sus hijos. Parecía una exageración pero, tras su reciente visita a la penitenciaría federal, Win estaba seguro de que Herman Ache quería más al golf que a su hermano Frank. Así que Win llamó al despacho de Herman aquella mañana y le invitó a jugar una vuelta en Ridgewood aquel mismo día. Herman Ache aceptó sin el menor titubeo.

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