– La vida sigue adelante, ¿no?
– Supongo.
La agente especial Kimberly Green apareció casi dando saltitos al cabo de unos minutos:
– Todo empieza a cuadrar -le dijo, y la vio sonreír por primera vez.
Myron se reclinó en su asiento:
– Te escucho.
– Edwin Gibbs, bajo su identidad de Dennis Lex/Davis Taylor, seguía teniendo un armario en el trabajo. Dentro hemos encontrado las maletas de dos de sus víctimas, Robert y Patricia Wilson.
– ¿Eran la pareja en luna de miel?
– Sí.
Ambos guardaron unos instantes de silencio, por respeto a los muertos, supuso Myron. Imaginó a una joven pareja llena de salud y que empezaba una vida nueva, llegando a la Gran Manzana para ver unas cuantas obras de teatro y salir de compras, paseando por las animadas calles cogidos de la mano, un poco asustados por el futuro pero dispuestos a intentarlo. Fin de la película.
Kimberly se aclaró la garganta:
– Gibbs alquiló también un Ford Wondstar blanco con la tarjeta de crédito de Davis Taylor. Hizo una de esas reservas automáticas: llamas por teléfono, vas directamente a la terminal y recoges el coche. Nadie te ve.
– ¿Dónde recogió el vehículo?
– En el aeropuerto de Newark.
– Supongo que es el furgón que encontramos en Bernardsville -dijo Myron.
– El mismo.
– Muy pulcro -dijo, usando un término típico de Win-. ¿Qué más?
– Las primeras autopsias revelan que todas las víctimas murieron por una bala del 38. Dos disparos a la cabeza. No hay más señales de violencia. No creemos que los torturara ni nada de eso. Su modus operandi parecía consistir en el primer grito y luego, sencillamente, los mataba.
– Acababa la siembra de semillas para ellos -dijo Myron-, pero no para sus familias.
– Exacto.
– Porque para sus víctimas, el terror sería real. Quería que todo estuviera en la mente. -Myron movió la cabeza-. ¿Qué te ha contado Jeremy sobre el tema?
– ¿No has hablado con él?
Myron cambió de postura en su butaca:
– No.
– Edwin Gibbs llevaba el mismo disfraz que utilizaba en el trabajo, la peluca y la barba rubias y las gafas. Una vez tuvo a Jeremy dentro del furgón, le tapó los ojos y lo llevó directamente a la casa del bosque. Edwin le pidió que gritara por teléfono, hasta le hizo practicar el grito previamente para asegurarse de que le salía bien. Una vez hecha la llamada, Edwin lo encadenó y lo dejó solo. Lo demás ya lo sabes.
Myron asintió. Lo sabía.
– ¿Y qué hay de la acusación de plagio y de la novela?
Ella se encogió de hombros:
– Fue como tú y Stan decíais. Edwin la leyó, probablemente justo después de que su esposa se muriera de cáncer. Eso le influenció.
Myron se la quedó mirando unos instantes.
– ¿Qué? -dijo ella.
– Ya lo habías deducido la primera vez que visteis la novela -dijo Myron-. Que Stan no había plagiado. Que el libro había influenciado al asesino.
Ella negó con la cabeza:
– No.
– Vamos, sabíais que los secuestros habían ocurrido. Simplemente queríais presionar a Stan para que hablara. Y tal vez también avergonzarlo un poco.
– No es verdad -dijo Kimberly Green-. No negaré que algunos de nuestros agentes se lo tomaron personalmente, pero creíamos que él era el secuestrador de Sembrar las Semillas. Ya te expliqué algunos de nuestros motivos. Ahora sabemos que muchas de esas mismas pruebas acusaban a su padre.
– ¿Qué pruebas?
Ella negó otra vez con la cabeza:
– Ahora ya no importa. Sabíamos que en todo esto, Stan era algo más que un periodista. Y estábamos en lo cierto. Incluso pensábamos que daba información errónea a posta: que estaba usando el libro, en vez de lo que había hecho realmente, para darnos pistas falsas.
Su tono de voz no sonaba exactamente a verídico, pero Myron no discutió su argumento. Miró su pared de los clientes e intentó pensar en la visita de Lamar Richardson.
– Bueno, así que el caso está cerrado.
– Tan cerrado como las piernas de una monja.
– ¿Se te acaba de ocurrir?
– Sí.
– Pues es bueno que vayas armada -ironizó Myron-. ¿Y ahora te darán un buen ascenso?
Ella se levantó:
– Creo que ahora me nombrarán agente especial supersecreto.
Myron sonrió. Se estrecharon las manos y Kimberly se marchó. Myron se quedó sentado a solas un rato. Se frotó los ojos y pensó en lo que ella había dicho y en lo que había obviado y se dio cuenta de que todavía había algo que no cuadraba.
Lamar Richardson, un extraordinario shortstop de béisbol, se presentó puntual y a solas. Una agradable sorpresa. La reunión fue bien. Myron le soltó su rollo estándar, pero el rollo estándar fue bastante bueno. De hecho, rematadamente bueno. Todo hombre de negocios necesita adoptar un rollo estándar. Funciona. Esperanza también habló. Había empezado a desarrollar su propio rollo. Bien elaborado. El complemento perfecto al de Myron. Menudos socios estupendos se estaban volviendo.
Win hizo una breve aparición tal y como estaba planeado. Si el reclutamiento fuera un partido de béisbol, Win sería el jugador determinante. La gente conocía su nombre, sabían de su reputación…, es decir, de su reputación en los negocios. Cuando los clientes potenciales se enteraban de que el mismísimo Windsor Horne Lockwood III se ocuparía de sus finanzas, que Win y Myron insistían en que los clientes se reunieran con Win al menos cinco veces al año, se ponían a sonreír. Primer tanto a favor de la pequeña agencia.
Lamar Richardson jugó sus cartas sin revelar su estrategia. Asentía mucho. Hacía preguntas, pero no muchas. Dos horas después de su llegada se estrecharon las manos y se prometieron seguir en contacto. Myron y Esperanza lo acompañaron hasta el ascensor y le dijeron adiós.
Esperanza se volvió a Myron:
– ¿Y bien?
– Es nuestro.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?
– Lo veo todo -dijo Myron-, y lo sé todo.
Volvieron al despacho de Myron y se sentaron.
– Si Lamar nos elije antes que a IMG y TruPro -hizo una pausa, sonrió-, ¡volvemos a estar en la onda!
– Bastante.
– Y eso significa que Big Cyndi volverá con nosotros.
– Se supone que eso es algo bueno, ¿no?
– Empiezas a quererla y tú lo sabes.
– Sí, pero no hace falta que me lo refriegues por las narices.
Esperanza estudió su expresión. Tenía por costumbre hacerlo. Myron no creía demasiado en eso de leer las caras, pero Esperanza sí. En especial la de él.
– ¿Qué pasó en ese despacho de abogados? -preguntó-, ¿con Chase Layton?
– Lo levanté por las orejas una vez y le di siete puñetazos.
Ella se quedó mirándolo fijamente.
– Ahora se supone que tienes que decir: «pero le salvaste la vida a Jeremy» -añadió Myron.
– No, eso lo diría Win. -Se acomodó bien y lo miró de cara. Llevaba un traje chaqueta de color turquesa, con escote pronunciado, sin blusa debajo, y era un milagro que Lamar se hubiera podido concentrar en nada. Myron estaba acostumbrado a ella, pero el efecto seguía allí, todavía deslumbrante. Sencillamente, ahora veía el brillo desde un ángulo distinto.
– Hablando de Jeremy -dijo Esperanza.
– Sí.
– ¿Sigues con tu bloqueo?
Myron reflexionó la respuesta, recordó el abrazo en la cabaña, se detuvo:
– Más que nunca -respondió.
– Y entonces, ahora ¿qué?
– Tengo los resultados de la prueba: soy el padre.
La cara de ella reflejó alguna cosa, tal vez lástima, pero de manera más bien fugaz.
– Tienes que decirle la verdad.
– Ahora mismo lo único que quiero es salvarle la vida.
Ella siguió estudiando su cara:
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