– Nada.
– Ya saldrá alguno.
– Sí -dijo Myron-. Oye, Stan, necesito que me ayudes.
Stan entrecruzó los dedos y apoyó las dos manos en la mesa del presentador:
– Lo que haga falta.
– En el secuestro de Jeremy hay muchas cosas que no cuadran.
– ¿Por ejemplo?
– ¿Por qué crees que esta vez tu padre secuestró a un niño? Antes no lo había hecho nunca, ¿no? Siempre eran adultos. ¿Por qué un niño esta vez?
Stan lo meditó, escogió las palabras una a una.
– No lo sé. No estoy seguro de que secuestrar a adultos fuera una norma, ni nada parecido. Su manera de elegir a las víctimas parecía ser bastante arbitraria.
– Pero este caso no tenía nada de arbitrario -dijo Myron-. Elegir a Jeremy Downings no pudo haber sido una mera coincidencia.
Stan reflexionó también sobre la afirmación:
– En eso estoy de acuerdo.
– O sea que lo eligió porque, de alguna manera, estaba relacionado con mi investigación.
– Parece lógico.
– Pero ¿cómo pudo tu padre saber de Jeremy?
– No lo sé -dijo Stan-. Tal vez te siguió.
– No lo creo. Verás, Greg Downing se quedó en Waterbury después de nuestra visita. Estuvo vigilando a Nathan Mostoni. Por lo tanto, sabemos que no salió de la ciudad hasta el día antes del secuestro.
Win volvió a mirar a la cámara. Sonrió y saludó con la mano. Por si acaso estuviera encendida.
– Es raro -dijo Stan.
– Y hay más cosas -añadió Myron-. Como la llamada en la que se oía gritar a Jeremy. Con las otras víctimas, tu padre les decía a los familiares que no se pusieran en contacto con la policía, pero esta vez no lo hizo. ¿Por qué? ¿Sabes que iba disfrazado cuando secuestró a Jeremy?
– Lo he oído, sí.
– ¿Por qué? Si pensaba matarle, ¿por qué tomarse la molestia de ponerse un disfraz?
– Secuestró a Jeremy por la calle -dijo Stan-. Tal vez lo hizo para evitar que lo identificara alguien.
– Sí, vale, eso tiene su lógica; pero, entonces, ¿por qué le tapó los ojos a Jeremy una vez en el furgón? Mató a todas las demás víctimas, habría matado a Jeremy… ¿por qué se preocupó, entonces, de que no le viera la cara?
– No estoy seguro -dijo Stan-. A lo mejor siempre lo hizo así; no lo sabemos.
– Es posible -aceptó Myron-, pero hay algo en todo esto que, sencillamente, huele mal, ¿no te parece?
Stan meditó unos segundos:
– Huele raro -dijo, lentamente-, pero no estoy seguro de que huela mal.
– Por eso he venido a verte; todas esas preguntas me están rondando por la cabeza. Y luego recordé el credo de Win.
Stan Gibbs miró a Win, que parpadeó y bajó los ojos con actitud modesta.
– ¿Qué credo?
– El hombre trata siempre de autoprotegerse -respondió Myron-. Es, por encima de todo, egoísta. -Hizo una pausa-. ¿Estás de acuerdo, Stan?
– Hasta cierto punto, por supuesto. Todos somos egoístas.
Myron asintió:
– Incluso tú.
– Sí, claro. Y tú también, seguro.
– La prensa te ha convertido en ese tipo noble -dijo Myron-, dividido entre la familia y el deber y que, finalmente, hizo lo que debía. Pero tal vez no lo eres.
– No soy ¿qué?
– Noble.
– No lo soy -dijo Stan-. Hice mal. Nunca he pretendido ser un santo.
Myron se giró hacia Win:
– ¡Es bueno!
– Buenísimo -concedió Win.
Stan Gibbs frunció el ceño:
– ¿De qué hablas, Myron?
– Sigue mi explicación, Stan. Y ten presente el credo de Win. Empecemos por el principio, la primera vez que tu padre se puso en contacto contigo. Hablaste con él y decidiste escribir el artículo «Sembrar las Semillas». ¿Cuál fue tu motivo inicial? ¿Intentabas dar salida a tu miedo y a tu culpabilidad? ¿Fue sencillamente para ser un buen periodista? ¿O, y aquí es donde aplicamos el credo de Win, lo escribiste porque sabías que te convertiría en una gran estrella?
Myron lo miró y esperó.
– ¿Se supone que debo responder a eso?
– Por favor.
Stan miró al aire y se frotó las puntas de los dedos con el pulgar.
– Todo a la vez, supongo. Sí, estaba excitado por el artículo; pensé que podía ser un bombazo. Fue por egoísmo, de acuerdo: soy culpable.
Myron volvió a mirar a Win:
– ¡Bueno!
– Buenísimo.
– Sigamos por este camino, ¿vale, Stan? El artículo, de hecho, se convirtió en una bomba, y tú también. Te hiciste famoso…
– De eso ya hemos hablado, Myron.
– Cierto. Tienes toda la razón. Pasemos a la parte en la que los federales te denuncian. Exigen saber tu fuente, y tú te niegas a dársela. Ahora, de nuevo, puede haber varias razones. La Primera Enmienda, claro. Ésa podría ser una. Proteger a tu padre podría ser otra. O la combinación de las dos. Pero, y ahora vuelve a aparecer el credo de Win, ¿cuál sería la opción egoísta?
– ¿Qué quieres decir?
– Si piensas egoístamente, en realidad, sólo tienes una opción.
– ¿Yes…?
– Su hubieras cedido ante los federales, si hubieras dicho, vale, ahora que tengo un conflicto legal, mi fuente es mi padre, ¿qué pinta hubiera tenido?
– Mala -respondió Win.
– Malísima. Dudo que hubieras aparecido como un héroe si hubieras delatado a tu padre así, por no hablar de la Primera Enmienda, para simplemente salvarte de unas cuantas amenazas legales inconcretas. -Myron sonrió-. ¿Ves lo que quería decir sobre el credo de Win?
– O sea que piensas que al no delatarlo a los federales actué por egoísmo -dijo Stan.
– Es posible.
– También es posible que la opción egoísta fuera la correcta.
– También -aceptó Myron.
– Nunca he pretendido ser un héroe en toda esta historia.
– Ni tampoco te has negado a serlo.
Ahora Stan sonrió:
– Tal vez no me he negado porque aplico el credo de Win.
– ¿En qué sentido?
– Negarme me perjudicaría -aclaró Stan-. Y también fanfarronear de ello.
Myron no tuvo tiempo de mirarle antes de oír a Win exclamar:
– ¡Buenísimo!
– Sigo sin ver la relevancia de todo esto -apuntó Stan.
– Si me sigues escuchando, tal vez la veas.
Stan se encogió de hombros.
– ¿Por dónde íbamos? -preguntó Myron.
– Los federales lo llevan a juicio -intervino Win.
– Correcto, gracias, los federales te llevan a juicio. Tú presentas batalla. Entonces ocurre algo que no habías previsto en absoluto: la acusación de plagio. Para seguir con la discusión, supondremos que fue la familia Lex quien mandó el libro a los federales. Querían sacarte de su camino y, ¿qué mejor manera que arruinando tu reputación? ¿Y qué fue lo que hiciste? ¿Cómo reaccionaste a las acusaciones de plagio?
Stan se quedó en silencio, Win respondió:
– Desapareció.
– Respuesta correcta -dijo Myron.
Win sonrió y saludó a la cámara.
– Te largaste -le dijo Myron a Stan-. Ahora la pregunta vuelve a ser por qué. Y se me ocurren varias respuestas. Podría ser porque intentabas proteger a tu padre. O también porque tenías miedo de la familia Lex.
– Lo cual, desde luego, se ajusta al credo de Win -dijo Stan-. Autoprotección.
– Correcto. Temías que te hicieran daño.
– Sí.
Myron prosiguió delicadamente:
– Pero ¿no te das cuenta, Stan? Nosotros también debemos pensar con egoísmo. Presentan esa grave acusación de plagio contra ti y, ¿qué opciones tienes? En realidad, dos: puedes salir corriendo o puedes contar la verdad.
Stan dijo:
– Sigo sin ver adónde quieres llegar.
– Continuemos. Si cuentas la verdad, vuelves a quedar como un perdedor. Ahí estabas, defendiendo la Primera Enmienda y defendiendo a tu padre y, ¡vaya! Te encuentras con un problema y los vendes a los dos. No vale. Seguirías en la ruina.
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