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Harlan Coben: El miedo más profundo

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Harlan Coben El miedo más profundo

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No está siendo una buena época para Myron Bolitar: su padre ha sufrido un infarto y su agencia deportiva, MB SportsReps, no está atravesando su mejor momento. Por si eso no bastara, ha recibido la visita imprevista de Emily Downing, una antigua novia, que acude a él desesperada. Su hijo Jeremy, de trece años, se está muriendo y necesita urgentemente un transplante de médula ósea. El único donante compatible ha desaparecido sin dejar ningún rastro. Pero eso no es todo: el chico es hijo del propio Myron, concebido la víspera de la boda de Emily con otro hombre. Bolitar inicia una búsqueda afanosa, pero lo que encuentra es a una poderosa familia con un terrible secreto, a un periodista acusado de plagio, al FBI y el secuestro del mismo Jeremy. Entre tanto, el agente deportivo se debate entre la responsabilidad de ser padre y las dudas sobre su propia paternidad. En esta aventura, en que lo personal prevalece sobre lo profesional, le acompañarán su inseparable y carismático amigo Win y su socia Esperanza Díaz.

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– ¿Qué?

– Eso es lo que me dijo por teléfono el secuestrador de Sembrar las Semillas. Del chico. Yo cometí un error cuando me llamó. Le dije que había un niño que necesitaba ayuda. Después de eso, sólo utilicé las palabras «criatura» o «menor», cuando hablé con Susan Lex, cuando hablé contigo. Dije que había una criatura de trece años que necesitaba un trasplante.

– ¿Y?

– Pues que, aquella noche, cuando hablamos en el coche, preguntaste qué era lo que quería exactamente, cuál era mi interés real en este asunto, ¿te acuerdas?

– Sí.

– Y yo dije que ya te lo había dicho.

– Cierto.

– Y tú dijiste «ese chico». ¿Cómo sabías que era un niño, Stan?

Win se volvió hacia Stan. Él lo miró a la cara.

– ¿Ésta es tu prueba? -replicó Stan-. Quiero decir que… ¿se supone que es tu momento Perry Mason, o algo así? A lo mejor se te escapó, Myron. O tal vez, sencillamente, yo supuse que era un niño. O lo entendí mal. Eso no es ninguna prueba.

– Tienes razón, no lo es. Pero, sencillamente, me dio que pensar.

– Los pensamientos no son pruebas.

– ¡Caramba! -exclamó Win-. Los pensamientos no son pruebas. De ésta me tendré que acordar.

– Pero sí que hay una prueba -dijo Myron-. Una prueba clara.

– Imposible -dijo Stan, pero ahora su voz salió como un gorjeo-. ¿Cuál?

– Te lo diré en un momento. Primero déjame volver a hacer un poco de marcha atrás con mi indignación.

– No lo entiendo.

– Al final, lo que hiciste fue asqueroso, de eso no hay duda. Pero, a su manera, casi fue ético. Win y yo debatimos a menudo sobre si los fines justifican los medios. Podrías alegar que eso es lo que ocurrió en este caso. Trataste de detener a tu padre antes de que pudiera volver a actuar. Hiciste todo lo posible para asegurarte que no se perjudicaba a nadie más. Jeremy no corrió nunca ningún riesgo real, y tú no podías saber que Greg recibiría un tiro. Así que, al final, lo único que hiciste fue asustar a un chico, pero ¿qué más da? Comparado con los asesinatos y la destrucción que tu padre habría seguido perpetrando, lo tuyo no fue nada. De modo que hiciste algún bien. El fin tal vez justificaba los medios, excepto por un detalle.

Stan no picó.

– El trasplante de médula de Jeremy. Lo necesita para sobrevivir, Stan, y tú lo sabes. Y también sabes que el donante compatible eres tú, no tu padre. Por eso le diste esa pastilla de cianuro. Porque si lo hubiéramos llevado al hospital y nos hubiéramos dado cuenta de que no era el donante compatible, bueno…, habríamos investigado. Nos habríamos dado cuenta de que Edwin Gibbs no era el Davis Taylor, nacido Dennis Lex. De modo que te aseguraste de que se mataba y luego organizaste una rápida cremación del cadáver. Y no quiero que suene tan bestia o frío como lo cuento. Tú no mataste a tu padre, él se tomó la pastilla por decisión propia. Era un hombre enfermo, quería morirse. Es, de nuevo, un caso del fin que justifica los medios.

Myron se tomó un momento y, simplemente, miró a Stan a los ojos. Él no desvió la mirada. En cierto sentido, estaba haciendo más trabajo de agente. Myron estaba negociando, la negociación más importante de su vida. Tenía a su oponente acorralado y ahora necesitaba llegar a él, sin ofrecerle ayuda todavía. Tenía que mantenerlo acorralado, pero tenía que empezar a tenderle la mano. Sólo un poco.

– No eres ningún monstruo -dijo Myron-. Sencillamente, no tuviste en cuenta la complicación de ser donante compatible de médula. Quieres ayudar a Jeremy, por eso te has esforzado tanto para intentar colaborar con la campaña de donantes: si encuentran a otro donante compatible, tú te salvas. Porque estás demasiado hundido en esa mentira, y no podías admitir la verdad: que el donante compatible eres tú. Eso te arruinaría. Lo comprendo.

Stan tenía ahora los ojos abiertos de par en par y húmedos, pero escuchaba.

– Antes de que te dijera que tengo pruebas -prosiguió Myron-, consultamos el registro de donantes de médula. ¿Sabes que hemos encontrado, Stan?

Stan no dijo nada.

– Que tú no estás registrado -explicó Myron-. Resulta que le estás diciendo a todos que se apunten, y tú mismo no figuras en su ordenador. Los tres sabemos por qué, y es porque serías compatible. Y si lo fueras, habría todas esas preguntas otra vez.

Stan volvió a hacer un último intento de retarlo:

– Esto no es ninguna prueba.

– Pues, entonces, ¿cómo explicas el hecho de no haberte registrado?

– No tengo que dar ninguna explicación de nada.

– Un análisis de sangre lo demostrará claramente. El registro conserva la sangre que Davis Taylor donó durante la campaña por la médula ósea. Podemos hacer un test de ADN con la tuya, comprobar si coincide.

– ¿Y si me niego a hacerme la prueba?

Win se encargó de ésta.

– Oh, tranquilo que obtendremos sangre -dijo, con la más sutil de las sonrisas-, de una manera u otra.

En ese momento se rompió algo en la expresión de Stan. Bajó la cabeza. El desafío había terminado, y ahora estaba acorralado. No tenía salida. Empezaría a buscarse un aliado. En las negociaciones siempre ocurría. Cuando estás perdido, buscas quien te saque. Myron le había tendido la mano antes. Había llegado el momento de volverlo a hacer.

– Tú no lo entiendes -dijo Stan.

– Por raro que parezca, sí lo entiendo. -Myron se acercó un poco más a Stan. Puso una voz cálida, pero al mismo tiempo, inflexible. Un tono de total dominio-. He aquí lo que vamos a hacer, Stan. Tú y yo haremos un pacto.

Stan levantó la vista, confundido pero a la vez esperanzado.

– ¿Cuál?

– Accederás a donar médula ósea para salvarle la vida a Jeremy, y lo harás de manera anónima. Win y yo lo podemos organizar. Nadie sabrá nunca quién ha sido el donante. Si haces esto, si salvas a Jeremy, yo me olvido de todo lo demás.

– ¿Cómo sé que es cierto?

– Te daré dos motivos -dijo Myron-. El primero, que lo que yo busco es salvar la vida de Jeremy, no arruinar la tuya. El segundo -añadió, levantando las dos palmas al cielo-, es que yo no soy mejor que tú. También dejo que el fin justifique los medios. Agredí a un hombre, secuestré a una mujer…

Win movió la cabeza:

– Pero hay una diferencia. Sus motivos eran egoístas, los tuyos, en cambio, eran salvarle la vida a un niño.

Myron se volvió hacia su amigo:

– ¿No eras tú el que decía que los motivos son irrelevantes? ¿Que un acto es un acto?

– Claro -dijo Win-, pero lo dije por él, no por ti.

Myron sonrió y volvió a mirar a Stan.

– No soy moralmente superior a ti. Ambos hemos hecho mal. Tal vez los dos podamos vivir con lo que hemos hecho, pero si dejas morir a un niño, Stan, estarás cruzando la línea. Entonces ya no podrás volver a casa.

Stan cerró los ojos.

– Habría encontrado la manera de hacerlo -dijo-. Habría obtenido otra documentación falsa, habría donado sangre bajo un alias. Sólo esperaba…

– Lo sé -dijo Myron-, lo sé todo.

Myron llamó a la doctora Karen Singh.

– He encontrado un donante compatible.

– ¿Cómo?

– No puedo explicarlo, pero debe mantenerse anónimo.

– Ya le expliqué que todos los donantes de médula ósea son anónimos.

– No. El caso es que el registro de médula ósea tampoco puede saberlo. Tenemos que encontrar un lugar en el que se pueda extraer la médula sin conocer la identidad del paciente.

– No puede hacerse.

– Sí, se puede.

– Ningún médico accedería a…

– Ahora no podemos jugar a eso, Karen. Tengo al donante, pero nadie puede saber quién es. Hágalo posible.

Podía oír a la doctora respirando por el auricular.

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