– ¿Como los cafés en lugar de los bares espresso?
– Ahora lo entiendes.
– Pues vamos a hacerle una visita a FJ.
– Dame veinte minutos -dijo Win antes de colgar.
Tan pronto como Myron colgó, Big Cyndi llamó a su línea.
– ¿Señor Bolitar?
– ¿Sí?
– Una señorita o señor Thrill está al teléfono -dijo Big Cyndi.
Myron cerró los ojos.
– ¿Te refieres a la de anoche?
– A menos que conozca a alguien más llamado Thrill, señor Bolitar.
– Toma el mensaje.
– Tanto sus palabras como su tono sugieren urgencia, señor Bolitar.
¿Sugieren urgencia?
– De acuerdo. Pásamela o pásamelo.
– Sí, señor Bolitar.
Se oyó un clic.
– ¿Myron?
– Ah, sí, hola, Thrill.
– Vaya salida hiciste anoche, grandullón -dijo Thrill-. De verdad sabes cómo impresionar a una chica.
– Sí, por lo general no suelo saltar a través de una ventana hasta la segunda cita.
– ¿Entonces cómo es que no me has llamado?
– He estado muy ocupado.
– Estoy en la planta baja -dijo Thrill-. Dile al guardia que me deje subir.
– No es un buen momento. Como dije antes…
– Los hombres pocas veces le dicen que no a Thrill. Debo estar perdiendo facultades.
– No es eso -protestó Myron-. Sólo que éste no es el momento en absoluto.
– Myron, mi nombre verdadero no es Thrill.
– Detesto hacer estallar tu burbuja, pero ya sospechaba que diría otra cosa en tu partida de nacimiento.
– No, no es a eso a lo que me refiero. Escucha, déjame subir. Tenemos que hablar de anoche. Sobre algo que pasó después de que te marchases.
Así que él se encogió de hombros y llamó al guardia de la mesa de entrada y le dijo que permitiera subir a cualquiera que se identificase como Thrill. El guardia se mostró intrigado, pero dijo que de acuerdo. Los auriculares todavía estaban conectados, así que Myron llamó a una compañía de prendas deportivas. Antes de largarse al Caribe, había estado a punto de conseguir con dicha compañía un contrato de promoción de calzado para un cliente atleta. Pero ahora le hicieron esperar. Un ayudante de un ayudante por fin se puso al teléfono. Le preguntó por el trato. Se había caído, le respondieron. ¿Por qué?, preguntó.
– Pregúntele a su cliente -dijo el ayudante-, y también pregúntele a su nuevo representante.
Clic.
Myron cerró los ojos y apartó los auriculares. Maldita sea.
Llamaron a la puerta. El sonido extraño le produjo un estremecimiento de dolor. Esperanza nunca había llamado. Nunca. Se enorgullecía de interrumpirle. Antes se hubiese cortado un brazo que llamar.
– Adelante.
Se abrió la puerta. Alguien entró y dijo:
– Sorpresa.
Myron intentó no quedarse boquiabierto. Se quitó los cascos.
– ¿Tú eres…?
– Thrill, sí.
Nada era lo mismo. Había desaparecido el disfraz de mujer gato, la peluca rubia, los tacones, los, eeh, prodigiosos pechos. Thrill seguía siendo una mujer, a Dios gracias. Todavía muy atractiva con su conservador traje sastre azul marino, la camisa a juego, el pelo recogido, los ojos menos luminosos detrás de las gafas con montura de concha, el maquillaje ahora aplicado con mucha más discreción. Su figura era más delgada, más entallada, menos… llamativa. Nada de qué quejarse, por supuesto. Sólo diferente.
– Para responder a tu primera pregunta -dijo ella-, cuando me visto como Thrill llevo una cosa correctamente llamada aumentadores de pecho Raquel Wonder.
Myron asintió.
– Aquello que parece plastilina aplastada.
– Eso mismo. Te los metes en el sostén. Supongo que habrás visto el anuncio en televisión.
– ¿Verlo? Compré el vídeo.
Thrill se rió. Anoche su risa -por no mencionar su manera de caminar, sus movimientos, su voz, su elección de las palabras- había sido un doble juego. A la luz del día sonaba más melódica y casi de niña.
– También me pongo algo muy bien llamado Sostén Mágico -continuó ella-. Para levantarlo todo.
– Si lo subes más -dijo Myron-, también podrían servir como pendientes.
– Muy cierto -afirmó ella-. Las piernas y el culo, sin embargo, son míos. Y para que conste, no tengo pene.
– Tomo debida cuenta.
– ¿Puedo sentarme?
Myron consultó el reloj.
– Detesto ser un plasta…
– Querrás oír esto, créeme. -Se sentó en la silla delante de su mesa. Myron cruzó los brazos y apoyó el culo en el borde de la mesa-. Mi nombre verdadero es Nancy Sinclair. No me visto como Thrill por divertirme. Soy periodista y estoy escribiendo una historia sobre Adivina. Una visión interior de lo que pasa allí, la clase de personas que van, qué las anima. Para que la gente hable, tengo que mostrarme como Thrill.
– ¿Así qué lo haces por un reportaje?
– ¿Hago qué?
– Vestirte y bueno…
Sus gestos eran ininteligibles.
– No es que crea ni siquiera vagamente que sea algo que te concierna, pero la respuesta es no. Interpreto un papel. Entablo conversaciones. Coqueteo. Me gusta ver cómo las personas reaccionan a mi presencia.
– Ah. -Entonces Myron carraspeó y dijo-: Sólo por curiosidad. No voy a aparecer en tu reportaje, ¿verdad? Me refiero, es que yo nunca había estado allí antes y estaba…
– Tranquilo. Te reconocí en cuanto cruzaste la puerta.
– ¿Lo hiciste?
– Sigo el baloncesto. Tengo entradas para toda la temporada de los Dragons.
– Comprendo.
Los Dragons eran el equipo de baloncesto profesional de Nueva Jersey. Myron había intentado el regreso con ellos no hacía mucho.
– Es por eso que me acerqué a ti.
– ¿Para ver si entraba en la ambigüedad sexual?
– Todos los demás están allí por eso. ¿Por qué no tú?
– Te expliqué que estaba allí para preguntar por alguien.
– Clu Haid, correcto. De todas maneras, tu reacción hacia mí fue interesante.
– Me pareció que eras una interlocutora ingeniosa -dijo Myron.
– Ajá.
– Y tengo una fijación con Julie Newmar como Cat Woman.
– Te sorprendería saber a cuántas personas les pasa lo mismo.
– No, no me sorprendería -dijo Myron-. ¿Por qué estás aquí, Nancy?
– Pat nos vio hablando anoche.
– ¿El camarero?
– También es uno de los dueños. Tiene participaciones en un par de locales de la ciudad.
– ¿Y?
– Después de aclararse el humo de tu salida, Pat me llevó a un aparte.
– ¿Por qué nos vio hablando?
– Porque me vio darte mi número de teléfono.
– ¿Y?
– Es algo que nunca había hecho antes.
– Me siento halagado.
– No lo estés. Sólo te lo estoy diciendo. Hablo con una tonelada de chicas y tipos y lo que sea que hay allí. Pero nunca doy un número de teléfono.
– ¿Entonces por qué me lo diste?
– Porque sentía curiosidad por saber si me llamarías. Rechazaste a Thrill, y por lo tanto era obvio que no estabas allí por el sexo. Me pregunté qué te traerías entre manos.
Myron frunció el entrecejo.
– ¿Era la única razón?
– Sí.
– ¿Nada sobre mi belleza y mi cuerpo musculoso?
– Oh, sí. Casi me olvido.
– ¿Entonces qué quería Pat?
– Quiere que te lleve esta noche a otro club.
– ¿Esta noche?
– Sí.
– ¿Cómo sabe que llamaría?
Otra vez la sonrisa.
– Nancy Sinclair quizá no garantice una llamada telefónica inmediata…
– ¿Pero Thrill sí?
– Los pechos son una garantía. Y si no lo hacías, me dijo que podía buscar tu teléfono en la guía.
– Que es lo que hiciste.
– Sí. También me prometió que no te harían daño.
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