Ambos se volvieron y miraron por un segundo al ciervo. Una prueba definitiva.
– No vino aquí para oír una conferencia -dijo ella.
Myron había agradecido esta demora. Pero había llegado el momento.
– No, señora.
– ¿Señora? -Sophie Mayor se rió sin la menor muestra de humor-. Eso suena muy grave, Myron.
Myron se volvió y la miró. Ella le sostuvo la mirada.
– Llámeme Sophie.
Él asintió.
– ¿Puedo hacerle una pregunta muy personal y quizá muy dolorosa, Sophie?
– Puede intentarlo.
– ¿Ha tenido alguna noticia de su hija desde que se fugó?
– No.
La respuesta fue rápida. Su mirada permaneció firme, la voz fuerte. Pero su rostro perdía color.
– Entonces, ¿no tiene idea de dónde está?
– Ninguna.
– Ni siquiera si está…
– Viva o muerta -acabó ella por Myron-. No.
Su voz era tan monótona que parecía estar en el borde del alarido. Ahora había un temblor cerca de la boca, una falla que comenzaba a ceder. Sophie Mayor se puso de pie y esperó sus explicaciones, temerosa quizá de decir algo más.
– Recibí un disquete por correo -comenzó Myron.
Mayor frunció el entrecejo.
– ¿Qué?
– Un disquete de ordenador. Llegó por correo. Lo puse en la disquetera, y comenzó a funcionar. Ni siquiera tuve que apretar ninguna tecla.
– Un programa de autoarranque -dijo ella, de pronto la experta informática-. No es una tecnología complicada.
Myron se aclaró la garganta.
– Apareció una imagen. Comenzó con una fotografía de su hija.
Sophie Mayor dio un paso atrás.
– Era la misma fotografía que estaba en su despacho al lado derecho de la repisa.
– Es del primer año de Lucy en el instituto -explicó la mujer-. El retrato escolar.
Myron asintió, aunque no sabía por qué.
– Después de unos pocos segundos la imagen comenzó a fundirse en la pantalla.
– ¿Fundirse?
– Sí. Se disolvió hasta convertirse en un charco de, umm, sangre. Después llegó un sonido. Me sonó como la risa de una adolescente.
Ahora a Sophie Mayor le brillaban los ojos.
– No lo entiendo.
– Yo tampoco.
– ¿Lo recibió por correo?
– Sí.
– ¿En un disquete?
– Sí -dijo Myron. Después añadió sin ningún motivo-: Un disquete de tres y medio.
– ¿Cuándo?
– Llegó a mi oficina hace unas dos semanas.
– ¿Por qué tardó tanto en decírmelo? -Ella levantó una mano-. Oh, espere. Estaba fuera del país.
– Sí.
– ¿Entonces cuándo lo vio por primera vez?
– Ayer.
– Pero usted me vio esta mañana. ¿Por qué no me lo dijo entonces?
– No sabía quién era la chica. Al menos, no al principio. Entonces cuando estaba en su oficina, vi la foto en la estantería. Me desconcerté. No sabía qué decir.
Ella asintió lentamente.
– Eso explica su abrupta partida.
– Sí, lo siento.
– ¿Tiene el disquete? Mi gente lo analizará.
Myron metió la mano en el bolsillo y lo sacó.
– No creo que le vaya a ser de mucha ayuda.
– ¿Por qué no?
– Lo llevé a un laboratorio de la policía. Dijeron que se formateó de forma automática.
– ¿O sea que el disquete está en blanco?
– Sí.
Fue como si de pronto sus músculos hubiesen decidido abandonar el barrio. Las piernas de Sophie Mayor cedieron. Se dejó caer en una silla. Agachó la cabeza. Myron esperó. No hubo ningún sonido. Ella estaba sentada allí, la cabeza sujeta entre las manos. Cuando le volvió a mirar, los ojos grises estaban inyectados en sangre.
– Dijo algo de un laboratorio de la policía.
Él asintió.
– Usted solía trabajar con las fuerzas de la ley.
– En realidad no.
– Recuerdo a Clip Arnstein diciendo algo al respecto.
Myron no dijo nada. Clip Arnstein era el hombre que había seleccionado a Myron en primera ronda para los Boston Celtics. También era un bocazas.
– Ayudó a Clip cuando Greg Downing desapareció -añadió ella.
– Sí.
– Llevo contratando investigadores privados para buscar a Lucy desde hace años. Se supone que los mejores del mundo. Algunas veces parecemos acercarnos pero… -Su voz se apagó, la mirada distante. Miró el disquete en sus manos como si de pronto se hubiese materializado allí-. ¿Por qué alguien le envió esto a usted?
– No lo sé.
– ¿Conoció usted a mi hija?
– No.
Sophie respiró un par de veces con mucho cuidado.
– Quiero mostrarle algo. Espere un minuto.
Quizá tardó la mitad de ese tiempo. Myron acababa de comenzar a mirar los ojos de un pájaro muerto, y observó con un cierto desconsuelo lo mucho que se parecían a los ojos de algunos seres humanos que conocía. Cuando ella reapareció, le entregó una hoja de papel.
Myron la observó. Era un dibujo de una mujer de unos treinta años.
– Es del MIT -explicó ella-. Mi universidad. Un científico de allí ha desarrollado un programa informático que ayuda con la progresión de la edad. Para las personas desaparecidas. De esa manera puedes tener una idea aproximada del aspecto que tendrían en la actualidad. Lo hizo para mí hace unos meses atrás.
Myron observó la imagen de cómo la adolescente Lucy podía verse como una mujer que se acercaba a los treinta. El efecto era sorprendente. Oh, se parecía a ella, supuso, pero para que después hablen de fantasmas, hablen de la vida como de una sucesión de si hubieses, hablen del paso de los años y después te los estampen en la cara. Myron observó la imagen, el corte de pelo más conservador, las pequeñas arrugas. ¿Hasta qué punto debía ser doloroso para Sophie Mayor mirarla?
– ¿Le parece conocida? -preguntó Sophie.
Myron sacudió la cabeza.
– No, lo siento.
– ¿Está seguro?
– Todo lo seguro que se puede estar en estas situaciones.
– ¿Me ayudará a encontrarla?
Él no estaba seguro de cómo responder.
– No veo en qué puedo ayudar.
– Clip dijo que es muy bueno en estas cosas.
– No lo soy. Pero incluso si lo fuese, no veo lo que puedo hacer. Usted ya ha contratado a expertos. Dijo que la policía…
– La policía ha sido inútil. Ven a Lucy como una fugada y se acabó.
Myron no dijo nada.
– ¿Cree qué no se puede hacer nada? -insistió Sophie.
– No sé lo suficiente al respecto.
– Era una buena chica. -Sophie Mayor le sonrió, los ojos nublados con el viaje a través del tiempo-. Tozuda, por supuesto. Demasiado aventurera para su propio bien. Pero claro, crié a Lucy para que fuese independiente. La policía opinaba que sólo era una adolescente con problemas. No lo era. Sólo confundida. ¿Quién no lo está a esa edad? Y tampoco fue como si se hubiese largado en mitad de la noche sin decírselo a nadie.
Una vez más, en contra de su mejor juicio, Myron preguntó:
– ¿Entonces qué pasó?
– Lucy era una adolescente, Myron. Huraña e infeliz y no encajaba. Sus padres eran profesores de matemáticas universitarios y chalados informáticos. Su hermano menor era considerado un genio. Ella detestaba la escuela. Quería ver mundo y vivir en la carretera. Tenía toda la fantasía del rock and roll. Un día nos dijo que se marchaba con Owen.
– ¿Owen era su novio?
Ella asintió.
– Un músico mediocre que dirigía un grupo de andar por casa, convencido de que sus compañeros impedían el desarrollo de su inmenso talento. -Puso una cara agria-. Querían marcharse, firmar un contrato con una discográfica y convertirse en famosos. Así que Gary y yo le dijimos que de acuerdo. Lucy era como un pájaro salvaje atrapado en una jaula pequeña. No podía dejar de aletear por mucho que hiciésemos. Gary y yo consideramos que no teníamos alternativa en este asunto. Incluso creímos que podía ser bueno para ella. Muchos de sus compañeros estaban recorriendo Europa mochila al hombro. ¿Cuál era la diferencia?
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