Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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– Sí.

– ¿Feliz de estar de regreso?

Papá estaba contemporizando.

– Sí, papá, estoy bien.

– Todo esta historia con Esperanza. Te debe tener en ascuas, ¿no?

– Supongo que sí.

– Entonces -papá estiró la palabra-, ¿crees que tendrás tiempo para comer con tu viejo?

Había tensión en la voz.

– Claro que sí, papá.

– ¿Qué tal mañana? ¿En el club?

Myron contuvo un gemido. En el club no.

– Por supuesto. Mañana al mediodía, ¿vale?

– Bien, hijo, está muy bien.

Papá no le llamaba hijo muy a menudo. Mejor dicho nunca. Myron cambió de mano el teléfono.

– ¿Pasa alguna cosa, papá?

– No, no -respondió él demasiado rápido-. Todo está bien. Sólo quería hablar contigo de un asunto.

– ¿De qué?

– No es nada importante, puede esperar. Nos vemos mañana.

Clic.

Myron miró a Win.

– Era mi padre.

– Sí, lo supe cuando Big Cyndi dijo que tu padre llamaba. Fue además recalcado cuando dijiste «papá» cuatro veces durante la conversación. Tengo un don.

– Quiere que comamos juntos mañana.

Win asintió.

– ¿Y yo me preocupo porque…?

– Sólo te lo digo.

– Lo escribiré esta noche en mi diario -dijo Win-. Mientras tanto, se me ha ocurrido otra cosa referente a Lucy Mayor.

– Te escucho.

– Si recuerdas, estábamos intentando deducir quién sale perjudicado en todo esto.

– Lo recuerdo.

– Clu el primero. Esperanza. Tú. Yo.

– Sí.

– Bueno, debemos añadir a otra persona: Sophie Mayor.

Myron lo pensó. Después comenzó a asentir.

– Bien podría ser la vinculación. Si quieres destruir a Sophie Mayor, ¿qué harías? Primero, socavarías cualquier apoyo que tenga de los aficionados de los Yankees y la gerencia.

– Clu Haid -dijo Win.

– Correcto. Después la podrías golpear en lo que debe ser el punto vulnerable: su hija desaparecida. Me refiero a que si alguien le envió a ella otro disquete igual, ¿te puedes imaginar el horror?

– Plantea una interesante pregunta -dijo Win.

– ¿Qué?

– ¿Se lo vas a decir?

– ¿Que recibí el disquete?

– No, el reciente movimiento de tropas en Bosnia. Sí, el disquete.

Myron lo pensó, pero no mucho.

– No veo otra alternativa. Tengo que decírselo.

– Quizá sea también parte del teórico plan de tumbarla -señaló Win-. Tal vez alguien te lo ha enviado sabiendo que llegaría a ella.

– Quizá. Pero todavía tiene el derecho a saberlo. No me corresponde decidir si Sophie Mayor es lo bastante fuerte como para soportarlo.

– Una gran verdad. -Win se levantó-. Tengo algunos contactos que están intentando localizar los informes oficiales del asesinato de Clu: la autopsia, la escena del crimen, declaraciones de testigos, laboratorio, cualquier cosa. Todo el mundo mantiene la boca cerrada.

– Tengo una posible fuente -dijo Myron.

– ¿Ah, sí?

– El médico forense de Bergen County es Sally Li. La conozco.

– ¿A través del padre de Jessica?

– Sí.

– A por ella -dijo Win.

Myron lo observó mientras se dirigía hacia la puerta.

– ¿Win?

– ¿Sí?

– ¿Se te ocurre alguna manera de cómo darle la noticia a Sophie Mayor?

– Ninguna en absoluto.

Win se marchó. Miró el teléfono. Lo cogió y marcó el número de teléfono de Sophie Mayor. Le llevó algún tiempo, pero una secretaria acabó por ponerle con ella. Sophie pareció muy poco entusiasmada al oír su voz.

– ¿Qué? -dijo con un tono hostil.

– Tenemos que hablar -contestó Myron.

Había una distorsión en la línea. Sin duda, un móvil o el teléfono de un coche.

– Ya hemos hablado.

– Esto es diferente.

Silencio. Después:

– Ahora mismo estoy en el coche. A poco más de un kilómetro de casa en Long Island. ¿Hasta qué punto es importante?

Myron cogió un bolígrafo.

– Deme su dirección. Ahora mismo voy para allí.

19

En la calle el hombre continuaba leyendo el periódico.

El ascensor de Myron en el viaje hasta el vestíbulo incluyó muchas paradas. Nada atípico. Nadie habló, por supuesto, todos muy ocupados en mirar cómo cambiaban los números luminosos como si estuviesen esperando el aterrizaje de un ovni. En el vestíbulo se unió a la multitud de trajeados y fluyó a Park Avenue, salmones luchando corriente arriba contra la marea hasta que, bueno, morían. Muchos de los trajeados caminaban con la cabeza bien alta, sus expresiones fijas en el modelo demos por el culo; otros caminaban con las espaldas dobladas, versiones humanas de la estatua de Atlas en la Quinta Avenida cargando con el mundo en sus hombros, pero para ellos el mundo era demasiado pesado.

Caray, otra vez con lo profundo.

Myron se fijó en el tipo del periódico. Bien situado en la esquina de la Cuarenta y seis y Park Avenue, de pie leyendo el diario, pero colocado estratégicamente para ver a todos los que entraban o salían del edificio Lock-Horne. Cuando Myron entró ya estaba allí.

Vaya.

Sacó el móvil y apretó el botón programado.

– Articule -dijo Win.

– Creo que tengo una sombra.

– Espera un momento. -Pasaron unos diez segundos. Luego-: El periódico, en la esquina.

Win tenía un surtido de telescopios y prismáticos en su despacho. No pregunten.

– Sí.

– Dios mío -exclamó Win-. ¿Podría ser más obvio?

– Lo dudo.

– ¿Dónde está el orgullo en su trabajo? ¿Dónde está la profesionalidad?

– Triste.

– Amigo mío, ése es el gran problema de este país.

– ¿Malas sombras?

– Es un ejemplo. Míralo. ¿Alguien de verdad se para en una esquina y lee un periódico de esa manera? Lo único que le falta es abrir dos agujeros para mirar.

– Ajá -dijo Myron-. ¿Tienes un momento?

– Por supuesto. ¿Cómo lo quieres hacer?

– Respáldame -contestó Myron.

– Dame cinco minutos.

Myron esperó cinco minutos. Se quedó allí y puso mucho cuidado en no mirar a su sombra. Consultó su reloj e hizo un gesto como si esperase a alguien y comenzase a ponerse impaciente. Cuando pasaron los cinco minutos, Myron fue sin más hacia la sombra.

La sombra le vio acercarse y se ocultó detrás del periódico.

Myron continuó caminando hasta encontrarse delante mismo de la sombra. La sombra mantuvo su rostro pegado al periódico. Myron le dirigió su Sonrisa 8. Grande y dentuda. Un teleevangelista que recibe un talón millonario. Wink Martindale de los primeros tiempos. La sombra mantuvo sus ojos en el periódico. Myron continuó sonriendo, con los ojos abiertos como los de un payaso. La sombra no le hizo caso. Myron se acercó más, inclinó la supersonrisa hasta unos centímetros de la cara de la sombra, y movió las pestañas.

La sombra cerró el periódico y exhaló un suspiro.

– Bien, tío listo, me pilló. Felicitaciones.

Todavía con la sonrisa Wink Martindale.

– ¡Y gracias a usted por participar en nuestro juego! ¡Pero no se preocupe, no dejaremos que se vaya a su casa con las manos vacías! Ha ganado la versión doméstica de Sombra Incompetente y la suscripción por un año a Torpe Moderno.

– Sí, vale, ya nos veremos.

– ¡Espere! Ha llegado a la última ronda de Jeopardy! Responda: ¿Él o ella le contrató para seguirme?

– Que le zurzan.

– Oh, lo siento, necesita decirlo en forma de pregunta.

La sombra comenzó a alejarse. Cuando miró atrás, Myron lo obsequió con la gran sonrisa y un gesto de despedida.

– Ésta ha sido una producción Mark Goodson-Bill Todman. ¡Adiós a todos!

Más gestos.

La sombra sacudió la cabeza y continuó alejándose, para unirse a otra corriente de personas. Montones de personas en esta corriente; Win era una de ellas. La sombra con toda probabilidad encontraría un claro y entonces llamaría a su jefe. Win lo escucharía y se enteraría de todo. Qué plan.

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