– Trato hecho -dijo Myron-. Aquí tienes tu declaración: Esperanza Díaz no mató a Clu Haid. La respaldo al cien por cien.
– ¿Vivía una aventura con Clu?
– Ésa es mi declaración, Bruce.
– Vale, de acuerdo, ¿pero qué es todo eso de que estabas fuera del país en el momento del asesinato?
– Una declaración, Bruce. Como «sin comentarios», como «hoy no responderé a vuestras preguntas».
– Eh, que ya es de conocimiento público. Sólo quiero una confirmación. Estabas en el Caribe, ¿correcto?
– Correcto.
– ¿Dónde del Caribe?
– Sin comentarios.
– ¿Por qué no? ¿De verdad estabas en las islas Caimán?
– No estaba en las Caimán.
– ¿Entonces, dónde?
Así trabajan los reporteros.
– Sin comentarios.
– Te llamé inmediatamente después de que Clu diese positivo en el análisis de drogas. Esperanza dijo que estabas en la ciudad, pero que no harías comentarios.
– Sigo sin hacerlos -dijo Myron-. Ahora es tu turno, Bruce.
– Venga, Myron, no me has dado nada.
– Tenemos un trato.
– Sí, de acuerdo, vale. Quiero ser justo -manifestó con un tono que dejaba claro que volvería de nuevo a la carga más tarde-. Pregunta.
Naturalidad, naturalidad. No podía preguntar sin más por la hija de Sophie Mayor. Sutileza. Ésa era la clave. Se abrió la puerta de Myron y Win entró en la habitación. Myron levantó un dedo. Win asintió y abrió la puerta del armario. Había un espejo de cuerpo entero en la parte trasera de la puerta. Win se miró y sonrió. Una bonita manera de pasar el tiempo.
– ¿Qué rumores corrían sobre Clu? -preguntó Myron.
– ¿Te refieres antes de que diese positivo en el análisis?
– Sí.
– Una bomba de relojería -dijo Bruce.
– Explícate.
– Estaba lanzando de maravilla, no hay duda. Se le veía bien. Delgado, parecía concentrado. Pero una semana o poco más antes del análisis comenzó a tener un aspecto desastroso. Joder, tendrías que haberlo visto. Tú entonces también estabas fuera del país.
– Continúa, Bruce.
– ¿Qué más te puedo decir? Con Clu ya lo has visto un centenar de veces antes. El tipo te parte el corazón. Su brazo está tocado por Dios. El resto de él, sólo estaba tocado, ya sabes a qué me refiero.
– ¿Así que había señales antes del análisis positivo?
– Sí, eso creo. En retrospectiva claro que había muchas señales. Oí que su mujer lo había echado. Iba sin afeitar, los ojos inyectados en sangre, esa clase de cosas.
– No tiene por qué haber sido la droga -señaló Myron.
– Es verdad. Podría haber sido la bebida.
– O quizá sólo la tensión de la discordia matrimonial.
– Oye, Myron, quizás algunos tipos como Orel Hershiser reciben el beneficio de la duda. Pero cuando se trata de Clu Haid, Steve Howe o alguno de esos que siempre la están jodiendo, deduces que es abuso de sustancias, y once veces de cada diez aciertas.
Myron miró a Win. Había acabado de arreglarse los rizos dorados y ahora utilizaba el espejo para practicar sus diferentes sonrisas. Ahora mismo estaba probando la de rufián.
Sutil, se recordó Myron a sí mismo, sutil…
– ¿Bruce?
– ¿Sí?
– ¿Qué me puedes decir de Sophie Mayor?
– ¿Qué pasa con ella?
– Nada específico.
– Sólo curiosidad, ¿eh?
– Así es, curiosidad.
– Claro que sí -dijo Bruce.
– ¿Resultó muy perjudicada por el positivo de Clu?
– Un perjuicio tremendo. Pero tú ya lo sabes. Sophie Mayor se jugó el cuello y durante un tiempo era un genio. Entonces Clu falla en el análisis, e inmediatamente se convierte en una idiota que mejor haría en dejar que los hombres dirigiesen las cosas.
– Háblame de sus antecedentes.
– ¿Antecedentes?
– Sí. Quiero entenderla mejor.
– ¿Por qué? -preguntó Brucie. Después-: Bah, qué diablos. Ella es de Kansas, creo, Iowa, Indiana o Montana. Algún lugar de ésos. Una de esas chicas que salen en los anuncios de jabones de tocador pero ahora está envejecida. Le encanta pescar, cazar, todas esas cosas de la naturaleza. También fue algo así como un prodigio matemático. Vino al este para ir al MIT. Fue allí donde conoció a Gary Mayor. Vivieron la mayor parte de sus vidas como profesores de ciencias. Él enseñaba en Brandeis; ella en Tufts. Desarrollaron un programa de software para las finanzas personales a principios de los ochenta y de pronto pasaron de ser profesores de clase media a millonarios. Sacaron la compañía a bolsa en 1994 y pasaron de M a B.
– ¿De M a B?
– De millonarios a billonarios.
– Vaya.
– Así que los Mayor hicieron lo que hacen las personas megarricas. Compraron una franquicia deportiva. En este caso, a los Yankees. Durante la niñez de Gary Mayor eran sus ídolos. Iban a ser un bonito juguete para él, pero por supuesto nunca llegó a disfrutarlo.
Myron se aclaró la garganta.
– ¿Tuvieron hijos?
El señor Sutileza.
– Tuvieron dos. Ya conoces a Jared. En realidad es un buen chico, fue a tu universidad, Duke. Pero todos le odian porque consiguió el empleo por nepotismo. Su responsabilidad principal es vigilar las inversiones de mamá. Tengo entendido que es muy bueno en eso, y que deja el béisbol en manos de los que entienden.
– Ajá.
– También tienen una hija, o tenían una hija.
Con gran esfuerzo, Win suspiró, cerró la puerta del armario. Era tan difícil para él apartarse de un espejo. Se sentó delante de Myron con el aspecto, como siempre, de estar absolutamente relajado. Myron carraspeó y dijo al teléfono:
– ¿Qué quieres decir con tenían una hija?
– Desapareció. ¿No recuerdas la historia?
– Apenas. Ella se fugó, ¿no?
– Así es. Se llamaba Lucy. Se largó con un novio, un músico grunge, unas pocas semanas antes de cumplir los dieciocho. Ocurrió, no sé, hace diez, quince años. Antes de que los Mayor tuviesen dinero.
– ¿Dónde vive ahora?
– Bueno, ésa es la cuestión. Nadie lo sabe.
– No te entiendo.
– Ella se largó, eso es lo que se sabe a ciencia cierta. Les dejó una nota, creo. Se iba a recorrer mundo con su novio y a buscar su destino, lo habitual en los adolescentes. Sophie y Gary Mayor eran los típicos profesores universitarios de la Costa Este, que leían demasiado al doctor Spock, así que le dieron espacio a su hija, convencidos, por supuesto, de que volvería.
– Pero no lo hizo.
– Obvio.
– ¿Nunca volvieron a saber nada de ella?
– Obvio de nuevo.
– Pero recuerdo haber leído algo más hace unos pocos años. ¿No montaron una búsqueda o algo así?
– Sí. En primer lugar, el novio volvió al cabo de unos pocos meses. Habían roto y cada uno había ido por su camino. Vaya sorpresa, ¿no? En cualquier caso, él no sabía dónde había ido. Así que los Mayor llamaron a la policía, pero ellos no lo consideraron nada importante. Lucy ya tenía dieciocho años, y estaba claro que se había marchado por su propia voluntad. No había ninguna prueba de un presunto delito ni nada parecido y recuerda que esto ocurrió antes de que los Mayor fuesen muy ricos.
– ¿Y después de ricos?
– Sophie y Gary trataron de encontrarla de nuevo. Lo convirtieron en la búsqueda de la heredera perdida. A los tabloides les encantó durante un tiempo. Hubo algunos informes descabellados, pero nada concreto. Algunos dijeron que Lucy se había ido al extranjero. Otros, que estaba viviendo en una comuna en alguna parte. Los hubo que dijeron que estaba muerta. Cualquier cosa. Nunca la encontraron, y seguía sin haber ninguna prueba de delito, y la historia acabó por agotarse.
Silencio. Win miró a Myron y enarcó una ceja. Myron sacudió la cabeza.
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