Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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Al final Myron adivinó que él y Jessica habían roto por todas las clásicas razones aunque con una inversión de sexo. Él quería instalarse, comprar una casa en las afueras, criar una familia; Jessica, que temía al compromiso, no. Entró en el camino, sacudiendo la cabeza. Una explicación demasiado sencilla. Demasiado cómoda. La cuestión del compromiso había sido una fuente de tensión constante, no había ninguna duda, pero había algo más. Para empezar, estaba la reciente tragedia.

Estaba Brenda.

Mamá salió por la puerta y corrió hacia él con los brazos abiertos. Ella siempre le recibía como si fuese un prisionero de guerra al que acaban de liberar, pero hoy había algo más especial. Ella lo abrazó y casi lo hizo caer al suelo. Papá lo siguió, también excitado, pero haciéndose el tranquilo. Papá siempre había sido el del equilibrio, el amor total sin el sofoco, el cuidado sin pasarse. Un hombre asombroso, su padre. Cuando papá llegó hasta él no hubo apretón de manos. Los hombres se abrazaron con fuerza y sin el menor rastro de vergüenza. Myron besó la mejilla de su padre. La familiar sensación de la piel áspera de papá le hizo comprender un poco lo que la señora Palms intentaba conseguir con las imágenes pegadas en la pared.

– ¿Tienes hambre? -preguntó mamá.

Siempre su gambito de apertura.

– Un poco.

– ¿Quieres que prepare algo?

Todos se quedaron inmóviles. Papá torció el gesto.

– ¿Vas a cocinar?

– ¿Qué pasa?

– Espera que me asegure de que tengo a mano el número de emergencia por envenenamiento.

– Oh, Al, qué divertido. Ja ja, no puedo dejar de reírme. Qué hombre tan divertido es tu padre, Myron.

– En realidad, Ellen, ve y cocina y algo. Tengo que bajar de peso.

– Vaya, qué hombre tan divertido, Al. Me estás matando.

– Mejor que ser una fábrica de grasa.

– Jo jo.

– Sólo de pensarlo es mejor que un supresor de apetito.

– Es como estar casado con Shecky Greene -repuso, aunque sonriendo.

Entraron en la casa. Papá cogió la mano de mamá.

– Deja que te enseñe algo, Ellen -dijo papá-. ¿Ves esa gran caja metálica que está allí? Se llama horno. H-O-R-N-O. Horno. ¿Ves la perilla, aquella que tiene todos aquellos números? Con eso se enciende.

– Eres más divertido que un Foster Brooks sobrio, Al.

Pero ahora todos sonreían. Papá decía la verdad. Mamá no cocinaba. Casi nunca lo había hecho. Sus habilidades culinarias podían provocar un motín carcelario. Cuando era niño, la comida casera preferida de Myron eran los huevos revueltos de su padre. Mamá era una mujer que comenzaba su carrera. La cocina era un lugar para leer las revistas.

– ¿Qué quieres comer, Myron? -preguntó mamá-. Quieres chino. ¿De Fong's?

– Sí.

– Al, llama a Fong's. Pide algo.

– Vale.

– Asegúrate de pedir gambas con salsa de langosta.

– Lo sé.

– A Myron le encantan las gambas con salsa de langosta de Fong's.

– Lo sé, Ellen. Yo también lo he criado, ¿lo recuerdas?

– Eres capaz de olvidarte.

– Llevamos pidiendo comida en Fong's desde hace veintitrés años. Siempre pedimos gambas con salsa de langosta.

– Te puedes olvidar, Al. Te estás haciendo viejo. ¿No te olvidaste de recoger mi blusa de la lavandería hace dos días?

– Estaba cerrada.

– Así que no recogiste mi blusa, ¿verdad?

– Por supuesto que no.

– Ya está todo dicho. -Ella miró a su hijo-. Myron, siéntate. Tenemos que hablar. Al, llama a Fong's.

Los hombres obedecieron sus órdenes, como siempre. Myron y mamá se sentaron a la mesa de la cocina.

– Escúchame con atención -dijo mamá-. Sé que Esperanza es tu amiga. Pero Hester Crimstein es una buena abogada. Si ella le dijo a Esperanza que no hablase contigo, es lo correcto.

– ¿Cómo sabes…?

– Conozco a Hester desde hace años. -Mamá era abogada defensora, una de las mejores del estado-. Hemos trabajado juntas antes. Me llamó. Dijo que estás interfiriendo.

– No estoy interfiriendo.

– En realidad, dijo que la estabas molestando y que te largases.

– ¿Habló contigo de esto?

– Por supuesto. Quiere que dejes a su cliente en paz.

– No puedo.

– ¿Por qué no puedes?

Myron se removió un poco.

– Tengo una información que podría ser importante.

– ¿Cuál?

– Según la esposa de Clu, él estaba teniendo una aventura.

– ¿Crees que Hester no lo sabe? El fiscal cree que tenía una aventura con Esperanza.

– Espera un segundo -intervino papá-. Creía que Esperanza era lesbiana.

– Es bisexual, Al.

– ¿Qué?

– Bisexual. Significa que le gustan los chicos y las chicas.

Papá lo pensó.

– Creo que es una buena cosa.

– ¿Qué?

– Te da el doble de opciones que a todos los demás.

– Fantástico, Al, gracias por la opinión. -Puso los ojos en blanco y se volvió hacia Myron-. Así que Hester ya lo sabe. ¿Qué más?

– Clu estaba desesperado por encontrarme antes de que le matasen -dijo Myron.

– Lo más lógico, cariño, para decir algo contra Esperanza.

– No necesariamente. Clu fue al ático. Le dijo a Jessica que yo estaba en peligro.

– ¿Crees que lo decía de verdad?

– No, creo que exageraba. ¿Pero Hester Crimstein no tendría que juzgar el significado de eso?

– Ya lo hizo.

– ¿Qué?

– Clu vino aquí también, cariño. -Su voz de pronto era suave-. Nos dijo a tu padre y a mí lo mismo que le contó a Jessica.

Myron no insistió. Si Clu había dicho a sus padres las mismas cosas que le había dicho a Jessica, si había utilizado toda aquella charla de muerte cuando mamá y papá no sabían dónde estaba Myron…

Como si le hubiese leído el pensamiento, papá dijo:

– Llamé a Win. Me dijo que estabas sano y salvo.

– Te dijo dónde estaba.

Mamá se ocupó de la respuesta.

– No preguntamos.

Silencio.

Ella acercó la mano para ponerla sobre su hombro.

– Has pasado por muchas cosas, Myron. Tu padre y yo lo sabemos.

Ambos lo miraron con los ojos llenos de cariño. Sabían una parte de lo ocurrido. Su ruptura con Jessica. Lo de Brenda. Pero nunca lo sabrían todo.

– Hester Crimstein sabe lo que se hace -continuó mamá-. Tienes que dejarle hacer su trabajo.

Más silencio.

– ¿Al?

– ¿Qué?

– Cuelga el teléfono. Quizá lo mejor será que salgamos a comer.

Myron consultó su reloj.

– Tendrá que ser rápido. Tengo que volver a la ciudad.

– Vaya. -Mamá enarcó una ceja-. ¿Ya tienes una cita?

Él pensó en la descripción que Big Cyndi le había hecho de Adivina.

– Poco probable -respondió Myron-. Pero nunca se sabe.

15

Desde el exterior, Adivina se parecía mucho a cualquier otra cantina-como-bar-de-ligue de Manhattan. El edificio era de ladrillo, las ventanas oscurecidas para resaltar los rótulos de cerveza luminosos. Sobre la puerta, unas letras borrosas decían «Adivina». Eso era todo. Nada de «Traiga sus perversiones». Nada de «Cuanto más raro, mejor». Nada de «Mejor que le gusten las sorpresas». Nada de nada. Un tipo que volvía a casa podía pasar por allí, entrar, dejar el maletín, ver algo atractivo, invitarle a una copa, repetir unas cuantas frases manidas, llevárselo a casa. Sorpresa, sorpresa.

Big Cyndi le recibió en la puerta vestida como Earth, Wind and Fire; no tanto como uno de los integrantes, sino como todo el grupo.

– ¿Preparado?

Myron titubeó, asintió.

Cuando Big Cyndi abrió la puerta, Myron contuvo el aliento y entró detrás de ella. El interior no era lo que había visualizado. Se dijo que había esperado algo… totalmente desquiciado. Quizá como la escena del bar en La guerra de las galaxias. En cambio, Adivina daba la misma sensación neodesesperada y el hedor de otro millón de bares de solteros, en un viernes por la noche. Algunos clientes llevaban disfraces, pero la mayoría vestía prendas deportivas o trajes. También había un puñado de travestís con ropas escandalosas, devotos del cuero y una tía estupenda con un disfraz de Catwoman, pero en la actualidad le costaría mucho encontrar un bar en Manhattan que no tenga nada de eso. Desde luego, algunos llevaban disfraces, pero bien mirado, ¿quién no lleva un disfraz en un bar de solteros?

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