Myron no tenía respuesta, en parte porque no estaba seguro de que su suposición fuese del todo acertada. Dijo adiós y la dejó sola con sus fantasmas.
Myron consultó su reloj. Hora de cenar. Mamá y papá lo esperaban. Entró en la Garden State Parkway cuando sonó de nuevo el móvil.
– ¿Estás en el coche? -preguntó Win. Siempre amable.
– Sí.
– Sintoniza 1010 WINS. Te llamaré.
Una de las emisoras de sólo noticias de Nueva York. Myron hizo lo que le habían dicho. El tipo en el helicóptero estaba acabando el informe del tráfico. Le pasó la palabra a la mujer de la mesa de redacción. Ella dio el titular: «La última noticia bomba en el asesinato de la superestrella del béisbol Clu Haid. En sesenta segundos».
Fueron sesenta segundos interminables. Myron tuvo que aguantar un anuncio de verdad insoportable de Dunkin' Donuts, y después a un tipo que explicaba la manera de convertir cinco mil dólares en veinte mil, aunque una voz más suave y rápida añadía que funcionaba todas las veces y de hecho podías también perder el dinero y probablemente lo perderías y tenías que ser un imbécil como una casa para creerte los anuncios de inversiones en la radio. Por último apareció la mujer de la mesa de redacción. Dijo a los oyentes su nombre -como si a alguien le importase-, el nombre de su compañero y la hora. Luego:
– ABC informa de una fuente anónima en la Oficina del Fiscal del distrito de Bergen County que pelos, y cito, otros «elementos corporales», fin de la cita, que concuerdan con la sospechosa de asesinato Esperanza Díaz, han sido encontrados en el escenario del crimen. Según la fuente, aunque las pruebas de ADN todavía están pendientes, las preliminares muestran una clara coincidencia con la señorita Díaz. La fuente también dice que los pelos, algunos pequeños, fueron encontrados en diversos lugares de la casa.
Myron sintió un temblor en el interior de su corazón. Pelos pequeños, pensó. Un eufemismo de «púbicos».
– No se han dado más detalles, pero la Oficina del Fiscal del Distrito cree con claridad que el señor Clu Haid y la señorita Esperanza Díaz estaban manteniendo una relación sexual. Manténgase en antena en 1010 WINS para conocer todos los detalles.
Sonó el móvil. Myron contestó.
– Jesús.
– No te has acercado -dijo Win.
– Ahora mismo te llamo.
Myron colgó. Llamó a la oficina de Hester Crimstein. La secretaria le dijo que la señorita Crimstein no estaba disponible. Myron insistió en que era urgente. La señorita Crimstein seguía no disponible. Pero, preguntó Myron, ¿la señorita Crimstein no tiene un móvil? La secretaria cortó la llamada. Myron apretó el botón de memoria. Win contestó.
– ¿Cómo lo interpretas? -preguntó Myron.
– Esperanza se acostaba con él -contestó Win.
– Quizá no.
– Sí, por supuesto. Quizás alguien colocó vello púbico de Esperanza en el escenario del crimen. Podría ser una filtración falsa.
– Podría.
– O quizá visitó su apartamento. Para hablar de negocios.
– ¿Y dejó vello púbico en la casa?
– Quizás utilizó el baño. Quizás ella…
– ¿Myron?
– ¿Qué?
– Por favor no entres en más detalles. Gracias. Hay algo más que considerar.
– ¿Qué?
– Los registros del peaje.
– Correcto -dijo Myron-. Cruzó el puente de Washington una hora después del asesinato. Eso lo sabemos. Pero quizás ahora encaja. Esperanza y Clu tuvieron una gran discusión en el aparcamiento. Esperanza quiere solucionar la situación. Así que va a su apartamento.
– ¿Y cuando llega allí?
– No lo sé. Quizá vio el cuerpo y se asustó.
– Sí, por supuesto -dijo Win-. Después se arrancó un poco de vello púbico y salió corriendo.
– No dije que fuese su primera visita.
– Desde luego que no.
– ¿A qué te refieres?
– Los registros del peaje del Ford Taurus. Según la factura que llegó la semana pasada, el coche cruzó el puente dieciocho veces el mes pasado.
Myron frunció el entrecejo.
– Bromeas.
– Sí, soy un tipo muy divertido. También me tomé la libertad de comprobar el mes anterior. Dieciséis cruces del puente de Washington.
– Quizá tenía otra razón para ir a Jersey Norte.
– Sí, por supuesto. Los centros comerciales de Paramus son muy atractivos.
– Vale -dijo Myron-. Vamos a suponer que tenían una aventura.
– Parecería lo más prudente, sobre todo porque ofrece una explicación razonable a muchas de las cosas ocurridas.
– ¿Qué quieres decir?
– Explicaría el silencio de Esperanza.
– ¿Cómo?
– Los amantes siempre han sido unos sospechosos fantásticos -comentó Win-. Sí, por ejemplo Esperanza y Clu estaban bailando el mambo de las sábanas, entonces podemos asumir que el altercado en el aparcamiento fue una cosa de enamorados. En su conjunto, este desarrollo pinta mal para ella. Esperanza querría ocultarlo.
– ¿Pero de nosotros? -señaló Myron.
– Sí.
– ¿Por qué? Ella confía en nosotros.
– Se me ocurren varias razones. Es probable que su abogada le ordenase que no dijese nada.
– Eso no la detendría.
– Puede. Pero lo más importante. Es posible que Esperanza estuviese avergonzada. Acababas de ascenderla a socia. Estaba a cargo de toda la operación. Sé que crees que Esperanza es demasiado dura para preocuparse de cosas así, pero no creo que disfrutara con tu desilusión.
Myron lo pensó. Tenía algún sentido, pero no estaba seguro de creérselo del todo.
– Todavía creo que estamos pasando algo por alto.
– Eso es porque estamos haciendo caso omiso del motivo más fuerte para que guarde silencio.
– ¿Qué es?
– Que ella le mató.
Win colgó con esa nota alegre. Myron tomó por Northfield Avenue hacia Livingston. Las conocidas señales de su ciudad natal aparecieron. Pensó en el boletín de noticias y lo que Win había dicho. ¿Podía ser Esperanza la mujer misteriosa, la razón por la que Clu y Bonnie se separaron? ¿Si era así, por qué Bonnie no se lo dijo? Quizá no lo sabía. O quizás…
Para el carro.
Tal vez Clu y Esperanza se habían conocido en Adivina. ¿Habían ido allí juntos o sólo se habían encontrado por casualidad? ¿Era así como había comenzado la aventura? ¿Iban allí y participaban en… lo que fuese? Quizás había sido un accidente. A lo mejor habían ido allí disfrazados y no se dieron cuenta de quiénes eran, hasta que, bueno, era demasiado tarde para detenerse. ¿Tenía sentido?
Dobló a la derecha en Nero's Restaurant y siguió por Hobart Gap Road. Ahora no estaba lejos. Estaba en la tierra de su niñez; bórrelo, toda su vida. Había vivido aquí con sus padres hasta hacía cosa de un año o poco más, cuando por fin había cortado el cordón umbilical y se había ido con Jessica. Sabía que los psicólogos, los psiquiatras y tipos por el estilo, se lo hubiesen pasado bomba con el hecho de que había vivido con sus padres hasta tener más de treinta, teorizado sobre toda clase de aberraciones antinaturales que lo mantenían tan cerca de mamá y papá. Quizá tenían razón. Pero para Myron la respuesta era mucho más simple. Le caían bien. Sí, podían ser unos plastas -¿qué padres no lo eran?- y les gustaba curiosear, pero la mayor parte de la lata y el curioseo eran por cosas menores. Le habían dado intimidad y al mismo tiempo le habían hecho sentirse querido y deseado. ¿Era poco saludable? Puede ser. Pero parecía mucho mejor que sus amigos que se pasaban el día culpando a sus padres de cualquier desgracia de sus vidas.
Entró en su calle. El viejo barrio no tenía nada de espectacular. Había miles iguales en Nueva Jersey, centenares de miles por todo Estados Unidos. Eran los suburbios, la espina dorsal de su país, el campo de batalla del fabuloso sueño americano. Cursi decirlo, pero a Myron le encantaba. Por supuesto, había desgracias, disgustos, peleas y demás, pero seguía creyendo que éste era el lugar más real donde había estado. Le encantaba la canasta de baloncesto en la entrada de coches y las ruedas auxiliares en las bicicletas, la rutina, ir caminando a la escuela y preocuparse demasiado por el color del césped. Esto era vida. Era de esto de lo que iba todo.
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