– ¿Eres soltero y sin compromiso?
Él tragó saliva.
– Sí, otras dos veces.
– ¿Y?
– Y, de nuevo, no te lo tomes como algo personal…
– Pero es otra vez esa cosa del pene.
– Exacto.
Thrill se echó hacia atrás, jugó con la cremallera en el cuello, se la subió un poco.
– Eh, es nuestra primera cita. No tenemos que acabar desnudos.
Myron se lo pensó.
– Ya.
– Pareces sorprendido.
– No… me refiero…
– Quizá no sea tan fácil.
– Culpa mía por suponer… me refiero a que estás en este bar.
– Por lo tanto, no creí que la mayoría de los clientes jugaban a ser difíciles. Para citar a Woody Allen: «¿Cómo malinterpreté aquellas señales?».
Thrill no titubeó.
– Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo, y no se atrevi ó a preguntar.
– Si eres una mujer -dijo Myron-, quizá me esté enamorando.
– Gracias. Y ya puestos a leer las señales de estar en este bar, ¿qué está haciendo tú aquí? Tú, con toda esa historia del pene.
– Tienes razón.
– ¿Y?
– ¿Y qué?
– ¿Por qué no me invitas a salir? -De nuevo con los arrumacos-. Podríamos cogernos de la mano. Quizá besarnos. Tal vez incluso meter una mano debajo de mi camisa. Por la manera en que miras, es casi como si ya estuvieses allí.
– No estoy mirando -dijo Myron.
– ¿No?
– Si he estado mirando, y advierto que digo si, sería pura y exclusivamente por el bien de la clarificación sexual, te lo aseguro.
– Gracias por aclarármelo. Pero lo que quiero decir es que podemos salir e ir a cenar. O ir al cine. No necesitamos tener ningún contacto genital.
Myron sacudió la cabeza.
– De todas maneras no dejaría de preguntármelo.
– Ah, ¿pero no te gusta un poco de misterio?
– Me gusta el misterio en muchísimas situaciones. Pero cuando se trata del contenido del pantalón, bueno, soy un tipo bastante tradicional.
Thrill se encogió de hombros.
– Sigo sin entender por qué estás aquí.
– Estoy buscando a alguien. -Sacó una foto de Clu Haid y se la mostró-. ¿Le conoces?
Thrill miró la foto y frunció el entrecejo.
– Creí que habías dicho que eras agente deportivo.
– Lo soy. Era un cliente.
– ¿Era?
– Lo asesinaron.
– ¿El jugador de béisbol?
Myron asintió.
– ¿Lo has visto por aquí?
Thrill cogió un trozo de papel y escribió algo.
– Aquí tienes mi número de teléfono, Myron. Llámame cuando quieras.
– ¿Qué pasa con el tipo de la foto?
Thrill le dio el trozo de papel, dejó el taburete y se alejó ondulante. Myron observó sus movimientos con atención, atento a la presencia de, umm, un arma escondida. Big Cyndi le dio un codazo. Casi se cayó del taburete.
– Éste es Pat -dijo Big Cyndi.
Pat, el camarero, parecía alguien a quien Archie Bunker podría haber contratado para trabajar en su local. Tenía unos cincuenta y tantos, bajo, de pelo gris, hombros caídos, harto del mundo. Incluso su bigote -uno de aquellos modelos grises tirando a amarillo- se caía como si lo hubiese visto todo. Las mangas de Pat estaban recogidas dejando a la vista unos antebrazos velludos modelo Popeye. Myron deseó con toda el alma que Pat fuese un tío. Este lugar le estaba dando dolor de cabeza.
Detrás de Pat había un espejo gigante. A su lado, una pared con las palabras «Salón de la Fama del Cliente» pintado en rosa. La pared estaba cubierta con fotos de retratos de los grandes conservadores. Pat Buchanan. Jerry Falwell. Pat Robertson. Newt Gingrich. Jesse Helms.
Pat le vio mirar las fotos.
– ¿Alguna vez se ha fijado?
– ¿Fijado en qué?
– ¿En que todos los antimaricas tienen nombres de pila sexualmente ambiguos? Pat, Chris, Jesse, Jerry. Podría ser un tipo, podría ser una chica. ¿Entiende lo que le digo?
– Ajá -dijo Myron.
– ¿Y qué clase de nombre es Newt? -añadió Pat-. ¿Cómo coño creces con una actitud sexual sana con un nombre como Newt?
– No lo sé.
– ¿Mi teoría? -Pat se encogió de hombros, limpió la barra con un paño-. Estos culos estrechos fueron molestados mucho de pequeños. Les volvió hostiles hacia todo el asunto del sexo.
– Una teoría interesante -reconoció Myron-. ¿Pero su nombre no es Pat?
– Sí, bueno, yo también detesto a los maricones -dijo Pat-. Pero dejan buenas propinas.
Pat le guiñó un ojo a Big Cyndi. Ésta le correspondió. La máquina de discos cambió de canción. Lou Rawls cantó: Love Is in the Air. Muy apropiado.
Los retratos de los conservadores estaban autografiados. El de Jesse Helms decía: «Me duele todo. Amor y besos, Jesse». Directo. Seguían varias X y O. también había una marca de un beso como si el propio Jesse lo hubiese besado.
Pat comenzó a limpiar una jarra de cerveza con el paño. Con mucha naturalidad. Myron casi esperaba verle escupir dentro como en una vieja película del Oeste.
– ¿Qué le sirvo?
– ¿Es aficionado a los deportes? -preguntó Myron.
– ¿Está haciendo una encuesta?
Aquella frase. Siempre era tan divertida. Myron lo intentó de nuevo.
– ¿El nombre de Clu Haid significa algo para usted?
Myron esperó una reacción pero no vio ninguna. No significaba nada. El tipo parecía haber trabajado de camarero toda la vida. Sus ojos se veían tan vacíos como los de un entusiasta de Los vigilantes de la playa. Vaya. ¿Por qué había recordado aquella serie?
– Le he preguntado…
– Los nombres no significan nada para mí.
– Por favor, Pat -intervino Big Cyndi.
Él le dirigió una mirada.
– Ya me has oído, Big C. No le conozco.
Myron insistió.
– ¿Nunca oyó hablar de Clu Haid?
– Así es.
– ¿Qué me dice de los Yankees de Nueva York?
– No los he seguido desde que se retiró el Mick.
Myron dejó la foto de Clu Haid en la barra.
– ¿Alguna vez lo vio por aquí?
Alguien pidió una cerveza. Pat la sirvió. Cuando volvió se dirigió a Big Cyndi.
– ¿Este tipo es poli?
– No -respondió Big Cyndi.
– Entonces la respuesta es no.
– ¿Y si fuese un poli? -preguntó Myron.
– Entonces la respuesta sería no… señor. -Myron advirtió que Pat ni siquiera había mirado la foto-. También podía añadir una cancioncilla y entonar algo sobre lo ocupado que estoy para fijarme en los rostros que andan por aquí. Y que la mayoría de las personas, sobre todo los famosos, nunca muestran sus verdaderos rostros.
– Comprendo -dijo Myron. Metió la mano en el billetero, sacó uno de cincuenta-. ¿Y si le muestro una foto de Ulysses S. Grant?
La máquina de discos cambio de canción. The Flying Machine comenzó a cantar para Rosemarie «sonríe una pequeña sonrisa para mí, Rosemarie». The Flying Machine. Myron había recordado el nombre del grupo. ¿Qué decía eso de un hombre?
– Guárdese el dinero -dijo Pat-. Guárdese la foto. Guárdese las preguntas. No quiero problemas.
– ¿Este tipo significa problemas?
– Ni siquiera he mirado la foto, amigo. Ni pienso hacerlo. Lárguese.
Big Cyndi intervino.
– Pat -dijo-, por favor, ¿no podrías ayudar? -movió las pestañas: imagínense dos cangrejos patas arriba en el sol ardiente-, hazlo por mí.
– Eh, Big C, te quiero, lo sabes. Pero suponte que yo voy al Leather-N-Lust con fotos, ¿estarías ansiosa por ayudar?
Big Cyndi se lo pensó.
– Supongo que no.
– Ya lo ves. Tengo clientes.
– Está bien -dijo Myron. Recogió las fotos-. Entonces quizá me quede por aquí. Mostraré la foto a los demás. Haré algunas preguntas. Quizá monte guardia. Sin la menor discreción. Haré fotos de las personas que entran y salen de este excelente establecimiento.
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