Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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Caray, eso sí que era profundo.

Las cabezas y los ojos se volvieron en su dirección. Por un momento Myron se preguntó por qué. Pero sólo por un momento. Después de todo estaba junto a Big Cyndi, una masa multicolor de un metro noventa y cinco y ciento cincuenta kilos tapada con más lentejuelas que Siegfried y Roy. Atraía las miradas.

Big Cyndi parecía halagada por la atención. Bajó los ojos, se hizo la tímida, que era algo así como Ed Asner haciéndose el coqueto.

– Conozco al jefe de camareros -dijo ella-. Se llama Pat.

– ¿Hombre o mujer?

Ella sonrió, le dio un golpe en el brazo.

– Ya comienza a pillarle el truquillo.

En la máquina de discos sonaba Every Little Thing She Does Is Magic, de Police. Myron intentó contar cuántas veces Sting repetía las palabras every little. Perdió la cuenta cuando llegó al millón.

Encontraron dos taburetes en la barra. Big Cyndi buscó a Pat. Myron echó una ojeada, muy a lo detective. Le dio la espalda a la barra, apoyó los codos en la madera, movió la cabeza al compás de la música. El señor Enrollado. La nena con el traje de gato negro llamó su atención. Se deslizó en el taburete a su lado y se enroscó en él. Myron recordó a Julie Newmar como Cat Woman en 1967, algo que hacía con demasiada frecuencia. Esta mujer tenía el pelo rubio con algunas mechas más oscuras, pero por lo demás era de un parecido asombroso.

La mujer gato le dedicó una mirada que le hizo creer en la telequinesis.

– Hola -dijo ella.

– Hola. -El Rompecorazones se despierta.

Ella alzó una mano poco a poco hasta el cuello y comenzó a jugar con la cremallera del disfraz. Myron consiguió mantener la lengua en la vecindad de la boca. Se apresuró a mirar a Big Cyndi.

– No esté tan seguro -le advirtió Big Cyndi.

Myron frunció el entrecejo. Por amor de Dios, se veía el escote. Echó otra mirada por el bien de la ciencia. Sí, escote. Y mucho. Miró de nuevo a Big Cyndi y susurró:

– Tetas. Dos.

Big Cyndi se encogió de hombros.

– Me llamo Thrill -dijo la mujer gato.

– Yo soy Myron.

– Myron -repitió ella y movió la lengua en círculos como si buscase el sabor de la palabra-. Me gusta el nombre. Es muy masculino.

– Eh, gracias, supongo.

– ¿No te gusta tu nombre?

– En realidad, digamos que siempre lo he odiado. -Después le dirigió la mirada de un machote, enarcando la ceja como Fabio que piensa a fondo-. Pero si te gusta, quizá lo reconsidere.

Big Cyndi hizo un sonido como un alce que escupe un caparazón de tortuga.

Thrill le dirigió otra mirada ardiente y cogió su copa. Hizo algo que se podría llamar más o menos «beber un sorbo», pero Myron dudó que la Motion Picture Association le diese una clasificación que no fuese la de prohibida para menores de dieciocho años.

– Háblame de ti, Myron.

Comenzaron a hablar. Pat, el camarero, estaba en un descanso, así que Myron y Thrill hablaron sus buenos quince minutos. No quería admitirlo, pero se estaba divirtiendo. Thrill se volvió hacia él con todo el cuerpo. Se acercó un poco más. Myron buscó de nuevo las señales indicadoras de su sexo. Se fijó en si había una sombra de barba y bigote, Nada. Miró de nuevo el escote. Seguía allí. Demonios, si no era un detective con experiencia.

Thrill apoyó una mano en su muslo. La notó caliente a través del tejano. Myron observó la mano por un instante. ¿El tamaño no correspondía? Intentó deducir si era grande para una mujer o quizá pequeña para un hombre. Su cabeza comenzó a darle vueltas.

– No quiero ser descortés -acabó por decir Myron-, pero eres una mujer, ¿no?

Thrill echó la cabeza hacia atrás y se rió. Myron buscó la nuez de Adán. Ella llevaba una cinta negra alrededor del cuello. Resultaba difícil saberlo. La risa era un tanto ronca, pero, eh, ya estaba bien. No podía ser un tío. No con esas tetas. No cuando el disfraz estaba tan apretado, en, eh, aquella zona, ya me entienden.

– ¿Cuál es la diferencia? -preguntó Thrill.

– ¿Perdón?

– Me encuentras atractiva, ¿no?

– Lo que veo.

– ¿Y?

Myron levantó las manos.

– Así que, y quede bien clarito, si, durante un momento de pasión, hay un segundo pene en el cuarto… bueno, a mí se me quitan todas las ganas.

Ella se rió.

– Así que ningún otro pene, ¿eh?

– Así es. Sólo el mío. Puede que sea raro pero es lo que hay.

– ¿Conoces a Woody Allen? -preguntó ella.

– Por supuesto.

– Entonces deja que le cite. -Myron permaneció expectante. Thrill estaba a punto de citar a Woody Allen. Si ella era ella, Myron estaba cerca de proponerse-. El sexo es una cosa maravillosa entre dos personas. Entre cinco es fantástico.

– Bonita cita -dijo Myron.

– ¿Sabes de dónde es?

– De su vieja actuación en el club nocturno. Cuando Woody tenía un número en los sesenta.

Thrill asintió, complacida de que su alumno hubiese pasado la prueba.

– Pero aquí no estamos hablando de sexo en grupo -señaló Myron.

– ¿Alguna vez has participado del sexo en grupo? -quiso saber ella.

– Bueno, eh, no.

– Pero si lo hicieses, si fueran, digamos, cinco personas, ¿sería un problema si una de ellas tuviese pene?

– Estamos hablando hipotéticamente, ¿verdad?

– A menos que quieras que llame a algunos amigos.

– No, está bien, de verdad, gracias. -Myron respiró hondo-. Sí, vale, hipotéticamente. Supongo que no sería un gran problema siempre y cuando el hombre mantenga la distancia.

Thrill asintió.

– Pero si yo tuviese pene…

– Se me pasarían las ganas.

– Comprendo. -Thrill trazó pequeños círculos en el muslo de Myron-. Admite que sientes curiosidad.

– La siento.

– ¿Y?

– También siento curiosidad por lo que pasa por la cabeza de una persona cuando salta desde un rascacielos. Antes de que se espachurre en la acera.

Ella enarcó una ceja.

– Que tiene mucha prisa.

– Sí, pero al final acaba espachurrado.

– Y en este caso…

– El espachurrado sería el pene.

– Interesante -admitió Thrill-. Suponte que soy transexual.

– ¿Perdón?

– Supón que tenía un pene, pero ahora ha desaparecido. Estarías a salvo, ¿no?

– Te equivocas.

– ¿Por qué?

– El pene fantasma -contestó Myron.

– ¿Perdón?

– Como en la guerra, cuando a un tipo le cortan una pierna y todavía cree que esta allí. Un pene fantasma.

– Pero no sería tu pene el que ha desparecido.

– Así y todo. Un pene fantasma.

– Pero eso no tiene ningún sentido.

– Exactamente.

Thrill le mostró unos bonitos dientes blancos. Myron los miró. No se podía saber mucho del sexo de alguien por los dientes. Mejor mirar de nuevo el escote.

– ¿Te das cuenta de que estás terriblemente inseguro de tu sexualidad? -señaló ella.

– ¿Porque me gustaría saber si una posible compañera tiene pene?

– Un hombre de verdad no se preocuparía de que lo tomasen por marica.

– No es lo que la gente piense lo que me preocupa.

– Sólo es la cuestión del pene -acabó ella por él.

– Exacto.

– Todavía digo que eres sexualmente inseguro.

Myron se encogió, levantó las manos.

– ¿Quién no lo es?

– Es verdad. -Ella acomodó el trasero. Vinilo sobre vinilo. Un sonido-. ¿Entonces por qué no me invitas a salir?

– Creo que acabamos de hablar de eso.

– Me encuentras atractiva, ¿correcto? Lo que ves.

– Sí.

– ¿Y estamos manteniendo una charla agradable?

– Sí.

– ¿Me encuentras interesante? ¿Divertida?

– Sí y sí.

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