– Si de verdad eres su agente -dijo FJ-, entonces sería apropiado para ti hablar conmigo.
Myron asintió.
– Llama a mi despacho, pide una cita.
– Entonces no tardaremos en volver a hablar -prometió FJ.
– Lo espero con ansia. Y sigue utilizando «apropiado». Realmente impresiona a la gente.
Brenda abrió la puerta del pasajero y subió al coche. Myron hizo lo mismo. FJ se acercó a la ventanilla de Myron y golpeó en el cristal. Myron bajó la ventanilla.
– Me da lo mismo que firmes o no con nosotros. -FJ habló en voz baja-. Se trata sólo de negocios. Pero cuando te mate, será pura diversión.
Myron estuvo a punto de dar una réplica, pero algo -posiblemente una pizca de sentido común- le hizo callar. FJ se alejó. Rocco y Bubba lo siguieron. Myron les observó alejarse, con el corazón aleteando todavía en el pecho como un cóndor enjaulado.
Aparcaron en la calle y caminaron hasta el Dakota, uno de los grandes edificios de Nueva York, aunque es más conocido por ser el lugar donde asesinaron a John Lennon. Un ramo de rosas lozanas indicaba el lugar donde había caído su cuerpo. Myron siempre sentía una sensación extraña cuando pasaba por encima, como si estuviese pisando una tumba o algo así. El portero del Dakota debía haber visto a Myron un centenar de veces, pero siempre fingía lo contrario y telefoneaba al apartamento de Win.
Las presentaciones fueron breves. Win le buscó a Brenda un lugar donde estudiar. Ella sacó un texto de medicina del tamaño de una lápida y se puso cómoda. Win y Myron fueron a una sala medio decorada al estilo de Luis no sé qué. Había una chimenea con grandes atizadores de hierro y un busto en la repisa. Los muebles parecían, como de costumbre, acabados de lustrar pero muy viejos. Óleos de hombres severos y no obstante afeminados miraban desde las paredes. Y sólo para mantener las cosas en la década correcta, había una gran pantalla de televisión y un vídeo en el centro.
Los dos amigos se sentaron y pusieron los pies en alto.
– ¿Qué opinas? -preguntó Myron.
– Es demasiado alta para mi gusto -dijo Win-, pero tiene unas bonitas piernas.
– Me refiero a protegerla.
– Le encontraremos un lugar -prometió Win. Entrelazó las manos detrás de la nuca-. Cuéntame.
– ¿Conoces a Arthur Bradford?
– ¿El candidato a gobernador?
– Sí.
Win asintió.
– Nos hemos encontrado varias veces. Una vez jugué al golf con él y su hermano en Merion.
– ¿Puedes conseguir una cita?
– Ningún problema. Nos han estado llamando para conseguir una suculenta donación. -Cruzó las piernas a la altura de los tobillos-. ¿Cómo encaja Arthur Bradford en todo esto?
Myron recapituló los acontecimientos del día: el Honda Accord que los seguía, los pinchazos telefónicos, la camisa ensangrentada, las llamadas telefónicas de Horace Slaughter al despacho de Bradford, la visita sorpresa de FJ, el asesinato de Elizabeth Bradford, y el papel de Anita al encontrar el cadáver.
Win pareció poco impresionado.
– ¿De verdad ves un vínculo entre el pasado de los Bradford y el presente de los Slaughter?
– Sí, puede ser.
– Entonces permíteme comprobar si puedo seguir tu razonamiento. Puedes corregirme si me equivoco.
– Vale.
Win apoyó los pies en el suelo y unió las puntas de los dedos apoyando los índices en la barbilla.
– Veinte años atrás Elizabeth Bradford murió en unas circunstancias un tanto curiosas. Su muerte fue calificada como un accidente, aunque un tanto extraño. Tú no te lo crees. Los Bradford son ricos, y, por lo tanto, sospechas todavía más de la versión oficial…
– No sólo son ricos -interrumpió Myron-. ¿Caerse de su propio balcón? Venga ya.
– Sí, de acuerdo, me parece justo. -Win volvió a unir las manos-. Supongamos que has acertado en tus sospechas. Asumamos que algo extraño ocurrió cuando Elizabeth Bradford cayó antes de morir. Y también voy a asumir, como sin duda también lo has hecho, que Anita Slaughter, en su cometido como doncella, sirvienta o lo que sea, apareció en la escena y fue testigo de algo incriminatorio.
Myron asintió.
– Continúa.
Win separó las manos.
– Bien, amigo mío, es ahí donde llegas a un punto muerto. Si la querida señora Slaughter de verdad vio algo que no se debía ver, el tema se hubiese resuelto de inmediato. Conozco a los Bradford. No son personas que corran riesgos. Anita hubiese muerto, o se hubiese visto forzada a huir de inmediato. Pero en cambio, y aquí está la pega, esperó nueve meses completos antes de desaparecer. Por lo tanto, concluyo que los dos incidentes no están relacionados.
Detrás de ellos Brenda carraspeó. Ambos se volvieron hacia la puerta. La muchacha miró a Myron. No parecía contenta.
– Creía que vosotros dos estabais discutiendo un tema de negocios.
– Y lo estamos discutiendo -se apresuró a decir Myron-. Me refiero a que íbamos a hacerlo. Por eso que vine aquí. Para hablar de un tema de negocios. Pero comenzamos primero a hablar de esto, y bueno, ya sabes, una cosa lleva a la otra. Pero no fue intencionado ni nada parecido. Vine aquí para hablar de un tema de negocios, ¿no es así?
Win se inclinó hacia delante y palmeó la rodilla de Myron.
– Muy hábil -dijo.
Ella cruzó los brazos. Sus ojos eran como dos taladros.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó Myron.
Brenda señaló a Win.
– Desde que dijo que tenía unas bonitas piernas. Me perdí la parte de ser demasiado alta para su gusto.
Win sonrió. Brenda no esperó a que se lo pidiese. Cruzó la habitación y cogió una silla. Mantuvo la mirada fija en Win.
– Sólo para que conste, no me creo nada de todo esto -le dijo Brenda-. A Myron le cuesta creer que una madre abandone sin más a su hija pequeña. No tiene ningún problema en creer que un padre haga lo mismo, pero no la madre. Aunque se lo he explicado, es un tanto machista.
– Un cerdo -admitió Win.
– Pero -continuó ella-, si los dos vais a estar aquí jugando a ser Holmes y Watson, yo sí que veo una manera de superar vuestro -hizo una señal de comillas con los dedos- punto muerto.
– Por favor, continúa -dijo Win.
– Cuando Elizabeth Bradford cayó y murió, mi madre pudo haber visto algo que en un primer momento pareció inocente. No sé el qué. Quizás algo preocupante, pero nada por lo que inquietarse. Ella continuó trabajando para la familia, fregando los suelos y los baños. Quizás un día abrió un cajón. O un armario. Y quizás encontró algo que, relacionado con lo que vio el día en que murió Elizabeth Bradford, la llevó a la conclusión de que después de todo no fue un accidente.
Win miró a Myron. Myron enarcó las cejas.
Brenda suspiró.
– Antes de que continuéis con esas miradas de superioridad, esas que dicen «vaya, chico, la mujer tiene la capacidad de raciocinio», dejadme añadir que sólo estoy intentando aclarar la posibilidad de los hechos. Yo no me lo creo ni por un momento. Deja demasiadas cosas sin explicar.
– ¿Cómo qué? -preguntó Myron.
Brenda se volvió hacia él.
– Como por qué mi madre escapó de la manera que lo hizo. Por qué iba a dejar aquella cruel nota para mi padre hablándole de otro hombre. Por qué nos dejó sin un centavo. Por qué dejó atrás a una hija a la que teóricamente amaba.
No había ningún temblor en la voz. De hecho, todo lo contrario. El tono era demasiado firme, insistía demasiado en la normalidad.
– Quizá quería proteger a su hija de un daño mayor -señaló Myron-. Tal vez intentaba descorazonar a su marido para que no la buscase.
Ella frunció el entrecejo.
– ¿Así que se lleva todo su dinero y finge escaparse con otro hombre? -Brenda miró a Win-. ¿De verdad se cree esa mierda?
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