Arthur dejó el plato y la taza de porcelana Wedgwood. Se inclinó hacia delante, los antebrazos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas.
– En primer lugar, dejen que les diga que estoy entusiasmado por tenerlos a los dos aquí. Su apoyo significa mucho para mí.
Bradford se volvió hacia Win. El rostro de Win era del todo neutro, paciente.
– Tengo entendido que Lock-Horne e Securities quiere ampliar su oficina de Florham Park y abrir una nueva en Bergen County -continuó Bradford-. Si puedo ser de alguna ayuda, Windsor, por favor, házmelo saber.
Win le hizo un gesto que en nada le comprometía.
– Y si hay algún bono del estado que Lock-Horne e tenga algún interés en suscribir, bueno, estaré a tu disposición.
Arthur Bradford estaba ahora sentado sobre las nalgas, meneando la cola, como si estuviese esperando que le rascasen detrás de las orejas. Win lo recompensó con otro gesto que en nada comprometía. Buen perro. Bradford no había tardado mucho en comenzar con los chanchullos, ¿no? Bradford carraspeó y volvió su atención a Myron.
– Tengo entendido, Myron, que es propietario de una agencia deportiva.
Él intentó imitar el gesto de Win, pero se excedió. No fue lo bastante sutil. Debía de ser algo en los genes.
– Si hay algo que pueda hacer para ayudarle, por favor no dude en pedirlo.
– ¿Puedo dormir en el dormitorio Lincoln? -preguntó Myron.
Los hermanos se quedaron inmóviles por un momento, se miraron el uno al otro, y luego estallaron en una carcajada. Sus risas eran tan sinceras como el pelo de un telepredicador. Win de dirigió una mirada a Myron. La mirada decía: «Adelante».
– En realidad, señor Bradford…
A través de su risa él levantó una mano del tamaño de una almohada y dijo:
– Por favor, Myron, Arthur.
– Arthur, bien. Hay algo que puede hacer por nosotros.
Las carcajadas de Arthur y Chance se redujeron a risitas antes de desaparecer como una canción en la radio. Sus rostros se endurecieron ligeramente. Comenzaba el partido. Ambos se inclinaron hacia la zona de ataque, como una señal de que iban a escuchar el problema de Myron con cuatro de las más comprensivas orejas que existían.
– ¿Recuerdan a una mujer llamada Anita Slaughter? -preguntó Myron.
Eran buenos, los dos, políticos de pura sangre, pero con todo sus cuerpos se sacudieron como si hubiesen recibido una descarga eléctrica. Se recuperaron rápido, y se ocuparon con la pretensión de buscar entre sus recuerdos, pero no había ninguna duda. Había tocado un punto sensible.
– No acabo de ubicar el nombre -dijo Arthur, su rostro retorcido como si su proceso mental equivaliese a un parto-. ¿Chance?
– El nombre no me es del todo desconocido -dijo Chance-, pero…
Meneó la cabeza.
No me resulta desconocido. Es encantador cuando hablan en político.
– Anita Slaughter trabajó aquí -añadió Myron-. Hace veinte años. Era una doncella o una criada.
Una vez más el profundo pensamiento. Si Rodin hubiese estado aquí, habría hecho un magnífico bronce con estos dos tipos. Chance mantuvo los ojos en su hermano a la espera de la entrada. Arthur Bradford mantuvo la pose unos segundos más antes de chasquear los dedos de pronto.
– Por supuesto -manifestó-. Anita. Chance, ¿recuerdas a Anita?
– Sí, por supuesto -admitió Chance-. Supongo que nunca llegué a saber su apellido.
Ahora ambos sonreían, como presentadores del telediario de la mañana.
– ¿Durante cuánto tiempo trabajó para ustedes? -preguntó Myron.
– Oh, no lo sé -dijo Arthur-. Uno o dos años, creo. En realidad, no lo recuerdo. Chance y yo no éramos responsables de la servidumbre, por supuesto. De eso se ocupaba mamá.
Ya habíamos llegado a la negación plausible. Interesante.
– ¿Recuerda cuándo dejó el empleo con su familia?
La sonrisa de Arthur Bradford permaneció congelada, pero algo estaba ocurriendo en sus ojos. Sus pupilas se estaban dilatando, y por un momento pareció como si tuviese dificultades para enfocarlas. Se volvió hacia Chance. Ahora ambos parecían inseguros, sin saber muy bien cómo enfrentarse a este súbito asalto frontal, poco dispuestos a responder, pero sin querer perder el potencialmente masivo apoyo de Lock-Horne e Securities.
Arthur tomó la delantera.
– No, no lo recuerdo. -En caso de duda, la evasiva-. ¿Tú sí, Chance?
Chance separó las manos y les dirigió una sonrisa juvenil.
– Tanta gente que entra y sale.
Miró a Win como diciendo «ya sabes cómo funciona». Pero los ojos de Win, como de costumbre, no ofrecieron ningún solaz.
– ¿Renunció o la despidieron?
– Oh, dudo que la despidiesen -se apresuró a decir Arthur-. Mi madre era muy buena con la servidumbre. Rara vez, si es que lo hizo alguna vez, despidió a nadie. No estaba en su naturaleza.
Un político hasta la médula. La respuesta podía ser cierta o no -eso era muy poco relevante para Arthur Bradford- pero bajo ninguna circunstancia una pobre mujer negra despedida de su trabajo como sirvienta por una familia rica quedaría bien en la prensa. Un político lo percibe instintivamente y calcula su respuesta en cuestión de segundos; la realidad y la verdad deben siempre ocupar un puesto secundario ante los dioses del sonido y la percepción.
Myron insistió.
– Por lo que dijo su familia, Anita Slaughter trabajó aquí hasta el día que desapareció.
Ambos eran demasiado listos como para morder el cebo y decir:
«¿Desapareció?», pero Myron decidió no abrir la boca y esperar. Las personas detestan el silencio y a menudo se apresuran a decir algo sólo para romperlo. Era un viejo truco de la poli: no decir nada y dejar que cavasen sus propias tumbas con explicaciones. Con los políticos los resultados siempre eran interesantes: eran lo bastante listos como para saber que debían mantener las bocas cerradas, pero genéticamente eran incapaces de hacerlo.
– Lo siento -acabó por decir Arthur Bradford-. Como dije antes, mamá se encargaba de estos asuntos.
– Entonces quizá deba hablar con ella -dijo Myron.
– Mamá no se encuentra bien. La pobre tiene más de ochenta años.
– Así y todo me gustaría intentarlo.
– Me temo que no va a ser posible.
Ahora había un ligero toque acerado en su voz.
– Comprendo -asintió Myron-. ¿Sabe quién es Horace Slaughter?
– No -contestó Arthur-. Supongo que es un pariente de Anita.
– Su marido. -Myron miró a Chance-. ¿Le conoce?
– No, que yo recuerde -respondió Chance.
No que yo recuerde. Como si fuese un testigo en el estrado, que necesitase dejar una salida.
– Según los registros telefónicos, ha llamado varias veces a las oficinas de su campaña.
– Muchas personas llaman a nuestras oficinas de campaña -dijo Arthur. Después añadió con una pequeña risita-: Al menos eso espero.
Chance también se rió. Estos chicos Bradford eran la mar de divertidos.
– Sí, supongo.
Myron se giró hacia Win. Win asintió. Los dos se levantaron.
– Gracias por vuestro tiempo -dijo Win-. Ya conocemos el camino hasta la salida.
Los dos políticos intentaron no mostrarse demasiado asombrados. Chance por fin acabó por resquebrajarse un poco.
– ¿Qué demonios es esto?
Arthur lo silenció con una mirada. Se levantó para estrecharles la mano, pero Myron y Win ya estaban en la puerta.
Myron se volvió para hacer su mejor interpretación de Colombo.
– Curioso.
– ¿Qué? -preguntó Arthur Bradford.
– Que no recordase mejor a Anita Slaughter. Creía que sí.
Arthur levantó las palmas hacia arriba.
– Hemos tenido a muchísimas personas trabajando aquí a lo largo de los años.
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