Harlan Coben - Un paso en falso

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Myron Bolitar, jugador profesional de baloncesto al que una lesión mantiene alejado de las canchas, es agente deportivo y, ocasionalmente, detective privado y guardaespaldas. Hace dos semanas recibió un encargo muy especial: proteger a una fulgurante estrella del baloncesto, la bella Brenda Slaughter, cuya vida parece correr peligro. De un tiempo a esta parte recibe amenazas telefónicas anónimas, y su padre -lo mismo que su madre veinte años atrás- ha desaparecido misteriosamente, dejando vacías las cuentas bancarias. Pronto Bolitar se verá inmerso en un conflicto de intereses que salpica a las principales familias de Nueva Jersey, incluido un candidato a gobernador. Para resolver el caso, Bolitar tiene que remover el pasado y andarse con mucho cuidado: un paso en falso puede ser mortal.
Harlam Coben combina en esta quinta entrega de la serie de Myron Bolitar una sólida intriga, aliviada con algún toque de humor, un ritmo trepidante y un protagonista muy peculiar. Todo al servicio del mejor suspense.

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– ¿Perdón?

La entrenadora Podich no era muy buena utilizando pronombres.

– Tengo aquí a nueve jugadoras, Bolitar. Nueve. Necesito diez. Hay ropa en los vestuarios y zapatillas. Ve a cambiarte.

No era una petición.

– Necesito la rodillera -dijo Myron.

– También tengo. Lo tengo todo. El preparador se ocupará de ti. Venga date prisa, tío.

Ella le dio una palmada, se volvió y se alejó. Myron se quedo quieto por un segundo. Bien. Esto era lo que necesitaba.

Podich hizo sonar su silbato lo bastante fuerte como para destrozarse un órgano interno. Las jugadoras se detuvieron.

– Practicad tiros libres, diez minutos de descanso -ordenó-. Luego partido.

Las jugadoras se alejaron. Brenda se acercó al trote.

– ¿Adónde vas? -preguntó ella.

– Tengo que cambiarme.

Brenda contuvo una sonrisa.

– ¿Qué? -preguntó él.

– Los vestuarios -dijo Brenda-. Lo único que tienen son pantalones cortos de lycra amarillos.

Myron negó con la cabeza.

– Entonces alguien tendría que decírselo.

– ¿A quién?

– A tu entrenadora. Si me pongo unos pantalones cortos amarillos ajustados, no habrá manera de que nadie se concentre en el partido. Brenda se echó a reír.

– Intentaré mantener un comportamiento profesional. Pero si te me pones delante, quizá me vea obligada a pellizcarte el culo.

– No soy un juguete a tu disposición -dijo Myron.

– Qué pena. -Ella lo siguió al vestuario-. Ah, aquel abogado que le escribió a mi padre, Thomas Kincaid.

– Sí.

– Me he acordado dónde oí el nombre antes. Mi primera beca. Cuando tenía doce años. Él era el abogado que se encargaba.

– ¿Qué quieres decir?

– Él firmaba los cheques.

Myron se detuvo.

– ¿Recibías cheques de una beca?

– Por supuesto. La beca lo pagaba todo. La escuela, los libros de texto. Apuntaba los gastos, y Kincaid firmaba los cheques.

– ¿Cómo se llamaba la beca?

– ¿Aquélla? No lo recuerdo. Outreach Education o algo así.

– ¿Durante cuánto tiempo administró la beca Kincaid?

– Cubrió todos los años del instituto. Recibí una beca deportiva para ir al colegio universitario, así que el baloncesto pagó el viaje.

– ¿Qué me dices de la Facultad de Medicina?

– Recibí otra beca.

– ¿El mismo trato?

– Fue otra beca, si es a eso a lo que te refieres.

– ¿Pagaba lo mismo? ¿La matrícula, el alojamiento, los libros?

– Sí.

– ¿También la administraba un abogado?

La muchacha asintió.

– ¿Recuerdas su nombre?

– Sí. Rick Peterson. Tiene el despacho en Roseland.

Myron se quedó pensativo. Algo empezaba a encajar.

– ¿Qué? -preguntó ella.

– Hazme un favor -dijo él-. Tengo que hacer un par de llamadas. ¿Puedes entretener un poco a Frau Brucha?

Ella se encogió de hombros.

– Lo intentaré.

Brenda lo dejó a solas. Los vestuarios eran enormes. Un viejo de ochenta años atendía el mostrador. Le preguntó a Myron la talla. Se la dijo. Dos minutos más tarde el viejo le dio a Myron un montón de prendas. Camiseta roja, calcetines negros con rayas azules, un suspensorio blanco, zapatillas verdes, y, por supuesto, los pantalones cortos de lycra amarillos.

Myron frunció el entrecejo.

– Creo que se ha olvidado de un color -dijo.

El viejo lo miró.

– Tengo un sostén de deporte rojo, si le interesa.

Myron se lo pensó, pero acabó por rechazarlo.

Se puso la camiseta y el suspensorio. Ponerse los pantalones cortos fue como ponerse un traje de neopreno. Todo le apretaba; en realidad no era una sensación desagradable. Cogió el móvil y se apresuró a ir a la sala de entrenamiento. En el camino pasó por delante de un espejo. Tenía el aspecto de una caja de colores de cera dejada demasiado tiempo al sol. Se tumbó en un banco y marcó el número del despacho. Respondió Esperanza.

– MB SportsReps.

– ¿Dónde está Cyndi? -preguntó Myron.

– Comiendo.

Una imagen mental de Godzilla comiéndose a los ciudadanos de Tokio pasó por delante de sus ojos.

– Ya sabes que no le gusta que la llamen Cyndi -añadió Esperanza-. Es Big Cyndi.

– Perdona mi superabundancia de sensibilidad política. ¿Tienes la lista de llamadas de Horace Slaughter?

– Sí.

– ¿Alguna a un abogado llamado Rick Peterson? La pausa fue breve.

– Eres todo un Mannix -dijo ella-. Hay cinco. Las ruedas comenzaron a girar en la cabeza de Myron. Nunca era bueno.

– ¿Algún otro mensaje? -Dos llamadas de la Bruja. -Por favor no la llames así -dijo Myron. «Bruja» suponía en realidad una mejora en los calificativos que Esperanza solía usar para referirse a Jessica (una pista: empieza con p y termina con a). Myron había confiado recientemente en un deshielo entre las dos -Jessica había invitado a Esperanza a comer-, pero ahora reconocía que nada que no fuese un deshielo producido por una bomba atómica podría suavizar ese glaciar. Alguien lo podría confundir con celos. No era así. Cinco años atrás Jessica le había hecho daño a Myron. Esperanza lo había vivido en primera persona. Había visto de cerca el desaguisado.

Algunas personas son rencorosas; Esperanza cogía sus rencores, se los ataba alrededor de la cintura y utilizaba cemento para mantenerlos seguros.

– En cualquier caso, ¿por qué llama aquí? -preguntó Esperanza-. ¿No sabe el número de tu móvil? -Sólo lo utiliza para emergencias.

Esperanza hizo un sonido como si estuviese vomitando en un cucharón.

– Tenéis una relación muy madura. -Por favor, ¿podrías darme el mensaje?

– Quiere que la llames. En el Beverly Wilshire. Habitación seiscientos dieciocho. Debe ser la suite de las putas.

Pues vaya con la mejora. Esperanza le dio el número. Myron lo apuntó.

– ¿Alguna cosa más?

– Llamó tu madre. Que no te olvides de la cena de esta noche. Tu padre se encarga de la barbacoa. Asistirán un montón de tías y tíos.

– Vale, gracias. Te veré esta tarde.

– Estoy impaciente -dijo ella, y colgó.

Myron se sentó. Jessica había llamado dos veces. Vaya.

El preparador físico le arrojó a Myron una rodillera. Él se la puso, sujetándola con el velcro. El preparador comenzó a trabajar en silencio con la rodilla, estirándola. Myron pensó si debía llamar a Jessica ahora y decidió que aún le quedaba tiempo. Tumbado con la cabeza apoyada en una almohada, marcó el número del Beverly Wilshire y pidió que le pasaran con la habitación de Jessica. Ella atendió rápidamente, como si hubiera tenido el teléfono en la mano.

– ¿Hola? -dijo Jessica.

– Hola, preciosa -saludó Myron. El eterno encanto-. ¿Qué haces?

– Acabo de desparramar seis fotografías tuyas en el suelo. Estaba a punto de desnudarme, untarme todo el cuerpo con aceite, y después ondular sobre ellas.

Myron miró al preparador.

– ¿Puedo pedir una bolsa de hielo?

El preparador lo miró extrañado. Jessica se rió.

– Ondular -continuó Myron-. Es una buena palabra.

– Soy escritora -le recordó Jessica.

– ¿Qué tal la costa izquierda?

Costa izquierda. Jerga de moda.

– Soleada. Por aquí hay demasiado sol.

– Entonces vuelve a casa.

Hubo una pausa. Después Jessica dijo:

– Tengo buenas noticias.

– ¿Ah, sí?

– ¿Recuerdas la productora que tiene una opción para Sala de control?

– Claro.

– Quieren que la produzca y coescriba el guión. ¿No es fantástico?

Myron no abrió la boca. Una banda de acero le apretó el pecho.

– Será fantástico -prosiguió ella, con una falsa hilaridad en el tono cauteloso-. Volaré a casa los fines de semana. O tú puedes venir aquí de vez en cuando. Digamos que puedes reclutar unos cuantos clientes por aquí, pillar a unos cuantos de la Costa Oeste. Será fantástico.

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