Harlan Coben - Un paso en falso

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Myron Bolitar, jugador profesional de baloncesto al que una lesión mantiene alejado de las canchas, es agente deportivo y, ocasionalmente, detective privado y guardaespaldas. Hace dos semanas recibió un encargo muy especial: proteger a una fulgurante estrella del baloncesto, la bella Brenda Slaughter, cuya vida parece correr peligro. De un tiempo a esta parte recibe amenazas telefónicas anónimas, y su padre -lo mismo que su madre veinte años atrás- ha desaparecido misteriosamente, dejando vacías las cuentas bancarias. Pronto Bolitar se verá inmerso en un conflicto de intereses que salpica a las principales familias de Nueva Jersey, incluido un candidato a gobernador. Para resolver el caso, Bolitar tiene que remover el pasado y andarse con mucho cuidado: un paso en falso puede ser mortal.
Harlam Coben combina en esta quinta entrega de la serie de Myron Bolitar una sólida intriga, aliviada con algún toque de humor, un ritmo trepidante y un protagonista muy peculiar. Todo al servicio del mejor suspense.

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Los dejaron a solas.

– ¿De qué va todo esto? -preguntó Brenda.

Myron se encogió de hombros. Tenía una idea aproximada. Pero especular en ese momento era inútil. No tardarían en saberlo. Pasaron diez minutos. No era una buena señal. Otros cinco. Myron decidió aceptar el farol.

– Vámonos -dijo.

– ¿Qué?

– No tenemos por qué esperar aquí. Nos vamos.

Como si hubiese sido una señal, la puerta se abrió. Entraron un hombre y una mujer. El hombre era grande como un tonel con pelos por todas partes. Llevaba un bigote tan espeso que el de Teddy Roosevelt parecería una pestaña. Tenía la línea del pelo tan baja que no se sabía dónde terminaban las cejas y donde empezaba el pelo. Tenía el aspecto de un miembro del Politburó. Sus pantalones se estiraban al máximo por delante, en una curva obscena, y sin embargo, su falta de culo los hacía demasiado grandes por atrás. La camisa también le iba pequeña. El cuello le estrangulaba. Las mangas subidas le apretaban los antebrazos como torniquetes. Tenía el rostro enrojecido y colérico.

Para quien le interesen los detalles, éste sería el Poli Malo.

La mujer vestía una falda gris con la placa de detective en la cintura y una blusa blanca de cuello alto. Tenía unos treinta y tantos años, rubia, con pecas y mejillas sonrosadas. De aspecto saludable. Si ella fuera el plato de carne, el menú la describiría como «alimentada a base de leche».

Les sonrió con calidez.

– Lamento haberles hecho esperar. -Dientes bonitos-. Soy la detective Maureen McLaughlin. Pertenezco a la fiscalía de Bergen County. Él es el detective Dan Tiles. Trabaja para el Departamento de Policía de Mahwah.

Tiles no dijo nada. Se cruzó de brazos y observó a Myron como si fuera un vagabundo meando en su jardín. Myron le devolvió la mirada.

– Tiles [1]-repitió Myron-. ¿Como esas cosas de porcelana de mi baño?

McLaughlin mantuvo la sonrisa.

– Señorita Slaughter, ¿puedo llamarla Brenda?

La poli amiga.

– Sí, Maureen -respondió Brenda.

– Brenda, quisiera hacerle unas pocas preguntas, si le parece bien.

– ¿De qué va todo esto? -intervino Myron.

Maureen McLaughlin le dedicó una sonrisa. Con las pecas tenía un aspecto muy coqueto.

– ¿Puedo ofrecerles algo? ¿Quizás un café? ¿Un refresco?

Myron se levantó.

– Vámonos, Brenda.

– Vaya -exclamó McLaughlin-. Esperen un segundo, ¿vale? ¿Cuál es el problema?

– El problema es que no nos dicen por qué estamos aquí -dijo Myron-. Además ha utilizado la palabra «refresco» en una conversación informal.

Tiles habló por primera vez.

– Dígaselo -dijo.

Su boca ni siquiera se movió. Pero el arbusto debajo de la nariz se movió arriba y abajo. Algo así como Yosemite Sam.

McLaughlin de pronto parecía inquieta.

– No puedo soltárselo sin más, Dan. Sería…

– Dígaselo -repitió Tiles.

Myron los señaló.

– ¿Lo han ensayado?

Pero ahora estaba dando manotazos de ahogado. Tenía claro lo que se les venía encima. Sólo que no quería oírlo.

– Por favor -dijo McLaughlin. La sonrisa desapareció-. Por favor, siéntense.

Ambos se tomaron su tiempo para sentarse. Myron cruzó las manos y las apoyó en la mesa.

McLaughlin pareció meditar sus palabras.

– ¿Tiene novio, Brenda?

– ¿Tiene un servicio de citas? -preguntó Myron.

Tiles se apartó de la pared. Cogió la mano derecha de Myron por un momento. La dejó caer y levantó la izquierda. La observó, parecía disgustado, la dejó caer también.

Myron intentó no parecer confuso.

– Palmolive -dijo-. Es más que suave.

Tiles se apartó, volvió a cruzarse de brazos.

– Dígaselo -repitió.

La mirada de McLaughlin estaba ahora sólo puesta en Brenda. Se inclinó un poco hacia delante y bajó la voz.

– Su padre ha muerto, Brenda. Encontramos su cuerpo hace tres horas. Lo siento.

Myron se había preparado, pero así y todo, las palabras le golpearon como un meteorito. Sujetó la mesa y sintió que se le iba la cabeza. Brenda no dijo nada. Su rostro no mostró ningún cambio, pero se le aceleró la respiración.

McLaughlin no dejó mucho tiempo para las condolencias.

– Comprendo que es un momento muy duro, pero de verdad necesitamos hacerle unas preguntas.

– Fuera -dijo Myron.

– ¿Qué?

– Quiero que usted y Tiles se larguen de aquí ahora mismo. La entrevista se ha terminado.

– ¿Tiene algo que ocultar, Bolitar? -preguntó Tiles.

– Sí, así es, chico. Ahora salgan de aquí.

Brenda siguió sin moverse. Miró a McLaughlin y sólo dijo una palabra.

– ¿Cómo?

– ¿Cómo qué?

Brenda tragó saliva.

– ¿Cómo lo asesinaron?

Tiles casi saltó a través de la habitación.

– ¿Cómo sabe que lo han asesinado?

– ¿Qué?

– No hemos dicho nada de asesinato -afirmó Tiles. Parecía muy complacido consigo mismo-. Sólo que su padre había muerto.

Myron puso los ojos en blanco.

– Nos has pillado, Tiles. Dos polis nos traen hasta aquí, juegan a Sipowicz y Simone, y, de alguna manera, deducimos que su padre no murió de causas naturales. O somos videntes o lo hicimos nosotros.

– Cállese, imbécil.

Myron se levantó en el acto tumbando la silla. Inició una guerra de miradas con Tiles.

– Lárguese.

– ¿o?

– ¿Me está buscando las cosquillas, Tiles? -Me encantaría, gilipollas.

McLaughlin se interpuso entre los dos.

– ¿Acaso han tomado una ración de testosterona esta mañana? Apártense los dos.

Myron mantuvo la mirada fija en Tiles. Respiró varias veces bien hondo. Se estaba comportando de una forma irracional. Lo sabía. Era una estupidez perder el control. Tenía que hacer las cosas bien. Horace estaba muerto. Brenda tenía problemas. Tenía que mantener la calma.

Myron cogió la silla y se sentó de nuevo.

– Mi cliente no hablará con ustedes hasta que hayamos hablado.

– ¿Por qué? -le preguntó Brenda-. ¿Por qué es tan importante?

– Creen que lo hiciste tú -contestó Myron.

La respuesta le sorprendió. Brenda se volvió hacia McLaughlin.

– ¿Soy sospechosa?

McLaughlin se encogió de hombros como diciendo «Estoy de tu parte».

– Todavía es demasiado pronto para descartar a nadie.

– Eso es un sí en el lenguaje de la poli -dijo Myron.

– Cállese, imbécil -repitió Tiles.

Myron no le hizo caso.

– Responda a su pregunta, McLaughlin. ¿Cómo asesinaron a su padre?

McLaughlin se echó hacia atrás, sopesó sus opciones.

– Le dispararon en la cabeza.

Brenda cerró los ojos.

Dan Tiles se acercó de nuevo.

– A quemarropa -añadió.

– Correcto, a quemarropa. En la nuca.

– A quemarropa -repitió Tiles. Apoyó los puños en la mesa. Después se inclinó hacia delante-. Como si conociese al asesino. Quizá como si fuese alguien en quien confiaba.

Myron lo señaló.

– Tiene comida pegada en el bigote. Parecen huevos revueltos.

Tiles se inclinó hacia delante hasta que sus narices casi se tocaron. Tenía los poros grandes. Muy grandes. Myron casi temió caerse dentro de uno.

– No me gusta su actitud, gilipollas.

Myron se inclinó también un poco hacia delante. Luego sacudió suavemente la cabeza, la punta de su nariz haciendo contacto con la otra.

– Si fuésemos esquimales -comentó Myron-, ahora estaríamos comprometidos.

Esto apartó a Tiles. Cuando se recuperó, dijo:

– Que se comporte como un imbécil no cambia los hechos: a Horace Slaughter le dispararon a quemarropa.

– Y eso no significa nada, Tiles. Si perteneciese a la policía de verdad, sabría que la mayoría de los asesinos a sueldo disparan a sus víctimas a quemarropa. La mayoría de los familiares no lo hacen.

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