Su mente no dejaba de sopesar los pros y los contras, pero no llegó a ninguna conclusión. Lo que en realidad deseaba era comunicar sus pensamientos a alguien. Reflexionaba mejor cuando pensaba en voz alta con un amigo íntimo. El problema era con quién. Esperanza, su principal confidente, detestaba a Jessica. Win… Bien, en lo tocante a los asuntos del corazón, no era la persona más apropiada. Algo había menguado hasta atrofiarse en aquella región del alma de Win, mucho tiempo atrás…
– Jessica me pidió que fuera a vivir con ella -dijo Myron casi sin darse cuenta.
Win continuó unos momentos en silencio.
– ¿Vas a cobrar la parte entera de los play off? -preguntó después.
– ¿Qué?
– Has entrado tarde en el equipo. ¿Has calculado cuánto vas a cobrar?
– No te preocupes. Todo está controlado.
Win asintió. Siguió con la vista fija al frente. El velocímetro indicaba ciento veinte kilómetros por hora, una velocidad para la cual no había sido concebida la carretera 3. Win cambiaba de carril sin cesar. Con los años, Myron ya se había acostumbrado a la forma de conducir de su socio, pero aún prefería mantener la vista apartada del parabrisas.
– ¿Vendrás a ver el partido? -preguntó.
– Depende -respondió Win.
– ¿De qué?
– De si va la Sacudepolvos. Dijiste que no para de pedir guerra. Tal vez pueda interrogarla al mismo tiempo.
– ¿Qué le dirás?
– Eso es un dilema al que ambos deberemos enfrentarnos. Si tú le preguntas sobre la llamada de Downing, enviarás a hacer puñetas tu tapadera. Si se lo pregunto yo, querrá saber las causas y los motivos. En cualquier caso, a menos que la Sacudepolvos sea rematadamente tonta, empezará a sospechar. Y si sabe algo importante, mentirá.
– ¿Qué sugieres?
Win inclinó la cabeza como si estuviera sumido en profundos pensamientos.
– Quizá me la lleve a la cama -concluyó-. Después, cuando esté embriagada por los arrebatos de la pasión, le pediré que me cuente…
– Sólo se acuesta con hombres de los Giants o los Dragons. -Myron frunció el ceño-. Además, ¿llevártela tú a la cama?
Win se encogió de hombros.
– Sólo estaba sugiriendo una alternativa a zurrarla con un tubo de goma. A menos que sea masoquista, por supuesto.
– ¿Alguna otra sugerencia?
– Estoy en ello.
Tomaron la salida a Meadowlands en silencio. En el estéreo Abigail Adams estaba diciendo a John Adams que las mujeres de Massachusetts necesitaban alfileres. Win tarareó la melodía unos momentos. Después dijo:
– En cuanto a Jessica -apartó una mano del volante y la agitó-, no soy de los que hacen preguntas acerca de esa clase de cosas.
– Lo sé.
– La primera vez que te abandonó, lo pasaste fatal. No sé por qué te arriesgas a volver a pasar por eso.
Myron lo observó.
– No lo sabes, ¿verdad?
Win permaneció en silencio.
– Eso es muy triste, Win.
– Sí. Es trágico.
– Hablo en serio -dijo Myron.
Win se llevó una mano a la frente en un ademán melodramático.
– Oh, Dios mío, pensar que jamás podré experimentar los abismos de abyección en los que caíste cuando Jessica te abandonó. ¡Tened piedad de mí!
– Sabes que no se trata sólo de eso.
Win bajó la mano e hizo un gesto de negación con la cabeza.
– No, amigo mío, no hay nada más -dijo-. Lo único real fue el dolor que sentiste. Lo demás fue un cruel engaño.
– ¿De veras lo crees?
– Sí.
– ¿En todas las relaciones? -preguntó Myron.
– Nunca he dicho eso -respondió Win.
– ¿Qué opinas de nuestra amistad? ¿También es un cruel engaño?
– No estamos hablando de nosotros.
– Intento comprender…
– No hay nada que comprender -le interrumpió Win-. Haz lo que creas mejor. Como ya he dicho, no soy la persona más indicada para opinar sobre estos temas.
Ambos guardaron silencio. El estadio se alzaba ante ellos. Durante años había recibido el nombre de Brendan Byrne, en honor al impopular alcalde que gobernaba en el momento en que había sido construido. Sin embargo, en época reciente la concejalía de deportes tuvo necesidad de recaudar fondos y el nombre del estadio se cambió por el de Continental Airlines. No es que fuera muy musical, pero tampoco el anterior incitaba a prorrumpir en cánticos. Brendan Byrne y sus lacayos de antaño habían protestado por tamaña afrenta. Qué desgracia, habían clamado, indignados. Aquel era el legado del gobernador Byrne. ¿Cómo podían venderlo así? A Myron no le preocupaba en absoluto el cambio de nombre. ¿Qué era preferible, gravar con impuestos a la gente para recaudar veintisiete millones de dólares o arrastrar por los suelos el ego de un político? No había color.
Myron miró de soslayo a Win, cuyos ojos estaban fijos en la carretera y sus dedos aferraban con decisión el volante. Myron recordó aquella mañana de cinco años atrás, después de que Jessica le abandonara. Estaba solo en casa, muy abatido, cuando Win llamó a la puerta. Myron abrió.
– Vámonos -dijo Win sin más preámbulos-. Te voy a llevar de putas. Necesitas un buen polvo.
Myron negó con la cabeza.
– ¿Estás seguro? -preguntó Win.
– Sí.
– Entonces hazme un favor.
– ¿Cuál?
– No salgas a emborracharte -le pidió Win-. Sería un tópico lamentable.
– Ya, e irse putas no lo es.
Win se humedeció los labios.
– Al menos es más divertido.
Después Win dio media vuelta y se marchó. Eso fue todo.
Nunca más volvieron a mencionar el tema de su relación con Jessica. Había sido un error sacarlo a colación ahora. Myron debería haberlo pensado.
Existían motivos para que Win fuese como era. Miró a su amigo y sintió pena por él. Desde la posición ventajosa de Win, su vida había sido una larga lección sobre cómo cuidar de sí mismo. Los resultados no siempre eran agradables, pero solían ser eficaces. Y no es que Win se hubiera prohibido cualquier sentimiento, ni tampoco que fuera tan frío como a veces quería aparentar. Se trataba de algo mucho menos dramático. Había aprendido a no confiar ni depender demasiado de la gente. Pura supervivencia. Apreciaba a muy pocas personas, pero los elegidos recibían un intenso cariño. El resto del mundo significaba muy poco para él.
– Te conseguiré un asiento cerca de la Sacudepolvos -dijo Myron.
Win asintió y entró en un aparcamiento. Myron dio su nombre a la secretaria de Clip, que los acompañó hasta su despacho. Calvin Johnson ya había llegado y se encontraba de pie a la derecha de Clip, que estaba sentado detrás de su escritorio. Parecía más viejo. Sus mejillas se veían más fofas y grisáceas. Cuando se levantó, dio la impresión de que hacía un gran esfuerzo.
Clip miró a Win por un instante.
– Usted debe de ser el señor Lockwood.
Ya sabía que Win estaba interviniendo en el caso. Bien preparado, una vez más.
– Sí -dijo Myron contestando por su amigo.
– ¿Nos está ayudando en nuestro problema?
– Sí.
Tras las presentaciones, Win, como era su costumbre en tales situaciones, guardó silencio. Sus ojos tomaron nota de cuanto lo rodeaba. Le gustaba estudiar a las personas un rato antes de hablar con ellas, sobre todo cuando estaba en su contexto habitual.
– Bien -empezó Clip, con una sonrisa cansada-, ¿qué tenemos hasta ahora?
– Cuando me propuso el caso -empezó Myron-, usted tenía miedo de que descubriera algo desagradable. Me gustaría saber qué era.
Clip trató de adoptar una actitud despreocupada.
– Nada personal, Myron -dijo con una sonrisa-, pero si lo supiera, no habría necesitado contratarte.
Myron negó con la cabeza.
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