– Muy profundo -le dijo Win-. Volvamos a Greg Downing.
– En pocas palabras, Greg dejó de pagar. Su deuda ascendía a medio millón de dólares. Empecé a presionarle. Me dijo que estaba arruinado, pero que no debía preocuparme porque iba a firmar un contrato publicitario que le reportaría muchos millones.
El contrato con Forte, pensó Myron. Ahora empezaba a cobrar sentido el repentino cambio de parecer de Greg acerca de la publicidad.
– Le pregunté cuándo ingresaría el dinero del contrato -prosiguió el señor Q-. Me dijo que al cabo de unos seis meses. ¿Seis meses? ¿Con una deuda de medio millón, y aumentando? Le dije que era demasiado tiempo, que quería el dinero ya. Dijo que aún no podía pagarme. Le pedí una prueba de buena voluntad.
Myron sabía cuál era.
– Dejó de sumar puntos.
– Te equivocas. Se suponía que dejaría de sumar puntos. Las apuestas estaban a favor de que los Dragons ganarían por ocho puntos a Charlotte. Downing se iba a encargar de que lo hicieran por menos de ocho. Poca cosa.
– ¿Accedió?
– Por supuesto. El partido fue el domingo. Aposté una tonelada.
– Y Greg no jugó -dijo Myron.
– Exacto. Los Dragons ganaron por doce puntos de diferencia. Bien, imaginé que Greg se había lesionado, como afirmaban los periódicos. Una lesión complicada no achacable al jugador. No me malinterpretéis. Greg aún era responsable de mis pérdidas. ¿Por qué debía pagar yo por esa fea lesión? -El señor Q hizo una pausa para ver si alguien lo contradecía. Nadie se molestó en hacerlo-. Esperé a que Downing me llamara, pero no llamó. Ahora me debe cerca de dos millones. Win, sabes de sobras que no puedo quedarme de brazos cruzados, ¿verdad?
Win asintió.
– ¿Cuándo fue la última vez que Greg te hizo un pago? -preguntó Myron.
– No sé. Hace unos cinco o seis meses, quizá.
– ¿Nada más reciente?
– No.
Hablaron un poco más. Esperanza, Big Cyndi, Pantalones de Camuflaje y Muro de Ladrillo volvieron a la sala. Win y Q hablaron de artes marciales y de conocidos comunes. Unos minutos después, el señor Q y sus gorilas se marcharon. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Big Cyndi se volvió y miró a Esperanza con una amplia sonrisa. Después empezó a dar saltitos en círculo. El suelo se estremeció.
Myron interrogó con la mirada a Esperanza.
– El grandote, el que estaba con nosotras en la otra habitación -dijo Esperanza.
– ¿Qué pasa con él?
– Le pidió a Cyndi su número de teléfono.
Big Cyndi continuaba saltando como si fuese una niña. En el piso de abajo debían de pensar que se trataba de un terremoto. Myron se volvió hacia Win.
– ¿Te has fijado? Greg hacía meses que no pagaba nada.
Win asintió.
– Los cincuenta mil dólares que retiró antes de su desaparición no eran para pagar deudas de juego, está claro.
– Entonces ¿para qué eran?
– Para huir, imagino.
– De modo que, al menos cuatro días antes de desaparecer, ya sabía que iba a hacerlo -señaló Myron.
– Eso parece.
Myron reflexionó unos segundos.
– En ese caso -dijo al cabo-, el momento en que se produce el asesinato no puede ser una coincidencia. Si Greg pensaba desaparecer, no puede ser casualidad que el mismo día en que lo hace asesinen a Liz Gorman.
– Es dudoso -dijo Win.
– ¿Crees que Greg la mató?
– Las pistas apuntan en esa dirección. ¿Te dije que el dinero procedía de una cuenta manejada por Marty Felder? Tal vez el señor Felder tenga la respuesta.
Myron pensó en ello. De pronto Big Cyndi dejó de saltar. Abrazó a Esperanza y emitió un canturreo. ¡Ah, el amor!
– Si Felder sabía que Greg tenía intención de huir -prosiguió Myron-, ¿por qué dejó todos aquellos mensajes en el contestador automático de Greg?
– Quizá para despistarnos, o porque desconocía las intenciones de Greg.
– Lo llamaré -anunció Myron-. Intentaré concertar una cita para mañana.
– Esta noche tienes partido, ¿verdad?
– Sí.
– ¿A qué hora?
– A las siete y media. -Myron consultó su reloj-. Pero tengo que irme enseguida si quiero hablar antes con Clip.
– Conduciré yo -dijo Win-. Me gustaría conocer al señor Arnstein.
Cuando se fueron, Esperanza escuchó los mensajes del buzón de voz. Después ordenó su escritorio. Cyndi había tumbado sus dos fotografías: una de su collie Chloe cuando recibía el primer premio en el concurso de perros de Wetchester, y la otra de ella, vestida de Pequeña Pocahontas, con Big Cyndi ataviada de Big Chief Mama, ambas sosteniendo en alto sus cinturones de luchadoras.
Mientras contemplaba las fotografías no podía dejar de pensar en algo que había dicho Myron. Estaba preocupado por el hecho de que Greg hubiese desaparecido al mismo tiempo que Liz Gorman era asesinada. Pero también había que pensar en el momento en que ésta había llegado a Nueva York. Hacía dos meses del atraco al banco de Tucson. Liz Gorman había empezado a trabajar en el Parkview dos meses atrás. Un criminal en fuga pretende huir lo más lejos posible del lugar de los hechos, sí, pero ¿por qué Liz había elegido un lugar tan superpoblado como Nueva York?
Cuanto más pensaba en ello, más perpleja se sentía Esperanza. Tenía que existir una relación de causa y efecto. Liz Gorman tenía que haber recalado en Nueva York por algo relacionado con el atraco al banco. Esperanza meditó acerca de ello. Después descolgó el auricular y llamó a uno de los contactos más estrechos de Win y Myron en el FBI.
– Necesitan todo lo que tengas sobre el atraco al banco de Tucson perpetrado por la Brigada del Cuervo -dijo-. ¿Puedes enviarme una copia del expediente?
– Lo recibirás mañana por la mañana.
Win y Myron compartían una peculiar pasión por los musicales de Broadway. En el estéreo instalado en el Jaguar de Win sonaba la banda sonora de 1776 . Un congresista gritaba: «¡Será mejor que alguien abra una ventana!», lo cual produjo una feroz discusión sobre las ventajas e inconvenientes de abrir la susodicha ventana («hace un calor infernal en Filadelfia») o dejarla cerrada («demasiadas moscas»). Mientras tanto, la gente le pedía a John Adams que se sentara. La historia.
– ¿Quién encarnó a Thomas Jefferson en la primera versión? -preguntó Win. Sabía la respuesta, pero para los amigos de Myron la vida era un concurso interminable.
– ¿En cine o en teatro?
Win frunció el entrecejo.
– No me gustan las versiones cinematográficas.
– Ken Howard -contestó Myron.
– Correcto. ¿Cuál es el papel más famoso interpretado por el señor Howard?
– El entrenador de White Shadow.
– Correcto otra vez. ¿El primer John Adams?
– William Daniels.
– ¿Cuyo papel más famoso fue?
– El detestable médico de St. Elsewhere.
– ¿Y la actriz que encarnó a Abigail Adams?
– Betty Buckley. Más conocida como Abby en Eight is Enough.
Win sonrió.
– Eres bueno.
Myron miró por la ventanilla. Los edificios y los coches eran un borrón tembloroso. Pensó en Jessica. No había motivos para negarse a ir a vivir con ella. Ambos se querían. Incluso había sido ella la que había dado el primer paso, algo que no había hecho hasta aquel momento. En casi todas las parejas, uno de los miembros goza de más preponderancia que el otro. Era el orden natural de las cosas. Alcanzar el equilibrio perfecto era muy difícil. En su caso, era Jessica la que llevaba la voz cantante. Myron lo sabía. Y en caso de no haberse percatado de ello, las continuas referencias de Esperanza a que «le fustigaban» le habrían hecho caer en la cuenta. Esto no significaba que él la quisiera más o que Jessica lo quisiera menos. O quizá sí. Myron ya no estaba seguro de nada. Lo que sí sabía con absoluta certeza era que Jessica tomaba la iniciativa en contadas ocasiones, pues equivalía a exponerse al peligro. Myron deseaba aferrarse a esa propuesta, tener el coraje necesario. Había esperado mucho tiempo una reacción así por parte de ella, pero algo lo retenía. Como en el caso de TC, había muchos factores implicados.
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