Harlan Coben - Tiempo muerto

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Hubo un tiempo en el que el futuro de Myron Bolitar parecía predestinado a ser una gran estrella de la NBA. Una maldita lesión en la rodilla en el primer partido de la pretemporada le impidió llegar a jugar con los Boston Celtics y le obligó a abandonar el baloncesto profesional. “El hombre planea y Díos se ríe”, según Bolitar. Convertido, casi diez años después, en un temido agente deportivo e investigador privado volverá por fin a las canchas. Calvin Johnson, el nuevo general manager de los New Jersey Dragons lo contratará. No lo quiere para el equipo, sino para que busque a su gran estrella, Greg Downing, desaparecido misteriosamente, un jugador con el que Bolitar compitió sobre las canchas y por el amor de una mujer. Bolitar se verá no sólo ante un caso de muerte, chantaje y enemigos fuera de control, sino que se tendrá que enfrentar a un pasado que nunca creyó que volvería a revivir.

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La comunicación se cortó. Durante varios segundos todos se miraron, como preguntándose quién iba a dar el siguiente paso.

– No confío en él -dijo el señor Q. Hizo una seña a Muro de Ladrillo y añadió-: Lleva a la chica a la otra habitación. Escóndete detrás de un escritorio, o algo por el estilo. Si oyes disparos, vuélale la cabeza.

Muro de Ladrillo asintió.

El señor Q desvió su atención hacia Pantalones de Camuflaje.

– Apunta a Bolitar con tu arma.

– De acuerdo.

El señor Q sacó su revólver. Cuando se oyó la campanilla del ascensor, se puso en cuclillas y apuntó. Las puertas se abrieron, pero no era Win, sino Big Cyndi, que salió del ascensor como una cría de dinosaurio del cascarón.

– ¡Joder! -exclamó Pantalones de Camuflaje-. ¿Qué coño es eso?

Cyndi gruñó.

– ¿Quién es, Bolitar? -preguntó el señor Q.

– Mi nueva recepcionista.

– Dile que espere en la otra habitación.

Myron miró a Big Cyndi y asintió.

– No pasa nada -la tranquilizó-. Esperanza está allí.

Cyndi gruñó de nuevo, pero hizo lo que le decían. Pasó junto al señor Q y se dirigió hacia el despacho de Myron. El revólver del señor Q parecía un encendedor desechable al lado de Big Cyndi, que abrió la puerta, refunfuñó por última vez y la cerró.

Silencio.

– Joder… -repitió Pantalones de Camuflaje.

Esperaron unos treinta segundos, hasta que volvió a sonar la campanilla del ascensor. El señor Q se agachó de nuevo y apuntó. Las puertas se abrieron. Win salió. Cuando vio el arma que le apuntaba, su rostro se transfiguró en una expresión de disgusto. Habló con voz seca.

– Te dije que no habría violencia.

– Tienes una información que necesitamos -soltó el señor Q.

– Lo sé muy bien -admitió Win-. Ahora guarda el arma y hablemos como personas civilizadas.

El señor Q siguió apuntando a Win.

– ¿Vas armado?

– Por supuesto.

– Entrégame el arma.

– No -dijo Win-. Y no es un arma, sino varias.

– He dicho…

Win suspiró.

– Bien, señor Q. -Meneó la cabeza-. Me lo estás poniendo más difícil de lo que pensaba.

– ¿Qué quieres decir?

– Significa que, para ser un tipo inteligente, olvidas con demasiada frecuencia que la fuerza bruta no es el único método. Hay situaciones que exigen contención.

Win dando lecciones de contención, pensó Myron. ¿Y qué más? ¿Xaviera Hollander dando lecciones de monogamia?

– Piensa en lo que ya has hecho -continuó Win-. En primer lugar, ordenas a estos dos aficionados que maltraten a Myron…

– ¿Aficionados? -A Pantalones de Camuflaje no le había gustado la expresión-. ¿A quién te crees…?

– Cierra el pico, Tony -ordenó el señor Q.

– ¿Has oído lo que me ha llamado? ¡Aficionado!

– He dicho que cierres el pico, Tony.

Pero Tony, el Pantalones, aún no había terminado.

– Oye, yo también tengo sentimientos, señor Q.

El señor Q lo fulminó con la mirada.

– Si no cierras el pico, tu fémur izquierdo…

Tony obedeció.

El señor Q miró a Win.

– Perdona la interrupción.

– Disculpas aceptadas.

– Continúa.

– Como iba diciendo -prosiguió Win-, primero intentas dar una paliza a Myron. Después, intentas secuestrarlo y lisiarlo, y todo ha sido en vano.

– No ha sido en vano -replicó el señor Q-. Tenemos que saber dónde está Downing.

– ¿Y por qué crees que Myron lo sabe?

– Los dos estuvisteis en su casa. De repente, Bolitar ficha por el equipo de Downing. De hecho, le sustituye.

– ¿Y?

– Que no soy estúpido. Los dos sabéis algo.

– ¿Y qué? -dijo Win-. ¿Por qué no nos preguntaste? ¿Pensaste alguna vez en esa posibilidad? ¿Se te ha ocurrido pensar alguna vez que el mejor método era preguntar?

– ¡Yo se lo pregunté! -exclamó Pantalones de Camuflaje, a la defensiva-. ¡En la calle! Le pregunté dónde estaba Greg. Me dio largas.

Win lo miró.

– ¿Has sido militar? -preguntó.

– No -musitó Pantalones, algo confuso.

– Eres una rata inmunda -dijo Win en el mismo tono que utilizaría para comentar un informe sobre acciones de bolsa-. Un lamentable ectoplasma como tú vestido con traje de faena es un insulto para los hombres y mujeres que han entrado en combate alguna vez. Si te vuelvo a ver con indumentaria militar, te arrepentirás de haber nacido. ¿Me he expresado con claridad?

– Eh…

– No sabes de lo que este tío es capaz, Tony -lo interrumpió el señor Q-. Limítate a asentir y cerrar el pico.

Aunque parecía indignado, Pantalones de Camuflaje obedeció.

Win devolvió su atención al señor Q.

– Podemos ayudarnos mutuamente en esta situación -dijo.

– ¿Cómo?

– Resulta que nosotros también estamos buscando al escurridizo señor Downing. Por eso quiero hacerte una propuesta.

– Te escucho.

– Primero, deja de apuntarnos.

El señor Q lo miró con curiosidad.

– ¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

– Si hubiera querido matarte, lo habría hecho anoche.

El señor Q reflexionó, asintió y bajó su arma. Indicó con un gesto a Pantalones de Camuflaje que lo imitara.

– ¿Por qué no lo hiciste? -le preguntó el señor Q-. En la misma situación, yo te habría matado.

– A eso me refería cuando hablé de fuerza bruta -dijo Win-. Nos necesitamos. Si te hubiera matado, ahora no podría estar haciéndote esta proposición.

– Tienes razón. Adelante.

– Estoy al corriente de que el señor Downing te debe un montón de dinero.

– Un pastón.

– Bien -dijo Win-. Dinos todo lo que sabes. Nosotros nos encargamos de encontrarlo sin que te cueste un centavo, y tú nos prometes que, cuando lo encontremos, si te paga no le harás ningún daño.

– ¿Y si no me paga?

Win sonrió y extendió las manos con las palmas hacia arriba.

– ¿Quiénes somos nosotros para decirte cómo debes llevar tus negocios?

El señor Q reflexionó, pero no por mucho rato.

– De acuerdo -dijo-, pero no hablo delante de mercenarios. -Se volvió hacia Camuflaje-. Ve a sentarte en la otra habitación.

– ¿Por qué?

– Porque si alguien decide torturarte, no podrás explicar nada.

Camuflaje comprendió la lógica impecable de la respuesta y entró en el despacho de Myron sin rechistar.

– ¿Por qué no nos sentamos? -sugirió Win.

La sugerencia fue aceptada. El señor Q cruzó las piernas y empezó a hablar.

– Downing es el típico ludópata. Gozó de una suerte envidiable durante mucho tiempo. Cualquier adicción es mala para el hombre. Cuando su suerte cambió, como siempre acaba sucediendo a la larga, siguió convencido de que volvería a ganar. Todos lo piensan. Cuando tienen tanto dinero como Downing, les dejo que se caven su propia tumba. Es bueno para el negocio. Pero, al mismo tiempo, tienes que estar muy alerta. Nadie quiere que sigan cavando hasta llegar a China. -Se volvió hacia Myron-. Ya sabes a qué me refiero.

Myron asintió.

– China, claro.

– Bien. El caso es que Downing empezó a perder muchísima pasta. Nunca pagaba enseguida, pero siempre acababa pagando. A veces dejaba que la deuda se elevara a doscientos cincuenta, o incluso trescientos.

– ¿Trescientos mil? -preguntó Myron.

– Sí. -El señor Q sonrió-. No conoces a ningún jugador, ¿verdad?

Myron calló. No iba a contarle a aquella bazofia la historia de su vida.

– Es tan malo como el alcohol o la heroína -continuó el Señor Q-. En cierto modo es aún peor, porque no pueden parar. La gente bebe y se droga para escapar de la desesperación. También se juega por este motivo, pero además el juego te tiende la mano amigable de la esperanza. Cuando juegas, lo último que pierdes es la esperanza. Siempre crees que tan sólo una apuesta te separa de una vida completamente nueva. Si abrigas esperanzas, sigues jugando, y eso es lo que les ocurre a los ludópatas.

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