– ¿Con Liz Gorman?
– ¿Por qué no? -Win casi parecía estar a la defensiva-. No deberías discriminar a nadie basándote tan sólo en la edad o los implantes. No sería justo.
«Otra vez el Señor Igualdad de Derechos», pensó Myron.
– No es eso -protestó-. Supongamos que Greg estuviera locamente enamorado de Liz Gorman, aunque nadie la haya descrito como una beldad…
– Eres tan estrecho de miras, Myron -dijo Win en tono de decepción-. ¿Has tenido en cuenta la posibilidad de que Greg viera algo más en ella? Al fin y al cabo, tenía unas tetas gigantescas.
– Cada vez que hablamos de sexo nos pasa lo mismo; ya veo que no has entendido nada -replicó Myron.
– ¿A qué te refieres?
– Para empezar, ¿cómo ligaron?
Win volvió a juntar las yemas de los dedos y apoyó la punta de los índices sobre su nariz.
– Ah -dijo.
– Eso, ah. Tenemos a una mujer que ha vivido en la clandestinidad durante casi veinte años. Ha viajado por todo el mundo, y es probable que nunca se haya quedado en un mismo sitio mucho tiempo. Participó en un robo en Arizona hace dos meses. Trabaja de camarera en un restaurante de pacotilla. ¿Cómo una mujer así seduce a Greg Downing?
– Es improbable, pero no imposible -le dijo Win-. Hay muchas pruebas que lo demuestran.
– ¿Cuáles?
Win indicó la pantalla del ordenador.
– Este correo electrónico, por ejemplo. Habla del sábado pasado por la noche. La misma noche que Greg y Liz se citaron en un bar de Nueva York.
– En un restaurante barato -señaló Myron-. ¿Por qué no fueron a un hotel, o a casa de ella?
– Porque no era prudente, tal vez. O porque, como bien has insinuado, Liz Gorman quería pasar inadvertida, y un bar de ese estilo era una buena alternativa. -Tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Pero permíteme decirte, amigo mío, que estás olvidando algo más.
– ¿Qué?
– Las ropas de mujer que encontramos en casa de Greg -respondió Win-. La investigación nos ha llevado a concluir que Downing tiene una amante secreta. La pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué tanto interés en mantener en secreto su relación? Una explicación posible podría ser que la amante secreta de Downing fuera la infausta Liz Gorman.
Myron ya no sabía a qué atenerse. Audrey había visto a Greg en un restaurante con una mujer cuya descripción no coincidía con la de Liz Gorman. ¿Cómo decodificar esa información? Podría tratarse de alguien inocente, otra de sus conquistas. Quizás era tan sólo una relación efímera. Aun así, a Myron le costaba creer en una relación sentimental entre Greg Downing y Liz Gorman. Algo no encajaba.
– Tiene que haber una forma de seguir el rastro de este seudónimo hasta descubrir quién se oculta detrás de él -dijo-. Hay que averiguar si nos conduce hasta Liz Gorman o alguno de sus apodos.
– Veré qué puedo hacer. No tengo ningún contacto en American Online, pero seguro que algún colega lo tendrá. -Win abrió la puerta metálica de su mininevera. Le dio a Myron una lata de Yoo-Hoo y se sirvió una Brooklyn Lager. Win nunca bebía cerveza vulgar-. Ha sido difícil localizar el dinero de Greg. Creo que no había mucho.
– Eso coincidiría con lo que Emily dijo.
– No obstante, he descubierto que hizo una retirada de fondos importante.
– ¿Cuánto?
– Cincuenta mil dólares en efectivo. No fue fácil averiguarlo, porque lo extrajo de una cuenta a nombre de Martin Felder.
– ¿Cuándo lo hizo?
– Cuatro días antes de desaparecer -le respondió Win.
– ¿Para pagar una deuda de juego?
– Es posible.
El teléfono comenzó a sonar. Win descolgó el auricular.
– De acuerdo -dijo-. Pásamela.
Dos segundos después le entregó el auricular a Myron, que preguntó:
– ¿Es para mí?
Win lo miró sin pestañear.
– No -dijo-. Te lo paso porque me pesa demasiado.
«Qué gilipollas», pensó Myron, y cogió el auricular.
– ¿Diga?
– Tengo un coche patrulla abajo. -Era Dimonte-. Mueve el culo y baja.
– ¿Qué pasa?
– Estoy en casa de Downing, eso es lo que pasa. Casi tuve que arrancarle al juez la orden de registro.
– Bien hecho, Rolly.
– No me toques los cojones, Bolitar. Dijiste que había sangre en la casa.
– En el sótano -lo corrigió Myron.
– Bien, pues ahora estoy en el sótano -repuso Dimonte-. Y está más limpio que el culo de un bebé.
El sótano estaba impecable, era cierto. Ni una gota de sangre.
– Tiene que haber indicios -dijo Myron.
Dio la impresión de que el mondadientes de Dimonte iba a salir disparado de un momento a otro.
– ¿Indicios?
– Sí, no sé, buscarlos con un microscopio o algo por el estilo.
– Con un… -Dimonte agitó los brazos, con la cara encendida-. ¿De qué coño me van a servir unos indicios? No demostrarán nada. ¿Cómo analizas unos jodidos indicios?
– Demostrarán que había sangre.
– ¿Y qué? -gritó el policía-. Te aseguro que si analizas cualquier casa de Estados Unidos con un microscopio te vas a encontrar con restos de sangre… ¿Se puede saber a quién cojones le importa eso?
– No sé qué decirte, Rolly. Aquí había sangre.
Había como mínimo cinco hombres del Departamento Forense (de paisano, con coches camuflados) registrando la casa. Krinsky también estaba. En aquel momento tenía apagada la cámara de vídeo que sostenía en la mano. También llevaba unas carpetas de papel manila debajo del brazo. Myron las señaló.
– ¿Es el informe del forense?
Roland Dimonte se interpuso entre Myron y las carpetas.
– Eso no es asunto tuyo, Bolitar.
– Sé lo de Liz Gorman, Rolly.
El mondadientes fue a parar al suelo.
– ¿Cómo coño…?
– Da igual.
– Y una mierda. ¿Qué más sabes? Si me estás ocultando algo, Bolitar…
– No te estoy ocultando nada, pero creo que puedo ayudar.
Dimonte entornó los ojos con expresión de desconfianza.
– ¿Ayudar en qué?
– Dime el grupo sanguíneo de la Gorman. Es todo lo que quiero saber. Su grupo sanguíneo.
– ¿Por qué demonios debería decírtelo?
– Porque no eres gilipollas del todo, Rolly.
– No me vengas con chorradas. ¿Por qué lo quieres saber?
– ¿Recuerdas que fui yo quien te informó de que habíamos encontrado sangre en este sótano?
– Sí.
– Olvidé decirte algo.
Dimonte le atravesó con la mirada.
– ¿El qué?
– Hemos analizado una pequeña muestra.
– ¿Hemos? ¿Quién cojones es…? -Dimonte enmudeció-. No me jodas, no me digas que ese yuppie psicótico está metido en esto.
Conocer a Win era amarlo.
– Me gustaría hacer un trato -dijo Myron.
– ¿Qué clase de trato?
– Tú me dices el grupo sanguíneo que figura en el informe y yo te digo el grupo sanguíneo que encontramos en el sótano.
– Que te den por el culo, Bolitar. Podría detenerte por manipular pruebas en una investigación policial.
– ¿A qué manipulación te refieres? No existe ninguna investigación.
– Aún podría joderte por allanamiento de morada y sustracción de bienes.
– No puedes demostrarlo. Además, Greg tendría que presentar primero una denuncia. Escucha, Rolly…
– AB positivo -dijo Krinsky. Continuó, sin hacer caso de la mirada furiosa de Dimonte-. Es muy raro. Sólo el cuatro por ciento de la población es AB positivo.
Los dos devolvieron su atención a Myron. Éste asintió.
– AB positivo. Coincide.
Dimonte levantó ambas manos y puso cara de perplejidad.
– Eh, espera un momento. ¿Qué coño intentas decir? ¿Que la mataron aquí y luego la trasladaron a su casa?
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