Myron tenía la costumbre de entregarse demasiado. Lo sabía. Con Win y Esperanza no había problema. Confiaba en ellos por completo. Amaba a Jessica con todo su corazón, pero ella le había hecho daño. Aunque él habría querido ir más despacio, no entregarse tanto, el corazón no sabe controlarse. El de Myron no, al menos. Dos fuerzas internas esenciales luchaban entre sí: su instinto natural de entregarse al máximo cuando amaba y el instinto de supervivencia, que le permitía evitar el dolor.
– Todo esto es muy raro -dijo Jessica cuando él hubo terminado.
– Sí -admitió Myron. La noche anterior apenas habían hablado. Él le había asegurado que todo iba bien y se habían ido a dormir-. Creo que debería darte las gracias.
– ¿Por qué?
– Tú fuiste la que llamó a Win, ¿verdad?
Jessica asintió.
– Después de que aquellos matones te atacaran.
– Prometiste que no ibas a entrometerte.
– Te equivocas. Dije que no iba a intentar detenerte, lo que es muy distinto.
– Tienes razón.
Jessica se mordió el labio inferior. Vestía tejanos y una sudadera varias tallas más grande. Aún llevaba el pelo mojado a causa de la ducha reciente.
– Creo que deberías mudarte aquí -dijo.
Myron sintió que aquellas palabras lo golpeaban de lleno en el mentón.
– ¿Qué?
– No era mi intención soltarlo así -se disculpó ella-. Dar rodeos no es mi fuerte.
– En cualquier caso, ése es mi trabajo.
Ella meneó la cabeza.
– Eliges los peores momentos para ser grosero.
– Sí, lo siento.
– Escucha, Myron, ya sabes que no sirvo para estas cosas.
Él asintió. Lo sabía.
Jessica ladeó la cabeza, se encogió de hombros y sonrió con nerviosismo.
– Es que me gusta que estés aquí. Me gusta.
A Myron le dio un vuelco el corazón.
– Es un paso trascendental.
– No lo creo. Te pasas aquí la mayor parte del tiempo. Y te quiero.
– Yo también te quiero.
La pausa se prolongó un poco más de lo debido. Jessica la interrumpió antes de que causara un daño irreparable.
– No digas nada, Myron -le pidió-. Quiero que lo pienses. Sé que he planteado el tema en un mal momento, con todo lo que está pasando. O quizá lo he elegido por eso mismo, no lo sé. Pero no digas nada. Piénsatelo. No me llames hoy. Ni esta noche. Voy a ir al partido, pero luego me iré con Audrey a tomar unas copas. Es su cumpleaños. Duerme en tu casa esta noche. Quizá podamos hablarlo mañana, ¿de acuerdo? Mañana.
– Mañana -repitió Myron.
Big Cyndi estaba sentada ante el escritorio de la recepción. Sentada no era la palabra adecuada. Imaginad el típico camello que intenta pasar por el ojo de una aguja. Las cuatro patas del escritorio se alzaban del suelo, y el tablero se balanceaba sobre las rodillas de Big Cyndi como un balancín. La taza de café desaparecía entre unas manos mullidas como almohadones de sofá. El pelo corto y de punta había adquirido un tono más rosado que el del día anterior. Su maquillaje se parecía a los que ensayábamos cuando éramos niños derritiendo ceras Manley de colores. Se había pintado los labios de blanco, y en su holgada camiseta podía leerse: «Salvad las ballenas». Era políticamente correcto, pero no dejaba de tener cierta gracia si uno pensaba en el físico de aquella mujer.
Solía refunfuñar cuando veía a Myron, pero ese día le sonrió con dulzura y pestañeó. La visión fue aterradora, como Bette Davis en ¿ Qu é fue de Baby Jane?, pero con esteroides. Big Cyndi levantó su dedo índice y lo movió de arriba abajo.
– ¿Línea uno? -probó Myron.
La mujer negó con la cabeza y miró al techo. Myron siguió su mirada, pero no vio nada. Cyndi puso los ojos en blanco. La sonrisa se había congelado en su rostro, como la de un payaso.
– No lo entiendo -dijo Myron.
– Win quiere verte -señaló Cyndi.
Era la primera vez que Myron oía su voz, y se sobresaltó.
Sonaba como la de una de esas azafatas dicharacheras de los programas de teletienda, esos a los que la gente llamaba para describir con excesivo lujo de detalles la mejora que habían experimentado en sus vidas después de comprar un jarrón verde tallado en forma de monte Rushmore.
– ¿Dónde está Esperanza? -preguntó.
– Win es muy gracioso.
– ¿Esperanza está aquí?
– Win cree que es importante.
– Yo sólo…
– Tú vas a ver a Win -lo interrumpió Cyndi-. No vas a decepcionar a tu socio más valioso.
De nuevo aquella sonrisa empalagosa.
– No voy a decepcionarlo. Sólo quiero saber…
– Dónde está el despacho de Win. Dos pisos más arriba. -Cyndi se acercó la taza de café a los labios y emitió un sonido que difícilmente podría calificarse de «trago» o «sorbo».
– Dile a Esperanza que volveré enseguida -murmuró Myron.
– Por supuesto. -Cyndi volvió a pestañear-. Que tengas un buen día.
El despacho de Win ocupaba toda la esquina del edificio; daba a la calle Cincuenta y dos por un lado y a Park Avenue por el otro. Una vista de lujo para el niño mimado de Lock-Horne Securities. Myron se hundió en una de las butacas de piel color burdeos. Había varios cuadros colgados en las paredes que documentaban la caza del zorro. Docenas de hombres resueltos y viriles, ataviados con gorras negras, chaquetas rojas, pantalones blancos y botas negras, cabalgaban armados sólo con rifles y perros para enfrentarse a un diminuto ser peludo, hasta que lo atrapaban y asesinaban. Quizás un poco exagerado: como utilizar un lanzallamas para encender un cigarrillo.
Win estaba tecleando en un ordenador portátil que, colocado en el centro del latifundio que tenía por escritorio, constituía una imagen insignificante y solitaria.
– He encontrado algo interesante en los disquetes que copiamos en casa de Greg.
– Ah, ¿sí?
– Por lo visto, nuestro amigo el señor Downing tenía una dirección de correo electrónico en America Online -dijo Win-. Recibió esta misiva tan particular el sábado.
Win hizo girar el monitor para que Myron pudiera leer en la pantalla:
Tema: ¡Sexo!
Fecha: 11-3 14:51:36EST
Remitente: Nenasep
A: Downing22
Nos encontraremos esta noche a las diez en el lugar del que hablamos. Ven. Te prometo una noche inimaginable.
F
Myron levantó la vista.
– ¿Una noche de éxtasis inimaginable?
– Una chica dotada para la literatura, ¿verdad? -comentó Win.
Myron hizo una mueca.
Win se puso una mano sobre el corazón.
– Aunque no fuera capaz de llevar a cabo sus aspiraciones -dijo-, hay que admirarla por aceptar el riesgo, por la dedicación desinteresada a su arte.
– Ya -dijo Myron-. ¿Quién es F?
– No hay datos sobre el seudónimo Nenasep -explicó Win-. Eso no significa nada, por supuesto. Muchos internautas omiten los datos. No quieren que nadie sepa su nombre verdadero. Yo diría que F es otra de las identidades de nuestra difunta amiga Carla.
– Ahora ya sabemos su nombre verdadero -dijo Myron.
– Ah, ¿sí? ¿Cuál es?
– Liz Gorman.
Win enarcó una ceja.
– ¿Qué has dicho?
– Liz Gorman. De la Brigada del Cuervo.
Le resumió a Win la llamada de Higgins. Win se reclinó en su butaca y encaró las manos juntando las yemas de los dedos. Su rostro exhibía la misma inexpresividad habitual.
– Todo esto es cada vez más extraño -dijo cuando Myron terminó.
– Creo que se reduce a lo siguiente: ¿qué relación existía entre Greg Downing y Liz Gorman?
– Eso es muy fuerte -repuso Win, y señaló la pantalla con un movimiento de la cabeza-. La posibilidad de una noche de éxtasis inimaginable… Suena hiperbólico y desmesurado.
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