– Ésta es la cronología -dijo Esperanza-. A Sam Collins, el padre de Rick, le diagnosticaron la enfermedad de Huntington hace aproximadamente cuatro meses. Se suicidó unas pocas semanas más tarde.
– ¿Está probado que fue un suicidio?
– Según el informe de la policía, no hay nada sospechoso.
– Vale, continúa.
– Después del suicidio, Rick Collins visitó a la doctora Freída Schneider, la genetista de su padre. También hay varias llamadas a su consulta. Me tomé la libertad de llamar a la consulta de la doctora Schneider. Está un tanto ocupada, pero nos concederá quince minutos durante la pausa para el almuerzo. A las doce y media en punto.
– ¿Cómo lo has conseguido?
– MB REPS hará una gran donación al Terence Cardinal Cooke Health Care Center.
– Me parece justo.
– Saldrá de tu gratificación.
– Perfecto, ¿qué más?
– Rick Collins llamó al centro CryoHope, cerca del New-York Presbyterian. Trabajan mucho con sangre del cordón umbilical, almacenamiento de embriones y células madre. Lo dirigen cinco médicos de diversas especialidades, así que es imposible saber con quién trataba. También llamó varias veces a Salvar a los Ángeles. Así que ésta es la cronología: primero habló con la doctora Schneider, cuatro veces en el curso de dos semanas. Luego habló con CryoHope. Eso de alguna manera lleva a Salvar a los Ángeles.
– Bien -dije-. ¿Podemos conseguir una cita con CryoHope?
– ¿Con quién?
– Con uno de los médicos.
– Hay un obstetra ginecólogo -dijo Esperanza-. ¿Le digo que quieres una prueba de embarazo?
– Hablo en serio.
– Ya lo sé, pero no estoy segura de con quién probar. Intento averiguar a qué médico llamó.
– Quizás la doctora Schneider pueda ayudarnos.
– Podría ser.
– ¿Has encontrado algo con aquella nota de cosas pendientes que mencionaba el ópalo?
– No. Busqué en Google todas las letras. «Ópalo» por supuesto, tiene un millón de entradas. Cuando introduje «HHK», lo primero que salió fue una compañía de seguros médicos. Se ocupan de inversiones para la investigación del cáncer.
– ¿Cáncer?
– Sí.
– No veo cómo encaja.
Esperanza frunció el entrecejo.
– ¿Qué?
– No veo dónde encaja nada de todo esto -respondió-. Es más, me parece una colosal pérdida de tiempo.
– ¿Por qué?
– ¿Qué es exactamente lo que esperas encontrar? El médico trató a un viejo con la enfermedad de Huntington. ¿Qué puede tener eso que ver con unos terroristas que asesinan a personas en París y Londres?
– No tengo ni idea.
– ¿Ninguna pista?
– Ninguna.
– Probablemente no tenga ninguna conexión en absoluto.
– Probablemente.
– Pero no tenemos nada mejor que hacer.
– Eso es lo que haremos. Haremos preguntas hasta que salga algo. Todo este asunto comenzó con un accidente de coche hace una década. Luego no tenemos nada hasta que Rick Collins descubrió que su padre tenía la enfermedad de Huntington. No sé cuál es la relación, y lo único que se me ocurre hacer es dar marcha atrás y seguir su camino.
Esperanza cruzó las piernas y empezó a jugar con un rizo del pelo. Esperanza tiene el pelo muy oscuro, negro azulado, con aspecto de estar siempre desordenado. Cuando comienza a tirar de un rizo, significa que algo la inquieta.
– ¿Qué?
– Nunca llamé a Ali durante tu ausencia -dijo.
Asentí.
– Ni ella me llamó nunca, ¿no?
– ¿Así que habéis acabado? -preguntó Esperanza.
– Al parecer.
– ¿Utilizaste mi frase favorita para abandonarla?
– La olvidé.
Esperanza suspiró.
– Bienvenido a Abandonadalandia. Población: tú.
– Oh, no. Quizás sería más apto decir población: yo.
– Oh… -Un instante de silencio-. Lo siento.
– No pasa nada.
– Win dijo que te revolcaste con Terese.
Casi se me escapó «Win se revolcó con Mii», pero me preocupó que Esperanza pudiese malinterpretarlo.
– No veo la importancia -dije.
– No te revolcarías cuando estás acabando con otra, a menos que te importe mucho Terese. Un montón.
Me eché hacia atrás.
– ¿Y qué?
– Así que necesitamos ir a toda marcha, si eso ayuda. Pero también necesitamos comprender la verdad.
– ¿Qué es…?
– Es probable que Terese esté muerta.
Permanecí en silencio.
– He estado contigo cuando has perdido a seres queridos -me recordó Esperanza-. No es algo que soportes bien.
– ¿Quién lo hace?
– Tienes razón. Pero también te estás enfrentando a lo que sea que te pasó. Y todo junto ya es mucho.
– Estaré bien. ¿Algo más?
– Sí -dijo ella-. Aquellos dos tipos a los que Win y tú disteis una paliza.
El entrenador Bobby y el entrenador ayudante Pat.
– ¿Qué pasa con ellos?
– La policía de Kasselton ha estado por aquí unas cuantas veces. Se supone que debes llamarles cuando regreses. Sabes que el tipo que Win descalabró pertenece a la poli, ¿no?
– Win me lo dijo.
– Necesitó de una intervención quirúrgica en la rodilla y se está recuperando. El otro tipo, el que comenzó la pelea, tenía una pequeña cadena de tiendas de electrodomésticos. Las grandes cadenas lo dejaron sin negocio y ahora trabaja como encargado en Best Buy, en Paramus.
Me puse en pie.
– Vale.
– ¿Vale qué?
– Tenemos tiempo antes de encontrarnos con la doctora Schneider. Vayamos a Best Buy.
El polo azul de Best Buy se estiraba a través de la barriga de Bobby. Se apoyaba en un televisor mientras atendía a una pareja asiática. Busqué alguna señal de la paliza, pero no encontré ninguna.
Esperanza me acompañaba. Al cruzar el local, un hombre vestido con una camisa de franela de leñador corrió hacia ella.
– Perdón -dijo con el rostro iluminado como el de un niño en la mañana de Navidad. Pero, Dios mío, ¿no es usted Pequeña Pocahontas?
Contuve una sonrisa. Nunca deja de sorprenderme cuántas personas todavía la recuerdan. Me dirigió una mirada severa y se volvió hacia el admirador.
– Lo soy.
– Vaya. No me lo puedo creer. Esto es fantástico. Es un gran placer conocerla.
– Gracias.
– Solía tener su póster en mi dormitorio. Cuando tenía dieciséis años.
– Me siento halagada… -comenzó ella.
– También hay algunas manchas en aquel póster -añadió él con un guiño -, sabe a qué me refiero.
– … y asqueada. -Se despidió con un gesto y se alejó-. Adiós.
La seguí.
– Manchas -dije-. Tendrías que sentirte un tanto halagada.
– Desgraciadamente, lo estoy -respondió.
Olviden lo que dije antes de que la maternidad había domado su espíritu. Esperanza seguía siendo lo más grande.
Dejamos atrás al encargado de información y fuimos hacia Bobby. Escuché al hombre asiático preguntar cuál era la diferencia entre un televisor de plasma y un televisor LCD. Bobby sacó pecho y habló de los pros y los contras, pero no entendí nada. Entonces el hombre preguntó por los televisores DLP, que significa procesador digital de luz. A Bobby le encantaban los DLP. Comenzó a explicar por qué.
Esperé.
Esperanza movió la cabeza hacia Bobby.
– Por lo que escucho creo que se mereció la paliza.
– No. No peleas con las personas para darles una lección; solo peleas por supervivencia o autoprotección.
Esperanza torció el gesto.
– ¿Qué?
– Win tiene razón. Algunas veces eres muy mariquita.
El entrenador le sonrió a la pareja asiática y dijo:
– Tómense su tiempo, ahora mismo vuelvo y podemos hablar de la entrega gratuita.
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