Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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Carol levantó finalmente la cabeza. Tenía los ojos llorosos.

– Haz todo lo que puedas para encontrarla, Myron -dijo con voz sorprendentemente firme y vigorosa-. Es mi hija. Mi querida niña. Es lo más importante. Más que cualquier otra cosa.

Myron aguardó a que Carol Culver continuara, pero ésta se quedó en silencio. Al cabo de un minuto, Myron dijo:

– El señor Culver fingió marcharse a aquella conferencia médica.

La señora Culver se limitó a inspirar profundamente y asintió con la cabeza.

– Aquella mañana, usted pensó que se había marchado -continuó Myron.

La madre de Jessica volvió a asentir con la cabeza como un robot.

– Y entonces la sorprendió aquí.

– Sí.

La suave voz de Myron parecía retumbar por toda la sala. Se oía el tictac exasperante de un reloj antiguo.

– Señora Culver, ¿qué es lo que su marido vio cuando llegó?

La madre de Jessica empezó a llorar y bajó de nuevo la cabeza.

– ¿La encontró a usted con otro hombre? -prosiguió Myron.

No hubo respuesta.

– ¿Ese hombre era Paul Duncan?

Carol alzó la mirada y la fijó en los ojos de Myron.

– Sí -dijo ella-. Estaba con Paul.

Myron volvió a esperar.

– Adam nos tendió una trampa y nos descubrió -continuó Carol con voz alta y firme de nuevo-. Había empezado a sospechar. No sé por qué. Así que hizo lo que tú has dicho. Me hizo creer que se iba a una conferencia en Denver. Incluso me pidió que le reservara el vuelo para así hacerme creer que se iba de verdad.

– ¿Y qué ocurrió cuando la vio su marido?

Carol se restregó las mejillas con dedos temblorosos. Se levantó y se volvió de espaldas.

– Pues exactamente lo que se espera que haga un marido al descubrir a su mujer en la cama con su mejor amigo. Adam se volvió loco. Había estado bebiendo mucho, lo cual no ayudó en absoluto. Me gritó, me llamó cosas horribles. Y yo me lo merecía. Me merecía cosas mucho peores. Amenazó a Paul. Tratamos de calmarlo, pero lógicamente eso era imposible.

La madre de Jessica volvió a coger la taza. Cada palabra que decía le hacía sentir más fuerte, le hacía más fácil respirar.

– Adam se fue de casa hecho una furia. Yo tuve miedo. Paul fue tras él, pero Adam se marchó con el coche. Luego Paul también se marchó.

– ¿Cuánto tiempo llevaban usted y Paul Duncan…? -preguntó Myron bajando el volumen de su voz hasta hacerse inaudible.

– Seis años.

– ¿Lo sabía alguien más?

En aquel momento, la poca compostura que Carol había conseguido reunir empezó a desmoronarse. Y no poco a poco, sino como si una pequeña bomba le hubiera estallado en la cara. Se vino abajo y comenzó a llorar con todas sus fuerzas. De repente, Myron cayó en la cuenta y se le heló la sangre.

– Kathy -susurró Myron-. Kathy lo sabía.

Los sollozos se hicieron más fuertes.

– Ella lo descubrió en el último año de instituto -continuó él.

Carol trató de dejar de llorar, pero eso llevaba tiempo. Myron recordó cómo Kathy había adorado a su madre, la mujer perfecta, la mujer que sabía equilibrar los valores anticuados sin dejar de prestar atención a las corrientes modernas. Carol Culver había sido toda un ama de casa y propietaria de una tienda. Había criado a tres hijos preciosos. Les había inculcado algo más que lo que actualmente se conoce como «los valores de la familia», ya que sus valores habían sido una doctrina rígida que había obligado a seguir a sus hijos. Jessica se había rebelado contra ella, y Edward igual. Sólo había conseguido encerrar en ella a Kathy, como un león dentro de una jaula demasiado pequeña.

Un león que al final se había liberado.

– Kathy… -empezó a decir Carol Culver. Luego se detuvo y cerró los ojos con fuerza-. Entró en la habitación y nos vio…

– …Y entonces fue cuando cambió -dijo Myron terminando la frase.

Carol Culver hizo un gesto afirmativo con la cabeza mientras mantenía los ojos fuertemente cerrados.

– Fue por mi culpa. Todo lo que ocurrió fue por mi culpa, que Dios me perdone… No -dijo Carol haciendo que no con la cabeza-. No me merezco su perdón. No lo quiero. Sólo quiero que vuelva mi hijita.

– ¿Qué hizo Kathy cuando los vio?

– Nada. Al menos al principio. Se dio la vuelta y salió corriendo. Pero al día siguiente rompió con Matt, su novio. Y a partir de ahí… hizo todo lo posible por hacerme pagar lo que le había hecho. Por todos los años que había sido una hipócrita. Por todos los años que le había mentido. Quería hacerme daño de la peor forma posible.

– Y empezó a acostarse con hombres -dijo Myron.

– Sí, y siempre se aseguraba de que acabara enterándome de todo.

– ¿Se lo contaba?

– Kathy no quiso hablar conmigo nunca más -contestó Carol negando con la cabeza.

– ¿Y cómo se enteraba?

Carol Culver vaciló un momento. Tenía la cara demacrada y la piel en torno a los pómulos muy tirante.

– Por fotografías -dijo sin inmutarse.

Una pieza más que encajaba. Horty y la cámara.

– Le entregaba fotos en las que aparecía con hombres.

– Sí.

– Blancos, negros, y a veces más de uno.

Carol volvió a cerrar los ojos y al fin logró decir con gran esfuerzo:

– Y no sólo con hombres. Empezó poco a poco, con un par de fotos de ella completamente desnuda. Como la que salía en esa revista.

– ¿Había visto esa foto antes?

– Sí. Y hasta tenía el nombre de un fotógrafo escrito por detrás.

– ¿Global Globes Photos?

– No. Era algo así como Forbidden Fruit.

– ¿Todavía guarda esa fotografía?

Carol negó con la cabeza.

– ¿Las tiró a la basura?

Carol volvió a hacer un gesto negativo.

– Quería destruirlas. Quería quemarlas y fingir no haberlas visto nunca, pero no pude. Kathy me estaba castigando. Guardarlas fue como una especie de penitencia. Nunca se lo conté a nadie, pero no podía tirarlas sin más. Lo entiendes, ¿verdad, Myron?

Él asintió.

– Así que las escondí en el desván. En una vieja caja para guardar trastos. Pensaba que ahí no las vería nadie.

Myron comprendió adonde quería llegar con eso.

– Pero su marido las encontró.

– Sí.

– ¿Cuándo?

– Hace unos meses. No me lo dijo, pero yo lo supe por su manera de actuar. Miré en el desván y las fotos ya no estaban. Adam supuso que las había escondido ahí Kathy. Él no tenía ni idea de que me las había enviado ella. O quizá sí lo supiera. Quizá por eso llegó a sospechar de mí y de Paul. No lo sé.

– ¿Sabe lo que hizo su marido con esas fotos, señora Culver?

– No. Eran repugnantes. Mirarlas me desgarraba por dentro. Creo que Adam las destruyó.

Myron dudó. Los dos se quedaron sin decirse nada durante varios minutos, hasta que al final Myron rompió el silencio:

– Jessica va a querer saber todo esto.

– Díselo tú, Myron -dijo Carol asintiendo con la cabeza.

Carol Culver lo acompañó hasta la puerta. Myron se detuvo delante del coche y se dio la vuelta. Observó aquella casa de estilo Victoriano de color gris. Veintiséis años atrás, una familia joven se trasladó allí. Pusieron columpios en el patio de atrás y una cesta de baloncesto encima de la puerta del garaje. Se compraron un coche familiar, fueron con él y con el de los vecinos a la Little League y al ensayo del coro, asistieron a las reuniones de la asociación de padres, celebraron fiestas de cumpleaños… Myron podía verlo en su cabeza, como un anuncio de una compañía de seguros.

Luego entró en el automóvil y se marchó.

Capítulo 42

Myron volvió a pensar en los cabos sueltos.

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