– No, ni hablar, no, no…
– Lo sabemos, Horty. Sabemos que te dio dinero a cambio de las fotos.
– Anda, venga ya, cojones, eso no fue chantaje -dijo Horty soltando un bufido-. Sólo fue una transacción comercial. La llamé un día y le dije que tendría que bajarle un poco los humos. Y luego le dije que cada foto valía más que mil palabras. Ella estuvo más o menos de acuerdo y me dijo que no le importaría pagar por unas fotos tan buenas. Yo le dije que las fotos eran muy valiosas para mí, que tenían un gran valor sentimental y todo eso. Al final llegamos a un acuerdo. Un acuerdo que nos beneficiaba a los dos -recalcó-, nada de chantajes. -Horty volvió a agarrarse la pierna-. Fin de la historia -dijo haciendo un gesto de dolor.
– Te has olvidado de mencionar una cosa.
– ¿Qué?
– La violación en grupo en los vestuarios.
– ¿Violación? -repitió Horty sin poner cara de sorpresa y con una media sonrisa en la boca-. Colega, no te enteras de nada. Esa tía tenía las tres ces de Horty: calentorra, cachonda y comepollas. Joder, si es que se habría tirado sobre un montón de piedras si hubiera sabido que había una serpiente debajo. Le encantaba. Todos nos lo pasamos de puta madre.
Win miró a Myron como diciéndole: «Mantén la calma».
– ¿Cuántos erais? -preguntó Myron.
– Seis.
– ¿Y por qué no te limitaste a coger el dinero, Horty? -le preguntó Myron en voz baja.
– Te lo acabo de decir, colega…
– No fue a los vestuarios para practicar el sexo con seis personas porque ella quisiera. La violasteis.
– Que no, hombre -dijo negando con la cabeza-, que era una guarra de la cabeza a los pies. Y cuando se es una guarra así, se es para siempre. Es así. Un puto chocho haciéndose la chula y la repipi. La novia del quarterback. La puta animadora del All-American. ¿Pero quién cojones se creía que era? Pues sí, joder, le tuve que dar una lección. Le tuve que recordar quién era, lo que era en realidad. No era la puta reina del baile de fin de curso, joder. Era una zorra, una guarra chupapollas.
Win se puso delante de Myron como medida preventiva.
– Además -prosiguió Horty-, se lo debía a su novio. Y con creces.
– ¿A Christian Steele?
– Sí. Él me dio por culo. Yo le di por culo. Me cepillé a su guarrilla. Sólo fue una venganza, colega, por haberme echado del equipo.
– No -dijo Myron-. No fue Christian.
– ¿De qué hablas?
– Hablé con Clarke, el entrenador jefe. Hubo dos tipos que fueron a un partido colocados. Por eso os echaron. Christian no tuvo nada que ver con eso.
– Ah -repuso Horty encogiéndose de hombros-. Pues mira qué cosas.
– Tus profundos remordimientos de conciencia resultan conmovedores -dijo Myron.
– Tengo que ir a un médico, colega. Mi pierna me está matando.
– ¿No te preocupaba que te cogieran?
– ¿Qué?
– ¿No tenías miedo de que ella denunciara la violación?
Horty puso una cara como si Myron hubiera empezado a hablar en chino.
– ¿Estás chalado o qué, colega? ¿A quién se lo iba a decir? Lo único que hizo fue darme un dineral para que nadie supiera nada. Si decía algo, todo el mundo lo sabría. Toda la asquerosa verdad. Todo el mundo la sabría: Christian, su mamaíta, su papaíto, sus profesores. Todo el mundo sabría lo que había tratado de ocultar pagando ese dinero. ¿Y si hubiera sido lo bastante tonta para decirlo, qué? Había fotos de ella montándoselo con Willie y conmigo en la fiesta. ¿Quién se iba a creer que la habían violado después de ver eso?
Myron recordó cómo el decano le había hecho el mismo razonamiento. Las mentes inteligentes pensaban igual.
– Oye, mira, colega, es que esta pierna me está matando.
– ¿Has vuelto a ver a Kathy desde entonces? -logró decir Myron.
– No.
– ¿Fuiste tú quien dejó tiradas las bragas por ahí?
– No. Se las quedó otro. Pensó en quedárselas de recuerdo, pero cuando se descubrió que había desaparecido le entró miedo y las tiró.
– ¿Quién?
– No pienso dar nombres.
– Sí -dijo Win-, sí que vas a hacerlo. -Le puso el pie sobre la tibia rota y con eso bastó.
– De acuerdo, de acuerdo. Como ya os he dicho, éramos seis. Tres hermanos negros, dos putos blancos y un chinaco.
Violadores de todas las razas.
– Uno era el place kicker. Un tipo llamado Tommy Wu. Y luego estábamos Ed Woods, Bobby Taylor, Willie y yo.
– Eso hacen cinco.
– Dame un respiro, colega -dijo Horty vacilante-. El otro tío fue quien tiró las bragas, pero es un colega, tronco. Todavía me presta dinero cuando voy mal, ¿me entiendes? No puedo traicionarlo así como así. Es toda una estrella.
– ¿Qué quieres decir con que es «toda una estrella»?
– Pues que juega en la liga profesional y todo eso. No puedo decirte su nombre.
Win ejerció la mínima presión posible sobre la pierna y Horty se retorció de dolor.
– Ricky Lane.
Myron se quedó estupefacto.
– ¿El running back de los Jets?
Era una pregunta tonta. ¿Cuántos Ricky Lane que jugasen en la liga profesional de fútbol habían ido a la Universidad de Reston?
– Sí. Oye, mira, colega, ya te he dicho todo lo que sé.
– ¿Tienes alguna otra pregunta que hacerle? -le dijo Win a Myron.
Myron le dijo que no con la cabeza.
– Pues entonces vete, Myron.
Myron no se movió ni un palmo.
– He dicho que te vayas -insistió Win.
– No.
– Ya me has oído. Nunca lo condenarás. Vende drogas a niños, viola a mujeres inocentes, chantajea, roba, de todo, y no le importa lo más mínimo.
– ¿De qué coño estáis hablando? -dijo Horty irguiéndose.
– Márchate -repitió Win.
Myron se quedó dubitativo.
– Eh, colega, ya te he dicho todo lo que sabía -dijo Horty con voz ligeramente temblorosa.
Myron seguía sin moverse.
– ¡No me dejes solo con este chalado hijoputa! -gritó Horty.
– Márchate -insistió Win.
– No -dijo Myron-, me quedo.
Win se quedó mirando fijamente a Myron. Luego asintió con la cabeza y se acercó a Horty, que intentaba alejarse a rastras de allí aunque sin mucho éxito.
– No lo mates -concluyó Myron.
Win asintió sin decir nada. Hizo un trabajo con la precisión de un cirujano sin cambiar de expresión ni un segundo. Si llegó a oír los gritos de Horty, no lo demostró.
Al cabo de un rato, Myron le pidió que se detuviera y Win, a regañadientes, se apartó de Horty.
Luego se marcharon.
Ricky Lane vivía en una urbanización de Nueva Jersey parecida a la de Christian. Win se quedó esperando en el coche. Mientras Myron se acercaba a la puerta, sintió, más que oyó, el equipo de música de Ricky. Tuvo que llamar tres veces al timbre y varias a la puerta para que apareciese Ricky.
– Hola, Myron.
Llevaba una camisa de seda que o bien estaba muy de moda o era un pijama. Difícil de decir. La llevaba desabrochada, lo que dejaba entrever un físico definido. Llevaba unos pantalones atados con cordón y zapatillas de estar por casa. Tal vez sí fuera un pijama lo que llevaba. O ropa de estar por casa. O quizás es que quería aparecer de figurante en Mi bella genio.
– Tenemos que hablar -dijo Myron.
– Pasa.
La música era terrible y ensordecedora. Papanicolau parecía Brahms a su lado. La casa estaba decorada con un estilo moderno y elegante. Muchas cosas de Fiberglas, de color blanco y negro, bordes redondeados… El equipo de música ocupaba una pared entera. Las luces del ecualizador parecían sacadas de Star Trek.
Ricky apagó la música y se hizo un silencio brusco. A Myron todavía le vibraba el pecho.
Читать дальше