Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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A la pelirroja el arma no pareció impresionarle.

– Salga de aquí -le dijo a Myron-. Ahora mismo.

– ¿Es usted la propietaria? -volvió a preguntar Myron.

– ¿Tiene una orden de registro?

– No soy policía.

– Entonces salga de aquí cagando leches.

Aquella mujer se ondulaba mucho al hablar, moviendo sin descanso las caderas y las piernas. Le hizo una señal a Hector, quien cerró la navaja automática.

– Puedes irte, Hector.

– No tan rápido, Hector -dijo Myron-. Métete en el cuarto oscuro. No quiero que ni se te pase por la cabeza la idea de volver con una pistola.

Hector miró a la pelirroja. Ésta le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y Hector obedeció.

– Cierra la puerta -ordenó Myron.

La cerró. Myron echó el cerrojo.

– ¿Satisfecho?

– Eufórico, diría yo.

– Pues ahora márchese.

– Oiga -dijo Myron haciendo gala de su cálida sonrisa derrite mujeres-, no quiero causar problemas. He venido para comprar unas fotografías. Me llamo Bernie Worley. Trabajo para una nueva revista porno.

– ¿Es que tengo cara de tonta o qué? -preguntó la mujer haciendo una mueca-. Bernie Worley ha venido para comprar fotos. ¡Venga ya, hombre!

De repente se oyó mucho ruido. Ruido de gente, de mucha gente. Demasiado jaleo, incluso para aquel lugar. Procedía del pasillo. Donde había dejado a Esperanza. Sola.

Myron dio media vuelta y salió corriendo con el corazón en la boca. Si le había pasado algo…

Abrió la puerta de golpe. Esperanza estaba rodeada de un montón de gente, la mayoría de rodillas en el suelo. Y ella estaba ahí en medio, sonriendo y -casi no se lo podía creer- firmando autógrafos.

– ¡Es Pocahontas! -chilló alguien.

– Pon «con cariño para Manuel» en el mío.

– ¡Sigues siendo mi preferida!

– Me acuerdo de cuando ganaste a la Reina Carimba. ¡Menudo combate!

– Hannah la Bandolera, qué luchadora más guarra. La hubiera matado cuando te tiró sal a los ojos.

Esperanza vio a Myron, se encogió de hombros y siguió firmando cajas de cerillas y trozos de papel. La pelirroja apareció por la puerta y cuando vio a Esperanza se le iluminó la cara.

– ¿Poca?

– ¿Lucy? -dijo Esperanza al verla mirando por encima del hombro.

Las dos se dieron un abrazo y entraron en el estudio con Myron detrás.

– ¿Dónde has estado, chica? -dijo Lucy.

– Pues por ahí, trabajando.

Las dos se dieron un beso, en los labios. Un pelín demasiado largo. Esperanza se volvió y dijo:

– ¿Myron?

– ¿Eh?

– Se te van a salir los ojos de las cuencas.

– ¿Ah, sí?

– No te lo he contado todo sobre mí.

– Por lo que se ve, no -dijo-. Pero por lo menos ahora entiendo por qué mi increíble belleza no ha impresionado a tu amiga.

Ambas mujeres se rieron al oír aquel comentario.

– Lucy, te presento a Myron Bolitar.

Lucy lo miró de arriba abajo y dijo:

– ¿Es tu novio?

– No. Un buen amigo. Y también mi jefe.

– Se parece mucho a un tipo que conocí que trabajaba en un espectáculo algo pervertidillo en un club al final de esta calle. Tenía una escena en la que se meaba encima de varias mujeres a la vez.

– No era yo -se apresuró a decir Myron-. Ya tengo bastante con intentar mear en un urinario público.

Lucy volvió a centrarse en Esperanza.

– Tienes buen aspecto, Poca.

– Gracias.

– Has dejado lo de la lucha libre, ¿no?

– Sí, del todo.

– ¿Aún te entrenas?

– Siempre que puedo.

– ¿En Nautilus?

– Sí.

– Ya se nota -repuso Lucy con una sonrisa picarona-. Estas buenísima.

Myron se aclaró la garganta y dijo:

– ¿Eh, visteis el último partido de los Knicks?

Las dos mujeres lo ignoraron.

– ¿Todavía sacas fotos de las luchadoras? -preguntó Esperanza.

– No, casi nunca. Ahora trabajo básicamente en esta porquería.

Esperanza volvió a mirar a Myron y le explicó:

– Lucy no es su verdadero nombre, pero la llamamos así por el pelo. Era quien hacía las fotos a las luchadoras.

– Sí, eso he entendido -dijo Myron-. ¿Crees que podrá ayudarnos?

– ¿Qué queréis saber? -preguntó Lucy.

Myron le dio el ejemplar de Pezones y le señaló la fotografía de Kathy.

– Quiero saber todo lo que tenga que ver con esto -dijo.

Lucy observó la foto detenidamente un instante.

– ¿Es policía? -le preguntó a Esperanza.

– Es representante deportivo.

– Ah -dijo como si eso lo explicara todo-. Lo digo porque esto podría causarnos problemas.

– ¿Por qué? -inquirió Myron.

– Por la fotografía. La chica está en topless.

– ¿Y?

– Pues que es ilegal. No se pueden poner chicas en topless en los anuncios de líneas eróticas. El gobierno nos va a meter un puro si se entera.

– ¿Has dicho «nos»? -preguntó Myron haciendo gala de nuevo de su habilidad para los interrogatorios.

– Soy propietaria de una de estas compañías de líneas eróticas. Muchas de estas líneas operan desde este edificio.

– Creo que no te entiendo -dijo Myron-. ¿Qué quieres decir con que las chicas en topless son ilegales? Pero si casi todas las chicas que salen en esta revista están desnudas.

– Pero no en los anuncios de líneas eróticas -le corrigió Lucy-. Hará unos dos años aprobaron una ley y unas novecientas líneas tuvieron que pasar por el tubo. Mira aquí -pasó la página y señaló otro anuncio-, la chica puede parecer todo lo sugerente que quieras, pero no puede estar desnuda. Y mira el nombre de las líneas. Todas tienen nombres como «confesiones secretas» o «habla con chicas». Y ahora mira los nombres de las líneas 800. «Sexo duro», «Espuma entre las tetas», cosas así.

Myron recordó su conversación con Tawny de la línea 900. En aquel momento le sorprendió el hecho de que no dijera ninguna guarrada.

– ¿O sea que sólo se puede practicar sexo por teléfono por las otras líneas?

– Exacto. Para ésas se necesita un permiso legal. Así es como lo ve el gobierno. Cualquier gilipollas puede llamar a una línea 900. El cobro es automático. Empieza inmediatamente después de recibir la llamada. En cambio, en las líneas 800 y para el resto de números la cosa no funciona así. Hay que usar una tarjeta de crédito o un sistema de devolución automática de llamadas. Así es como se cobra la factura.

– O sea que todo eso de que las líneas 900 son guarradas…

– Es una gilipollez -sentenció Lucy-. Son un timo. No podemos decir ni una sola guarrada por esas líneas. Básicamente las utilizamos para atraer clientes, porque son muy fáciles de usar. Sólo hay que marcar un número. No hace falta tener tarjeta de crédito ni devolución del coste de la llamada. La mayoría de las veces hablamos de nadar desnudas o de masajes, cosas sugerentes pero sin contenido sexual. Se trata de que el cliente se excite, ¿me entiendes?

– Sí, creo que sí.

– De todas maneras, la gente que llama va cachonda. Quiero decir que la mayoría van tan calentorros que la meterían en el agujero de un árbol con tal de aliviarse. Lo que nosotras tratamos de conseguir es que sean ellos los que digan la primera guarrería, cosa que no suele ser muy difícil. Y entonces, le decimos: «Uy, nene, no puedo decir guarradas por esta línea, pero si llamas al número tal con una tarjeta de crédito te diré todo lo que tú quieras». El tipo llama y se le vuelve a cobrar desde el principio.

– ¿Y no les da miedo que eso aparezca en la factura de la tarjeta de crédito? -preguntó Myron.

Lucy negó con la cabeza. Seguía ondulando el cuerpo al hablar, lo cual resultaba irritante y erótico a la vez.

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