Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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– Los nombres de las empresas suelen ser bastante discretos -explicó-. Pasamos factura con nombres como Norwood Incorpórate o Telemark, nada de Lesbianas Calientes o Chupanabos. ¿Te gustaría verlo?

– ¿Qué?

– Cómo funciona todo en el piso de arriba. Es donde respondemos a parte de las llamadas. Hay mucha gente que trabaja desde casa, pero tengo seis o siete miembros del personal trabajando ahora mismo.

– Sí, claro -dijo Myron encogiéndose de hombros.

Lucy los acompañó a la planta superior. En las escaleras flotaba un hedor nauseabundo. Al llegar al rellano, Lucy abrió una puerta, entraron y la cerró inmediatamente.

– Esto es Líneas Fantasías Eternas -dijo Lucy-. Bueno, y también Chupapollas, Línea Melones, Telediversión y muchas otras.

Myron no podía creer lo que veían sus ojos. Estaba boquiabierto. Había esperado encontrarse con mujeres feas o viejas, pero no aquello.

Eran hombres. Todo el personal excepto uno de sus miembros eran hombres.

– ¿Son líneas para gays? -preguntó Myron.

– No -dijo Lucy mientras negaba con la cabeza y sonreía a la vez-, nos llegan muy pocas llamadas de gays. Más o menos una de cada cien.

– Pero…, son hombres.

Myron Bolitar, la quintaesencia de la observación.

Escuchó a un hombre decir con voz áspera de camionero: «Sí, hombretón, métemela toda. Así, ¡oh, sí!, ¡qué gustazo!».

Lucy le dedicó una sonrisa, y él le respondió poniendo los ojos en blanco en gesto de aburrimiento y prosiguió: «¡No pares, pedazo de semental, móntame!».

Myron se alegró de ver que Esperanza tenía la misma cara que él de no entender nada.

– ¿Pero esto qué es? -preguntó Esperanza.

– Son los tiempos que corren -dijo Lucy-. En este negocio, los hombres son una fuente de mano de obra más barata que las mujeres. La mayoría de las chicas están en las calles y éstos son sus hermanos, sus primos, niños de la calle.

– Pero sus voces…

– Utilizan un distorsionador de voz. Los venden en Sharper Image, pero yo los consigo más baratos en el Village. Puedes hacer que una niña suene como Barry White, y viceversa. Estos tíos pueden convertirse en mujeres de voz ronca, en vírgenes adolescentes, en niñas… lo que exija la línea telefónica.

– ¿Y los clientes lo saben? -dijo Myron estupefacto.

– Pues claro que no -contestó Lucy. Luego se volvió a Esperanza-: Es tontito, pero bastante mono.

Myron Bolitar, la fantasía de toda lesbiana.

La sala era idéntica a cualquier oficina de televenta. Los teléfonos eran de última generación. Había montones de líneas en activo, cada una señalada según las expectativas del cliente: Ama de casa cachonda, Dominatrix, Travestidos, Nenas pechugonas y hasta Fetichista de la comida. Todos los empleados tenían otro teléfono para la verificación de las tarjetas Visa y MasterCard.

– Las líneas marcadas con una «L» tienen que ser limpias -explicó Lucy-. Tenemos a unas cien personas más trabajando desde casa. La mayoría mujeres.

– ¿Amas de casa cachondas?

– Algunas sí. La mayoría son amas de casa convencionales. De todas formas, por eso te he dicho que el anuncio era raro. En una línea 900 no debería salir ninguna chica en topless.

Abandonaron la sala y volvieron a bajar al estudio fotográfico. Myron estuvo a punto de tropezar con un borrachín que decidió levantarse justo en el momento en el que Myron le pasaba por encima.

– ¿ABC es una de las compañías que hay en los pisos de arriba?

– Sí.

– Sabemos que Gary Grady os llamó ayer. ¿Podrías decirnos por qué?

– ¿Quién has dicho?

– Gary Grady.

– No lo conozco -dijo Lucy haciendo un gesto negativo con la cabeza.

– ¿Y a Jerry?

– Ah, sí, Jerry -asintió soltando una breve carcajada-. Ya me suponía que no era su nombre verdadero. Siempre ha sido muy reservado.

– ¿Y qué quería?

– Ahora lo entiendo -dijo Lucy como si se le acabara de ocurrir algo.

– ¿Qué es lo que entiendes?

– Me preguntó por una fotografía que hice hará unos dos años.

– ¿Ésta? -inquirió Myron enseñándole de nuevo la foto de Kathy.

– Sí, una de sus chicas.

Myron y Esperanza intercambiaron miradas.

– ¿Quieres decir que había otras?

– Algunas. Unas seis, tal vez más.

– ¿Menores de edad? -preguntó Myron, de quien la ira volvía a apoderarse.

– ¿Y cómo cojones voy a saberlo?

– ¿No se lo preguntaste? -inquirió Myron.

– ¿Tengo cara de policía? Mira, tío, si has venido aquí a jorobarme…

– No ha venido a eso -interrumpió Esperanza-, puedes confiar en él.

– Y una mierda, Poca. Ha entrado aquí armado con una puta pistola y ha acojonado viva a la modelo.

– Necesitamos que nos ayudes -explicó Esperanza-. Necesito que me ayudes.

– No tengo ninguna intención de molestarte, Lucy -dijo Myron-. Sólo me interesa la chica de la foto.

– Muy bien -asintió Lucy tras dudar un momento-, pero mantente alejado de mí.

Myron asintió rápidamente con la cabeza y preguntó:

– ¿Jerry te trajo a esa chica?

– Sí, cuando tenía el estudio a un par de manzanas de aquí. Como ya te he dicho, estuvo varios años trayéndome chicas. Quería fotos para toda clase de cosas: revistas porno, instantáneas de películas guarras… La mayoría de ellas parecían ser de mejor cuna que los típicos putones que suelen pasarse por aquí, pero normalmente se guardan las fotografías hasta que son más mayores. Hasta que son mayores de edad, supongo.

Myron volvió a sentir cómo la cólera le corría por las venas y apretó los puños con fuerza.

– ¿Así que ayer Jerry te preguntó sobre esta foto?

– Pues sí.

– ¿Y qué quería saber?

– Si había vendido alguna copia hacía poco.

– ¿Y lo has hecho?

– Sí -respondió Lucy tras una breve pausa-. Hará un par de meses.

– ¿Quién te las compró?

– ¿Te crees que me lo apunto?

– ¿Un hombre o una mujer?

– Un hombre.

– ¿Te acuerdas de su aspecto?

Lucy sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una buena calada.

– No se me da muy bien recordar caras.

– Dinos cualquier cosa -dijo Esperanza-. Era joven, viejo, lo que recuerdes.

Lucy inhaló otra calada y añadió:

– Viejo. No era un viejales, pero tampoco era joven. Tendría la edad mi padre. Y sabía lo que se hacía. -Lucy dirigió la mirada hacia Myron-. No como tú. Bernie Worley, madre mía…

– ¿Qué quieres decir con que sabía lo que se hacía? -insistió Myron.

– Pues que me pagó muy bien con una condición: que le entregara todas las copias y todos los negativos delante de él y al momento. Fue muy listo. Lo hizo para asegurarse de que yo no tuviera tiempo de hacer más copias ni otra serie de negativos.

– ¿Cuánto te dio?

– Seis mil quinientos en total. Y a tocateja. Cinco mil por las fotos y los negativos, más otros mil por el teléfono de Jerry. Me dijo que quería ponerse en contacto personalmente con esa chica. Después me dio otros quinientos si no le contaba nada a Jerry.

De fondo se oyó otro grito estremecedor, pero los tres lo ignoraron.

– ¿Reconocerías a ese hombre si lo volvieras a ver? -preguntó Myron.

– No lo sé -contestó Lucy-. Ahora mismo no recuerdo cómo era, pero si lo tuviera delante… ¿quién sabe?

En aquel momento se oyeron unos golpes procedentes del cuarto oscuro.

– ¿Os importa si dejo salir a Hector?

– Ya nos íbamos -dijo Myron dándole una tarjeta-. Y si recuerdas algo más…

– Sí, te llamaré -contestó. Luego se volvió hacia Esperanza-: Llámame de vez en cuando, Poca.

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