Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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Ella sonrió como si la pregunta tuviera doble significado y luego le lanzó una mirada que le hizo sonrojarse.

– No -dijo lentamente-, tardará horas en llegar -añadió remarcando expresamente la palabra «horas».

– Bueno, pues entonces no la molesto más.

– No es ninguna molestia.

– Ya vendré en otro momento -dijo Myron.

Madelaine (a Myron le gustaba ese nombre) asintió recatadamente y dijo:

– Espero que sea pronto.

– Ha sido un placer conocerla -dijo Myron.

Menudo donjuán estaba hecho…

– Lo mismo digo -repuso con voz cantarina-. Adiós, Myron.

La puerta se cerró muy despacio, de modo insinuante. Myron se quedó allí de pie durante un momento, tomó varias bocanadas de aire y luego volvió corriendo al coche. ¡Fiu!

Miró el reloj y vio que era hora de ir a ver al sheriff Jake.

Jake Courter estaba solo en la comisaría, que parecía salida de una serie de los cincuenta como Mayberry RFD, excepto porque Jake era negro y en aquella serie nunca había salido ningún negro. Ni en la de Granjero último modelo, ni en ninguna otra de ese tipo. Ni judíos, ni latinos, ni asiáticos ni gente de ninguna otra parte del mundo que no fuera Estados Unidos. Sin embargo, habría sido un buen detalle. Podría haber aparecido un restaurante griego o un tipo que se llamara Abdul y que trabajara en la verdulería de Sam Drucker.

Myron calculó que Jake tendría unos cincuenta y pico. Iba vestido de paisano, sin chaqueta y con el nudo de la corbata suelto. De la cintura le colgaba un barrigón tan inmenso que parecía pertenecer a otra persona. Encima de la mesa tenía esparcidos varios expedientes en carpetas de papel manila, los restos de lo que podría llegar a ser un sándwich y el corazón mordisqueado de una manzana. Jake se encogió de hombros cansinamente y se sonó la nariz con algo parecido a un trapo de cocina.

– Me han llamado -dijo el policía a modo de introducción-. Se supone que debo ayudarle.

– Se lo agradecería mucho -repuso Myron.

– Usted jugó contra mi hijo. Gerard. Del estado de Michigan -dijo Jalee apoyándose en el respaldo de la silla y poniendo los pies encima de la mesa.

– Y tanto -asintió Myron-. Me acuerdo de él. Era muy buen jugador, una bestia en la cancha. Un especialista en defensa.

– El mismo -dijo Jake con orgullo-. No tenía ni idea de encestar, pero siempre sabías que estaba allí.

– Sabía imponer su voluntad -añadió Myron.

– Sí. Ahora es policía. En Nueva York. Detective de segundo grado. Es un buen poli.

– Como su padre.

– Sí-repuso Jake sonriendo.

– Dele recuerdos de mi parte -dijo Myron-. No, aún mejor, dele un codazo en las costillas. Todavía le debo unos cuantos.

Jake echó la cabeza atrás y empezó a reírse.

– Ése es mi Gerard. Los modales nunca fueron su fuerte -reconoció, y volvió a sonarse la nariz con el trapo de cocina-. Pero supongo que no ha venido para hablar de baloncesto.

– No, creo que no.

– ¿Pues por qué no me cuenta de qué va todo esto, Myron?

– Se trata del caso Kathy Culver -dijo-. Estoy investigándolo. Subrepticiamente.

– Subrepticiamente -repitió Jake enarcando una ceja-, menuda palabreja, Myron.

– Sí, es que he estado escuchando cintas de ampliación de vocabulario mientras venía en coche.

– ¿En serio? -dijo Jake antes de volverse a sonar la nariz. Parecía la llamada de apareamiento de una oveja salvaje-. ¿Yqué interés tiene usted en esto, aparte del hecho de que es el representante de Christian Steele y de que salió con la hermana de Kathy?

– Es usted muy minucioso en su trabajo -dijo Myron.

Jake tomó un bocado del sándwich a medio comer que tenía en la mesa y sonrió.

– A todo el mundo le gusta que lo halaguen.

– Christian Steele es un cliente y trato de ayudarle.

Jake se quedó mirándolo, a la espera. Era un viejo truco suyo. Si permanecía callado el tiempo suficiente, el testigo empezaba a hablar de nuevo, a entrar en detalles. Sin embargo, Myron no cayó en la trampa.

Al cabo de un minuto, Jake dijo:

– O sea, vamos a ver. Christian Steele firma un contrato con usted y un día va y le dice: «Mira, Myron, como me has estado chupando el culete tan blanquito que tengo, me gustaría que hicieras como el puto Dick Tracy y encontraras a mi antigua novia que lleva un año y medio desaparecida y que ni los polis ni los federales saben dónde está». ¿Es así como ha ido la cosa?

– Christian no dice tacos -replicó Myron.

– Muy bien, de acuerdo, ¿quiere saltarse los preliminares? Pues saltémoslos, pero si quiere que le ayude, tendrá que colaborar.

– Me parece justo -contestó Myron-. Pero no puedo. Por lo menos de momento.

– ¿Por qué no?

– Porque podría hacerle daño a mucha gente -contestó Myron-. Y probablemente no se trate de nada importante.

– ¿Qué quiere decir con «hacer daño»? -dijo Jake haciendo una mueca.

– No puedo entrar en detalles.

– Y una mierda.

– En serio, Jake. No puedo decirle nada.

Jake volvió a observarlo detenidamente y luego dijo:

– Déjeme que le diga una cosa, Bolitar. No busco ponerme medallas. Soy como mi hijo en la cancha, no llamo la atención pero lo doy todo en mi trabajo. No soy de los que intentan salir en la foto para subir puestos en el escalafón. Tengo cincuenta y tres años y ya no voy a subir más. Puede que esto le parezca pasado de moda, pero creo en la justicia. Me gusta ver que la verdad prevalece. He vivido dieciocho meses con la desaparición de Kathy Culver. Lo sé todo sobre el caso. Y no tengo ni idea de lo que ocurrió aquella noche.

– ¿Qué cree que ocurrió? -le preguntó Myron.

– ¿Se refiere a cuál es mi mejor aproximación basándome en los hechos que conozco? -dijo Jake mientras cogía un lápiz y lo hacía repiquetear contra la mesa.

Myron asintió con la cabeza.

– Ha huido.

– ¿Qué le hace pensar eso? -preguntó Myron sorprendido.

El rostro de Jake empezó a esbozar una sonrisa.

– Eso sólo lo sé yo y usted debe descubrirlo.

– P. T. me dijo que me ayudaría.

Jake se encogió de hombros y les dio otro mordisco a las sobras del sándwich.

– ¿Y qué hay de la hermana de Kathy? Tengo entendido que ustedes dos iban bastante en serio.

– Ahora somos amigos.

– La he visto por la tele -dijo Jake soltando un silbido-. Debe de ser difícil ser amigo de una mujer tan guapa.

– Está usted muy al día de las últimas tendencias, Jake.

– Sí, bueno, me olvidé de renovar la suscripción a la revista Cosmopolitan.

Se miraron el uno al otro durante un rato. Jake volvió a acomodarse en la silla y se puso a mirarse las uñas.

– ¿Qué es lo que quiere saber?

– Todo -respondió Myron-. Desde el principio.

Jake se cruzó de brazos, inspiró profundamente y empezó a soltarlo todo muy despacio.

– El servicio de seguridad de la universidad recibió una llamada de la compañera de habitación de Kathy Culver, Nancy Serat. Kathy y Nancy vivían en la residencia universitaria Psi Omega. Una buena residencia. Todas eran chicas guapas de pelo rubio y dientes muy blancos. Todas se parecían un poco y tenían más o menos la misma voz. Ya se lo puede imaginar.

Myron asintió y vio que Jake no estaba leyendo ni consultando ningún expediente. Se lo sabía todo de memoria.

– Nancy Serat le contó al agente de seguridad que Kathy Culver llevaba tres días sin aparecer por la habitación.

– ¿Por qué tardó tanto Nancy en llamar? -inquirió Myron.

– Por lo que se ve, Kathy no iba a dormir casi nunca a la residencia. La mayoría de las noches las pasaba en la habitación de su cliente. Ese al que no le gusta decir tacos. -Jake sonrió un segundo-. Sea como sea, su chico y Nancy se pusieron a hablar un día y descubrieron que los dos pensaban que Kathy había estado con el otro. Entonces se dieron cuenta de que había desaparecido y llamaron al servicio de seguridad de la universidad.

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