Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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Llamó a la puerta.

– ¿Qué? -respondió la voz al otro lado haciendo el mismo ruido que un neumático viejo sobre una carretera sin asfaltar.

– ¿Está muy ocupado, entrenador? -preguntó Myron sacando la cabeza por la rendija de la puerta.

Danny Clarke, el entrenador de fútbol americano de la Universidad de Reston, levantó la vista del ordenador.

– ¿Quién narices es usted? -dijo con voz rasposa.

– Muy bien, gracias, pero dejémonos de cortesías.

– ¿Eso pretendía ser algún tipo de gracia?

– ¿Acaso opina lo contrario? -inquirió Myron ladeando la cabeza.

– Se lo preguntaré una vez más: ¿quién narices es usted?

– Myron Bolitar.

– ¿Y se supone que debo conocerlo? -dijo el entrenador sin cambiar el tono de voz.

Era un día caluroso de verano, la universidad estaba prácticamente desierta y ahí estaba el legendario entrenador de fútbol de la universidad, vestido con traje y corbata, viendo cintas de potenciales fichajes de los institutos. Traje y corbata sin aire acondicionado. Si a Danny Clarke le molestaba el calor, no lo demostraba. Iba bien arreglado. Pelaba y comía cacahuetes, pero sin dejar restos. Los músculos de la mandíbula se le hinchaban al masticar y le hacían aparecer y desaparecer unos bultos cerca de las orejas. En la frente le sobresalía una vena.

– Soy representante deportivo.

El entrenador hizo una caída de ojos como un rey despachando a un súbdito.

– Salga de aquí, estoy ocupado.

– Tenemos que hablar.

– Sal de aquí, capullo. Andando.

– Sólo qui…

– Oye, pedazo de imbécil -dijo el entrenador apuntando a Myron con el dedo-, no me hablo con canallas de mierda. Nunca jamás. Tengo un programa limpio y jugadores limpios. No acepto sobornos de los que se hacen llamar representantes ni ninguna gilipollez de ésas. Así que si llevas un sobre lleno de pasta, ya puedes metértelo por el culo.

Myron aplaudió.

– Maravilloso. He reído, he llorado, me ha llegado al alma, en serio.

Danny Clarke levantó la mirada y lo observó fijamente. No estaba acostumbrado a que pusieran en duda sus órdenes, pero parte de él parecía divertirse con ello.

– Salga de aquí de una puta vez -gruñó, aunque con tono más amable.

Acto seguido volvió a centrarse en la pantalla del televisor. En ella se veía a un joven quarterback lanzando un pase largo y recto en espiral. Recepción. Touchdown.

Myron decidió desarmar al adversario mediante grandes dosis de tacto y dijo:

– Ese chico parece bastante bueno.

– Sí, bueno, está bien que sea usted un chupamierda en vez de un ojeador. Ese chico no sabe ni lo que es un balón. Y ahora puerta.

– Quiero hablar con usted sobre Christian Steele.

Aquello pareció captar su atención.

– ¿Qué le pasa? -preguntó.

– Soy su representante.

– Ah -dijo Danny Clarke-. Ahora caigo. Usted es aquel ex jugador de baloncesto. El que se lesionó la rodilla.

– A su servicio -dijo Myron.

– ¿Le va todo bien a Christian?

– Tengo entendido que no se llevaba muy bien con sus compañeros de equipo -respondió Myron pretendiendo no haber oído su pregunta.

– ¿Y qué? ¿Acaso es usted su asistente social?

– ¿Cuál era el problema?

– No veo por qué eso debería importarle a nadie -dijo Danny Clarke.

– Pues entonces sígame la corriente.

Al entrenador le llevó unos instantes relajar su mirada furibunda.

– Eran muchas cosas a la vez -dijo-. Pero supongo que Horty era el problema principal.

– ¿Horty? -repitió Myron utilizando una técnica de interrogatorio sumamente astuta.

Tomen nota.

– Júnior Horton -aclaró el entrenador-, un línea defensivo. Muy rápido, muy grande y con mucho talento, pero con el cerebro de un mosquito.

– ¿Y qué tiene que ver ese tal Horty con Christian?

– No se tragaban.

– ¿Y cómo es eso?

– No sé -dijo Danny Clarke tras pensarlo un momento-. Puede que tuviera algo que ver con aquella chica que desapareció.

– ¿Con Kathy Culver?

– Eso. Con ella.

– ¿Por qué?

El entrenador se volvió hacia el aparato de vídeo y cambió la cinta. Luego tecleó algo en su ordenador.

– Creo que había salido con Horty antes que con Christian, o algo así.

– ¿Y qué ocurrió?

– Horty fue un mal bicho desde el principio. En el último año de carrera descubrí que pasaba droga a mis jugadores: cocaína, hachís, y Dios sabe qué más. Así que lo eché. Más tarde me enteré de que llevaba tres años suministrando esteroides a los muchachos.

«Y una mierda, más tarde», pensó Myron, pero por suerte se guardó la opinión para sus adentros.

– ¿Y qué tuvo que ver Christian en eso?

– Empezó a correr el rumor de que había sido culpa de Christian que hubieran echado a Horty del equipo. Y Horty los alentó, ¿me entiende?, diciéndoles a los chicos que Christian iba a delatarlos a todos por usar esteroides y cosas así.

– ¿Y era verdad?

– No. Dos de mis mejores jugadores aparecieron un día tan colocados que apenas podían ver por dónde andaban, así que decidí tomar cartas en el asunto. Christian no tuvo nada que ver con eso, pero ya sabe cómo son las cosas. Todos sabían que Christian era la estrella. Si quería que le limpiaran el culo, los entrenadores pedían papel higiénico extrasuave Charmin o detergente suavizante Downy.

– ¿Les dijo usted a los chicos que Christian no había tenido nada que ver?

– ¿Y usted cree que eso hubiera servido para algo? -preguntó Danny Clarke haciendo una mueca-. Probablemente hubieran pensado que estaba protegiéndolo, que lo encubría. Lo hubiesen odiado aún más. Mientras no afectara al juego, cosa que no ocurría, no era asunto mío, así que me limité a lavarme las manos.

– Es usted un verdadero educador de carácter, entrenador.

El entrenador respondió lanzándole una mirada furibunda pensada para intimidar a los alumnos de primer año y la vena de la frente comenzó a vibrarle.

– Se está usted pasando de la raya, señor Bolitar.

– Pues no sería la primera vez.

– Yo me preocupo por mis chicos.

– Sí, seguro. Dejó que Horty se quedara siempre y cuando proporcionara drogas peligrosas pero buenas para el juego, y cuando éste fue un paso más allá y empezó a suministrar el tipo de cosas que ejercían un efecto negativo en el terreno de juego, entonces usted se transformó de repente en enemigo acérrimo de las drogas.

– No tengo por qué escuchar todas esas gilipolleces -le espetó Danny Clarke-. Sobre todo viniendo de un vampiro chupasangres que no vale para nada. Salga inmediatamente de mi despacho. Ya.

– ¿Le apetecería ver una película? ¿Algún espectáculo de Broadway?

– ¡Fuera, he dicho!

Myron se marchó. Le encantaba hacer amigos tan fácilmente. La clave estaba en ser amable.

Tenía tiempo de sobra antes de ir a ver al sheriff Jake, así que decidió dar un paseo. El campus era como una ciudad fantasma, pero sin plantas rodadoras corriendo por el suelo. Los estudiantes se habían marchado para disfrutar de las vacaciones de verano. Los edificios parecían tristes y desprovistos de vida. A lo lejos se oían canciones de Elvis Costello procedentes de un equipo de música. Aparecieron dos chicas, las típicas universitarias con pantalones cortos de chándal y tops ajustados. Iban paseando a un perrito peludo, un shih tzu. Parecía el Tío Cosa después de dar quinientas vueltas en la secadora. Myron sonrió y asintió a las chicas al pasar, pero ninguna de ellas se desmayó ni se desnudó al verlo. Sorprendente. El perro, en cambio, le dedicó un gruñido. Sería pariente de Cujo.

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