Harlan Coben - Motivo de ruptura

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El agente deportivo Myron Bolitar está a punto de llegar a lo más alto. Lo mismo pude decirse de Christian Steele, un quarterback recién llegado a la liga profesional y su cliente más importante. Sin embargo, la llamada de una ex novia de Chistian, una chica a quien todo el mundo cree muerta, incluso la policía, pone en peligro la firma de un contrato. Myron, de pronto, se ve envuelto en una intriga relacionada con sexo y chantajes, y mientras trata de descubrir la verdad sobre una tragedia familiar, una mujer y las mentiras de un hombre se enfrenta al lado oscuro de su profesión.

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– Si me pasa algo, mi amigo se enfadará mucho. Y la tomará contigo.

– Pero es que yo no puedo hacer nada -replicó Roy después de tragar saliva-. Tienes que creerme.

– Pues entonces dime quién está al mando.

– No puedo.

Myron se encogió de hombros y dijo:

– Tal vez puedan enterrarnos uno al lado del otro, como en las películas románticas de final trágico.

– Si digo algo me matarán.

– ¿Y qué crees que te hará mi amigo?

Roy se estremeció y volvió a chupar el cubito de hielo tratando de beber los últimos restos del whisky.

– ¿Dónde está esa maldita camarera con mi whisky?

– ¿Quién está al mando, Roy?

– Yo no te he dicho nada, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– ¿No se lo dirás?

– Palabrita del niño Jesús.

Roy chupó el hielo otra vez y luego dijo:

– Ache.

– ¿Herman Ache? -preguntó Myron sorprendido-. ¿Herman Ache está detrás de todo esto?

Roy hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Su hermano menor. Frank. Está fuera de control. No sé qué será lo siguiente que haga ese psicópata.

Frank Ache. Tenía todo el sentido del mundo. Herman Ache era uno de los mafiosos más importantes de Nueva York y el responsable de un sinfín de desgracias, pero comparado con su hermano pequeño Frank, Herman era un clon de Alan Alda. A Aaron le encantaría trabajar para alguien como Frank.

Aquello no pintaba nada bien. Myron pensó incluso en dejar lo de la risita.

– ¿Puedes decirme algo más?

– No. No quiero que le pase nada malo a nadie.

– Eres tan buen tipo, Roy… Y tan solidario…

– No tengo nada más que decir -zanjó Roy levantándose de la mesa.

– Pensaba que íbamos a comer juntos.

– Puedes comer tú solo -dijo O'Connor-. Te invito.

– No será lo mismo sin tu compañía.

– Pero lo harás igualmente.

– Lo intentaré -dijo Myron cogiendo la carta del menú.

Capítulo 17

¿A quién más podía llamar?

Jessica no tardó en darse cuenta de que la respuesta era evidente.

A Nancy Serat, la compañera de habitación de Kathy y su mejor amiga.

Jessica estaba sentada a la mesa del despacho de su padre. Las luces estaban apagadas y las persianas bajadas, pero todavía había suficiente luz natural para poder ver en la penumbra.

Adam Culver había hecho todo lo posible para lograr que el despacho produjera una sensación totalmente distinta a la del depósito de cadáveres del condado donde trabajaba, que era de hormigón, funcional y macabro, aunque sin conseguirlo del todo. Aquel dormitorio convertido en despacho tenía las paredes de un tono amarillo muy vivo, muchas ventanas, flores de seda y un escritorio de fórmica blanca. Las paredes de la habitación estaban repletas de cuadros de ositos de peluche personificados como diversas celebridades: William Shakespeare, Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Sherlock Holmes, Rhett Butler y Scarlett O'Hara. El ambiente era muy alegre y acogedor, aunque forzado, como un payaso que te hace reír pero que a la vez te da un poco de miedo.

Sacó la agenda telefónica del bolso. Nancy les había enviado una postal hacía unas semanas. Había obtenido una beca y trabajaba en la universidad, en el departamento de matriculaciones. Jessica encontró el número y lo marcó.

Al tercer tono le respondió un contestador. Jessica dejó un mensaje y colgó. Estaba a punto de empezar a buscar por los cajones cuando una voz la detuvo.

– Jessica.

Levantó la mirada y vio a su madre en la puerta. Tenía los ojos hundidos y su cara parecía una esquelética máscara mortuoria. Andaba balanceándose de un lado para otro como si fuera a derrumbarse en cualquier momento.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó.

– Estaba mirando -contestó Jessica.

Carol asintió con la cabeza, que le colgaba del hilo que tenía por cuello.

– ¿Has encontrado algo?

– Todavía no.

Carol se sentó y se quedó con la mirada perdida, sin mirar nada en concreto.

– Siempre fue una niña tan alegre -dijo lentamente. Toqueteó las cuentas del rosario que llevaba al cuello, aún con la mirada perdida-. Kathy siempre sonreía. Tenía una sonrisa maravillosa y muy alegre. Llenaba cualquier habitación en la que entrara. Edward y tú, bueno, siempre habéis sido más serios, pero Kathy tenía una sonrisa para todo y para todos. ¿Te acuerdas?

– Sí -dijo Jessica-, me acuerdo.

– Tu padre solía decir en broma que tenía la personalidad de una animadora rediviva -añadió Carol riéndose al recordarlo-. No había nada que la deprimiera. -Hizo una pausa y dejó de reírse poco a poco-. A excepción de mí, supongo.

– Kathy te quería, mamá.

Carol emitió un profundo suspiro inflando el pecho como si aquel mero suspiro le supusiera un esfuerzo.

– Fui una madre muy estricta con vosotras. Demasiado estricta, creo. Un poco anticuada.

Jessica no dijo nada.

– Lo único que no quería era que ni tú ni tu hermana… -Carol se calló antes de terminar la frase y agachó la cabeza.

– ¿Qué es lo que no querías?

Ella negó con la cabeza y empezó a repasar las cuentas del rosario a mayor velocidad. Estuvieron calladas durante un buen rato. Al final, Carol rompió el silencio al decir:

– Tenías razón antes, Jessica. Kathy cambió.

– ¿Cuándo?

– En el último curso del instituto.

– ¿Qué ocurrió?

Los ojos de Carol comenzaron a llenarse de lágrimas. Trató de articular palabras moviendo las manos en un gesto de impotencia.

– La sonrisa -repuso como encogiéndose de hombros- desapareció un día sin previo aviso.

– ¿Por qué?

Su madre se secó los ojos. Le temblaba el labio inferior. Jessica se le acercó con el corazón pero, por algún motivo, el resto del cuerpo no lo hizo, así que se sentó y se quedó viendo sufrir a su madre, extrañamente aparte, como si estuviera presenciando un drama televisivo de los que emitían por las noches.

– No quiero hacerte sufrir -dijo Jessica-. Lo único que quiero es encontrar a Kathy.

– Ya lo sé, cariño.

– Fuese lo que fuera lo que hizo cambiar a Kathy, tiene que ver con su desaparición -añadió Jessica.

– Dios misericordioso -dijo Carol dejando caer los hombros.

– Ya sé que es doloroso -admitió Jessica-, pero si logramos encontrar a Kathy podremos saber quién mató a papá.

Carol levantó la cabeza de repente y dijo:

– A tu padre lo mataron en un atraco.

– No lo creo. Creo que todo está relacionado. La desaparición de Kathy, el asesinato de papá, todo.

– Pero… ¿cómo?

– No lo sé aún. Myron me está ayudando a descubrirlo.

En aquel momento sonó el timbre.

– Seguramente es el tío Paul -dijo su madre dirigiéndose hacia la puerta.

– ¿Mamá?

Carol se detuvo sin darse la vuelta.

– ¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que no te atreves a contarme? -le preguntó Jessica.

El timbre volvió a sonar.

– Será mejor que vaya a abrir la puerta -dijo Carol, y bajó corriendo las escaleras.

– O sea -empezó a decir Win-, que Frank Ache quiere matarte.

– Eso parece -asintió Myron.

– Qué pena.

– Si pudiera conocerme. Saber cómo soy en realidad.

Estaban sentados en la primera fila del estadio de los Titans. En un acto de suprema bondad, Otto había permitido que Christian comenzara a entrenar. Aunque tal vez el hecho de que el veterano quarterback Neil Decker fuese tan malo hubiera influido en su decisión.

La sesión matutina había consistido en un montón de carreras y de prácticas lentas de jugadas. Sin embargo, la sesión de la tarde iba a ser una especie de sorpresa. Los jugadores se habían puesto todo el equipo, algo inusual en una etapa tan temprana de la pretemporada.

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