Myron volvió a concentrarse en Gary y le informó:
– La evacuación todavía durará un poco. Y luego los chicos tardarán un poco más en volver a clase. Luego querrán hacer el vago por el pasillo. Y para entonces ya habremos acabado.
– No -dijo Gary cruzando los brazos por encima del pecho.
– Opción dos, entonces. -Myron sacó un ejemplar de Pezones -. Podemos jugar a presentarle tu trabajo al director de la escuela.
Grady se tapó la boca con la mano para toser. Se oyó un silbato antiincendios y sirenas que se acercaban.
– No sé de qué me están hablando -dijo apartándose unos pasos más de los niños.
– Te seguí.
– ¿Qué?
Myron soltó un suspiro de exasperación.
– Ayer por la mañana fuiste a Hoboken. Recogiste el correo de la dirección que utilizas para anunciar líneas de teléfono erótico en revistas porno y después volviste a tu casa en Glen Rock, me viste, te entró pánico y llamaste a Fred Nickler, el editor en jefe de esas revistas.
– Aficionado -añadió Win con un tono de asco.
– ¿Qué hacemos? ¿Le contamos todo esto al director de la escuela? Tú decides.
Gary miró su reloj de pulsera.
– Tienen dos minutos.
– Perfecto -dijo Myron mirando a la derecha-. ¿Por qué no entramos en el lavabo de los profesores? Supongo que tendrás la llave.
– Sí.
Grady abrió la puerta. Myron siempre había tenido ganas de ver el lavabo de los profesores y ver cómo vivían «los otros», aunque al entrar vio que no tenía absolutamente nada de especial.
– Muy bien, ya me tienen aquí -dijo Gary-. ¿Qué es lo que quieren?
– Cuéntanoslo todo sobre este anuncio.
Gary tragó saliva y su enorme nuez fue arriba y abajo como un boxeador esquivando ganchos.
– No sé nada de eso.
Myron y Win intercambiaron miradas de incredulidad.
– ¿Puedo meterle la cabeza en la taza? -preguntó Win.
– Si están tratando de intimidarme, ya les digo que no van a conseguirlo.
– ¿Un chapuzoncito? -dijo Win casi suplicando.
– Aún no.
Myron volvió a mirar fijamente a Gary y le dijo:
– No tengo ningún interés en darte una paliza, Gary. Eres un pervertido, pero ése es tu problema. Lo que quiero saber es qué tienes que ver con Kathy Culver.
– Fue alumna mía -contestó Gary, a quien le empezaba a sudar la parte superior del labio.
– Ya lo sé. ¿Por qué aparece su foto en Pezones? ¿En tu anuncio?
– No tengo ni idea. La vi ayer por primera vez.
– ¿Pero éste es tu anuncio, no?
El hombre titubeó y se encogió de hombros.
– Está bien -dijo finalmente-. Lo admito. Pongo anuncios en las publicaciones del señor Nickler. No es ilegal. Pero yo no puse esa foto de Kathy en el anuncio.
– ¿Y quién lo hizo?
– No lo sé.
– ¿Admites que tienes líneas de teléfono erótico?
– Sí. No hago daño a nadie. Es para sacarme un poco de dinero. Nadie sale perjudicado.
– Éste es otro príncipe encantador -dijo Myron-. ¿Cuánto dinero sacas con eso?
– En la época de esplendor de este negocio sacaba veinte mil dólares al mes.
Myron pensó que no lo había escuchado bien.
– ¿Veinte mil dólares al mes por teléfonos eróticos?
– A mediados de los ochenta sí. Pero eso fue antes de que el gobierno se metiera en el asunto y empezara a cobrar impuestos en las líneas 900. Hoy, con suerte, saco ocho mil al mes.
– Maldita burocracia -dijo Myron-. ¿Y qué tiene que ver Kathy Culver en todo esto?
– ¿A qué se refiere?
– Pues mira, Gary, hay una foto de ella desnuda en tu anuncio de este mes. Tal vez sea eso a lo que me refiero.
– Ya se lo he dicho. Yo no he tenido nada que ver con eso.
– Entonces supongo que es una coincidencia que fuera alumna suya y todo eso.
– Sí.
– No lo dejaré bajo el agua demasiado rato -dijo Win-. Por favor.
Myron negó con la cabeza.
– ¿Le escribiste una carta de recomendación estupenda para la universidad, no?
– Kathy era muy buena estudiante -repuso Gary.
– ¿Y qué más?
– Si está tratando de sugerir que en mi relación con Kathy había algo más que una relación profesor-alumno…
– Eso es exactamente lo que estoy sugiriendo.
El tipo volvió a cruzar los brazos por encima del pecho y dijo:
– Pues no pienso dignarme desmentirlo. Y esta conversación ha concluido.
Gary se dirigía a ellos de aquella manera tan particular que tienen los profesores de hacerlo, olvidándose a veces de que la vida no termina en las aulas.
– Mételo en la taza -dijo Myron.
– Será un placer -repuso Win.
Gary era tal vez cinco centímetros más alto que Win, así que se puso de puntillas y le ofreció a Win la mirada más desafiante que supo ponerle.
– Usted no me da ningún miedo -dijo Gary.
– Pues comete un gran error.
Win se movió a una velocidad que una videocámara no hubiera sido capaz de captar. Cogió a Gary por la mano, se la retorció y tiró de ella hacia abajo. Una llave de hapkido. Gary se desplomó contra el suelo embaldosado. Win le apretó la juntura del codo con la rodilla, pero sin causarle mucho daño, el necesario para hacerle saber quién mandaba.
– Mierda -dijo Win.
– ¿Qué?
– Todos los lavabos están limpios. Lo odio.
– ¿Tienes algo que añadir antes del chapuzón? -le preguntó Myron.
– Prométanme que no se lo dirán a nadie -pidió Gary con el rostro lívido.
– ¿Vas a contarnos la verdad?
– Sí, pero primero tienen que prometerme que no se lo dirán a nadie -logró decir con esfuerzo.
– De acuerdo -concedió Myron.
Luego le hizo un gesto afirmativo a Win y éste dejó de apretarle. Gary se cogió la mano y se la acarició como si fuera un cachorro maltratado.
– Kathy y yo tuvimos una aventura -dijo.
– ¿Cuándo?
– En su último curso. Duró unos meses y se acabó. Desde entonces no la he vuelto a ver, lo juro.
– ¿Y eso es todo?
Gary asintió con la cabeza.
– No sé nada más. No sé quién puso esa foto en el anuncio.
– Mira que si nos mientes, Gary…
– No estoy mintiendo. Lo juro por Dios.
– Muy bien -repuso Myron-, ya puedes irte.
Gary salió corriendo del lavabo sin siquiera detenerse a arreglarse el pelo en el espejo.
– Menuda escoria -dijo Myron-. Ese tipo no es más que escoria pura y dura. Seduce a sus alumnas, tiene un negocio de teléfonos eróticos…
– Sí, pero tiene un sastre fabuloso -observó Win-. ¿Y qué hacemos ahora?
– Terminamos la investigación, luego vamos a hablar con el director del colegio y le contamos todo lo que sabemos sobre las actividades extraescolares del señor Grady.
– ¿Pero no le has prometido que no se lo ibas a decir a nadie?
– Le he mentido -dijo Myron encogiéndose de hombros.
Jessica le dio las gracias a Myron y colgó el teléfono todavía sumida en una especie de trance. Fue andando como pudo hasta la cocina y se sentó. Su madre y Edward, su hermano menor, se quedaron mirándola extrañados.
– Cariño -empezó a decirle Carol Culver-, ¿te encuentras bien?
– Muy bien -consiguió decir Jessica.
– ¿Quién era?
– Myron.
Se hizo el silencio.
– Estábamos hablando de Kathy -prosiguió.
– ¿Qué pasa con ella? -inquirió Edward.
Su hermano siempre había sido Edward, ni Ed ni Eddie ni Ted. Hacía un año que había terminado la universidad y ya era el propietario de una empresa de informática de mucho éxito llamada IMCS (Interactive Management Computer Systems) que desarrollaba software para varias corporaciones de gran prestigio. Edward siempre llevaba téjanos, incluso en el trabajo, y camisetas cutres, las típicas con estampados ordinarios con frases del tipo: «A cien por la carretera», y nunca llevaba corbata. Tenía una cara ancha y de rasgos delicados, casi femeninos, como de porcelana. Había mujeres que hubiesen matado por tener sus pestañas. Tan sólo aquel corte de pelo a la moda que llevaba y la frase que se leía en la camiseta daban una pista de lo que Edward se enorgullecía de ser: «Los genios de la informática tienen el mejor hardware».
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